Capítulo 5 5

Las siguientes horas de clase fueron más llevaderas en comparación con las anteriores. Había conseguido despejarme la cabeza del todo. Así que me resultó más fácil concentrarme en las explicaciones de los profesores. Aun así no podía evitar preguntarme si era cierto lo que me habían dicho mis amigas. Ryan, ¿un mentiroso? Cuando habló conmigo no me pareció que estuviera bromeando. Pero realmente no le conocía tanto como para juzgarle.

A la una en punto volvió a sonar el timbre. Esta vez, anunciaba la hora del almuerzo. Era la primera vez que comía en un comedor escolar. En el instituto al que asistí en Salem también había jornada corrida pero no nos quedábamos a comer.

El comedor era el triple de grande que el patio y estaba incluso más abarrotado. Me parecía una hazaña increíble el hecho de encontrar un lugar libre donde sentarse. Aunque Rebecca no había tenido ningún problema. La vi a lo lejos sentada en una mesa con una docena de chicas hablando y riendo. Las populares, seguro. Mientras que yo me conformé con sentarme con Pamela y sus amigas a varios metros de distancia. ¿Qué era lo que me había dicho mi hermana la primera vez que pisé un instituto? Lo recordaba como si fuera ayer: "No me mires, no digas nada sobre mí, no me sigas pero sobre todo no me hables cuando esté con alguien". Aquellas palabras eran sagradas. Y por mi propio bien, no me atrevía a desobedecerlas. Por tanto, dejé de pensar en Rebecca y me concentré en la bandeja llena de comida que tenía delante.

Janet estaba sentada a mi lado, Pamela y Sally justo enfrente de nosotras. Apenas nos habíamos sentado y las tres chicas ya habían comenzado a hablar. ¿No podían callarse un rato? La respuesta era obvia. Me molestaba un poco que la gente hablara en el momento de la comida pero no dije nada. Sabía que tendría que acostumbrarme.

Simplemente dejé que dijesen todo lo que quisieran participando lo menos posible en la insustancial conversación. La comida de la cafetería me parecía un tanto decepcionante y por ello no tardé en volver a echar un vistazo alrededor. Tan solo quería distraerme un rato, igual que había hecho en el recreo.

No sé por qué pero al final acabé buscando con la mirada a las personas que había conocido esa misma mañana. Oliver, el chaval de la silla de ruedas estaba comiendo con un grupo de chicos a un par de mesas de distancia. Por la pinta que llevaban, deduje que pertenecían al periódico escolar pues alguno se había dejado un cuaderno de notas en la mesa y otra ocultaba una cámara de fotos en su bolso. Muy típico.

Me fijé también en donde se sentaban todos mis compañeros de clase. Simple aburrimiento mortal. Después de todo, me gustaba observar todo lo que se ponía a mi alcance.

No tardé en fijarme en una mesa situada muy cerca de los cubos de basura. Al fondo del extenso comedor. Allí estaban sentadas dos personas: Ryan y otro chico al que no había visto antes. Lo que más me chocó fue que estuvieran comiendo solos y apartados. En las otras mesas podía haber como mínimo unas cuatro personas y el ambiente era muy cálido. Gente hablando, intercambiándose el postre, quejándose de los profesores o de los deberes... pero allí no. Esos dos estaban hablando y aunque no podía oírles, veía sus caras serias. Era como si estuvieran en un mundo aparte. Un lugar frío y solitario que yo conocía muy bien.

―¿Por qué esos dos están tan apartados de la multitud? ―pregunté por lo alto aunque en un principio no era esa mi intención.

Las chicas miraron hacia la mesa que yo señalé con un leve gesto. Seguidamente, se miraron entre sí, como si no estuvieran seguras de si debían hablarme de esos chicos o no.

―Bueno, son Ryan y el otro idiota ―Pamela tomó la palabra―. Nadie quiere estar cerca de ellos. Ya sabes...

―Sí, me dijisteis que eran unos mentirosos. Pero, ¿eso es suficiente motivo como para que estén aislados?

―No lo entiendes. Esos dos, sobre todo el idiota, siempre están espiando a la gente. Y no hacen más que decir locuras.

―¿Por qué siempre te refieres a ese chico como "el idiota"?

―¡Porque lo es! ―intervino Sally ―. Empezamos a llamarle así cuando nos dimos cuenta de su verdadera personalidad. No creo que nadie recuerde cual es su nombre de pila.

―¿Podemos cambiar de tema? ―preguntó sutilmente Janet, que parecía aburrida de escuchar todo aquello―. Hablemos de algo que no haga a Sally subirse por las paredes.

Sally frunció el ceño tras oír aquel comentario. Pero al igual que Pamela, estuvo de acuerdo en hablar de otra cosa. Yo era la única que no estaba de acuerdo, pero aun así no puse ninguna objeción. Bebí el último sorbo de zumo de naranja que quedaba en el pequeño envase y me levanté de mi asiento para ir a tirarlo a los contenedores. Sabía que por fuerza tenía que pasar por la mesa de Ryan. Y tenía la esperanza de que me saludara de forma que yo pudiera preguntarle discretamente por el asesinato. Solo necesitaba un poco de tacto.

Me acerqué y tiré el envase vacío pero Ryan no me dijo nada. Sin embargo tenía la certeza de que me había visto. ¡Era imposible no verme! Por un momento me planteé volver a mi mesa y dejar el interrogatorio para otro día. Pero no podía dejarlo pasar, como siempre, la curiosidad me vencía.

―Hola ―saludé a Ryan cuando estuve a la altura de su mesa.

Él me miró forzando una sonrisa. Parecía que había interrumpido algo porque antes de que yo llegara, me pareció ver al otro chico de la mesa hablando con él por lo bajo de una manera muy solemne.

―Ah, hola Tracey ―Por su tono de voz, diría que mi presencia allí lo había pillado por sorpresa―. ¿Qué tal te estás adaptando?

―Creo que me adaptaré bien. Aquí la gente es muy amable ―dije aquello por decir algo, en realidad ni siquiera lo había pensado―.Y siempre están dispuestos a ayudar.

―No todos ―dijo "el idiota", como le habían llamado mis amigas.

Me di cuenta de que desde que estaba allí, él no había levantado la vista para mirarme. Se entretenía pasando un pequeño objeto que no conseguí identificar de una mano a la otra. Pero escuchaba atentamente y sin perder detalle.

―Eh... Tracey, este es Lennox ―nos presentó Ryan, y dirigiéndose a su amigo, que no tenía ninguna intención de conocerme le preguntó―. ¿No vas a decir nada?

―Me parece que ya he dejado clara mi opinión ―replicó mientras se levantaba de su asiento y guardaba el objeto en el bolsillo, antes de marcharse añadió―. No me interesa quienquiera que sea esa chica. Tengo cosas más importantes que hacer que hablar con alguien que no comprendería ni la mitad de las cosas que suceden por aquí.

Lennox se largó de allí sin mirar atrás. Era la primera vez que conocía a alguien con peor carácter que el de mi hermana. Yo me quedé allí perpleja por aquella actitud desafiante.

―Tienes que disculparle ―dijo Ryan, a quien aquella actitud no parecía afectarle―. No suele ser así, es que ha tenido un mal día.

―No importa. Quería preguntarte por lo que me dijiste antes en clase ―No se me ocurría otro modo de preguntarlo más que hacerlo sin indirectas―. Es decir, lo del asesinato.

―Bueno... sobre eso...―¿Estaba tartamudeando?―. Será mejor que lo olvides.

―¿Por qué? ¿Acaso no es cierto?

―Yo... tengo que irme.

Tras excusarse se alejó de mí lo más rápido que pudo. Y yo, en mis esfuerzos por aclarar un poco aquel lío, lo único que había conseguido era sembrar otra vez la duda en mi cabeza.

Si alguien me preguntara, diría que aquella fue la mañana de colegio más extraña que había pasado nunca. Todos parecían tener algo que ocultar y estaban dispuestos a hablar conmigo de ello pero solo hasta cierto punto.

El camino de vuelta a casa se me hizo corto. Tenía muchas cosas en las que pensar. Quizá demasiadas para un primer día. Y cuando el autobús se detuvo en mi parada me hizo falta un ligero codazo de Pamela para que me diese cuenta de que habíamos llegado.

Tras bajarnos del vehículo, ella se despidió de tan buen humor como siempre y se marchó a su casa. Rebecca se había bajado del autobús justo detrás de nosotras y cuando éste volvió a arrancar para continuar su ruta, mi hermana hizo un gesto de despedida a alguien que debía sentarse en las últimas filas con una sonrisa triunfadora. La misma que ponía cuando conseguía lo que quería. Entonces lo supe, aquella era su venganza. Restregarme por la cara lo bien que le había ido. Pero yo no estaba dispuesta a oírlo así que sin esperarla comencé a caminar hacia casa.

Ella corrió hasta situarse junto a mí una vez el autobús hubo desaparecido de su vista. Todo indicaba que no me iba a librar.

―¿Qué tal te lo has pasado hoy? ―me preguntó como si no lo supiera.

―Ha sido... interesante.

No creía que fuese prudente preguntarle a ella ya que aunque no me interesaba, estaba segura de que me lo iba a contar igual. En una ocasión así, lo mejor era hablar lo menos posible y en caso de tener que responder, hacerlo con evasivas.

―Ya veo. Debe de ser muy interesante estudiar las costumbres de esos seres con los que has compartido varias horas de tu existencia ―Hablaba con ironía y yo no tenía ganas de participar en su juego por lo que no dije nada. Ella continuó―. Aunque no esperaba que cayeras tan bajo. ¿Cómo se te ocurrió ir a aquella mesa después de todo lo que ha pasado?

―Espera. ¿A qué mesa te refieres?

―A la de esos dos idiotas. ¡No me digas que no te has enterado de los rumores que circulan sobre ellos!

―No me gusta cotillear ―Sin embargo, aquel asunto me interesaba y añadí―. De todas formas algo sí que he oído...

―Sí, claro, tú has te has enterado de muchas cosas. Pero ahora en serio, si supieras la mitad de lo que yo sé, no te habrías acercado allí nunca. En mi nuevo grupo, el de los populares siempre...

―¿Y qué es eso que has oído sobre ellos? ―pregunté cortante al ver que Rebecca estaba a punto de cambiar de tema.

Mientras hablábamos habíamos llegado al porche de nuestra casa. Mi hermana abrió la puerta con su llave y ambas entramos al tiempo que ella respondía:

―Oh, no lo sabes después de todo. Pues dejemos que siga siendo un pequeño misterio ya que te gusta tanto investigar en la basura. Averígualo tú misma.

Sin esperar una respuesta por mi parte se lanzó escaleras arriba. Aquello era parte de su rutina, se encerraría en su cuarto toda la tarde para "estudiar" aunque yo sabía la verdad. Y era que se pasaría un buen rato hablando por el móvil o chateando y luego seguramente quedaría con sus amigas. Haciendo todo lo posible para no estar en casa a la hora de la cena.

Me encantaría hacer una maniobra así cuando papá prepara uno de sus experimentos culinarios pero eso para mí era un sueño imposible ya que carecía de excusas para ausentarme.

―Ya habéis llegado ―dijo mi padre asomándose por la puerta de su estudio.

Llevaba su bata normalmente blanca, pero que ahora estaba manchada de pintura de colores. Tal y como hacía en Salem, se había vuelto a pasar la mañana pintando aquellos ostentosos cuadros por los que le pagaban los museos y galerías de arte. Nunca me interesó saber dónde se exponían ya que podía verlos cuando quisiera sin necesidad de salir de casa. Mi padre todavía estaba limpiando uno de sus innumerables pinceles cuando me vio en el vestíbulo.

―¿Qué tal el primer día? ―Hizo la pregunta que más temía.

―Eh... tengo que hacer los deberes ―respondí evitando el tema y haciendo ademán de marcharme a mi cuarto. Pero él se dio cuenta de mis intenciones de huída.

―Tracey espera, ¿podrías hacerme un pequeño favor?

Yo asentí. Había estado entre libros toda la mañana y aunque en cierto modo me gustaba, no tenía ganas de quedarme entre cuatro paredes otra vez. Así que acepté hacer aquel recado.

Tenía que ir a la casa de al lado, donde vivía nuestra vecina, Maggie Wallace y devolverle la bandeja en la que un par de días atrás nos había traído una tarta de bienvenida. Después, siguiendo las instrucciones de papá debía hacer el esfuerzo de invitarla a cenar una vez más. Porque según él, la anciana no podría rechazar una invitación viniendo de alguien como yo. Cosa que dudaba que fuera cierta.

Fui allí y toqué el timbre. Esperé un poco pero no abría nadie. Volví a timbrar. Nada, tan solo silencio y una casa ante mí que parecía vacía. Y sin embargo, su aspecto exterior decía todo lo contrario. Es que la señora Wallace aparte de tener la fachada de su casa en perfecto estado de mantenimiento, se había ocupado también de tener su porche adornado con docenas de tiestos que daban cobijo a diferentes tipos de flores. Aquellos adornos naturales le daban a la casa un toque hogareño.

―¿Se puede saber qué haces? ―me preguntó alguien con una voz ronca y que denotaba años y años de ira contenida.

Me di la vuelta para mirar a mi interlocutor. Se trataba de un anciano y su cara me resultaba familiar. Le había visto antes, ¿con unos prismáticos? Estaba casi convencida de que era el tal Perkins del que me había hablado Pamela.

―Tan solo he venido a devolverle su bandeja a la señora Wallace ― le expliqué algo nerviosa, de alguna forma, su presencia me intimidaba.

―Maggie no está en casa hoy. Pero tú qué sabrás si acabas de llegar al barrio.

Tras darme aquella información se marchó por donde había venido. Tal y como me había hablado me pareció que era una de esas personas a las que les gustaba tener el control de la situación. Aquel último comentario me confirmó lo que ya sospechaba: nos había estado espiando. De lo contrario, no sabría quién era yo. Pero lo sabía. Y era ese hecho el que me inquietaba. ¿Por qué nos estaba vigilando?

                         

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