Camino emocionada por el largo pasillo del edificio donde queda mi oficina batiendo mi cabello azabache corto hasta los hombros, sonrío a los extraños mientras aprieto el vaso de café con mi nombre, hoy cumplo dos años de casada, me casé a los veintiséis años, mi esposo tenía veintiocho, hoy me siento tan enamorada e ilusionada como el día que puso el anillo en mi dedo y pude llamarlo esposo delante de todos.
Aspiro el olor del perfume que destilo al caminar y no hay forma en la que no me sienta sexi en mi falda lápiz negra, mis tacones de quince centímetros y mi blusa de seda azul pastel que cubre bien mis pechos, pero deja ver su robusta forma, me muerdo el labio al recordar como Claudio se recrea en ellos.
Miro mi reflejo en los vidrios de las demás oficinas y compruebo que mi labial rojo intenso está intacto aún después de los apasionados besos que me di con mi marido antes de salir de casa y después de una sesión de cariño salvaje.
Mi vida es perfecta, tengo la carrera que quiero, gano mucho dinero, mi marido es bastante solvente económicamente, bueno, ¿para qué ser modesta? Es cochinamente millonario, está muy bueno, es joven y encantador, es un semental en la cama, me complace de todas las formas posibles, estoy en mis mejores años de vida, mi vida es jodidamente perfecta.
-Esos ojos azules brillan mucho hoy -dice Ana, mi asistente al verme. Le sonrió y le guiño un ojo, ella sabe por qué ando tan de buen humor y me dedica una mirada picara. Me sigue hasta dentro de la oficina y suelta un suspiro.
-Buenos días, Ana. ¿Te aseguraste de dejar mi agenda despejada hoy a partir de las dos de la tarde? -pregunto mientras pongo mi bolso de diseñador sobre el escritorio de cristal.
-Sí, jefa. El señor Montaner aprobó la campaña para Seven, los documentos deben estar en tu correo ya.
-Muchas gracias -digo y me volteo a ver por la ventana cuando escucho que caen algunas gotas de lluvia, la mañana de pronto se ha puesto gris con una leve lluvia, chasqueo la lengua temiendo que esto arruine mis pícaros planes.
Me cruzo de brazos y contemplo la ciudad, puede verse por completo desde el piso quince en el que estoy, la vista es sobrecogedora, abajo la ciudad con edificios, autopistas, gente ajetreada yendo de un lugar a otro, autos estancados en el tráfico y el inmenso cielo abierto y la vista del mar al fondo.
-¿Todo listo para esta noche, jefa? -pregunta Ana sacándome de mi estado contemplativo, me giro a verla y le sonrió mientras comienzo a encender mi portátil.
-Espero que la lluvia no arruine mis planes, ¿me ayudarás? -pregunto.
-Bueno, aunque se te ocurrió a última hora, me las arreglé para que te reciban en esa famosa y exclusiva tienda de lencería, eso sí, debo llamar ahora para confirmar.
-Hazlo mientras llamo a la floristería.
Afirma y sale de mi oficina hasta su escritorio para completar la tarea.
Mi marido es espléndido con su dinero, con su paquete, con su lengua y sus manos, con sus mimos, es amable y protector conmigo y con mi familia, pero no tiene esos detalles románticos que yo si adoro, así que me tomo la tarea de hacerlos por él, es algo que le gusta que haga y finge luego que lo hizo él, me da mi buena recompensa en la cama por ello. Alzo el teléfono y marco a la floristería de siempre.
-La estancia floristería, ¿en qué puedo ayudarla?
-Buenos días, llamo para ordenar un ramo de veinticuatro rosas rojas «Una por cada mes de casados», pienso y sonrió.
-¿De parte de quién?
-Claudio Ferrara.
-Ah, el encargo del señor Ferrara.
Arrugo la frente extrañada. «¿Encargo del señor Ferrara?», mi corazón se hincha porque pienso que por primera vez mi marido ha ordenado las rosas él mismo para nuestro aniversario, o quizás su asistente, pero es casi lo mismo.
-Sí, de parte del señor Ferrara.
-Bien, pero la orden inicial es de doce rosas, ¿quiere sumar doce más? -pregunta la mujer con cortesía.
Me emociono más aún.
-No, doce está bien. Déjelo.
-Perfecto, ¿cambiará la dedicatoria?
-No, ¿qué dice? -pregunto curiosa mordiéndome el labio inferior para no reír como boba, aunque estoy sola en la oficina.
-Por más noches como las de anoche, te deseo siempre, CF.
Mi corazón se paraliza y mi sonrisa desaparece. Me quedo allí con el teléfono en mi oído, mirando a la nada ante mí: «Por más noches como las de anoche», trato de convencerme de que es un error, no puede ser mi Claudio, anoche no estuvimos juntos, llegó de madrugada de una viaje por negocios, me cuesta tragar saliva y aspiró aire para no desmayarme, me exijo pensar en frío.
-Disculpe, me gustaría verificar que sea correcta la información de la persona a la que se le va a llevar el ramo ¿Puede repetir la dirección? -pregunto haciendo un esfuerzo tremendo para que no se sienta como tiembla mi voz.
-Claro, la dirección que figura es Edificio Ferrara, Centro Norte de Villa Delicia.
-¿Para quién?
La mujer ríe al otro lado del teléfono.
-Como siempre a nombre del asistente del señor Ferrara. Es el encargado de recogerlas, y paga en efectivo al recibirla ¿Usted quién es?
Las lágrimas salen de mis ojos sin control, intento mantener la calma.
-Compañera de Víctor, el asistente del señor Ferrara, me ha pedido que chequee que todo está bien.
-Seguro, todo bien, estará a tiempo su encargo, haremos un cargo extra de un dólar y medio por incremento en nuestros servicios de entrega a domicilio. La entrega se hará después de las 9:00 am.
-No se preocupe, está bien, gracias -digo y cuelgo con pesar, pues mantener esa conversación con esa mujer era lo único que me mantenía cuerda y alejada de lo que sé que experimentaré.
Me duele el pecho y lloro dándome cuenta de que mi esposo está comprando rosas para alguien más, nunca las compró para mí y además, en el mismo sitio que yo me las compro con su tarjeta para mí misma. Siento que mi corazón se ha partido en miles de pedazos imposibles de juntar.
«Tiene un amorío. ¿Con quién?».
Lloro cubriéndome el rostro, desolada y desesperanzada. Mi esposo, mi Claudio, compra rosas para otra, ¿con quién se acuesta? Niego una y otra vez, siento que voy a colapsar; sin embargo, me pongo de pie y comienzo a caminar por toda mi oficina, trato de calmarme y justo entra Ana, me mira horrorizada.
-¿Qué pasó? -pregunta en un grito.
-Creo que me engaña, ordenó rosas del sitio donde siempre las compro yo -digo mientras me llevo una mano al pecho porque me duele lo que digo.
Ella ríe como si no comprendiera nada.
-Se te adelantó, picara. ¿Por qué dices que te engaña?
-Las mandó a su oficina y tiene una dedicatoria que no corresponde a algo que hayamos vivido los dos anoche.
Abre mucho los ojos y se pone seria.
-Entonces es alguien de su oficina, alguien que estuvo ayer con él de viaje -propone Ana con cara de angustia.
-Si es que viajó, ahora dudo de todo, siempre le creo, viaja mucho, es un hombre muy importante y vive ocupado, dejo de verlo por días, semanas, y nunca pensé que esto pudiera ser posible.
Me abraza y recuesto mi cabeza de su hombro. Ana me consuela diciéndome cosas que no comprendo, la escucho a lo lejos, cierro los ojos y siento que lo único que quiero es morirme. Duele mucho. Mi asistente con paciencia hace que me siente en el sofá de mi oficina y me alcanza un vaso con agua.
-Toma esto mejor, no bebas el café, alterará tus nervios.
Ana tiene veintiún años, ni novio ha tenido, y aquí está consolándome, es mi asistente, estoy en mi oficina, soy una de las gerentes de proyecto de la agencia, recién ascendida, no puedo dar espectáculos. Me limpio las lágrimas y le sonrío con tristeza.
-Gracias, Ana, y disculpa de verdad esta escena, soy tu jefa, no debería estar haciendo esto. Lo siento, me iré a casa, así no voy a estar en paz aquí hoy, cancela todo.
-No te preocupes, eres mi jefa, pero eres un ser humano, estas cosas pueden pasar. Ve a casa, yo cancelo todo.
-No digas a nadie porque me voy.
-Tranquila.
Le sonrío y afirmo mientras recojo mi bolso y mi abrigo, me miro al espejo rápidamente y veo que el maquillaje que he usado es de muy buena calidad, pues no se nota nada que he llorado. Ignoro la advertencia de Ana y llevo el café conmigo, me lo bebo como agua mientras salgo del moderno edificio.
No iré a casa, iré a la oficina de Claudio y buscaré por cada maldito escritorio el maldito ramo de rosas de La Estancia Floristería. Mi cuerpo se siente entumecido y el pecho me duele de una manera que nunca antes sentí, me subo a mi carro de prisa y me pongo en marcha, compruebo que ya debe estar en camino el ramo de rosas, calculo mentalmente la distancia y puedo advertir que llegaré ya para cuando las rosas estén en manos de la mujer que se acuesta con mi esposo.