Ya entrada la noche, después de tanta muerte innecesaria, de tanta tensión y luego de todo un día de enorme derroche de estupidez tratando de negociar no se sabía qué cosa, aquel cobarde que se autodenominó el líder de la intentona, le hablaba al país acobardado hasta los tuétanos, diciendo algo así como: "Volveré". Los demás se chorrearon y se entregaron sin chistar. Uno de ellos, olvidadizo como él solo, años después se dejaría sentir jocoso y envalentonado, insultando a quienes osaran a mirarlo de soslayo y sin agrado.
Ese mismo idiota, ese detestable ser, cuando lo trasladaban a resguardo detenido llevaba los pantalones mojados. Era de suponer que el esfínter respectivo lo dejó escapar todo; pero solamente se pudo mirar por delante, ya que, lamentablemente, la cámara del noticiero lo enfocó por allí nada más y no se le vio la parte trasera. Si se orinó de miedo, era lógico que su intestino también se haya vaciado y se halla "cagado" de ese pavor que es fácil ocultar cuando se está en el poder humillando a medio mundo.
Jesús en cuanto pudo, al igual que lo hicieron todos quienes se resguardaban en aquel sitio, (al que habían seleccionado como el más seguro de todos los que existían a pocos metros) procedió con una veloz carrera a marcar la prudente distancia que lo alejaría de aquel infierno. Habían pasado más de cuatro horas allí atrincherados, haciéndose todos ellos las mismas conjeturas ya que, como la gran mayoría, ignoraban qué era lo que pasaba. No fue sino hasta pasadas las diez de la mañana cuando comenzó a divulgarse lo que realmente estaba sucediendo. En las calles de inmediato se observó a un grueso número de personas que gritaban improperios contra el Presidente de la República. Aún estaban latentes en la mente de muchos, unos sucesos por demás lamentables, que les eran achacados hacía pocos años a unos malos pasos dados por el gobernante en cuestión.
Los sectores populares en ese entonces, enfrentados con el acelerado acrecentamiento de costos, y justificados por el desabastecimiento de varios productos de primera necesidad, salieron masivamente a las calles para saltear locales comerciales. Aquellos pasos equivocados lamentablemente conllevaron al despertar de un dragón, y ese ser mitológico provocó, con su aliento ardiente; un enorme número de fallecidos y una gran cantidad de desaparecidos que, evidentemente, nunca aparecieron ni vivos ni muertos. Fueron esas desacertadas medidas las que justificaron, al parecer, aquel intento del golpe de Estado. Luego de aquella revuelta militar que no cumplió el objetivo, un grueso número de la población se abocó a las calles de la capital de la República apoyando a los golpistas. Vítores y aplausos se escuchaban ya en todo el país. Era ese el efecto que aquel elemento quiso producir. Significó esa la causa por la que a última hora el hombre dio un giro repentino y hasta delató a sus colaboradores. Las cartas estaban echadas. Ya se habían comenzado a colar en los cerebros de muchos, esas malditas palabras de rendimiento. Se iniciaba el movimiento, es decir, un parasitar de conciencias. De esa manera, poco a poco, se iba formalizando un tejido que pronto se convertiría en el más cómodo de los ropajes.
Desde ese preciso instante, aquellos elementos dieron inicio a una intensa jornada de adulación venida de todo lo que llamaban "pueblo". Se hacían sentir con gran esplendor en cada mente, en cada corazón. Tendrían que enquistarse en la vida de los pobres, de los más necesitados; de la gente común, de esa que mientan "patas en el suelo"; de la inmensa mayoría, los mismos que sufrían y que lloraban. Fue una gran campaña orquestada paso a paso con gran sapiencia y enorme paciencia. En cada poblado se decía que los insurrectos aquellos, que desde que se rindieron estaban encarcelados, eran ya parte del pueblo y sufrían con el pueblo. Por el pueblo, repetían hasta el cansancio, era que habían hecho aquel tamaño sacrificio. Pocos meses después, el presidente constitucional era el ser más odiado del país y hasta más allá de las fronteras y, contrariamente, el líder de la alzada militar resultaba ser el más adorado. Ya se hacía sentir en las mentes de los ciudadanos, unas palabras detalladas por los emisarios del futuro. Se daría inicio a una perversa campaña de desprestigio a la reluciente democracia existente. Eran esas actuaciones, los constantes decires de la esperanza en un mañana mejor para cada habitante de aquella sufrida República.
Años atrás, un grupúsculo de militares de mediano rango había logrado, de manera coincidente, un alto en sus actividades castrenses, una licencia; una especie de vacaciones cortas. En sus mentes se posaba el anatema hacia todo lo que sucedía en el país. Estaban en completo desacuerdo con la manera de cómo el gobierno de aquel terruño estaba vendiendo, entregando, prácticamente regalando sus riquezas al imperialismo. El grupo en cuestión, constaba de alrededor de sesenta y cinco personas al principio, diseminadas en todo el territorio nacional. En la capital del país se reunieron los cinco jinetes del apocalipsis, como con el tiempo se les comenzó a decir a los cabecillas de aquel grupo que pudiese decirse que se trataba de una organización, una estructura ideológica que le hacía muecas grotescas a lo que llegaría a ser con el tiempo, un partido político. Eran muchos los epítetos sacrosantos con los que se les denominaba a los militares que comandaban aquel grupo. A los mismos se les comenzó a llamar "comandantes". Fue en la capital donde se orquestó todo, el inicio de un total debacle, la ruina de un país.
Luego de iniciadas aquellas reuniones futuristas, presuntuosas y mezquinas, los malnacidos, de manera moralista; expresaban sus opiniones, sus ideales acerca de la manera inescrupulosa de cómo se estaba ejerciendo el poder. Lo primero que se anidó en aquellas mentes sufridas por lo que estaba padeciendo grandemente el pueblo, fue una extrema animadversión contra todo lo que tenía que ver con los Estados Unidos de América, aquel imperio maldito, según ellos, que se quería apoderar de todas las economías de los países del tercer mundo. Tercer mundo... realmente como en una ocasión relató una eximia escritora chilena, ¿Cuál es el segundo mundo? Ese malicioso imperio que pensaba que los países en cuestión eran sus solares. Expresaban constantemente que los norteamericanos pensaban que el resto de los habitantes de América eran hijos del diablo, y un largo número de improperios que les calificaba ante los ojos del mundo de lo peor.