Capítulo 4 4

Por la mañana me levanté con un mal presentimiento. Algo que siempre me pasaba el primer día que tenía que ir al instituto o a cualquier otro sitio nuevo en el que hubiese desconocidos. Me aseé y me vestí mecánicamente, sin mostrar emoción alguna. Y bajé a desayunar. Aunque debido a los nervios que sentía, se me hizo un nudo en el estómago y apenas pude probar bocado. En cambio, mi hermana sí que comió como si no pasara nada. Como si el día de hoy no supusiera cambio alguno. Y yo envidiaba esa tranquilidad.

Nunca tuve muy claro si se mostraba así para presumir ante mí o porque de verdad se sentía tan segura de sí misma.

Rebecca no me dirigió ni una sola palabra en todo el rato. Ni en casa, ni cuando fuimos juntas a la parada de autobús. Una tortura de silencio constante. Y yo sin saber qué hacer o qué decir. La parada apenas estaba a unos veinte metros de Rosink Hall pero a mí, me pareció mucho más lejos.

Por un momento creí que tendría que aguantar a mi vengativa hermana que sin hablarme, se había puesto a escribir mensajes con el móvil. ¿Serían para su novio o para sus amigas de Salem? Aunque le preguntase, ella nunca me lo diría. Pero cuando vi a Pamela sentada en aquel banco, supe que podría librarme del sufrimiento. O al menos, evitarlo un rato más.

Cuando llegamos a la altura de mi nueva amiga, yo la saludé como si nos conociéramos desde hacía años. Lo cual hizo que Pamela me sonriera y devolviera el saludo con el mismo entusiasmo. Pensándolo bien, Rebecca no tenía ningún amigo en esta ciudad pero yo sí. Eso me hacía sentir extrañamente satisfecha. Por una vez, era ella la que estaba sola.

―¿Esa cría es amiga tuya? ―me preguntó mi hermana en voz baja en cuanto acabó de observar tan extraño espectáculo de amistad. Parecía tan interesada por mis relaciones sociales que había olvidado su venganza por completo.

―Sí, es la hija de los Hocke ¿sabes? ―respondí en el mismo tono de voz.

―No me importa ―optó por una actitud desafiante otra vez y añadió―. Parece tonta, deberías escoger mejor a tus amistades.

―¿Y tú qué sabes? Ni siquiera la conoces.

Rebecca se encogió de hombros quitándole importancia al asunto. No le dije que esa era exactamente la misma impresión que causó en mí Pamela. No quería darle esa satisfacción.

Poco después llegó el autobús. Aparcó justo en el lugar propicio y abrió sus puertas para que pudiéramos subir. Rebecca fue la primera. Un intento para tratar de esquivarme ya que en el instituto siempre procuraba mantenerse alejada de mí. Un día me había explicado que era porque yo no era popular y ella sí. Por lo que no podía permitirse que sus amigas la vieran conmigo. Inverosímil ¿verdad? Sobre todo teniendo en cuenta que vivíamos en la misma casa. Pero las apariencias ante todo, o eso dice mi hermana.

Yo subí al vehículo detrás de ella y pegada a mis talones, Pamela Hocke en persona.

Vi como Rebecca se sentaba casi al fondo, con los que debían ser los mayores del instituto. Yo, como correspondía a mi edad y mi personalidad, me senté en un lugar intermedio. Y Pamela, como ya tenía asumido que éramos amigas, se sentó a mi lado. No es que me encantara su compañía pero en una situación así debía aferrarme a lo que pudiera y cuando el autocar puso al fin rumbo a mi nueva cárcel particular, creí que era un buen momento para retomar la conversación con mi compañera de asiento.

―Tienes que disculpar a mi hermana, a veces es un poco brusca ―le dije intentando caldear el ambiente.

―¿Es tu hermana? ―preguntó aquello como si no acabara de creérselo, miró atrás un segundo para volver a verla, cuando lo hubo hecho añadió―. ¡Pero si es muy guay! No tienes que disculparte.

Nunca pensé que las palabras "Rebecca" y "guay" pudieran coexistir en la misma frase. Pero lo dejé pasar. Si a ella le hacía ilusión pensar eso...

―Seguro que no le costará nada integrarse con las populares ―seguía hablando fascinada, lo cual empezaba a molestarme―. ¿Y tú? ¿No vas a ir con ella?

―¿Yo? ―Podría decirle que mi hermana me lo tenía estrictamente prohibido pero no tenía por qué saberlo―. Prefiero estar sola, o en mi propio grupo de amigos.

No mentí del todo. En verdad me gustaba estar sola y lo prefería antes que seguir a Rebecca como un perro faldero todo el día.

―¿Ah sí? Pues nadie lo diría ―dijo Pamela sorprendida.

¿Qué estaba pensando en realidad?

―Bueno, hoy es mi primer día, así que no conozco el instituto ―Intentaba zanjar de una vez el tema de mi hermana.

―¡Oh! ¡Yo te enseñaré todo! ¿Puedo? ―sentí sus ojos expectantes clavados en los míos. Qué pesadez. ¿Y a qué venía tanto interés en mí de repente?

―Claro que puedes ―No es que me hiciera mucha ilusión tenerla de guía pero al menos me serviría como brújula en medio de un laberinto de aulas.

El resto del trayecto se lo pasó hablando. Me describió nuestro instituto desde el suelo al techo. Me habló de la bazofia de comida que servían al mediodía y también de cuáles eran los baños que no se podían usar por estar averiados o porque era donde se escondían los del periódico escolar para espiar a la gente. Yo apoyé mi espalda en el respaldo de mi asiento y escuché toda esa verborrea en silencio y sin perder detalle. Empezaba a notar como los párpados me pesaban cuando llegamos a nuestro destino.

Me bajé del autobús como los demás, yo siempre seguida por Pamela. El instituto me pareció más pequeño de lo que percibí el primer y único día que pasé por allí. Un día no había sido suficiente para adaptarme. El edificio tenía casi el mismo tamaño que el de Salem. Y aun así, estaba nerviosa. No tenía ni idea de adónde tenía que ir o qué hacer. Lo único que sabía era que estaba en la misma clase que mi "nueva amiga".

―Vamos, te enseñaré nuestra clase ―me dijo Pamela sonriendo.

De camino a la entrada de mi supuesto museo del saber, me fijé en todos los alumnos que me rodeaban. No tenían nada de especial, de hecho ni siquiera me miraban al pasar. Nadie se había dado cuenta de que era nueva allí, lo cual me agradaba ya que siempre he preferido pasar desapercibida entre la multitud. Todo lo contrario que mi hermana, quien hacía rato que se había esfumado de mi vista y seguramente ya estaría buscando un hueco entre los populares.

La única persona que me llamó la atención fue un chico que también se disponía a entrar en el edificio. No había ido con nosotros en el autobús. Él tenía su propio vehículo particular: iba en silla de ruedas. Me preguntaba qué le habría pasado.

―Ese es Oliver Sanders, está en nuestra clase ―Pamela se había fijado en quién estaba mirando.

―¿Qué...?

―Un accidente de tráfico, creo. No le gusta hablar de ello.

Pamela se puso seria para contarme aquello pero enseguida la sonrisa volvió a su rostro y ambas entramos al edificio. Siempre con el pensamiento de que estaba preparada para todo, o casi.

El instituto por dentro se asemejaba una ciudad futurista. El suelo era de un color gris brillante que parecía como si acabasen de encerarlo. La gente, al igual que en el exterior, iba y venía por las docenas de pasillos que componían el edificio sin percatarse de mi presencia. Casi como robots cuya única razón de ser es realizar las tareas para las que fueron configurados, y en este caso, únicamente para asistir a sus respectivas clases.

Pamela me condujo a través del laberinto de pasillos hasta nuestra aula. En cuanto cruzamos el umbral de la puerta, un par de chicas se apresuraron a saludar a mi guía y literalmente, me la robaron.

Me quedé allí de pie, viendo a mis nuevos compañeros hablando y riéndose. No creo que me hubieran visto. Así que busqué un sitio libre para sentarme. Lo encontré, el único pupitre vacío se encontraba en la última fila, junto a una ventana. Apenas me había dado tiempo a sentarme cuando alguien me saludó.

―Hola ―dijo un chico que se sentaba a mi lado―. Tú eres la nueva, ¿verdad?

No sabía si felicitarle por su brillante deducción o presentarme sin ir más lejos. Opté por lo segundo ya que mi sarcasmo no era una buena manera de darse a conocer a la gente, al menos el primer día.

―Sí, me llamo Tracy Mayson. Acabo de mudarme con mi familia a esta ciudad.

―Ah, así que eres la que vive en esa mansión horrible... ―¿De qué conocía mi casa?―. Bueno, me presento, soy Ryan Damon.

―¿Y qué le pasa a la mansión Rosink Hall? ―Quizá hubiese sido mejor que me ahorrase la pregunta. Pero cuando la curiosidad me puede, no hay quien me pare.

―Nada, nada. Olvídalo. Tan solo es que yo no viviría en una casa donde alguien fue asesinado.

―¿Asesinado? ―repetí aquella palabra con una sensación de desasosiego.

De repente se hizo el silencio más absoluto. Una profesora acababa de entrar en la estancia y veinte pares de ojos se clavaron en ella. Era el momento de empezar la clase.

Pero yo no podía dejar de pensar en aquella palabra que se repetía en mi mente una y otra vez como si no fuese capaz de asimilarlo. Asesinado. ¿A quién se refería? Ni siquiera sabía si aquello que Ryan me había contado era cierto. Si se hubiese cometido un crimen en Rosink Hall, ¿no deberían habérmelo contado antes? Estaba segura de que no había sido un suceso reciente ya que la casa estuvo deshabitada hasta que llegamos nosotros y dada la eficacia de los medios de comunicación actuales, si hubiera pasado algo fuera de lo común aquí, lo hubiera sabido de inmediato. Por otro lado empecé a entender por qué la llamaban "casa encantada" y también se me ocurrió pensar que el auténtico motivo de tanta amabilidad por parte de los vecinos era a causa de aquel supuesto incidente. Aunque esto último era solo una conjetura.

El sonido estridente del timbre me apartó de mi mundo interior. Me había pasado la mayor parte del tiempo perdida en mis pensamientos sin ver ni oír nada de lo que ocurría alrededor.

Salí al recreo con una sensación de cansancio. El aire fresco me sentó de maravilla y enseguida me repuse lo suficiente como para ir con Pamela a conocer a sus amigas. Por alguna razón me resultaba raro que las tuviera. Otra conjetura, supongo.

―¡Tracey! Has sido muy oportuna al llegar ahora ―me saludó a su manera con su habitual sonrisa. Aunque era allí donde tenía que estar, con o sin intención. ¿No eran los treinta minutos de recreo?―. Quiero presentarte a mis amigas.

Se llamaban Janet Wright y Sally Marshall. Y eran amigas desde la guardería. Parecían unas copias de Pamela en cuanto a la forma de vestir así que entendí por qué se llevaban tan bien. Todas llevaban ropa de marca, las típicas niñas pijas vamos. Conmigo allí debíamos parecer un grupo muy extraño ya que yo nunca me fijaba en las etiquetas cuando iba de compras. A pesar de que Rebecca intentó enseñarme todo sobre moda, yo siempre preferí mis viejos vaqueros desgastados. Y al final, ella acabó dándome por un caso perdido.

―Vamos a sentarnos en las escaleras ―propuso Janet.

Había unas escaleras en un rincón. Solo constaban de cinco escalones, y en lo alto había una puerta cerrada con llave. Supuse que sería el almacén de mantenimiento. Al lado de las escaleras estaba el chico en silla de ruedas que había visto cuando llegué. Se encontraba leyendo un libro. Estaba tan absorto que cuando llegamos no alzó la vista. Pero sabía que estábamos allí.

―Oliver, ¿por qué no te vas a dar una vuelta? ―le preguntó Sally.

El chico cerró el libro, levantó la vista para mirarnos y tras un silencioso "Me iré", se fue de allí. Me dio pena, aunque viendo su cara nunca diría que a él le importara mucho el irse de una manera tan repentina. No pensé más en ello e intenté concentrarme en la insustancial conversación que habían empezado mis nuevas amigas. Ropa, tiendas, novios... Unos grandes temas que me hacían desear haberme ido con el tal Oliver. ¿A quién le importaba? Solo a ellas.

Empezaba a aburrirme seriamente pero no podía decirles que no me interesaba nada de lo que estaban diciendo. Ni tampoco decirles que hacía rato que ya no las escuchaba. Lo intenté pero mis ojos se negaban a hacer caso a mi cerebro y empezaron a recorrer el patio discretamente. ¿Qué buscaba? No, la pregunta correcta sería a quién. El chico de la silla de ruedas se había adueñado del extremo opuesto del patio. Como en cualquier instituto normal, las chicas se reunían en pequeños grupos que se repartían por toda la zona. Los chicos hacían lo mismo aunque la mayoría se había reunido al fondo del recreo para jugar un partido amistoso de futbol.

Recorrí con la mirada cada rincón y cada cara. Y por mi mente cruzó una sola pregunta: ¿Dónde estaría Ryan? No lo veía desde que sonó el timbre y salimos del aula. Todos los demás chicos de mi clase estaban allí excepto él. Aunque apenas le acababa de conocer me hubiera gustado terminar la conversación que dejamos a medias.

―¿En qué piensas? ―inquirió Pamela. Nunca se me pasó por la cabeza que pudiera darse cuenta de que no las estaba atendiendo.

―Oh, en nada ―mentí, pero después se me ocurrió que podría volver a sacar información utilizando un truco sucio―. ¿Os habéis fijado alguna vez cuánta gente hay en este recreo a estas horas? Hoy sin ir más lejos.

―¿Por qué quieres saber eso?

―Es por una apuesta que le hice a mi hermana. Aposté veinte dólares a que aquí asistía todo el mundo al recreo y que nadie se quedaba en clase ni nada por el estilo a estas horas.

Era una mentira improvisada sobre la marcha. Ante todo no quería que mis amigas sospecharan cual era la pregunta que quería hacer realmente. Y quizá así pudiera conseguir una respuesta más asequible.

―Pues has perdido ―dijo Sally mirando a su alrededor―. En estos momentos faltan dos personas aquí.

―¿Quiénes?

―Ryan y ese idiota al que acompaña a todas partes como si fuese su guardaespaldas ―respondió Janet.

Me parecía impresionante cómo se turnaban las chicas para hablar cada una lo que le correspondía con una precisión que me dejaba atónita. ¿Qué fue lo último que dijeron? ¿"Ese idiota"?

―Suelen ausentarse en los recreos, no es nada raro ―apuntó Pamela―. ¿Ryan no se sienta a tu lado en clase? Yo de ti no le haría mucho caso. Es un mentiroso.

―¿Ah, sí?

―Sí, y su amigo, el idiota lo es también. Por eso siempre están solos.

Aquellos datos no me los esperaba. Todo eso del asesinato, ¿era mentira? Antes de que pudiera pensar más en ello, el timbre volvió a cortar el flujo de mis pensamientos.

            
            

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