Capítulo 3 No lastimes mí corazón

Son las nueve de la mañana y Julia aún sigue durmiendo cubierta con la manta de punto hecha por su madre antes de morir. Es una de las cosas que conserva celosamente y de la que no se despega, pues el calor que aquella manta le ofrece se asemeja al que extrañó tanto en su vida. El de su madre.

De pronto su descanso es interrumpido por Alika, la sirvienta africana encargada de los quehaceres domésticos, quien trabajaba en casa de los Leone luego de que Julia cumpliera los veinte años.

- ¡Buenos días señorita Julia! ¿Cómo ha amanecido hoy?

-Buenos días Alika, bien.

-Su desayuno la espera en la sala- agrega mientras descorre el cortinado de color salmón dejando al descubierto el ventanal, desde donde un sol hermoso ingresó apresurado para iluminar todo el interior de la habitación.

-Gracias Alika- dice Julia algo somnolienta todavía – en un momento bajo.

La sirvienta sale de la habitación y Julia se apresura a ir hasta el cuarto de baño para alistarse. Se quita el camisón y se coloca un largo, pero angosto vestido color natural con puntillas que adornan el cuello y las mangas. Desata su largo cabello trenzado y lo recoge en finas hileras sujetas con pequeños broches, para luego finalizar enroscado a la altura de la nuca.

Luego se pone los zapatos de bajo tacón acordonados al frente y una mañanita sobre sus hombros. Coloca crema sobre su rostro y da pequeños masajes en las líneas finas que ya han comenzado a notarse en las comisuras de su boca.

Observa detenidamente su rostro en el espejo y con algo de pena se da cuenta que ya no es una niña y los años han pasado deprisa.

Luego desciende las anchas escaleras hasta llegar a la sala donde su padre la espera para desayunar juntos.

-Buenos días padre-

-Buenos días Julia- responde don Carmelo Aldano Leone (quien prefería ser llamado Aldano)sin despegar la mirada del comunicado traído por el hijo del capataz de la bodega y que leía cuidadosamente.

Julia tomó una porción de tarta de frambuesas y le dio un mordisco.

-Hoy vendrá tu prima Beatriz- dice el padre, alzando la mirada hacia ella solo un momento-

Julia no responde. Ya sabía que él solo le anunciaba esta noticia con el fin de molestarle, y no era que ella no quisiera a su prima, muy por el contrario. Es que la chica, hija de la hermana de la hermana menor de Aldano, estaba a punto de casarse con un estanciero acaudalado, haciendo muy felices a sus padres, por supuesto y seguramente el motivo de aquella visita era para traer la invitación de la majestuosa boda que se avecinaba.

Ella sentía como si su padre quisiera decirle en la cara - "¿Ves? tu prima no es como tú, que me dejaste en vergüenza rechazando a cuanto pretendiente pasó por tu vida", aunque él lo callaba, Julia podía leer aquello en su refulgente mirada y hasta podía oír la ofensiva frase en su mente.

Finalizó el desayuno y sin esperar que lo hiciera su padre, se levantó para salir hasta el jardín donde una gran cantidad de mariposas multicolores revoloteaban sobre las azucenas.

Mientras las observaba admirando su belleza, podía escucharle vociferar desde la sala por su falta de modales. Entonces, para hacerlo enojar aún más, se alejó por el sendero que conduce a las caballerizas y merodeó un rato sintiendo en su rostro la suave brisa de la mañana. Esto le dio algo de paz a su dolido corazón.

Pero luego de descargar la frustración a los aires y rendirse ante la indiferencia de Julia, Aldano no tuvo más opción que montar su caballo e ir a la bodega sintiéndose derrotado.

Cuando ella lo vio alejarse, ingresó de nuevo a la casa. Pasó de largo hasta la biblioteca, subió rápidamente las escaleras y cerró la puerta tras de sí, sintiéndose allí dentro, por alguna extraña razón, a salvo. Entonces continuó plasmando en borradores fragmentos de la historia más triste de su vida que se había propuesto escribir.

Esto definitivamente la alejó del daño, que las palabras emitidas por su padre, provocaron en su interior.

A las doce del mediodía, fue interrumpida nuevamente por Alika para avisarle que el almuerzo la esperaba, pero Julia no quería ver a Aldano luego de los gritos que dio en la mañana, así que le pidió a la sirvienta que le trajera el almuerzo a la biblioteca.

La pobre chica tuvo que oír el desagradable sermón del hombre que estaba almorzando solo en la sala, enojado porque su hija no le acompañaba. Pero como no tenía el valor de ir al estudio para decírselo directamente a Julia, se limitó a descargar todo su despecho sobre Alika quien no respondió ni una palabra.

Cuando la sirvienta volvió al estudio para recoger el plato de Julia, ésta se disculpó en nombre de su padre a quien había escuchado perfectamente.

Igual no hacía falta, pues la pobre chica ya conocía el mal genio del señor Leone y guardaba silencio para que no se enfadara más.

            
            

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