Salí del cuarto de baño un poco más presentable y comencé caminar rápido hacia mi aula estimada: N° 28. Cuando voy a medio camino, lo veo; ojos verdes muy claros, piel marfil, cabello castaño, fornido con naturalidad y sencillez. Es ese sujeto con el que llevo un tiempo intercambiando miradas. Es irritantemente guapo, pero se podría decir que su aparente arrogancia choca con la mía. La verdad, no sé qué quiere, o si solo le gusta mirar fijamente para regocijarse de su atractivo y llamativos ojos.
Me gusta.
Pero me cae como piedra en un lago. Pe-sa-do.
Cruzamos uno con el otro y sigo sin detenerme. Como dije antes, todos tenemos a esas personas con las que intercambiamos miradas insinuosas, frías, significativas, etc. Es algo natural que disfrutamos sin siquiera darnos cuenta y esta en nuestra genética, como un sistema que invita a la interacción entre individuos. A excepción de cuando el sentimiento transmitido es desprecio.
Suele pasar.
Toco la puerta y en segundos uno de mis compañeros abre, su nombre es Douglas. Él es delgado y pálido, siempre peinado con su habitual cresta de pollo negro. Es un buen tipo, aunque algo obvio respecto a su sexualidad. Tú sabes a que me refiero. Somos 6 chicos G (No me gusta la palabra gay así que la abreviare) en el nuestra clase de 24 personas.
-Tarde como siempre-dice recriminadome por mi puntualidad.
-Lo bueno se hace esperar-sonrío con arrogancia y paso. Lo veo arquear ambas cejas y sonreír con sorpresa.
-Pero que humilde el niño.
Saludo a la profesora y voy directo a mi mesa, o pupitre, otro término que usamos. Mis dos mejores amigos parecen enfrascados en sus conversaciones por lo que solo extraigo mi libreta y finjo prestar atención a la clase. Ya sé todo eso que la profesora esta explicando: Gestión de negocios, la interacción laboral, y las relaciones y cargos laborales, que se parecen, pero son diferentes porque la última involucra más los puestos de la empresa, tomando más en cuenta al gerente como transmisor principal.
Y como estás deduciendo, sí, yo; un entusiasta de las artes y la ciencia, amante de la historia antigua y fan de los dinosaurios y criaturas mitológicas, estudio administración de empresas...
Fue mi mejor elección dada las pocas opciones de las que disponía. O al menos, eso me digo a mi mismo todas las mañanas para no sentirme mal. Solo me faltan días para terminar mis cuatro años de estudio. Actualmente tengo 21 años. Tuve suerte de inicial rápido la universidad, o de lo contrario; me las vería bastante mal económicamente.
Oigo las voces de los grupos que los años han formado en mi clase, dialogando e intercambiando ideas. Hago lo posible por no distraerme. Cierro los sentidos y comienzo a dibujar usando un lápiz B2, de los muchos que colecciono en casa.
No sabía que hacer y mi mente se mantenía en blanco mientras trazaba lineas y sombras. Al final, había hecho un montón de hojas de árbol, medio en 3d.
Entonces recordé, y extraje algunos colores de mi bolso. Comencé ha hacer un boceto nuevo en otra hoja. La imagen borrosa luchando por hacerse nítida en mí mente, los detalles más notorios como base, las facciones obstaculizando mis recuerdos. Todo eso bastó para marearme, pero luego me relaje, porque cuando el rostro se manifestó, la paz me invadió y comencé a disfrutar de lo que estaba haciendo. Algo que desde hace mucho había dejado de hacer, después de todo, tenía casi un año sin dibujar algo más que hojas y círculos para ejercitar la mano y matar el aburrimiento.
Pero ahí estaba. Las lineas formando un rostro rectangular-ovalado, de grueso cuello y rasgos marcados. Borraba y corregía a medida que las especificaciones acariciaban mis manos haciendo que acomodara lo inexacto. Y así estuve, toda la clase. En silencio y creando la imagen que mi cabeza se obligaba a no olvidar.
En 45 minutos, una cara tomaba lugar en la hoja anteriormente vacía. Solo había podido plasmar el boceto y la primera capa de color. Nunca había hecho un rostro a pura memoria, pero sabía lo difícil que resultaba intentarlo. No era perfecto, pero se le parecía mucho. Me faltaba seguir trabajando en sus ojos para hacerle justicia ha aquel gigante de sentimental mirada.
Sonreí, al tener la oportunidad de mirarlo una vez más. No podía creer que lo había hecho de forma tan automática. Y menos, cuanto me gustaba el proceso que llevaba.
Me tomaría unas 5 horas terminar la mayor parte. Mi talento principal es el dibujo y he alcanzado un nivel bastante bueno, debo de ser el tercero o cuarto lugar en mí ciudad-pueblo. Antes estaba más arriba, pero en un año sin practicar, bajé un par de puestos.
Guardé mis lápices y de pronto me percaté de la presencia próxima. Oculté de inmediato el cuaderno de dibujo. No sé con exactitud el porqué, pero hay obras que no me gusta mostrar, o compartir. Como si el mero acto de enseñarlas las expusiera a ser profanadas por ojos ajenos que no comprenderán su verdadero significado, y valor. Debe ser cierto eso de que todo artista es un complejo de extrañas ideas y puntos de vista.
-Y usted llegó y ni saludó-Me regaña mi mejor amiga. Julieta Ángela. O como yo le digo a veces: Mystic, por la marca de tintes capilares. Desde que la conozco, hace ya cuatro años, se ha cambiado el color de cabello unas 8 o 11 veces. Eso señores, es pasearse por la matiz completa. Ella es muy agradable, algo infantil y caprichosa a veces, pero igual de bromista que yo. Y, un poco más baja, claro esta. Su tono de cabello actual es el rojo vino con reflejos más claros y la cabellera le llega hasta el final del cuello. Se lo corto hace unos meses cuando por accidente quemó (achicharro, inutilizo, desahucio, y destruyó a nivel celular) las fibras capilares con un aclarante un "poco fuerte". Pero por mi propia salud y bienestar, no dije nada al respecto, sin embargo, me indignó ver irse aquella melena dorada que le caía por la espalda. A su ex, que era su pareja en aquel tiempo también le dolió.
Luego nos reinos cuando ella no miraba.
Había pasado de Rapunzel, a Blanca nieves en solo un día.
-Estabas muy entregada a tu charla que no notaste hasta media hora después que yo había llegado.-Contraataque, dándole una mirada astuta.
-Buen punto-señaló, y con un beso en la mejilla nos saludamos.
Hablamos de las noticias del día a día, un poco sobre las tareas pendientes y, como es costumbre, de los encuentros con chicos más recientes. Al parecer, mi amiga se estaba viendo con una momia...
¡Corrijo! Me refería a un hombre un poco mayor que ella. Supuestamente...
Yo nunca he tenido esa oportunidad. Me resulta un poco raro por ciertas razones. La primera sería, que un porcentaje de hombres G mayores, esperan mantener relaciones a espaldas de sus esposas, e incluso, algunos prefieren a chicos jóvenes. Lo mismo ocurre con algunas mujeres con estudiantes de secundaría. Ambos mundos tienen sus depravados en común.
Los dos nos reinos, y me gané varios golpes suaves por mis típicos comentarios con sarcasmo oscuro. Pero no le comenté sobre ese chico, el estudiante de medicina del día de ayer. No pude, no quería hablar sobre él con nadie, después de todo, no creo volver a verlo. No tiene sentido rememorar eso.
Minutos después cuando la profesora se había marchado, su hermano, e incómodamente mi Ex, algo que realmente parece nunca haber sucedido, se acercó y sin previo aviso me saludó dándome un beso casi en la oreja.
Odio cuando hace eso.
Su nombre es Enzo Leafar, mi otro mejor amigo ¿Cómo lo describiría? Bueno, imagina a un Manatí. Si, esos animales chistosos que habitan en el mar. Yo le puse ese apodo porque cuando lo conocí estaba algo panzón. En fin, aún es un poco robusto pero aparte, es de brazos velludos, su rostro en similar al de los Árabes, con barba en ocasiones, nariz rústica, cabello largo solo arriba peinado hacía atrás, y sus dos colmillos están un poco más adelante que sus otros dientes. Pero luego está su mirada, esos ojos zorrones de un color café-miel y pestañas tan largas que, como le he oído comentar, la chicas le envidian. Su apariencia es descuidada pero resalta su atractivo por la misma razón (Supongo), y aunque a veces hace gestos no muy varoniles con sus manos, es un sujeto bastante sencillo, y molestamente confíanzudo. No sé como rayos me involucre con él, pero en serio, prefiero no recordarlo.
Vale, estaba desesperado.
[Recetear memoria]
Como decía...
La verdad es, que es un amigo increíble y de buen corazón (cuando no está tratando de agarrarte el trasero) y si alguien me ha hecho reír, es él, en especial cuando me empeño en molestarlo y él contraataca con bromas casi tan buenas como las mías.
Esos dos son un caso serio. Y conmigo somos tres.
-Andas guapo tigre-afirma mi amigo con su usual malicia-¿No dormiste en tu casa? Te veo como ligero.
Julieta se tapa la boca para amortiguar la risa que lucha por escapar.
-Quién sabe-digo casual. Es mi turno-pero supongo que tú sí has dormido todos estos días en tu casa, y claro está, comiendo y durmiendo como un porcino. Estás tan gordo, que ahora tienes tu propia órbita y fuerza de gravedad.
Él ese muerde el labio inferior con su colmillo mientras contiene una risa.
Mi amiga no aguanta y suelta una de sus carcajadas graciosas. Ella también es robusta como su hermano, pero solo un poco. Me imaginó a un sexi cochinito riendo.
Mí imaginación nunca descansa.
-Eres una mierda Alex...-agrega él con diversión y complicidad.
-Y tú una nutria que se comió a un elefante.
-¡Eso lo sacaste del Principito!
-¡En el Principito era una serpiente que se comió a un elefante! De paso de obeso también eres ignorante. Que grima me das.
Más risas por parte de nuestras amiga camaleóna. Mi compañero no aguanta y me toma en una llave de lucha, lo que hace que su grotesca colonia de oso sudoroso me golpee directo en la fosas nasales.
-¡Tú empezaste!-exclamo-¡Qué asco! Hueles a puta barata.
-¡Ah, pero tú sabes!-Se ríe él sin soltarme.
Y esto señores, es todos los días.
Cuando regresé a mi casa, caí como un tronco luego de ducharme. Esos quince minutos de caminata me habían golpeado fuerte. Dormí y cuando desperté, ya era hora de comenzar a preparar la cena y servirle la comida al perro. Lo que fue una suerte, porque como en muchas ocasiones, mi padre había llegado ebrio, y por ende, se comportaba como un niño perdido y confundido que se podía quedar dormido hasta en el patio. Jamás e podido decirle cuanto detesto verlo así. Por muchas razones; las discusiones que recuerdo de niño entre él y mi madre, las escenas en fiestas a las que asistía con ellos, sus insultos, y las cosas que llegaba a decir. Realmente me dolían. Es por eso, que odio con toda mi alma el alcohol y no me gustan las fiestas.
Si mi padre no bebiera, sería el papá perfecto. Pero como ocurre, todos tenemos un defecto clave. Pero a dado tanto por nuestra familia que no tengo nada que juzgarle. Solo desearía que la partida de mi madre hubiera cambiado eso de él, pero no fue así. Desde hace mucho he aprendido algo: la gente no cambia. Podrán ponerse máscaras y disfrazarse, o incluso creer sus propias mentiras, pero aunque borres un cuadro siempre, queda la mancha, y si lo pintas, detrás del bonito paisaje, sigue el error, oculto y jamás se irá.
Son muy pocas las excepciones, si es que las hay.
En menos de una hora, ya me había encargado de todo, y mientras mi papá y mi bacteriano hermano cenaban, me encerré en mi habitación. La lámpara superior en mi escritorio de madera (fabricado por mi padre) encendida, iluminando la hoja repleta de colores y lineas que formaban una imagen.
Seguí con el dibujo, mientras desde mi tabled oía la voz suave de Márk Vincend cantando Runaway, una canción capaz de alegrarle el corazón a cualquiera.
Amo la ópera.
Y a Márk Vincend.
Sí, se que dije algo similar antes. Mi cariño y admiración alcanza para más de uno.
Sin percatarme del tiempo, tracé lineas, desparrame sombras y colores. Delinee diminutas franjas que formaban el cabello, buscando descubrir ese misterioso tono castaño o negro. Y por último, me dediqué a emular aquella cristalina y tierna mirada, usando un verde aceituna, marrón, y otros tonos fríos de la gama del verde. Durante ese tiempo, el mundo a mi alrededor desapareció, el trascurrir del tiempo se detuvo, y solo estaba yo y la imagen frente a mi. No había nada más que la presión de mis dedos en constante movimiento y mi cerebro (Hemisferio izquierdo) enviando y susurrando los detalles que no podían dejarse pasar. Era la intimidad entre mi trabajo y yo, un acuerdo con la hoja en la que esta me permite grabarle mis emociones con el fin de embellecerla y cubrirla de vida, y sentimiento.
Cuando por fin estuve satisfecho con el resultado, dejé los lápices y la miré.
Me encantaba.
El resultado, y el chico reflejado en la hoja.
De verdad lo había hecho. Él me había devuelto el animo de pintar sin siquiera conocerme. Era una completa locura.
Ahora entiendo el significado de lo que representa una Musa para un artista. Pero en este caso, vendría siendo un Muso.
Sonreí y tomé con cuidado la hoja, la punta de los lapices la habían librado de las asperezas.
Miré la hora y el corazón me dio un vuelco.
Eran las 3:02 am. Solo podría dormir dos horas y medía.
Pero había válido la pena.
Porque ahora, tenía una nuevo objetivo.
Entregarle a ese chico mi mejor trabajo. Va ha dolerme, lo sé. Pero también sé, que por alguna razón no puedo conservarlo.
Le pertenece a él.