Capítulo 3 Capitulo III La partida: ¡hasta pronto hermano!

Graciela, la madre de Catalina, había tenido un matrimonio fallido, el padre de Catalina las había abandonado cuando ésta apenas era una bebé casi recién nacida y, antes de que Catalina aprendiera a caminar ya su madre tenía una nueva relación con Eduardo, el padre de su hermano quien había nacido el mismo año que Catalina cumplió su primer año de vida, un hombre trabajador a quien ella llamaba papá y que a pesar de ser muy responsable, era muy demandante y dominante con su madre y ella sentía que eso le había robado a su madre la alegría, la felicidad, la paz; esa paz que te da el hacer lo

que amas, lo que deseas y Catalina casi no tenía recuerdos de su madre riendo, ella la sentía como una prisionera de sus propias decisiones. Catalina siempre creyó que la felicidad no está en las personas, ni en las cosas que se tengan, está en ti, dentro, muy dentro de ti.

_Creo que la última vez que vi sonreír a mamá fue en mi fiesta de 15 años_. Se decía a sí misma Catalina. Con lo fácil que es ser feliz, basta con hacer lo que nos gusta, infería ella desde sus ingenuos 16 años.

Ya estaba a punto de culminar su educación secundaria, con honores, y esto le hacía muy feliz; a pesar de ser una familia de pocos recursos económicos los padres de Catalina y Eduardo se esforzaban por darles estudios, ellos deseaban que sus hijos fueran profesionales y tuvieran una mejor calidad de vida. Catalina quería ser profesora y Eduardo soñaba con una carrera militar y esto representaba tener que salir del pueblo donde habían vivido toda su vida. Cierto día, cuando casi finalizaba el año escolar, los representantes de una excelente academia militar visitaron la escuela donde Catalina y Eduardo cursaban su bachillerato, ella a punto de egresar y su hermano repetía el tercer año, eso de los estudios no se le daba mucho a Eduardo por lo que no dudó en aceptar la oferta que brindaba la academia de culminar el bachillerato en ésta y continuar con una carrera militar; esto a Eduardo le cayó como anillo al dedo, él lo había decidido, amaba ser un distinguido piloto de las fuerzas aéreas por lo que, sin consultar con sus padres, decidió tomar la oferta propuesta y se enlistó para hacer su prematura carrera militar.

__ Cata, sabes que siempre he soñado con ser piloto; hoy se presentó esa oportunidad y la tomé_ le decía Eduardo a su hermana como buscando su aprobación. Catalina sabía cuanto anhelaba su hermano pilotar un avión y también sabía que si no tomaba esa oportunidad difícilmente tendría otra.

__¡Que bien renacuajo!, estoy feliz por ti__ respondió ella con un gran nudo en la garganta; sabia que esto implicaba separarse, por mucho tiempo, de quien durante toda su vida fue su mejor amigo, cómplice y confidente.

La noticia no fue muy grata para la madre de los chicos quien, después de hablarlo por largo rato con su marido, terminó aceptando que era lo mejor para su hijo; ellos aunque quisieran no podrían darle estudios en una academia militar; si acaso, con esfuerzo podrían ayudarlo a graduarse de policía y ese no era el sueño de Eduardo. La vida les estaba regalando una oportunidad de oro; así que la tomaron. En un par de semanas Eduardo debía partir al otro extremo del país, lo esperaba su sueño, un sueño que dejaba un gran vacío en Catalina; ella sentía que con la partida de su hermano se iba también, la parte más importante de su vida.

__Debes apresurarte renacuajo, en una hora sale el autobús que te llevará hacia tus sueños__ comentaba Catalina mientras ayudaba a su hermano a acomodar la vieja maleta con algunas ropas algo roídas por el cepillo y la batea. Aprovechó así de meter un par de sus franelas nuevas que le habían regalado en su reciente cumpleaños.

__ ¡Qué haces, son tus favoritas! __ exclamó Eduardo mientras intentaba sacarlas de la maleta.

__Quiero que te las lleves, las vas a necesitar, sabes que las tuyas están bastante feítas.... jajaja..__ reía, mientras le quitaba a Eduardo las franelas y las volvía a acomodar en la vieja maleta.

__Está bien renacuaja, me las llevo y cuando comience a ganar dinero te las repondré por unas más calidad__ Asintió Eduardo ayudando a su hermana a cerrar la pequeña vieja maleta.

Llegó la hora, dijo su padre mientras tomaba la maleta de Eduardo y con la cara hacía gestos para que el chico caminase rumbo a la parada del autobús que lo llevaría a su nueva vida. Vamos todos a la parada y allí esperamos juntos para despedir a Eduardo, decía su padre algo henchido de orgullo por la nueva meta de su único hijo. Graciela tomó las llaves de la humilde casa y se dirigía a cerrar la puerta cuando Catalina exclamó: __ yo no voy a la parada, no me gustan las despedidas__ y abrazando fuertemente a su hermano, del que nunca se había separado, le dijo al oido: __¡pórtate bien renacuajo!... recuerda que esto no es una despedida es un hasta pronto hermano. Y sin decir más nada giró, con sus ojos llenos de lágrimas, lágrimas de alegría y de tristeza; era feliz porque Eduardo iba en pos de su sueño pero a la vez sentía una enorme tristeza porque ahora su hermano ya no estaba para acompañarla y para ayudarla a sobrellevar la vida gris que su madre con su amargura, sin saberlo, pintaba para ella.

Catalina se sentía presa de una extraña mezcla de sentimientos que no lograba comprender; por primera vez tenía los sentimientos revueltos, alegría y tristeza al mismo tiempo era para ella una novedad con la que tendría que aprender a lidiar. __ No comprendo que me pasa; me hace muy feliz que Eduardo vaya tras su sueño de ser piloto pero, al mismo tiempo, me siento triste por no tenerlo a mi lado __ se repetia una y otra vez acostada en la cama que por años compartió con su hermano.

            
            

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