Capítulo 1 La rutina
-Doctora, dígame, ¿me voy a morir? - la cara de la señora Rosales era de pánico, pero esa imagen ya la había visto antes unas cuantas veces.
- ¡No!, no se va a morir, solo necesita descanso unos cuantos días en casa, no se preocupe, todo saldrá bien-Le ofrezco una sonrisa hipócrita, todos los días la misma situación, en este estado en el que me encuentro me gustaría decirle: si, se va a morir, ¡todos nos vamos a morir!
-Es que me preocupa que no me haga efecto las medicinas. – sus manos temblaban al hablarme
-Si señora Rosales, si le harán efecto las medicinas, ahora váyase confiada y tranquila que a sus 50 años tendrá una vida larga y saludable- La señora Rosales me mira sonriente, ella siempre estaba enferma, casi todos los días iba al consultorio en donde yo trabajaba, hacía las mismas preguntas, pero no era la única, mis pacientes parece que manejaban el mismo perfil, los veía continuamente, siempre tenían lo mismo, y siempre hablaban de lo mismo... de su temor a morir, como si yo fuera una salvadora, simplemente soy una médica, y me pagan muy bien por serlo, pero me desesperan, no viven plenamente por estar preocupados por el temor de perder la vida, ¡que ridículo! si al final del camino todos nos vamos a morir.
Aunque yo no era la persona más indicada para hablar de vivir plenamente, y no justamente por mi temor a morir, al fin y al cabo, ya estaba muerta en vida ...
Despues de doce largas horas de turno, me alisto para irme a casa, allí solo me espera mi perrita Lulú, mi esposo desde que le salió el cargo como gerente de la sucursal de la empresa de transportes de su padre no hace más que viajar, igual ni siquiera tenemos tiempo para vernos.
Estoy más agotada de lo normal, al llegar a casa, me veo al espejo, estoy pálida, mi rostro refleja dos enormes ojeras, mi cabello no está para nada cuidado, y estoy ganando peso, por los malos hábitos de alimentación y mi sedentarismo, ser médica y tener dinero no me servía de nada, si me faltaba algo muy importante: el amor propio. Mi teléfono suena y ahí estaba mi videollamada diaria.
- ¡Hola, cariño! ¿Cómo estás? ¿me extrañaste? - Mi esposo me pregunta, como si le importara.
-Hola Gerö, claro que te extrañe, te extraño todos los días ¿Cuándo regresas a casa?
-Mi linda, aun no lo sé, los negocios aquí están cada vez más complicados, ya sabes cómo es mi padre, todo le gusta que sea perfecto y pues bien, debo quedarme unas semanas más, yo diría que unas dos o tres, ¿espero no te moleste?- mi esposo siempre estaba de viaje, mi matrimonio no tenía sentido, nos veíamos dos veces al mes, yo lo amaba, me case hace diez años con él, bastante joven y enamorada, y no niego que fueron unos años espectaculares, pero ahora no queda más que la rutina entre los dos.
-Si me molesta, creo que es algo que no te importa ¿o sí? – trato de voltear mi mirada de frente a la cámara, mis ojos están a punto de explotar, tenía un gran nudo en la garganta, no solo mi piel estaba marchita, mis ojos también. ¡Sentía unos deseos inmensos de llorar!
-Ay pequeña claro que me importa, pero vas a ver, cuando este allá me quedare contigo unas tres semanas y te hare feliz, programa tus vacaciones para esa fecha, pasaremos una buena temporada juntos, bueno linda, tengo que irme, te quiero- Mi esposo me manda un beso con su mano y ni siquiera deja que yo me despida.
Al otro lado del teléfono
- ¿Cuándo te vas a divorciar Gerónimo? Estoy cansada de esa situación
-Mi amor, es que entiéndeme tengo un gran patrimonio con Brenda, si me llego a divorciar de ella, es posible que se quede con todo, ¿y sabes? Tú y yo no tendríamos nada para disfrutar, debes darme tiempo, debo pensar con claridad que puedo hacer
-Llevas casado con esa simplona diez años, nosotros ya llevamos dos años juntos y aunque sé que trabajas aquí y vives conmigo, no tolero que sigas casado, ¡yo quiero ser tu mujer!
-Ay mi amor, ahora no es tiempo para cantaletas, ven, mejor dame amor, que tengo un buen regalo para ti- Gerónimo saca de su bolsillo un hermoso collar que le había comprado a su amante, la tenía convencida con lujosos detalles, ella era una joven de 22 años, con la que se había conocido en uno de sus viajes y se enamoraron perdidamente, Brenda lejos de imaginar la traición de su esposo, solamente se dedicaba a su trabajo de manera abnegada, siempre anhelaba la hora de que él llegara y la hiciera mujer, pues se conservaba solo para él.
Brenda...
Como mi esposo me dijo que había programado sus vacaciones para dentro de dos semanas, estaba ansiosa por pasar un tiempo de calidad con él, había programado un viaje para una playa, tenía todo listo, de verdad lo extrañaba demasiado y quería estar en sus brazos, hace mucho que no sabía que era sentir el calor humano y poder satisfacer los deseos de mi cuerpo, también para eso era el matrimonio, no solo para mancomunar bienes, era compañía y placer, todo era un complemento.
Pasaron las tan anheladas dos semanas, yo vivía conforme con las pocas videollamadas cortas que me hacia mi esposo, todo era un sacrificio, y sabía que me esperaba una buena recompensa.
-Hola mi amor ¿a qué horas sale tu vuelo mañana? ¡Estoy ansiosa de verte querido! - le digo a mi esposo mientras hacemos nuestro encuentro rutinario por teléfono, Gerónimo se pone las manos en la cabeza, hace unos gestos de manera exagerada que me confunden.
-Amor ¡olvide decírtelo! No pude sacar los tiquetes a tiempo, además un compañero tiene una incapacidad médica, no podré tomarme mis vacaciones por ahora, lo siento cariño, creo que viajaré hasta dentro de dos semanas. -Cuando mi esposo me dice eso, siento como mi rostro se palidece, la presión se me baja y el pulso se me acelera, ¡desgraciado! Tanto que me esforcé, programé mis vacaciones también para estos días, y me sale con esto.
-Pero si lo estuvimos hablando casi todos los días, se suponía que llegabas mañana, ¿Por qué no me habías dicho nada? ¿estás loco?, yo saque mis vacaciones también para este tiempo, y, y...
-Queridita, lo siento mucho, perdóname, amor, te llamo mañana a esta misma hora, te quiero- Gerónimo cuelga la videollamada, él muy descarado me había hecho cara de idiota, me había hecho gestos de compasión fingidos, no le importo ni un solo segundo lo que yo estuviera pensando o sintiendo, le llamó nuevamente, pero ya no tiene conexión, pego un grito de dolor, fundo mi cara contra la almohada y me tiendo a llorar como una niña pequeña, mi marido me había hecho el peor de los desplantes, ahora iba a pasar dos semanas sola, al menos trabajando tenía la señora Rosales, al señor Eder, al señor Parker, la frustración es el peor de los sentimientos.