Capítulo 2 2

La historia de Eugenio pudo haber sido la historia de millones de ciudadanos de ese hermoso país. Pudo tratarse de Liborio, Luis, Antonio, María, Josefina o Milagros; solo que el caso de Eugenio fue muy particular, ya que se trató del primer muerto de aquella asonada militar. Una sedición sangrienta que le abrió las puertas a una etapa azarosa en la historia de un grandioso país.

El intento de aquel día de febrero, fue predicho como una maniobra castrense que tendría como un valioso apoyo, sin duda alguna, la movilización de múltiples sectores de una sociedad esperanzada en un cambio, cansada de un viejo esquema; tal como desde hacía mucho tiempo lo habían estado machacando en sus constantes peroratas aquellos sediciosos. Tras tanto barullo, después de tantas promesas, pensaron que de seguro todos saldrían a la calle a apoyarlos, pero se habían equivocado. Nacieron esas ideas del desconcierto que unas decisiones presidenciales habían originado y seguían motivando; pero el pueblo quería paz. A pesar de ello hubo muchas muertes. Víctimas que, como siempre, fueron innecesarias. Muertes de seres inocentes que nada tuvieron que ver ni con malos gobiernos, ni con las perversas ambiciones de querer usurpar un régimen. Los responsables de todo aquello fueron los bravucones que quisieron, "por el bien de un pueblo sufrido"; asesinar al Presidente de la República y para ello disparaban a mansalva.

Lanzaron sus tanquetas por esas calles de Dios y se llevaron en los cachos a quienes osaron cruzarse en sus caminos llenos de odio. Fue una violencia indescriptible. Afortunadamente nada les salió bien. Bueno, eso se pensó. No lograron el desatinado propósito. El señor Presidente fue bien protegido y salió completamente ileso. El mismo contó con un grueso cordón de seguridad que estaba activo de manera permanente. Era gente tan leal, que fueron capaces hasta de dar sus vidas por ese gobernante. Significó algo que había ido más allá que un simple compromiso laboral. Simbolizó sencillamente lealtad; algo que modernamente ha quedado en desuso. En los años posteriores, cuando se ha de plagar toda la patria de aquella escoria; a las personas que demuestren esas grandes muestras de lealtad se le pasará a llamar de manera peyorativa, "jalabolas", "chupamedias", "vendidos" y una gran infinidad de expresiones ignominiosas y maliciosas, utilizadas como habrá de ser ya costumbre por los nuevos ricos; por la nueva clase social que pasará a llamarse, los enchufados del poder.

Al presidente, sumamente asustado tal vez, lo sacaron por una de las tantas puertas traseras que poseía aquel suntuoso edificio gubernamental. Era una edificación antiquísima de finas estructuras y delicados relieves, donde habían pernoctado muchísimos gobernantes desde tiempos antiquísimos. Nunca se le pudo acercar nadie de los tantos que querían ver derramar su sangre, puesto que aquel arrogante, petulante y cobarde autor de la masacre (luego de lanzar por delante como carne de cañón a soldados engañados, después de ser testigo presencial y tener noticias de tantas muertes) se rindió, dejando perplejos a los otros cabecillas que nunca pensaron que se iba a entregar así tan fácil. Eso fue inexcusablemente lo que él siempre quiso, y lo que había planificado pacientemente en sus largas cavilaciones. Y fue eso precisamente lo que lo enviaría al estrellato años después, cuando llegó a ocupar la primera magistratura nacional durante años. Alcanzó de esa manera poco honrosa la palestra pública el innombrable, como luego le dirían muchos, tras teñir de sangre a su país. Consiguieron tiempo después todos aquellos déspotas, ladrones y asesinos; plagar a una nación entera de sus ansias de poder. Lograron definitivamente el poder, con las malditas herramientas que siempre proporcionan los actos de corrupción desmedida. Quisieron lograr todo eso, mediante uno de los actos más viles que alguien puede cometer, el asesinato.

Algo inesperado para aquellos facinerosos fue que, como ellos lo esperaban, el pueblo no acudió a secundarlos en sus viles procederes. Ello se debió tal vez, porque precisamente los insurgentes no convencieron lo suficiente al pueblo para que participara en aquella asonada. De nada les valió tanta palabrería, ya que estaban frente a un pueblo amante de la democracia. Era un pueblo dolido, no podría negarse; pero amante de la paz. Los insurgentes se habían enfrascado en enmascarar una realidad, en sembrar odio hacia un sistema político que, según ellos, era hambreador, era el causante de sus desgracias; pero no calaron lo suficiente como para que los ciudadanos pretendiera llegar tan lejos. El pueblo pensó acertadamente cuando sintió el repentino ataque militar. Aquel país tuvo miedo, no solo al atentado contra el presidente que ellos, en su mayoría, habían elegido para que dirigiera sus destinos; sino que tuvo miedo a que se atentara en contra de una libertad que, a pesar de todo; había sido erigida como una opción frente al despotismo militar que aún en el presente muchos recuerdan. Evidentemente que al igual que lo hizo el pueblo, los grupos poderosos de millonarios empresarios, la mayoría de los intelectuales y la iglesia católica, no estuvieron orientados a secundar el golpe de Estado. Los militares leales, que eran muchos, siguieron sus ejemplos. La sumisión del "innombrable", sin embargo, se transformó, sin duda alguna, en un triunfo político, ya que mediante la misma él logró dirigirse a la Nación y hasta al mundo entero haciéndose sentir como un mártir que se había sacrificado por su sufrida patria. Tan pronto dio su mensaje lastimero, muchos cambiaron sus pareceres. De ese modo, un ignoto se convirtió en una estampa de gran influencia nacional, en el salvador que, con su fidedigna frase contenida en aquellas dos palabras que siguieron a su humillación y derrota; se transformó en un anhelo de futuro.

Quedarían para la historia aquellos sucesos dantescos. Asesinaron a mansalva a cientos de ciudadanos. Con esas actuaciones violentas y cobardes, aquellos malévolos personajes llegaron a producir el peor daño que se le puede hacer a una población. Irónicamente con el transcurrir de los años, se convertirán en los embajadores de la paz. Llegará por desgracia, el tiempo en que tildarían a sus adversarios (amantes de la verdadera democracia), de perversos violentos y asesinos despiadados. Se tratará de seres despiadados que condenarán a quienes verdaderamente amarán al país, catalogándolos de violentos. ¿Será tal vez que ellos llegaron a la palestra pública lanzando confetis y pintando caritas como en las fiestas infantiles? Parecerá una horripilante pesadilla, pero de manera muy insólita, y con toneladas y toneladas de olvidos en sus conciencias, con el devenir de los años, todos los autores de aquel frustrado golpe de Estado; se ufanarán de expresar a los cuatro vientos, que la paz será lo más importante.

Esas bestias inmundas dirán como autómatas, que no deberá existir nada que no fuese la paz. Ellos llegarán a ser embajadores de la armonía. Constantemente expresarán que con la violencia nada se habrá de obtener. Se ufanarán expresando que la única manera de dirimir las diferencias entre los distintos factores políticos, será exclusivamente con el diálogo, con los votos. Diariamente enunciarán la palabra "Dialogo" mil veces. El heredero de un trono, en un futuro aciago, no se cansará de llamar violentos a sus opositores. Vaya qué ironías de la vida. Hablar de paz precisamente quienes se encargaron de sembrar odio durante tantos años. Se referirán constantemente a la paz, quienes habrán de incitar durante años al pueblo a sentir una animadversión enfermiza contra el capitalismo, agregándole a ese sistema la degradante coleta de "salvaje". Serán ellos quienes sembrarán en todo un conglomerado, la idea de que se deberá sepultar de manera tajante a esa maligna forma de opresión, que será como catalogarán a quienes lleguen a poseer abundancia de bienes producto del constante trabajo. Ellos harán sentir a la población que existirá un perverso mecanismo que procurará que algunas personas privilegiadas lleguen a poseer bienes y más bienes, en detrimento de los pobres que no tendrán absolutamente nada. Ellos le harán creer a la población, que el libre comercio se tratará de un adefesio nacido del mismísimo infierno.

El día de la asonada militar, la misma que quiso resquebrajar la democracia por la vía violenta de un golpe de Estado, Jesús regresaba de su trabajo caminando; ya que inexplicablemente había dificultades con el transporte público y lastimosamente él no tenía vehículo. Difícilmente con los sueldos de la Administración Pública de su país, los ciudadanos de a pie podían darse ese lujo. La mañana estaba fresca y en el hospital donde prestaba sus servicios, durante toda la noche no hubo más que trabajo rutinario. Rutina y más rutina, la misma que llevaba más de diez años realizando en los diversos centros asistenciales donde había prestado sus servicios. Como no tuvo otra alternativa, decidió caminar. De pronto se vio atrapado en aquel barullo en el que se convirtió la ciudad capital. El resto del país también estaba tomado. Las principales ciudades, es decir, las más pobladas; también estaban ocupadas por los rebeldes. Las gobernaciones resultaban fuera de la voluntad de sus titulares. Solo faltaba el objetivo principal en la ciudad capital; matar al diablo, y después de ello, morirían de manera instantánea los diablitos, decían los sediciosos.

            
            

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