Ahí estaba yo, sentada junto a mis compañeros el día de la graduación, el sermón que daba el profesor de historia era como un sedante, todos estaban quedando dormidos, porque no ir al grano y hacer todo más rápido pensé, todos sabemos a lo que venimos y no fue exactamente a escuchar aquello, mientras terminaba la ceremonia observaba la escena, todos tomándose fotos o abrazándose jurando volver a encontrarse, y la cosa es que al salir de aquí todos seremos unos desconocidos, nunca falta el que llora contando anécdotas de momentos felices pero que al recordarlos lo pone triste, aunque no siempre
es así, hay recuerdos que se quedan con los mismos sentimientos que al vivir el momento, como cuando caí de cara en el campo de fútbol, aun podía sentir el sabor del pasto en mi boca y el ardor punzante, fue una caída patética, pero muy vergonzosa. Cuando termino todo volvimos a casa y yo solo pensaba en mi hermosa cama que me estaba esperando con ansias de posarme sobre ella. Pero los pensamientos intrusivos llegan en los peores momentos, y no pude evitar pensar ¿Ahora qué? ¿Qué voy hacer? No tenía en claro si estudiar o darme un año sabático, tampoco sabía que estudiar si ninguna opción me parecía tentadora, no había planeado nada más allá de la graduación, por suerte para mi me encantaba procrastinar, el cansancio terminó haciendo que durmiera, pero antes de hacerlo dije. Sorpréndeme vida mía. Desperté por la mañana y lo primero que hice fue revisar mi celular, no esperaba ningún mensaje pero ya era costumbre revisarlo apenas despertaba - nada interesante - dije apagando el celular y poniéndolo sobre la mesa que estaba al lado de mi cama. Estuve un rato comiendo techo, la verdad que hacer eso era bastante relajante, quedarse mirando al techo pensando o imaginando cosas, estimulaba al cerebro. Pensé en las cosas que tenía que hacer y cómo las haría, aquello era tonto porque normalmente planeaba las cosas y terminaba haciendo lo contrario. Pero aquel día era diferente, era mi primer día en la universidad, sentía un poco de nervios, siempre fui indecisa y tenía miedo que aquella carrera no fuese la indicada para mí. Después de la graduación investigue sobre universidades y carreras, no estaba segura de que buscaba en realidad pero tenía ganas de estudiar. Enfermería parecía una buena opción, era bastante interesante, no era lo que deseaba realmente, no me miraba en un futuro suturando heridas e inyectando pero sería una salida mientras encontraba mi vocación. Salí de mi casa con el tiempo suficiente para llegar temprano a clase, la universidad quedaba en otra ciudad así que tenía que viajar en autobús, estaba exactamente a una hora, así que era una hora más para dormir. Siempre que viajo llevo mis audífonos, la música hace el viaje mejor, el paisaje era un hermoso, había una parte en especial que parecía una pradera y una pequeña montaña con un árbol en la cima, aquello era tan hermoso que fantaseaba con bajarme del autobús y correr hacia aquel lugar. - un día vendré - pensé mientras escuchaba a Leo Rizzi. Amapolas. Aquella canción quedaba tan bien con el lugar. El viaje continuo con normalidad hasta que - oh sorpresa - se ponchó un neumático. - esto no puede ser posible, no quiero llegar tarde el primer día. - tranquila niña -dijo una voz masculina- esto se arregla rápido no te preocupes. Si claro pensé, eso es justo lo que dicen cuando se van a tardar, me estaba alterando, no quería llegar tarde pero no tenía otra opción que esperar. Al llegar a la universidad perdí otros minutos buscando mi clase, cuando la encontré me cuestione si entrar o no, ya era muy tarde y no quería dar una mala impresión, pero sería mucho peor si no me presentará el primer día, avergonzada pedí permiso para entrar, la profesora era pelirroja y ya algo mayor, muy amable me dijo que pasara y me presento con todos, ellos hicieron lo mismo. Aquello era algo a lo que no estaba acostumbrada, normalmente cuando llegaba tarde se me humillaba, como si así lograrán que cambiará. Era un grupo de 30 personas, pocos a mi parecer, la mayoría la eran de carreras distintas pero nos unían en algunas clases. Un chico llamó mi atención, estudiaba leyes, su pelo era negro con un mechón blanco, su piel tan blanca que parecía brillar, era delgado y tenía ojeras, como si no hubiese pegado un ojo por la noche, tenía un tatuaje en el brazo, no alcance a verlo bien, pero parecía una pequeña llama de fuego con toques de color violeta y bajo de ella una palabra. Se le veía bien, siempre me fascinaron los tatuajes aunque tenía claro que nunca me haría uno. Todos estaban muy atentos a la clase, hacían muchas preguntas, era evidente que sabían mucho, lo que me hizo sentir mal porque yo apenas y sabía. Pero a eso vine no. Había luchado mucho en mi vida conmigo misma, en ocaciones me sentía inútil para algunas cosas y nunca me sentí suficiente en nada. Hiciera lo que hiciese siempre me acompañaba ese sentimiento de culpa, me acusaba de no ser buena o de poder ser mejor. Pareciera motivador pero para nada lo era. Las siguientes clases pasaron lentamente, como si se perdiesen en el tiempo, algunas me aburrían pero otras me encantaban, nunca algo es completamente bueno o completamente malo. El viaje de regreso fue más corto, por alguna razón el retorno se siente más efímero, ya era de noche y estaba muy cansada, apoye mi cabeza sobre el vidrio de la ventana mirando hacia afuera, el cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con intensidad, sonaba una canción muy antigua pero hermosa, no sabía su nombre pero era una historia de amor, si amor eso que yo deseaba. Al llegar a casa me recibió Zeus como siempre lo hacía, salude a mamá que miraba una película con Santiago, me invitaron a acompañarlos pero tenía mucho sueño, subí a mi cuarto y apenas toque la cama dormí como si nunca antes lo hubiera hecho.