Con la llegada de los 14 años a la vida de Catalina comenzaron a manifestarse, en aquel pequeño cuerpo, ya no tan delgado y escueto, algunas evidencias que daban a entender que sus senos comenzaban a aflorar, aunque de sus caderas no había rastro alguno. Comenzó a sentirse algo incómoda porque cada día sus senos se hacían un poquito más grandes.
Eduardo, su hermano, quien durante toda su vida había sido su compañero de juegos y travesuras, también mostraba rastros de la llegada de la pubertad; el era un año menor que ella y en su rostro ya se dibujaba, a punta de vellos, los esbozos de un suave y varonil bigote que lo hacía lucir genial; su voz variaba constantemente de grave a aguda y cada cuando esto sucedía Catalina soltaba una carcajada burlona exclamando: ¡Otra vez se te fue el gallo!. Esta era una expresión muy usada en jóvenes de su edad cuando entraban en la etapa del desarrollo.
_ Ya no parecen limones, ya lucen como naranjas_ le decía Eduardo al referirse a los senos de Catalina. A ella parecía no importarle, aunque siempre tenía alguna respuesta para dar.
_ Y tu, ¡pareces ratón con bigotes!, replicaba ella riéndose de su hermano. Eran los mejores amigos y hermanos que alguien hubiera podido conocer. Aún con sus, ya no tan pequeños, senos Catalina seguía siendo parte importante del grupo de chicos que, cada tarde después de hacer las tareas, se reunían bajo la enramada mata de mango a jugar cualquier juego que para el momento se les ocurriera. Así transcurrieron los meses y con ellos el surgimiento de las anheladas caderas de Catalina; no eran voluptuosas pero a ella le agradaban y eso era lo importante. Tal vez los juegos de chicos: el fútbol, el trompo, la honda o las infinitas carreras jugando a policías y ladrones desarrollaron en Catalina un físico muy definido, delgada pero atlética y aunque aunque no había tenido su primera menstruación lucía como toda una mujercita.
Su madre continuaba con su acostumbrada cantaleta sobre el desarrollo y el hecho de ser mujer; esto le molestaba mucho pero se lo callaba por respeto y miedo a su madre; ya en más de una ocasión le había dado su tunda por respondona y Catalina, casi a punto de cumplir 15 años, no estaba dispuesta a recibir otra paliza más en su vida.
Todos anhelaban el día de los 15 años de Catalina, deseaban verla con un vestido y sus pequeños tacones, algo de maquillaje y un hermoso peinado en ese lindo cabello castaño, ondulado, que llegaba casi a su cintura. Ella deseaba cortarlo justo sobre sus hombros, pero su padre nunca lo aprobó y su madre mucho menos; así que usaba un moño que tejía muy desordenadamente y una gorra que la hacía lucir algo masculina. Odiaba tener que usar un vestido para la fiesta de sus 15 años y ni pensar en zapatillas; ella preferiría un jeans desgastado y su par de botas que nunca dejaba.
Con un sencillo pero lindo vestido color rosa se encontraba, en la sala de su casa, parada delante de familiares y amigos que veían con asombro como el patito feo se transformaba en un hermoso cisne. _ ¿Bailamos renacuaja? _ preguntó su hermano mientras la tomaba de la mano para bailar con ella un vals que tocaba su padre con un viejo violín que tenía. Ella y su hermano habían aprendido juntos a bailar, siempre que en la radio sonaba alguna música de salsa o merengue ellos se tomaban de las manos e improvisaban pasos, se movían con ritmo y muy bien acompasados. Mientras bailaba con su hermano tuvo una sensación que nunca antes había experimentado; sentía como que algo fluía de su interior y salía de su cuerpo justo de entre sus piernas.
_¡Caray, la regla! _ pensó en voz alta mientras soltaba a su hermano y llevaba sus manos a s
u cabeza.
_¿Qué regla?, ¿de qué hablas?- contestó Eduardo con cara de desconcierto.
Todos estaban atentos a su baile, ella sentía que debía huir del lugar pero no sabía cómo hacerlo de una manera discreta, necesitaba ir al baño pero no quería que los demás supieran el motivo y halando a Eduardo hacia su cuerpo le dijo bajito al oido:
_necesito tu ayuda, creo que me desarrollé.
_Y eso ¿Qué significa?, respondió inmediatamente su hermano.
_ ¡Que me vino la regla tonto¡. Eduardo siempre fue su mejor amigo y confidente y para ella hablar del tema con el no representaba ningún tabú. Ahora ambos necesitaban inventar alguna excusa que le permitiera a Caralina retirarse un momento de la sala e ir al baño a verificar su sospecha. Eduardo se detuvo y mirando a su padre con un gesto de "deten la música" dijo: _"Quinceañera en rojo"_ Catalina lo miró escéptica, no podia creer que el tonto de su hermano dijera semejante estupidez; huyó del lugar apenada y sorprendida; ella sabía que en algún momento la menstruación le llegaría pero, jamás imaginó que fuese justo el día de sus 15 años y mucho menos que todos se dieran cuenta de un sopetón por culpa de la torpeza de su querido hermano.
A partir de ese momento su vida dio un giro, aunque antes sólo le interesaban juegos de niños y cosas de niños, odiaba los vestidos, las faldas y las zapatillas; ahora sentía que le atraía el sexo opuesto; y aunque seguía amando ser parte del grupo de chicos con el que jugaba al fútbol y a las canicas, ahora se sentía un poco más femenina, le gustaba ponerse algo de colorete en sus mejillas y en sus labios para verse más bonita, y aquellos jeans holgados que solía usar ahora se cernían a la delineada figura en la que se había convertido aquel flaco y escueto cuerpo de su niñez y su tardía pubertad; y así con el pasar de los meses, mientras Catalina se convertía en una linda señorita, los días de juego y travesuras bajo la enramada mata de mango, poco a poco, fueron quedando atrás.