Desalmada
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Capítulo 5 V

La alegría se apoderó del pueblo. Las mujeres y los niños muy bien arreglados andaban de un lado a otro con flores en el cabello y ramilletes en las manos. El perfume variado y sutil de los capullos daba un aire festivo a la soleada mañana.

Ensayaban sin la solemnidad de un trabajo. Sin uniforme, en ropa casual. Podían verse con amigos, conversar y luego cantar al creador.

Las decoradoras atareadas comenzaban los preparativos del festival. Colocaron flores exóticas en el centro del salón y mucho verde por doquier. Hojas de palma y de helechos le daban un toque salvaje y de movimiento al templo de la nueva era.

-¡Bienvenidas! -dijo una de ellas-. Les notifico que ya han confirmado los grupos de España y Holanda, así que pongan de su parte que estamos felices.

En medio de la armonía aparente, las rencillas se imponían. El clima de competencia imperaba. Las favoritas se ocupaban de la mesa en forma de estrella de seis puntas. Apilaban los cuadernos, velas y las maracas. Buscando destacar y obtener el privilegio de viajar.

Al hacer entrada las damas más antiguas se produjo un gran silencio e inició el ensayo. La cantora principal entonó la primera estrofa y las demás la siguieron. En un solo coro de voces cantaban los himnos numerados en cada uno de los cuadernos.

Se veía el paso constante de mujeres a través de la impresionante puerta tallada. La conducta de todas era observada. Las chicas coquetas y alborotadas se reprendían con solo un gesto. Las más ambiciosas, aspiraban casarse con un extranjero y mudar de vida. No perdían oportunidad de verlos y tratar de conquistarlos con ingenio.

Como en todo pueblo, cualquier cosa podía pasar. La comunidad no era diferente al resto del mundo. Lo que procuraban era que se solucionaran los problemas en silencio. Los correctivos se aplicaban de inmediato. Debían ser un ejemplo de convivencia, los errores les costarían caro. Los ojos del mundo estaban sobre ellos.

Su conducta debía ser coherente con el camino de Dios y los seres divinos. Los postulados de armonía, amor, verdad, justicia y la paz.

El asentamiento se extendió por más de veinte años. En este tiempo no todos profesaban la misma fe. Muchos se cansaron de la estricta vida, llena de reglas. Sin embargo, seguían ocupando las tierras.

Rosa creció entre creyentes. Estaba rodeada de ojos indiscretos y era probable que su mente no consiguiera soportar la culpa, la humillación y el desprecio de su gente.

Mientras tanto, el regreso de Harry permanecía en secreto. Nadie debía saberlo. Estaba obligada a ahogar en el silencio la felicidad que sentía.

-¡Volví! Sí, lo hice por ella -gritaba montaña arriba.

»Sé que pronto la veré ¡Pecadores somos todos! Solo que la mayoría miente muy bien -exclamó riendo de felicidad.

Necesitaba ayuda, alguien con quien contar. Cada vez crecía el número de personas que se alejaban del fanatismo y elegían una vida normal. Debía encontrar quien tuviera razones para apoyarle, sin juzgarle.

En pleno festival la atención estaría puesta en los turistas, quienes dejan grandes cantidades de dinero. Ganan con el alquiler de habitaciones, venta de uniformes, maracas, fotos y souvenir espiritual. La comunidad resulta tan interesante que acoge fieles del mundo entero, era el momento de acercarse y pasar desapercibido.

Un hombre delgado le buscó conversación.

-En estos parajes vive gente sencilla y tranquila. No estamos acostumbrados a esos fanáticos ¡Se creen muy cerca de Dios! No me explico por qué tanta gente los sigue -dijo João, el contorsionista.

Harry se acercó, quiso escuchar su testimonio. Cuando admitió haber sido expulsado de la comunidad.

Si así actúan, con quién les sirvió durante años, ¿qué se puede esperar que hagan con los otros? -pensó.

Se sentía a gusto en ese sector. Iba por buen camino, en las áreas foráneas era probable escuchar estos reproches de la gente. A fin de cuentas, todos, de alguna u otra manera, fueron seguidores del Padrino. Y le habían dejado. Lo cual debió ser muy conveniente para él, ya que al multiplicarse los pobladores hubiese sido difícil darles trabajo a todos.

-Ganan dinero y se mantienen. No es solo fe, es su medio de vida -reprochó João.

Harry apartó su cabello de la cara, con un suave movimiento de dedos. Este gesto le caracterizaba desde niño. Los finos mechones siempre estaban sobre su rostro. Aunque lo cortara con frecuencia.

En esta etapa de su vida lo llevaba muy largo y más rubio, debido a los reflejos que le ocasionaba el ardiente sol. Un nuevo estilo. Con barba y bigote, buscaba cambiar su apariencia. No podían reconocerlo.

Metiendo el índice detrás de su oreja, acomodó de nuevo uno de los mechones. Y se quedó observando un grupo de mujeres que conversaban muy molestas.

Luego sacó el radio y fingió comunicarse con alguien mientras se concentró en escuchar lo que hablaban. No le fue difícil, porque casi gritaban. Se veían decepcionados y molestas por la traición a una de ellas.

Se trataba de una de las cantoras más antiguas, Doña Remigia. Quien trabajó desde joven entrenando a otras generaciones. Revisó y corrigió cientos de cuadernillos de himnos y fue seguidora del mismo fundador del pueblo por más de treinta años. Quien le asignó una casita de madera, como todas las demás, pero bien ubicada.

A su edad, ya vieja, la habían desalojado, sin piedad. Para asignar su casa a uno de los descendientes directos del jefe.

-¿Es así como me pagan? -decía, molesta.

Permaneció apoyado fingiendo tomar nota en un viejo cuaderno, con un gastado lápiz de grafito.

La gente dice lo que no debe y esa señora, muy conocida en las iglesias, va a contar lo que sabe. Solo para desahogarse.

La turbulencia le favorecía. Las personas tomaban partido a favor o en contra. Resultó ser el escándalo del momento.

Siguió observando, sin decir nada, hasta que una de ellas notó su presencia. Se sintió bastante incómodo y procuró disimular.

-¡Buenos días! -dijo la más joven, sonriendo-. ¡No queremos curiosos por aquí! ¿De dónde eres? -añadió.

-¿¡Para descargarme empleas los buenos días!? -Comentó, Harry, con una seductora sonrisa-. No es amable de tu parte. ¿Qué manera es esa de darme la bienvenida? -dijo, satisfecho.

»Quieres decir que tampoco merezco estar aquí. Creo que de eso hablabas. De deshacerse de la gente.

-¡De ningún modo, caballero! -Negó, con énfasis-. Dime, ¿eres...?

-¡Sí, la gentileza me va mejor, yo soy Herbert, a sus órdenes! -afirmó, mintiendo con gracia.

Él no sabe ni de dónde sacó ese nombre. Fue el primero que se le ocurrió ante la sorpresiva pregunta de la chica.

-Soy Mariana, encantada de conocerte.

-¡El placer es mío!, hermosa señorita.

-¿Estás de visita? No te vi antes por acá.

-He venido a quedarme un tiempo indefinido.

Los dos se hablaban con la mirada. Se gustaron y entre risas nerviosas siguieron charlando. En una vieja forma de cortejo que consideró olvidada.

-Me llama mucho la atención este lugar y quiero saber más, solo eso. Cada comentario que escucho me hace dudar ¿No practican lo que pregonan? -cuestionó Harry.

-Somos humanos buscando la salvación, querido. Llenos de errores y dispuestos a mejorar ¿Te sumas? ¿Deseas intentarlo?

-Así es siempre. En todas las religiones, ¡me quedo, me has convencido!

-¡Vamos!, hay reglas. Nos exigen conductas que rozan la perfección. Algo que ni el mismo líder puede lograr. Es el juego del poder, basado en la credulidad y en la necesidad de aceptación.

»¡La promesa de la salvación y de la vida eterna! Ja, ja ¡La lucha entre el bien y el mal!

-¡La batalla que nunca acabará! -exclamó él, asintiendo con la cabeza y mirándola fijamente a los ojos.

Atracción sin duda fue lo que se dio entre ellos desde el primer momento. La misma felicidad que experimentaba le convertía en un hombre más atractivo.

            
            

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