Desalmada
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Capítulo 4 IV

En aquel recóndito y peligroso lugar de Suramérica. Harry enfrentó las más duras pruebas de su existencia. La sangre fría corría por sus venas como una fuerza imparable. Para sacarlo del laberinto y llevarlo a un sitio seguro.

Encontró el amor y la paz al ser amado por aquella frágil mujer. A la que hizo protagonizar tantas cosas indecentes. Hasta que sucedió lo inesperado.

Se salvó por puro instinto en el momento más apacible de su historia. Su dicha duró el tiempo que pudo permanecer oculto su accionar. Pasó la raya durante muchos años en un pueblo que fue testigo silencioso de su mal proceder.

El día que conoció la furia que albergaba en su corazón, se desconoció. Se transformó en una fiera salvaje, dispuesto a todo para defender su vida. No podía morir, aunque le importara poco. Lo que en verdad quería era volver a sentir, una y otra vez, los incontables placeres que su indecencia le producía. Le costó mucho entrenar a Rosa. Ahora era suya y no era la muerte quien le privaría de saciarse una y otra vez.

Mientras escapaba. Expuesto a la inclemencia y a los peligros del Amazonas, ocurrió una oportuna coincidencia. Al salir de su escondite vio un Jaguar observándolo desde el otro extremo del río. Se miraron por segundos, hasta que un ruido procedente de las matas lo espantó. El animal desapareció entre el verdor del follaje y los cazadores que casi se toparon con él.

-¡Oye! ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

-Hola, ¡estoy perdido! -exclamó, con desconfianza. Es todo lo que puedo decirte, amigo -agregó.

-Ven con nosotros.

-¡Ayúdenme, se los suplico! -dijo fingiendo ser alguien más.

-Vamos detrás del Jaguar, ¿lo has visto por acá?

-Sí, se marchó entre los árboles hace mucho rato -afirmó. El animal le había salvado y le regresó el favor mintiendo para que pudiera escapar.

-¿Quieres venir con nosotros o no? No es bueno que estés solo.

-Claro, es mejor que quedarme, ¿dónde viven?

-Tenemos un campamento a unas horas de aquí.

Harry se deshizo de todo lo que pudiera identificarle. Su corbata y la chaqueta blanca. Se quedó con una franela gris que llevaba debajo de la camisa y tiró esta a un lado. No podía darse el lujo de ser identificado. Escondió todo y los siguió.

-No es posible que lo hayamos perdido. Acaba de matar a un niño, debemos darle alcance a la bestia.

-Esos gatos son mañosos. Va a ser difícil cazarlo porque está justo en su territorio -comentó el cazador.

Hablaban entre ellos mientras Harry guardaba silencio. La providencia le había mandado esta salida y debía aprovechar la oportunidad. No tenía otra opción para escapar que unirse al grupo. Sin levantar sospechas.

Entretanto, en el pueblo la gente comentaba lo ocurrido. Si solo hubiesen imaginado de lo que sería capaz ese hombre. Lo peor era que salió a la luz, una pequeña parte. La historia completa tenía alrededor de 8 años. Nunca se supo lo que en verdad sucedió. Algunos comentaban que habían sido poseídos por el mismísimo demonio. La mayoría decía, con miedo, que todo era a causa de aquella entidad oscura. Coincidían en que tuvo que ser obra de la Pomba Gira porque Rosa era una mujer de su casa.

Historias distintas se escuchaban entre los pobladores, la noticia se corrió y hasta quienes no les conocían lo comentaban. El suceso fue una vergüenza para la comunidad. Rosa fue recluida en una habitación. Su marido no quiso ni voltear a verla más. Sus muchachos se sentían avergonzados y ella entró en una severa depresión.

Rosa tuvo dos hijos varones, Jorge y Fabio, producto de su matrimonio con el viejo Joaquín. Él era un señor mayor y le prestaba poca atención, pasaba el día fuera.

La vida de ella estaba rodeada de escasez, como la de la mayoría. Tenía lo básico para vivir. Así que, cuando él llegó al pueblo, comenzó a trabajar en su casa haciendo los oficios.

No había dudas del destino que sufrió aquel desdichado. Cada vez que pasaban por la colina, se persignaban. Se corrió el rumor que lo mataron de diez disparos. Otros afirmaban que había muerto colgado de un árbol, en medio de la selva. Dejando su cuerpo allí para ser comida de animales salvajes.

Los que no les conocían también tenían su versión de los hechos y de un trágico final. Aunque no sabían ni como era, afirmaban recordarle de los trabajos. La comunidad contaba con 500 habitantes, era imposible que todos le conocieran.

El tiempo pasó. Había estado lejos, unos dos años. Las cosas estaban en calma y poco se comentaba de lo sucedido. Rosa ya comenzaba a salir de casa, pero aún no se atrevía a presentarse en la iglesia. Se alejaba de la gente, iba al río a lavar sola. Aislada del resto de las mujeres, por órdenes de su marido. Vivía con una pena profunda en el alma. Estaba muerta en vida.

Confiada, caminaba hacia el río. Cuando vio, aquella mañana, a un anciano que se cruzó en el estrecho sendero de tierra. Tenía un sombrero gris, ancho y medio doblado y una larga camisa beige, como dos tallas más grandes. Un pantalón jean y una bolsa de tela que colgaba de un lado de su desgarbada figura. Pensó que sería un mendigo o algún desdichado que pasaba por allí.

-¡Buenos días! - dijo Rosa, entre dientes, sin detenerse. No deseaba entablar una conversación. Hace mucho que no hablaba con nadie.

El sol brillante la cegaba y no pudo verle el rostro a aquel hombre. Siguió su camino, sin darle la menor importancia. Lo menos que deseaba era ver a alguien.

El anciano la miró desde debajo del ala de su sombrero que le cubría parte de la cara. Y arrugando el rostro silbó con la boca de medio lado. Agarrando la prenda con su mano derecha.

-¿Qué le sucede, señora? -preguntó el viejo ¿No es un buen día para usted?

-¡No lo es! No deseo hablar -dijo alejándose-. Tengo mucho trabajo por hacer, no moleste por favor.

-Desde luego, es lo normal en estos tiempos. Si cambia de idea me avisa, estaré por aquí ¡No hay por qué apurarse!, porque lento o rápido la vida igual acaba.

El viejo se sentó en una piedra al lado del río a disfrutar del paisaje. Rosa siguió unos metros adelante procurando estar distante de él. Entró al agua hasta la cintura y empezó a lavar la ropa.

Se fue aproximando, escondido detrás de las grandes rocas. En un descuido, se sumergió en el río como un caimán. Y nadando debajo del agua, metió su cara entre sus piernas abiertas. Asomaba lo necesario a la superficie para respirar y volvía sumergirse.

            
            

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