Estaciono mi auto dentro del estacionamiento del edificio de los Ferrara, he tenido tiempo para retocar mi maquillaje, aunque no lo necesite, y para calmar mis nervios aspiro aire una y otra vez dentro del Audi negro que me regaló Claudio para nuestro primer aniversario y me bajo tratando de lucir serena lo que me cuesta porque mis nervios están alterados.
Tomo el ascensor y sonrió a todos lo que se me cruzan como un ejercicio para verme natural, quiero morirme, llorar, arrastrarme por el suelo, pedirle explicaciones a Claudio, golpearlo, pero debo mantener una postura acorde, me dieron las credenciales para entrar al edificio sin preguntar nada, soy la esposa del dueño de todo esto, así que nadie pregunta nada cuando me ven.
El ascensor se abre en el piso donde está la oficina de mi marido, a la que puedo acceder sin problemas, está conversando en la puerta con Víctor que, me nota primero, se queda colgado mirándome y entonces voltea mi marido, sonríe y disimula con habilidad lo sorprendido que está de verme, le dedica una mirada cómplice a su asistente que me come con la mirada y se aleja sin siquiera saludar.
Allí está alto de cabello oscuro, piel clara, ojos marrón claro, porte imponente, con un corte de cabello moderno, pose de hombre poderoso y atractivo que exuda sensualidad, me ha vuelto loca entre sus brazos, me ha hecho experimentar el sexo como no sabía que era posible, es mi esposo, mi amante, mi amigo y ahora estoy destrozada, pero sonrío al verlo.
-Mi amor -dice y me rodea por la cintura, palmea mi trasero, gruñe en mi oído y me sonríe dejándome ver sus dientes perfectos y blancos. Su olor me excita siempre, su contacto hace que mi ropa quede deshecha, pero ahora lo único que siento es frío y rabia.
«Disimula, Isabella», me digo para darme valor.
Le sonrió y me alejo de él.
-No, nada de tocarme más por ahora, esta noche tú y yo tenemos una cita ¿Harás algo especial para mí? -pregunto.
Noto que lo he sorprendido, el maldito ni siquiera recuerda nuestro aniversario. Mantengo mi sonrisa falsa mientras veo con detalle como él construye la suya, siempre tuve miedo de que no recordara las fechas importantes de los dos, así que siempre le escribo a media mañana para recordarle, o el día anterior si se trata de mi cumpleaños, así no paso por la vergüenza de que él no lo recuerde, siempre lo justifiqué diciendo que era un hombre ocupado e importante de negocio, ahora simplemente sé que no le importo una mierda.
-¿Cita?
-Es nuestro aniversario de bodas, Darling -Respondo mientras hago una mueca para dejarme ver dolida, lo que no me cuesta, porque lo estoy.
Sonríe ampliamente y me mira de forma intensa, me doy cuenta de que inventará algo espectacular.
-Espera tu sorpresa, entonces -dice.
-¿No lo recordabas?
-¿Estás loca? No recuerdo ni mi cumpleaños, seguro Víctor ya estaba preparando algo, sabes que no soy fan de esas cosas.
Suspiro y le sonrió, lo beso en los labios de forma rápida. No sé por qué me humillo con él pidiéndole actos románticos que sé que es incapaz de hacer, pero flores para su amante, eso me duele de verdad. Me hiere. Trago grueso y me alejo.
-Quería verte -digo, miró hacia la oficina de él y veo que Víctor tiene el ramo de rosas ya sobre su escritorio, me acerco a pasos apresurados hasta allí, aunque mi esposo hace un gesto cansado y chasquea la lengua tratando de impedir que me acerque a la oficina de su asistente.
Víctor me ve con los ojos muy abiertos y sonríe por inercia, nunca me sonríe, es el tipo más raro y serio que he conocido jamás, y su mirada es pervertida, me mira los pechos siempre sin disimulo.
-¿Y estás rosa? ¿Para mí, Víctor? -pregunto haciéndome la tonta, quiero explotar de rabia, me contengo.
Mi esposo rodea mi cintura desde atrás. Recuesta su sexo de mi trasero y me aleja del escritorio de Víctor.
-Es para adornar una sala de conferencia, hoy habrá un evento, Isa, debo trabajar, esta noche la pasaremos bien, te lo prometo, ahora estamos en medio de algo -dice serio y con molestia. Afirmo y me dirijo a Víctor.
-Más vale que te destaques como mi regalo de aniversario -le digo con tono de broma.
El chico me sonríe y afirma, mira a mi marido, Claudio me besa en la mejilla y me despide con la mano, salgo de allí tensa. Me escondo en uno de los baños cercanos y espero a que salga Víctor con el ramo, debe sacarlo en cualquier momento.
Mi corazón late desbocado, no he debido de venir hacer escenas, o comportarme así, pero no puedo controlar mis ganas de arrancarle la cabeza, no podía ni verlo, me engaña, se burla de mí. Espero por al menos tres minutos cuando veo que el asistente de mi marido sale hacia los ascensores con el ramo, hago un esfuerzo por ver que piso marca, el once. Corro hacia las escaleras, para cuando yo llegue allí ya debe haber puesto el ramo de rosas en el escritorio de la puta que se acuesta con mi marido.
Agradezco que no dejo de entrenar en el gimnasio, las escaleras son inclementes, aunque cansada, me mantengo alerta, Víctor ya se va, camina hacia los ascensores, es decir que ya hizo la entrega, sin entrar al área de las oficinas, aprovecho que todo es de cristal para echar un ojo y ver dónde está el ramo de doce rosas. Me quedo inmóvil cuando lo veo, está en el escritorio de la asesora leal de la compañía, ella lee la dedicatoria con una sonrisa boba en la cara y sacude su cabello rubio largo mientras la lee.
Patricia Schneider, rubia de ojos color miel, alta de cuerpo escultural y rostro de concursarte de belleza, labios carnosos y nariz pequeña y una de mis amigas. Quiero llorar, pero no puedo, estoy frente a la oficina, a punto de hacer una escena.
Yo los presenté, el padre de Patricia fue mi tutor en la universidad y cuando supo que yo era la novia de Claudio Ferrara, me pidió que le consiguiera trabajo a su hija que era abogada y quería salir ya de la firma de abogados para la que trabajaba, quería entrar al mundo corporativo, decía, la conocí y los presenté, al tiempo supe que la contrató y hasta se lo agradecí a mi esposo, ahora me doy cuenta de que esa traidora es la amante de mi marido.
Salgo de allí y corro hacia mi auto, donde me encierro a llorar.
Tiene un amorío con Patricia, no es que es mi mejor amiga, pero somos conocidas, cercanas, le tengo mucho aprecio a su padre, a su madre, se lo tenía a ella. Tocan la ventana de mi auto, trato de limpiar mi rostro lo mejor que puedo y bajo la ventanilla.
-Buenos días, disculpe, no puede quedarse dentro del vehículo, debe bajarse o dirigirse a donde va.
-Ah, ya me voy, gracias -digo, subo la ventanilla y pongo en marcha el auto.
«¿Qué haré? ¿Qué hago?».
Quiero dejarlo, quiero irme de su casa, decirle que es una rata, decirle a ella que es una traidora falsa de lo peor, pero no puedo darme el lujo de hacer un escándalo. Me siento tan humillada, hecha a un lado, no dejo de llorar todo el camino a casa, al llegar a casa, apago el teléfono y me acuesto en la cama que compartimos, me pregunto si la ha metido aquí cuando yo no estoy, cierro los ojos y dejo que el dolor me consuma.
Después decidiré que haré, por ahora lloraré hasta que se me salga la última lágrima que sea capaz de producir. Dejo que el dolor me atreviese el cuerpo y el alma, lloro y me siento miserable. No dejo de pensar que esta mañana me tomó después de haber estado con ella.