Desalmada
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Capítulo 6 VI

Joaquín se alistaba para ir a la iglesia, sus hijos esperaban por él. Siempre pendientes de su padre, aunque ya tuvieran sus propias familias.

-¿Quién va a creer que Harry continua en la región? Solo un loco volvería -comentó, incrédulo, el esposo de Rosa.

Le había llegado una información no confirmada. Alguien dijo ver a un tipo parecido a tres kilómetros de allí. Ese traidor debe estar muerto hace mucho, ¿quién sobrevive a la selva? Ellos no lo asesinaron, como pensaba la gente. Le dieron un buen susto y lo siguieron hasta muy lejos de los límites de la reserva.

-¡Rosa, Rosa! ¡Será posible que mi ropa no esté lista! ¿No sabes que voy a la iglesia? ¡Desvergonzada! ¿Quieres que se den cuenta de que ni para planchar me sirves? ¡Debiste huir! Así ya estarías en el infierno junto con tu amante.

Los gritos de Joaquín retumbaban en la pequeña casa. Otro día en que Rosa aguantaba en silencio la descarga de su marido. Mientras miraba sin parpadear la naturaleza que la rodeaba.

-¡Te dejó! Ja, ja, ja. No era tan valiente como para dar la cara por ti.

Su risa chocante penetraba en su mente y le producía una mala sensación. No quería sentir odio por él y contra ese deseo, percibió como ese veneno recorría sus venas. Lo despreciaba y él lo sabía, por eso hacía todo para provocarla.

Sintió alivio cuando se fue a misa con sus hijos, dejándola en casa. Ella no se atrevía a presentarse en público.

Moría de ganas de ver a su amado. Nunca creyó la noticia de su muerte. Por más que se lo afirmaron. Y ahora debía permanecer callada, aunque su corazón latiera más fuerte que nunca por las ganas de verlo.

Aprovechó la ausencia de ellos para ir a la selva. Conseguiría algo que le devolvería la paz ¡No aguantaba más la vida que llevaba!

Su madre era curandera. Conocedora de la medicina natural, legado que dejó a su hija, a quien había enseñado desde niña. A manera de juego la entrenó para distinguir cuando y qué elementos combinar de acuerdo al fin perseguido.

En aquella época las mujeres sabias eran temidas. Las consideraban capaces de lo peor. De arruinar una vida y de provocar la muerte

-¿Acaso sería esa la manera de vengarse? De salir de una vez por todas de esa tortura de matrimonio ¿Asesinarlo? -se preguntó.

Ideas malignas le vinieron a la mente. Disfrutó al imaginar a su esposo en el suelo retorcido de dolor. Le odiaba con todas sus fuerzas. Si solo estuviera segura de que Harry la apoyaría, sería más fácil. Pero no se atrevía siquiera a mencionar su nombre en casa.

Se puso las cholas, que dejó al borde de la escalera, y salió, atravesando la selva.

Apoyada en una larga vara. Andaba ligero, sus pies se hundían en la alfombra de hojas que dejaba atrás. Se fue alejando cada vez más. Llevaba un bolso y, dentro, un saco de tela.

Se dirigía a la zona menos transitada en busca de algunas raíces, insectos, arácnidos y de una cobra venenosa. Caminó largas horas en medio de los árboles y troncos. Se metió entre unas ramas y logró engarzar una con el palo.

-¡Eres enorme! -comentó, impresionada. A la vez que la colocaba en el fondo del saco.

»¡San Miguel Arcángel!, te pido que todo salga bien.

La surucucú se aquietó y dejó de resistirse. Como si comprendiera lo que sucedía.

-No quiero perturbarte. Te pido perdón, pero no tengo salida - le dijo en tono dulce al animal-. ¿¡No voy a ser desdichada, el resto de mi vida!? -afirmó algo dudosa, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

Lo más difícil lo tenía, solo bastaba recoger raíces.

Caminaba hablando en voz alta, ¡Dios concédeme la fuerza y paciencia que hagan falta para llevar a cabo mi venganza! -imploró.

Al llegar a casa, preparó la mezcla. La puso en un lugar seguro. La cobra quedó en el saco, escondida debajo de la ropa sucia.

Esperó, hasta las cuatro de la mañana. Ya su marido estaría por volver. Su mayor arma contra él es que conocía cada uno de sus pasos. Siempre llegaba a casa, se quitaba las cholas en la escalera y se rendía en la hamaca colgada en el porche de la vivienda. A veces, protestaba, porque la encontraba descolgada. Todo le molestaba, era tan predecible.

Rosa ocultó la cobra dentro de la hamaca, en el piso. Cuando él llegara debía cogerla y el animalito saltaría sobre él, una y otra vez. Inyectando su poderoso veneno.

¡Un accidente, suele pasar!, estamos en la selva -se decía, para darse ánimos.

Se recostó en el sillón con paciencia y esperanza.

A pocos kilómetros de allí, Mariana recibía a Harry. Le había alquilado una habitación en su casa. Necesitaba el dinero y lo quería tener cerca.

En cambio, para él era parte de su estrategia. Mezclarse entre los pobladores y acercarse cada vez más a Rosa.

Se dio un buen baño. Y se disfrazó de anciano de nuevo. Aquella vez, ella no consiguió reconocerlo. Recordó con gracia.

Salió de casa, camino a su encuentro. Su esposo estaría en la iglesia y él podría pasar un rato con ella.

Ya caía la noche, así que llevó su linterna. Tenía tiempo suficiente. El cura terminaría poco antes del amanecer.

Se fue entre las matas, no quería toparse con nadie ¡Le daría a Rosa una gran sorpresa!

El cielo estaba en tinieblas, era una noche sin luna.

Pasando detrás de la iglesia. Escuchó parte del discurso:

«... Hay por acá seres oscuros, buscando la prostitución de la carne. Muchos no se corrigen. Y no podemos cargar con sus errores.

Hermanos, deben luchar contra el correo de las malas noticias y la desunión. Es hora de revisar y recordar lo que la biblia dice. Los viciados no pueden entrar en el reino de los cielos.

Estamos en la nueva era, en el nuevo tiempo. El momento del divino Espíritu Santo...»

Harry escuchó el mandato: «Fuera de forma» y apuró el paso. Empezaba el receso, justo a mitad de misa.

Se movía en silencio y despacio, para no ser descubierto. Recién, cuando estuvo distante, pudo encender la luz de su linterna y apurar el paso.

A lo lejos, Rosa observaba la luz que se dirigía a su casa.

-No viene por el sendero. Si no, entre los árboles. Debe estar vigilándome. Cree que no le vi -dijo ella con rabia, pensando que era su esposo.

Imaginó que trataba de sorprenderla en algo malo. Así, que se distrajo en la cocina. Ordenando un poco y preparando un té.

Sintió sus pasos en la escalera. Y se negó a voltear, continuó ocupada sin prestarle atención.

La hamaca se encontraba en el piso, muy cerca. Tenía que verla...

En ese momento, se encomendó a San Miguel Arcángel.

El plan estaba resultando. Se libraría de él mucho antes de lo previsto.

Escuchó que la llamaba y se sintió atemorizada. No podía fallar.

-¡Rosa, soy yo! -dijo Harry.

Su voz retumbó en sus entrañas y de un solo impulso corrió hacia la entrada lo más rápido que pudo. Mientras gritaba:

-¡Cuidado!, no la toques.

Fueron instantes de angustia desmedida, tenía que salvarlo.

Su mirada estaba enfocada en la trampa que había dejado para su cruel esposo.

¡El terror se apoderó de ella!

                         

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