Me encontraba fuera, en el jardín, acostada sobre la hierba y mirando al cielo. Aunque me sentía muy bien estando allí decidí levantarme. Era como si llevara un siglo sin moverme y mi cuerpo se resentía por ello. Me puse de pie con cuidado pues temía que mis piernas no aguantasen el peso de mi cuerpo. Afortunadamente conseguí mantener el equilibrio. Fue entonces cuando miré alrededor. Sin duda estaba en un jardín, de una bonita mansión, aunque la casa parecía que había sido construida a principios del siglo XX, se conservaba en perfecto estado.
Podría calificar el lugar como un sitio agradable para vivir.
Después aparté la vista de la casa y me fijé en la pequeña niña que jugaba con sus muñecas a escasos metros de mí. No tendría más de seis años. Tenía el pelo rubio y recogido atrás en una trenza. Vestía un vestido largo que me pareció de otra época. Las muñecas eran de cristal y llevaban trajes igualmente anticuados.
Durante unos instantes me quedé allí de pie, sin moverme, observando como la niña peinaba y acunaba a sus pequeñas amigas. Estaba sola pero su sonrisa delataba lo feliz que se sentía. Y yo me quedé hechizada por esa sonrisa.
De repente me sentí inquieta. Noté la necesidad de darme la vuelta y mirar hacia la casa una vez más. Lo hice y vi a un hombre de pie en el porche de la mansión. Era alto, moreno y delgado. Vestía un traje elegante con un sombrero a juego. Tanto su ropa como la de la niña me parecían fuera de lugar. Como si para ellos la palabra "modernidad" no existiese.
Aquel tipo estaba mirando fijamente a la pequeña, igual que lo había estado haciendo yo hacía unos segundos. Pero él tenía una expresión diferente mientras lo hacía.. Me pareció una mezcla de enfado y tristeza. No me fijé bien en su cara, lo que realmente me envolvía era su energía. Una mala energía. Y sentí miedo por la niña.
Me desperté todavía con el corazón encogido. Por suerte, todo había sido un sueño. Al abrir los ojos e incorporarme, me percaté de que ya era de día. Los primeros rayos de sol pasaban a través de las cortinas de mi cuarto. Salí de la cama y las aparté para poder echar un vistazo al exterior. En el cielo no había ni una sola nube, una bonita diferencia con el día anterior. En la calle apenas pasaba coche o persona alguna y me entraron ganas de salir a dar un paseo por mi nuevo vecindario.
Miré la hora en mi reloj despertador. Eran las ocho de la mañana escasas. ¿Cómo me había levantado tan temprano? Normalmente, cuando no había clases solía levantarme sobre las diez.
Entonces me acordé de la limpieza general y de que lo más probable era que mi padre no nos dejara salir antes de que la casa estuviera impoluta. Mis planes se vinieron abajo en décimas de segundo. Sabía que papá no tardaría en presentarse en mi cuarto para decirme cuales serían mis tareas así que decidí prepararme. Cogí mis cosas y me dirigí al baño para asearme y cambiarme. Cuando salí al pasillo vi como Rebecca salía también de su cuarto perfectamente vestida y peinada. Con un quilo de maquillaje en la cara y un bolso de viaje. A pesar de que yo estaba muy cerca no me dijo ni una palabra. ¿Me había visto o me estaba evitando? Sin mirar hacia mí, se disponía a bajar las escaleras.
―¿Adónde vas? ―le pregunté antes de que desapareciera de mi vista.
Ella se quedó quieta después de oírme pronunciar aquellas palabras y se volvió para decirme:
―Ya te lo dije ayer. No voy a participar en la limpieza. Por eso anoche llamé a mi novio y le pregunté si podía quedarme en casa de su familia hasta que toda esta movida acabe.
―¿Vas a quedarte en Salem todo el día? ―sentí como si alguien me empujase contra la pared y me amenazara con una espada. Otra vez iba a salirse con la suya.
―No te alteres hermanita, que te sienta muy mal ―dijo con una sonrisa diabólica―. Claro que no estaré todo el día. Voy a quedarme allí hasta mañana por la noche.
―Ya, no vaya a ser y no acabemos de limpiar hoy ―deduje.
―¡Qué lista eres cuando quieres!
―¿Y qué dirá papá cuando vea que no estás?
―No hay problema, le he dejado una nota.
Y sin dejar de sonreír en ningún momento, se alejó de mí y bajó al primer piso. Segundos después oí como la puerta de entrada se cerraba. Sin duda, me quedaba mucho que aprender de ella sobre técnicas de evasión de responsabilidades.
Tal y como había predicho, mi padre no tardó en aparecer. Cuando me estaba sirviendo el desayuno, unos minutos más tarde, él apareció por la puerta de la cocina con su habitual semblante alegre.
―¡Buenísimos días! ―me saludó mientras abría la diminuta nevera y sacaba la mantequilla y la mermelada para preparar tostadas.
―Eh... buenísimos días ―repetí no muy convencida.
―Hay que empezar el día con energía, después de todo, tendremos que repartirnos las tareas de limpieza entre los dos. Y me temo que hay mucho trabajo por hacer.
―¿Y Rebecca? ―le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
―Oh, ella ha sido muy amable. Ha preferido volver a Salem un par de días para ayudar a los padres de su novio. ¿Sabes? Parece ser que los pequeños primos de Paul están de visita y Rebecca se ha ofrecido a cuidarles.
¡Mentira! A Rebecca no le gustaban los niños, aunque intentase disimularlo. Y además, que yo recordase, Paul, el novio de mi hermana, no tenía ningún primo. De hecho, ni siquiera recordaba que tuviera tíos.
Por un momento pensé en decir toda la verdad. Pero me contuve. Sabía que papá no me creería, solo era la hija pequeña, la chica con la imaginación febril. Así que en lugar de eso, pregunté:
―¿Y cuáles son exactamente mis tareas?
Mi padre sonrió. Se sirvió un vaso de leche y comenzó su explicación. Me tocaba limpiar el segundo piso. Excepto las habitaciones de papá y la de mi hermana. Aún así era bastante trabajo. Decidí empezar cuanto antes para poder acabar rápido. Desayuné más rápido que nunca y enseguida subí a limpiar.
Se suponía que el único lugar que iba a quedar tal y como estaba era el desván. No me extrañaba, se habían guardado tantos trastos inútiles allí... Era como el basurero oficial de la casa. Aunque no olía tan mal.
Apenas tuve tiempo de descansar, todo el día limpiando. ¿Quién iba a imaginar que debajo de esa capa de mugre que tenía la casa, había aun más suciedad? De modo que el día se me pasó de un soplo. Y cuando quise darme cuenta, ya había anochecido. Lo único positivo de todo, y dejando de lado que por causa de ello había más trabajo de lo normal, era que mi hermana no estaba para quejarse ni para ordenarme nada.
Yo había acabado de limpiar, tan sólo me quedaba sacar la basura. Así que cogí las dos grandes bolsas llenas con toda la basura que había encontrado y bajé primero al piso inferior. Eché un vistazo rápido, aunque el lugar ya tenía más pinta de una casa normal seguía sin acabar de convencerme del todo. No le di más vueltas y salí de casa. Había un contenedor justo en la acera de enfrente. Me acerqué a él y tiré las bolsas. Aprovechando que estaba ahí, miré nuestra nueva casa, Rosink Hall, desde fuera tenía un aspecto más siniestro que visto durante el día. Después observé la casa que tenía detrás. La recorrí con la vista de arriba abajo. No parecía tener nada inusual. De hecho era una casa normal, como todas. Pero había algo que hizo que me quedase allí quieta mirando, sin moverme. Y es que al mirar hacia el piso superior de aquella casa, más concretamente hacia una de las ventanas, vi a un anciano que observaba algo con unos prismáticos. No parecía haberse dado cuenta de que yo lo había visto, por eso aproveché para intentar averiguar hacia dónde dirigía sus prismáticos.
No me lo podía creer. ¿Me había equivocado o ese tipo miraba fijamente mi casa?
―¡Tracey! ¡Si no vienes pronto la cena se enfriará!
Mi padre me llamaba desde la puerta de casa. Me volví hacia él y le dirigí una mirada de reproche. ¿Y si el anciano se daba cuenta de que lo había visto? Con esos gritos no me extrañaría que ya lo supiera.
―¡Ya voy! ―le contesté en su mismo tono de voz, ya no había razón para no hacerlo. Y antes de irme volví a posar mi vista en aquella ventana. No había nadie allí.
Al día siguiente me desperté más tarde de lo habitual, eran casi las doce del mediodía y papá no me había despertado. Seguramente porque me quedé agotada por todo el trabajo de ayer y él creyó que me vendría bien descansar. Sea como sea, cuando por fin bajé, encontré a mi padre en un pequeño cuarto, que había redecorado con más esmero que ninguno para utilizarlo como su estudio. Estaba mezclando la pintura, preparándose para empezar un nuevo cuadro. Le observé en silencio desde la puerta, igual que hacía cuando era pequeña y me quedaba horas y horas admirando aquellas obras de arte.
―¿Qué tal has dormido? ―me preguntó sin apartar la vista de su trabajo.
―Muy bien. Aunque deberías haberme despertado.
Papá hizo un ademán como para quitarle importancia al asunto y cambió por completo de tema.
―He pensado que ya que hoy no tenemos nada mejor que hacer, podríamos hacerles una visita a los Hocke. ¿Qué te parece?
¿Una visita a esa gente tan amable que vimos el primer día? ¿Por qué no? Incluso sería una buena oportunidad para sonsacarles algo de información sobre este sitio. Y sobre todo, sobre cierto personaje con prismáticos.
―¿Cuándo iremos?
Esa misma tarde ya nos encontrábamos ante la puerta de nuestros vecinos. Había un timbre, ¡todo un adelanto! Apenas habíamos llamado un par de veces cuando nos abrió una mujer sonriente. Empezaba a sentirme algo incomoda con tanta cordialidad.
―Ah, ustedes deben ser los nuevos vecinos. Los Mayson ¿verdad? ―dijo doña simpatía tras mirarnos―. ¿Puedo ayudarles?
―Gracias pero solo hemos venido de visita ―dijo mi padre―. Me temo que aún no nos hemos presentado.
―Yo soy Kim, supongo que ya conocen a mi marido. Pero pasen...― diciendo esto, se apartó para dejarnos entrar en la casa y cerró la puerta tras nosotros.
Aquella casa era bonita por fuera, pero por dentro era aún mejor. No tenía nada que ver con la nuestra. La Sra. Hocke nos condujo a través de un largo pasillo hasta llegar al salón. Estaba muy bien decorado, aunque los muebles no parecían tan exclusivos como los de un palacio, todos los cuadros de paisajes europeos compensaban este hecho.
En aquella sala estaba el ya amigo de mi padre, Peter Hocke. Ambos se saludaron como si se conocieran de toda la vida y se sentaron en uno de los sofás sin dejar de hablar ni un momento. La Sra. Hocke se había marchado a la cocina a preparar café. Y una vez más, era como si yo no existiese.
―Hola ― Una chica había entrado en la sala y se dirigía a mí. La recordaba pero, ¿cómo se llamaba?―. Me llamo Pamela.
―Yo soy Tracey ―ahora la recordaba.
―Seguro que debes sentirte muy perdida en este barrio de locos ―dijo tan sonriente como sus padres.
―La verdad es que no he tenido mucho tiempo para explorar este sitio...
―Ya, claro ―parecía estar a punto de decir algo pero se contenía. Hasta que no pudo más―. ¿Y qué tal se vive en la mansión encantada?
―Pamela ―la reprendió su padre que parecía haber estado con un oído puesto en la conversación―. ¿No crees que ya es hora de que vayas a hacer los deberes?
La típica excusa cuando alguien hablaba más de la cuenta. ¿Qué mi casa estaba encantada? ¡Era la primera noticia que tenía!
―Sí... ―El rostro de la chica se ensombreció durante breves segundos, pero enseguida volvió su habitual buen humor y añadió―. ¡Tracey puede venir a ayudarme!
¿De verdad podía? En cualquier caso, antes de que a ninguno le diera tiempo a reaccionar, Pamela me agarró fuertemente por la muñeca y me arrastró fuera del salón. Subimos corriendo por las escaleras hasta el segundo piso y una vez allí, entramos en la primera habitación a la derecha. He dicho que entramos pero la realidad es que Pamela abrió la puerta y me empujó adentro. Después cerró la puerta e hizo un gesto para que me sentara en su cama. Por un momento me sentí como la víctima de una de esas películas de terror. Estaba atrapada.
Pamela cogió una silla y la acercó hasta ponerla justo enfrente de mí, luego, todavía emocionada, se sentó y empezó su interrogatorio.
―Te repito la pregunta. ¿Qué tal se vive en la mansión encantada?
¿De qué diablos estaba hablando? ¿"Encantada"? Sí, era un poco lúgubre pero no es para tanto. Definitivamente, ella era una asesina despiadada.
―No sé de qué me hablas ―dije con toda franqueza.
―¿Cómo que no? ¡Vamos! ¡Todo el mundo sabe que Rosink Hall está encantada!
Pues me disculpo por no notar ningún fenómeno paranormal y asimismo por no estar al tanto de los cotilleos del barrio. Lo entendí todo, Pamela no era ninguna psicópata. En realidad era una ingenua que creía en el más allá. De repente se me ocurrió una idea:
―Vale, te contaré la verdad pero solo si prometes que me darás algo a cambio.
―De acuerdo, ¿cuánto dinero quieres?
―No, no quiero dinero ―¿Tenía cara de chantajista?―. Quiero información y creo que tú puedes dármela.
―Bien. Primero háblame de Rosink Hall y luego yo te diré lo que quieras saber.
―No hay mucho que decir... ―Empecé diciendo la verdad pero al ver que mi interlocutora parecía decepcionada opté por mentir―, pero creo que hay algo inhumano en esa casa.
―¡Lo sabía! ―gritó eufórica Pamela.
―No hables tan alto. Mi padre no ha visto al fantasma y creo que es mejor que nadie lo sepa de momento.
―Claro, lo entiendo ―Me alegraba de que al menos haya alguien en este barrio al que le diviertan estas tonterías inventadas―. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero dame más detalles de ese fantasma, ¿cómo es?
―Gracias ―dije levantándome y dirigiéndome a la ventana, le describí al hombre de mis sueños aunque por supuesto no le conté que no se me había aparecido cuando estaba despierta ni mucho menos.
Después me inventé una historia por la cual le hice creer que el día anterior, cuando fui a llevar algunos trastos al desván vi a ese tipo siniestro. Cuando terminé la historia le hice un gesto a mi vecina para que se acercara y entonces señalé la casa del anciano espía diciendo:
―Me gustaría saber quién vive ahí.
―Oh, es tan solo un viejo cascarrabias. El Sr. Perkins ¿no lo conoces?
―No he tenido el gusto todavía ―Procuré que se notara mi ironía en cada palabra.
―Pues mejor. Ese tipo antes era policía o algo así.
Así que se trataba de eso. Un anciano que no estaba dispuesto a dejar su trabajo incluso después de jubilarse. Me sonaba extrañamente familiar ese comportamiento, en Salem también había conocido a un par de personas que pensaban exactamente de ese modo. Por supuesto que ninguna de ellas se dedicaba a espiar a la gente cuando no echaban nada interesante en la tele.
Iba a preguntarle algo más a Pamela pero justo en ese momento, la Sra. Hocke llamó a la puerta. Al parecer se había hecho tarde y era hora de volver a casa. Antes de salir de aquel cuarto, la chica, que ya empezaba a parecerme un poco rara, me guiñó un ojo como símbolo de complicidad. Me asaltó la duda cuando me fui, ¿tendría que ir a clase con ella?