-Recuerda -dijo Gwyneviere-, si nos atacan, tu objetivo no es matar. Sólo están defendiendo su territorio o a sus crías. Aquí nosotras somos las que estamos invadiendo.
Nimh asintió con la cabeza.
Observaron coloridas aves, tortugas gigantes y monitos columpiándose de los árboles. Cuando llegaron a un pantano, las sorprendió una boa gigante que las atacó.
Nimh miró a Gwyneviere con sorpresa. Ella ya estaba preparada para actuar. Levantó sus manos y la lanzó de nuevo hacia el pantano, pero la serpiente atacaba de nuevo.
-Vamos, Nimh.
Nimh controló el agua y la arrojó fuertemente contra la boa.
-Es una serpiente de agua, no le harás mucho con eso.
Gwyneviere hizo crecer las ramas de los árboles y creó una especie de jaula, con la cual atrapó a la serpiente, que arremetía furiosa mostrando la lengua, intentando escapar.
-Eso la detendrá hasta que estemos lejos -dijo Gwyneviere.
Nimh estaba enojada. No había podido contra la serpiente.
-Oye, lo harás mejor la próxima vez. Ha sido una práctica, nada más.
-De todas formas, no he hecho nada -dijo, mirando el suelo.
En ese momento, oyeron el grito de unas personas pidiendo ayuda. Corrieron hacia el sonido y vieron que se trataba de dos niños siendo acorralados por lo que parecía ser un león, pero al observar mejor vieron que su cabeza era la de un lobo.
Era una extraña criatura que Gwyneviere no había visto nunca antes, con cabeza de lobo y cuerpo de león. Gruñía a los niños, quienes estaban abrazados en el suelo, asustados.
Gwyneviere y Nimh conjuraron hechizos contra la criatura y esta las divisó, y volvió su furia contra ellas. Mientras tiraba zarpazos al aire, intentando darle a alguna de ellas, Gwyneviere lo lanzó hacia un costado, alejándolo de los niños, y Nimh levantó una roca y aplastó su cráneo.
Los niños quedaron inmóviles en su lugar y ellas corrieron a tranquilizarlos.
-Todo está bien -dijo Gwyneviere-. Ya ha terminado.
Nimh los ayudó a levantarse.
-¿Qué hacen aquí, solos en medio de la selva? -preguntó Gwyneviere.
-Vivimos por allí -dijo la niña, señalando-, y salimos a explorar. Mi madre no nos deja adentrarnos en esta parte de la selva, pero no hicimos caso. No lo haremos nunca más.
-Espero que les haya servido de lección -dijo Gwyneviere-. ¿Cómo se llaman?
-Mi nombre es Marla y él es mi hermano Owen -dijo la niña, que parecía ser la hermana mayor.
-Yo soy Nimh y ella es Gwyneviere.
-Gracias -dijo el pequeño.
-Bueno, los acompañaremos a su hogar para que lleguen a salvo. Vamos -dijo Gwyneviere, e inmediatamente el niño tomó la mano de Nimh.
Caminaron, atravesando un tramo de selva, mientras los niños los iban guiando hasta una zona con chozas de paja.
-Es aquí -dijo Marla.
Marla les indicó que se acercaran y Owen corrió hacia una mujer, que parecía su madre. Tenía la piel oscura como los niños y llevaba la piel pintada con rojo y blanco.
-¡Madre! Tuve mucho miedo -dijo el pequeño.
La mujer lo miró extrañada y lo estrechó entre sus brazos.
Marla contó a su madre lo sucedido y ella los regañó y luego los abrazó fuertemente a ambos.
-Gracias -dijo la mujer-. Muchas gracias por traer a salvo a mis hijos. Mi nombre es Anya.
-No es nada, Anya.
-Por favor, siéntense con nosotros. Les serviré algo de comer y beber.
Gwyneviere y Nimh estuvieron de acuerdo y se sentaron con ellos. La mujer las agasajó con tisanas y dulces típicos del lugar.
-¿Es verdad lo que cuentan los niños? ¿O es producto de su imaginación? -preguntó Anya-Varias personas han contado historias de unos monstruos que acechan nuestra selva, pero no sabemos si es realmente cierto.
-Es verdad, pero no había visto nunca algo así -dijo Gwyneviere.
-Es el mago oscuro -dijo Owen-. Puede tomar distintas formas y viene a asustarnos por las noches.
-Son sólo cuentos, Owen -le dijo su madre.
-¿Quién es el mago oscuro? -preguntó Nimh.
-El mago oscuro ha vivido más de cien vidas -dijo Marla-, y puede adoptar la forma que quiera, para mezclarse entre la gente o los animales. Engaña a los hombres y se come a los niños y rapta a las mujeres para llevárselas a su castillo donde no se ve la luz del día, en los confines del mundo.
-Son sólo historias que cuentan los ancianos para asustar a los niños -les dijo Anya.
***
-¿Por qué no quieres enseñarme conjuros más avanzados?
-Claro que quiero Nimh, pero debemos avanzar con cautela. Tienes que dominar primero lo esencial, para poder continuar. Eres muy inteligente. Te convertirás rápidamente en una hechicera realmente talentosa. Pronto dominarás la magia incluso mejor que yo.
Era media tarde y habían estado practicando durante todo el día miles y miles de conjuros del grimorio de Gwyneviere, pero no había querido avanzar a los más poderosos hasta que dominara su caos interior. Gwyneviere sabía que Nimh todavía era muy joven y no dominaba la magia desde pequeña. Había etapas que debía superar.
-Es hora de que te tomes un respiro. Descansa un momento.
-Bien. Iré a dar un paseo. ¿Quieres venir?
-Debo poner en orden todos estos libros primero y preparar algo para la cena, no hemos comido nada en todo el día Nimh.
-De acuerdo, volveré luego -le dijo, besándola rápidamente.
Nimh comenzó a caminar en dirección contraria a la Ciudadela, agotada de tanto entrenamiento, pero recargando sus energías con la naturaleza que la rodeaba. No entendía por qué Gwyneviere postergaba tanto la enseñanza de esos conjuros.
Vagó entre los árboles un buen rato hasta que escuchó una voz, que ya había escuchado antes.
-Hola Nimh.
-Tú de nuevo.
Era el mismo hombre que había visto cuando se bañaba en el lago.
-¿Cómo te encuentras hoy? Siento que estás un poco cansada.
-He estado practicando mucho.
-Pero no todo...
-Gwyneviere no quiere enseñarme todo lo que sabe.
-Ya lo hará tarde o temprano, eres su alumna, ¿cierto?
-Dice que no estoy lista.
-Yo creo que si lo estas. Sino, puedo enseñarte yo mismo.
-¿Tú?
-Si, yo. Soy mago. Podría enseñarte a desencadenar todo ese poder que tienes guardado. Siento que ansía salir.
Nimh lo observó, calculadora.
-¿Qué quieres a cambio? ¿Sexo?
-¿Qué dices? No estoy pidiendo que te prostituyas, podrías ser mi hija, niña. Sólo quiero enseñarte. Gwyneviere lo ve como un trabajo, a ella le pagan un sueldo para enseñarte magia, es lo mismo que hace siempre para ganarse la vida. Yo sólo quiero que aprendas lo que es tuyo, para lo que naciste, para lo que estás destinada.
-¿Lo ve como un... trabajo...? -dijo Nimh, casi inaudible.
-Gwyneviere es una mujer independiente, solitaria. Nunca ha querido la compañía de nadie, no eres más que el trabajo. Y ese Concejo de viejas Hechiceras le paga por tenerte en su casa.
-¿Tú me enseñarás lo que sabes?
-Si tú quieres, lo haré.
-¿Y cómo sé que eres mago? Demuéstralo.
El hombre suspiró y se agachó. Apoyó su mano abierta sobre el suelo y miró a Nimh, sonriendo. Las pequeñas rocas que allí había comenzaron a levitar por encima de su cabeza, hasta que levantó el encantamiento y las rocas cayeron. Se irguió y la miró.
-¿Y bien? ¿Pasé la prueba?
-Sólo necesito saber tu nombre.
-Puedes llamarme Mordred.
Nimh extendió su mano, y Mordred la tomó, estrechándola.
***
Gwyneviere oyó la puerta abrirse y Nimh entró y depositó en la mesa una gran cantidad de moras.
-Haré jalea mañana.
-¿Cómo te sientes? ¿Pudiste recuperar energía? Hoy entrenaste muchísimo.
-Estoy bien.
-Bueno, Siéntate, he preparado la cena.
Se dispusieron a cenar, cuando Nimh de repente bajó los cubiertos y miró fijamente a Gwyneviere.
-Soy sólo un trabajo para ti, ¿verdad?
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Responde.
-No, Nimh, para nada. No eres un trabajo. Claro que te enseño magia porque me lo pidieron, pero de verdad te amo.
-Pero te pagan por hacerlo.
-Bueno, sí. Me pagan, pero eso no cambia lo que siento por ti. Tampoco creí que me iba a enamorar, no buscaba hacerlo y sucedió.
-¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué no me dijiste que sólo era un trabajo pago para ti?
-Tú ya sabías que yo me dedicaba a servir al reino, que hacía esto para vivir. El día que nos conocimos llegué al Templo con una carta del mismísimo Concejo para ir a enseñarte magia. ¿Crees que hubiera sido una linda presentación si te decía "hola, soy Gwyneviere y estoy aquí porque me pagaron para que viniera"?
-¿Por qué no?
-Está bien Nimh, piensa lo que quieras. No miento cuando te digo que me enamoraste. Me enamoré de la chica alegre y talentosa que eres, además del brillo de tus ojos verdes, tu cabello sedoso y el calor de tu piel tersa. Amo la perfección de tu rostro y lo perspicaz que eres. Siempre tienes una respuesta rápida para todo y sonríes todo el tiempo.
Nimh la miró, con una sonrisa un poco triste.
-¿Ves? ahí está, sonríes, ante todo.
-No lo sé, Gwyn, siento que lo hiciste sólo porque te lo pidieron.
-Claro, no te conocía. Luego nos conocimos, la verdad es que me encantas.
Gwyneviere se levantó y rodeó la mesa, para abrazar a Nimh, quien sollozaba.
-Oye, no vas a llorar, ¿o sí?
-No lo sé. No sé lo que me pasa.
-Bueno, si no tienes más hambre podemos dar un paseo, o ir a beber algo, o hacer algo distinto, no lo sé, lo que tú quieras.
-Nunca hemos ido a la Ciudadela de noche.
-Entonces haremos eso. Vamos.
Se levantaron y se dirigieron a la Ciudadela, y entraron a la taberna de Sybaris, una mujer bastante corpulenta y alegre, que, si sucediera algo en su bar, no dudaría en resolverlo al instante.
Nimh estaba usando una de las capas de Gwyneviere, porque la noche se había tornado un poco fresca, y había recogido su cabello. Se veía hermosa, aunque un poco triste.
Cuando se sentaron, Gwyneviere le hizo señas a Sybaris y ella se acercó.
-Oye, Sy, ¿cómo te encuentras hoy?
-Yo muy bien, pero no puede decirse lo mismo de tu amigo -dijo apuntando con su dedo pulgar hacia atrás, en dirección a la barra.
En la barra, frente a la mesa donde ellas se habían ubicado, se encontraba Vandrell. Con la cabeza hundida entre sus hombros, despeinado, y un vaso vacío frente a él.
-Vandrell. ¿Qué le ocurre?
-No lo sé, no ha omitido sonido alguno desde que llegó hace algunas horas. Sólo bebió y bebió.
Gwyneviere miró a Nimh.
-Deberíamos ir a ver si está bien -le dijo preocupada.
-Claro, es tu amigo. Vamos.
-Sy, tráenos dos cervezas a la barra, junto a Vandrell, por favor.
-Enseguida, Gwyn.
Sybaris se marchó, y Gwyneviere y Nimh se dirigieron hacia Vandrell, sentándose una de cada lado de él. Apestaba a alcohol.
-Vandrell -dijo Gwyneviere.
-Oh, no. Por favor, no -dijo él, más para sí, que para ellas.
-Oye, ¿estás bien?
-Hola, ¿qué hacen aquí? -dijo levantando pesadamente la cabeza y mirando a una y a otra. Todo le daba vueltas.
-Pues, básicamente, lo mismo que tú, Van, vinimos a beber. ¿Tu madre se encuentra bien?
-Sí, esstá bieenn -dijo arrastrando las palabras, y haciendo un ademán con la mano.
-Te ves horrible, amigo. ¿Quieres que te acompañe a casa?
-Pffffff, naaaa, gracias, esstoy bien -abrió la boca, a punto de decir algo, levantó el pulgar-aunque...-volvió a cerrar la boca.
-Dilo, ¿qué es?
-Puees qque sse ven muuy bieeenn esta nocchhe.
Gwyneviere miró a Nimh y se encogió de hombros. Sybaris les trajo sus cervezas y bebieron, cuando Vandrell de repente se levantó y fue corriendo hacia la salida, con ambas manos en la boca.
-Se ve muy mal -dijo Nimh.
Gwyneviere asintió con la cabeza. Vandrell se sostenía del marco de la puerta y vomitaba.
-Quizá esté así por su madre, está muy enferma -dijo Gwyneviere.
Vandrell volvió, caminando erráticamente, y se subió a su taburete con esfuerzo.
-¡Sybaris! -dijo, alzando la mano para que lo notara.
Gwyneviere, lo tomó del brazo.
-No, Vandrell, no beberás más por hoy.
-Sy, gracias -le dijo cuando ella se acercó, dejando unas monedas sobre la barra-. Nimh, ¿has terminado?
-Sí, claro -contestó, dándose cuenta de las intenciones de Gwyneviere.
Ambas tomaron a Vandrell de los brazos y lo llevaron hacia afuera, conduciéndolo calle abajo, hacia su casa.
-Vamos, Van, un poco más, ya casi llegamos.
-Sí, ssieempre has ssido una bueena amigaa.
-Tú también, Van. Tú también.
-Nimh, Nimh, la ppequeña aprendiz. Eeres una liinda cchhica, eh.
Gwyneviere y Nimh se miraron, por detrás de Vandrell, mientras lo arrastraban.
-Cuida mucchho a mi Gwyn, ¿quieres?
-Sí, lo haré, Vandrell.
-Bien, gracias pporr traerrme. Las aprecio mucchho.
Ayudaron a Vandrell a entrar a su casa y se miraron, desconcertadas.
-Nunca, jamás he visto a Vandrell así. Gracias por acompañarme.
Gwyneviere pasó su brazo por encima de Nimh, y ella le dio un beso en la mejilla. Caminaron.
-Bueno, la idea era un cambio y al final tuvimos que hacernos cargo de Vandrell, disculpa por eso -le dijo Gwyneviere.
-No hay problema, Gwyn, de verdad. Parecía molesto con algo, ¿no?
-No sé qué será, pero creo que deberíamos hacerle una visita mañana, para asegurarnos de que esté bien.
Caminaron sin prisa el resto del trayecto. Era una noche fresca y despejada. Al entrar a la casa se quitaron las capas y las colgaron e inmediatamente oyeron un ruido del otro lado de la puerta, y Nimh miró la puerta con preocupación. Gwyneviere la miró sin inmutarse.
-Es la gata, ya me encargo yo, si quieres acuéstate. No hay un día tranquilo en mi vida -dijo resoplando.
Tomó la cena, que estaba casi intacta y salió a dejarla afuera. Nimh se asomó por la abertura de la puerta.
-Es preciosa -dijo-. ¿Le has puesto nombre?
Era una gatita pequeña, atigrada, de colores blanco, anaranjado y negro.
-No. Sólo le doy de comer.
-Pues, ponle nombre.
Gwyneviere puso los ojos en blanco.
-Bueno. Molly.
-No lo pensaste demasiado.
-Era el nombre de mi madre. No se me ocurre otro.
-Hola, Molly, eres muy linda -dijo Nimh, acariciándola. La gata ronroneó.
-Sabes, los gatos tienen hábitos similares a los dragones, ambos son cazadores nocturnos, ya que su visión se ajusta muy bien a la oscuridad, que es cuando más les gusta salir, y a ambos les gustan las alturas. Tienen un estilo de caza muy similar, solo que los dragones incluyen el vuelo en algunos casos, y sus dietas son muy variadas. Además, les gusta estar siempre limpios y son muy independientes, y poseen una gran inteligencia. Ah, no les gusta vivir en comunidades y marcan su territorio con sus garras en distintos lugares como cortezas y rocas, y tapan sus desechos para que otros animales no los sigan.
-Son increíbles. Aguarda... solitarios, inteligentes -Nimh enumera con los dedos de la mano-independientes, ¡se parecen a tí! -dijo riendo.
-Ja-ja, muy graciosa.
Observaron a Molly comer por unos segundos más, y entraron a la casa, cansadas.