Capítulo 3 3

No recordaba haber vuelto a casa. Y mucho menos haber subido al segundo piso. Pero lo cierto es que allí estaba, de pie en un pasillo que apenas reconocía y sin embargo estaba segura de que pertenecía a mi casa. No era solo por lo limpia que estaba nuestra mansión "encantada" sino que además el lugar parecía más alegre y juvenil. Lleno de vida, aunque con ese toque antiguo al que ya empezaba a acostumbrarme.

Es que las paredes del pasillo estaban pintadas de un azul cielo precioso y justo al fondo, a cada lado de la puerta del ático había una mesilla que portaba un jarrón con flores de colores.

Puede que la última vez que tuve el sueño me negase a creerlo pero en ese momento no me quedó otro remedio más que admitirlo: Me encontraba en Rosink Hall. Aunque esa no era una afirmación que me calmase por completo, la duda que tenía era en qué estado me encontraba. Nada de lo que veía me parecía conocido y sin embargo, la decoración me parecía de lo más normal.

Avancé un poco por el pasillo, algo insegura de adónde ir. No veía a nadie de mi familia. Quizá sería ya muy tarde. De modo que lo que hice fue dirigirme a mi cuarto. Abrí la puerta despacio y entré. No me pareció en absoluto mi habitación y de hecho, estuve a punto de marcharme pensando que me había equivocado ya que la pintura blanca de las paredes no mostraba síntomas de humedad, ninguno de los muebles estaban allí y mis cosas habían sido sustituidas por juguetes para niños.

Lo que me convenció de que se trataba de mi cuarto fue el hecho de que la pequeña ventana seguía ahí, al igual que la chimenea. Las dimensiones de la estancia también parecían ser las mismas. Pero ¿de dónde habían salido aquellas cosas?

Hasta ese momento solo había estado observando desde la puerta, pero mi curiosidad había sido despertada y al fin entré, fijándome en todo más detenidamente.

Había juguetes por todo el suelo, incluso vi un gran baúl reservado para ellos y todo. Lo que más abundaba eran las muñecas y los peluches. Todos eran modelos antiguos pero parecían nuevos y bien cuidados. Aparté la vista de aquellos seres inertes y dirigí mi atención a algo que había en la repisa de la chimenea. Un jarrón con tulipanes. Sin duda, eso antes no estaba ahí. Daba a la habitación un toque muy acogedor, incluso uno podría olvidarse fácilmente de lo muerta que estaba en realidad la casa.

Todo estaba impoluto, sospechaba que esto no se debía precisamente a que hubiéramos realizado la limpieza general sino a otra cosa todavía por determinar.

En ese momento oí pasos que se acercaban en el pasillo. En cuestión de segundos la niña pequeña que había visto una vez anteriormente, entró. Aunque yo estaba delante de la chimenea y había poco sitio para esconderse, ella no me vio.

Se limitó a coger del suelo una de sus muñecas. La abrazó y volvió a salir corriendo por donde había venido. Definitivamente, todo era muy extraño.

Esta vez no iba a quedarme sin hacer nada. ¿Y si aparecía aquel hombre? No podía permitir que hiciera daño a la pequeña. Salí de la habitación siguiéndola y una vez en el pasillo volví a verla. Estaba con su amiga de trapo llamando insistentemente a la puerta de mi padre. Porque era de mi padre ¿no?

La niña golpeaba la puerta una y otra vez, esperando que alguien la abriera. No sucedió. Pero una voz se escuchó desde dentro. Una voz de niño concretamente.

¿Qué quieres ahora? ―preguntó la voz un tanto molesta.

Prometiste que jugarías conmigo a las casitas ―respondió la pequeña de pelo rubio.

¿Eso hice? Pues ahora no quiero. ¿Por qué no te vas a jugar sola a otra parte y me dejas en paz de una vez?

¡Pero prometiste...!

¡Me da igual, Emily! ¡Ahora no! Así que vamos, lárgate ya.

De modo que la niña se llamaba Emily. No me sonaba de nada ese nombre. Pero el crío había sido muy cruel tratándola de esa forma. Entiendo que no quisiera jugar con alguien tan pequeño pero de ahí, a gritarle así...

La chica llamada Emily dejó caer una lágrima por su mejilla. Solo una, que nada más caer se limpió con la manga de su vestido. Desistió de llamar a la puerta de nuevo. Agarró bien fuerte a su muñeca y se marchó, esta vez al ático.

Yo la seguí y menuda sorpresa me llevé cuando me di cuenta de que todas las cajas que había visto durante la limpieza habían desaparecido. Que en el ático ya no quedaba absolutamente nada, ningún trasto viejo guardado como si fueran momias esperando a ser resucitadas. Parecía que todo hubiese volado y en su lugar sólo había unos cuantos percheros con ropa vieja, un par de estantes con libros y algunos juguetes, estos sí, en penosas condiciones, con los que Emily se puso a jugar tan tranquila.

Sentó en el suelo a su muñeca, cogió a un oso de peluche que tenía cerca y lo situó a su izquierda. Después hábilmente se hizo con una caja de madera bastante pequeña y rectangular que situó en el medio. Entre sus juguetes y ella. Colocó un juego de tazas de porcelana sobre la mesa improvisada y comenzó a hablar con sus amigos.

Me daba algo de pena que estuviera sola aunque en cierto modo también me recordaba a mí de pequeña. Nunca tuve muchos amigos y pasaba bastante tiempo a solas, en mi propio mundo.

Decidí marcharme y dejarla que se divirtiera a su modo. A esas alturas ya había asumido que no podía verme ni oírme, por raro que pareciera. De modo que bajé de nuevo al primer piso. Todavía estaba en el pasillo, decidiendo qué hacer a continuación cuando un ruido en mi cuarto me sobresaltó. Era como si la ventana se hubiera abierto de golpe. Volví rápidamente allí y para mi sorpresa, la ventana no estaba abierta. En realidad, ni siquiera había ventana. Lo que había era un enorme agujero en la pared que dejaba ver el exterior de la casa. Me acerqué para tocar lo que todavía quedaba de muro. ¿Cómo había podido ocurrir algo así? Y en tan poco tiempo.

No llegué a tocar nada. Sentí un viento helado por detrás y unas manos frías que chocaron contra mi espalda, empujándome al vacío. Grité antes de golpearme contra el suelo.

Cuando desperté estaba tirada en el suelo, justo al lado de mi cama. Seguramente me habría caído sin darme cuenta. Me levanté y encendí la luz tratando de recapitular qué había pasado.

Me acordé del sueño, de la niña y de todo lo que había visto. Era tan real... Pero no había sido más que una fantasía. ¿Entonces por qué todavía me parecía notar aquellas manos diabólicas en mi espalda? ¿Y si Pamela tenía razón y la casa estaba encantada? Era un pensamiento horrible que cruzó mi mente durante un segundo. Imposible.

Miré el reloj de mi mesilla. Las tres de la madrugada exactamente y pensar que dentro de unas pocas horas tendría que salir hacia el instituto. Eso sí que era una pesadilla. Encima papá nos había matriculado del mismo modo que había comprado la casa, con prisas y sin pensarlo mucho. Así que sólo había pisado el edificio una vez, justo cuando llegamos a Los Ángeles, para saludar al director, que nos enseñara las instalaciones y poco más. Lo único bueno de eso es que fue el viernes, justo antes de llegar a nuestro nuevo hogar así que a esas horas ya no había ni un alma en el instituto. Mejor. No soportaba a desconocidos mirándome con sin discreción de tipo alguno.

Sentí una sed terrible cuando me iba a meter de nuevo en la cama, así que salí de mi cuarto en dirección a la cocina. Los pasillos de Rosink Hall por la noche eran como estar en la boca del lobo. No había luz, tan solo en las habitaciones. Por lo que al llegar a las escaleras y empezar a bajarlas me agarré a la barandilla como si esta fuera a salvarme de la mismísima muerte. Estaba paranoica, lo sabía y esperaba que papá comprase bombillas para iluminar esas zonas de oscuridad lo antes posible.

Desde que me había caído de la cama me sentía aturdida e insegura. Pero nada como un buen vaso de agua fría para acabar de despertarme.

Funcionó. Después de saciar mi sed me sentí mucho mejor y me dispuse a volver a mi cuarto. Estaba marchándome de la cocina cuando la puerta de entrada se abrió con cuidado. Mi hermana entró en casa silenciosamente y cerró la puerta de nuevo igualmente sin hacer ruido. Se quitó los tacones para no despertar a papá cuando subiera. ¿No había dicho que volvería tarde? Creo que se lo tomó al pie de la letra.

Sabía que ella no me había visto y que no tenía derecho a meterme pero como siempre, la curiosidad me podía. Y a veces eso me ocasionaba problemas.

Aunque entonces me daba igual, ¿Qué podía pasar? Di un paso adelante y saludé a Rebecca como si nada.

―Buenas noches. Debes de haberte divertido mucho cuidando de los primos de Paul.

―¡Cállate, enana! ―me reprendió en voz baja pero con su habitual tono enfadado.

Yo sonreí, sabía que papá no se iba a enterar de que mi hermana había vuelto a llegar tarde pero eso no me impedía reírme un poco de aquella situación.

―Tranquila, solo lo decía porque ya es un poco tarde para juegos infantiles ¿no?

―¡He dicho que te calles! ―su tono enfadado pasó a ser amenazante.

En situaciones así, lo mejor es la retirada. Subí corriendo las escaleras y es que si Rebecca no llevara su equipaje en la mano se habría lanzado en mi persecución. Tuvo que contenerse por esa noche o despertaría a papá.

En cuanto estuve en la cama de nuevo, me arrepentí de haberme reído de esa manera. Y es que mi hermana es de esas personas a las que no les importan tomarse una venganza si es necesario. Me volví a dormir sin saber muy bien qué daba más miedo: Rebecca en plan vengativo o esta casa "fantasma" por la noche.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022