-¿Le parece que estoy bromeando, Jaded? -refuta con una pregunta lo que le he dicho y, en ese momento, borro de mi rostro todo rastro de sonrisa alguna.
-¿Es... es... -titubeo- está hablando en serio? -completo mi pregunta al mirarlo fijamente y al detenerme (lo cual también hace él).
-Sí -responde relajado y firme a la vez.
-¿Por qué? -siseo mi pregunta al seguir mirando al tipo con mi ceño fruncido.
-¿Por qué? -repite la pregunta que yo le hice y luego, sonríe (lo cual me parece extraño).
-Usted no está hablando en serio -determino al mirarlo fijamente; y aquel deja de sonreír.
-¿Por qué dice que no? -inquiere frontal- ¿Por qué estoy sonriendo? -interroga al mirarme directamente y, en ese momento, puedo observar el color de sus ojos (el cual parecía ser de tono caramelo).
-Sí..., creo que sí -contesto no muy segura; y el hombre vuelve a sonreír.
-Pues déjeme decirle, Jaded -me trata con formalidad-, que no estoy bromeando -puntualiza gentil al tiempo en el que vuelve a empezar a andar; y yo decido seguirle el paso.
Al aclararme que no estaba bromeando, yo decido tomar con seriedad su sugerencia y responderle.
-Es imposible; no puedo hacer eso -manifiesto con mucha seguridad y, con ello, me vuelvo a ganar toda la atención del tipo.
-¿Por qué? -interroga curioso- ¿Qué se lo impide? -añade; y yo frunzo un poco mi entrecejo ante su última pregunta.
-¿Que qué me lo impide? -inquiero al verlo- Pues... -suspiro- ya tiene novia -respondo demasiado obvia.
-¿Solo eso? -pregunta relajado; y eso me sorprende.
-¿No le parece motivo suficiente? -cuestiono un poco seria.
-Digamos que...
-¿Acaso a usted le gustaría que el mejor amigo, de la mujer que usted quiere -le señalo al verlo- y con la que tiene una relación, se acerque a ella y le confiese sus sentimientos que guarda hace muchos años? -le planteo con mayor seriedad al observarlo de manera fija.
-Bueno... no, pero...
-No hay "pero" alguno, Steven -sentencio muy firme-. A nadie le gustaría que el mejor amigo o la mejor amiga se acerque a la persona que amamos para decirle que está enamorado o enamorada de aquel o aquella -manifiesto-. A usted no le gustaría -afirmo tajante- y, para ser sincera, creo que a mí tampoco... -articulo- supongo -añado dudosa; y puedo ver cómo el hombre vuelve a sonreír divertido.
-Creo que usted sola se complica las cosas -declara categórico-. Y... -alarga- respondiendo a su pregunta -añade-, si yo estuviera con alguien y su mejor amigo se le declara, no me molestaría -indica con mucha certeza-. Cualquier persona se le podría declarar, pero, al fin y al cabo, yo soy su pareja y si estoy con ella es porque la amo y sé que me ama -me explica.
-Pero...
-Ahora -menciona al interrumpirme- perdón, no debí haberte interrum...
-No, no -respondo rápidamente-. Adelante, dilo -le doy cabida para que siga hablando.
-Bien... -exhala lentamente- como le seguía diciendo...
-Disculpe -lo interrumpo yo-, un momento -le pido.
-¿Qué sucede? -me pregunta extrañado; y ahora soy yo la que sonríe.
-¿Le importaría dejar de tratarme de "usted"? -le pido en forma de pregunta.
-¿Le molesta? -cuestiona le de manera interesada.
-No es que me moleste... -formulo algo dudosa-, pero me sentiría más cómoda si me tratara de "tú" -le indico.
-Entonces sí le molesta -refuta sonriente.
-No, no -niego de inmediato-. No es eso -señalo otra vez-. Lo que sucede es que... -alargo- no sé -respondo de forma genuina-. ¿Cuántos años tiene usted? -cuestiono un tanto insegura- ¿veintisiete? ¿veintiocho? -planteo al mirarlo; y él sonríe.
-Veintiocho -contesta relajado.
-Veintiocho -susurro su respuesta-. Yo tengo veintitrés -le doy a conocer.
-Veintitrés -repite él con curiosidad-. Parece más joven -menciona.
-¿Más joven? -cuestiono divertida.
-Sí, más joven -responde él con rapidez.
-¿Cómo cuánto más joven? -interrogo al mirarlo con mis ojos ligeramente entrecerrados.
-Pues... -alarga al tiempo en el que repite el gesto que hago con mis ojos (lo cual me hace sonreír; y él corresponde la misma manera)- veinte -determina con seguridad.
-¿Veinte? -repito su respuesta en forma de interrogante- Pues no es mucho -señalo-. Solo son tres años -indico como si no fuera relevante.
-Una mujer de veintitrés con una mujer de veinte es muy distinta -sentencia él con mucha seguridad.
-¿Muy distinta? -repito algo divertida- Solo son tres años de diferencia -le vuelvo a recalcar.
-Para usted pueden ser solo tres años de diferencia -señala-, pero créame -me dice al mirarme con atención-; son muy distintas vuelve a afirmar.
-¿Por qué lo asegura? -le pregunto interesada.
-Porque hace tres años llegué a tener una relación con una mujer de veinte años -me señala.
-Y... -alargo- ¿también con una de veintitrés? -le pregunto; y aquel asiente.
-Sí -reafirma-. Cuando apenas cumplí los veinticinco, mi enamorada tenía veinte años -me cuenta-; fue una relación corta de seis meses -me informa; y, luego de ella, tuve otra enamorada -menciona.
-Cuya edad era veintitrés años -articulo; y él asiente sonriente.
-Efectivamente -confirma-. Inicié mi relación con la mujer de veintitrés, luego de dos meses de haber estado con Leonela, que es la mujer que tenía veinte y que, casualmente, ahora tiene su edad -señala curioso.
-Entonces... usted... en base a su experiencia, determina que una mujer de veinte es muy distinta a una de veintitrés.
-Sí -señala (una vez más) mientras seguimos caminando-. Disfruté mucho de ambas relaciones -me comenta-, pero luego conocí a Sov y me di cuenta de que ella era la indicada -precisa muy seguro y, de pronto, su gesto se vuelve sombrío.
-A ella es a quien... perseguía, ¿cierto? -pregunto un tanto apenada por él.
-Sí -responde desanimado y al sonreír tristemente-, pero creo que todo esto debe tratarse de algo pasajero -menciona de forma repentina, algo esperanzado-. Porque si no, no entendería nada -expresa sincero.
-¿Por qué? -cuestiono algo dudosa.
-Pues... porque todo ha estado yendo bien -articula muy convencido de ello-. Al menos, es lo que pienso -añade ya no muy seguro de sus palabras.
-Debe hablar con ella -es lo único que se me ocurre decir ante mi total inexperiencia en relaciones.
-Sí, eso haré -me contesta al dirigir su mirada hacia mí nuevamente, ya que la había desviado hacia el frente.
-Bien... -susurro al no saber qué más añadir.
-Y usted también debería hablar con su amigo -insiste reiterativamente.
-¿Por qué insiste en ello? -le pregunto con mucha curiosidad.
-No es que insista -contesta relajado-. Solo es una sugerencia que debe tomar muy en cuenta -articula divertido.
-A mí me suena a insistir -le digo al sonreír; y él corresponde a mi gesto.
De pronto, me he dado cuenta de que he llegado al edificio en el que vivo.
-Bueno... -alargo al tiempo en el que me adelanto unos pasos y me detengo frente al hombre con el que venía hablando y cuyo nombre decía ser Steven-. Yo vivo aquí -le preciso al señalar el edificio con mi mirada.
-Pues... -larga él- tenía usted mucha razón -manifiesta-. No vivía muy cerca al parque -señala sonriente.
-Pues no -reafirmo.
-¿Suele ir a aquel? -cuestiona de forma repentina.
-No -niego al tiempo en que me acomodo el turbante que acababa de comprar-, solo caminé hasta allí -respondo de manera relajada al encogerme de hombros.
-Entiendo...
-¿Y usted? -le pregunto.
-¿Quieres te trate de "tú" cuando tú me tratas de "usted"? -interroga con cierto ápice de diversión.
-¿Y tú? -me corrijo.
-Yo sí -contesta, finalmente, a mí pregunta-. Mis hermanos y yo jugábamos en ese parque cuando éramos unos niños -me cuenta- y, en verano, nos metíamos a la...
-¿A la...? -alargo para que siga hablando.
-A la pileta -completa él un tanto apenado.
-Entiendo -respondo sonriente.
-Lamento mucho haberla tirado en la fuente -se disculpa otra vez.
-Tranquila; ya pasó -le recuerdo tajante-. Olvidemos ese episodio mejor -le sugiero; y aquel asiente con su cabeza a modo de respuesta.
-Y bueno -vuelve a tomar la palabra "Steven"-, como te seguía comentando, es frecuente que asista a ese parque -concreta.
-Bien... -susurro al sonreír-, bueno... -alargo otra vez- yo ya voy a entrar -le comunico al señalar la puerta de ingreso con mi pulgar.
-Sí, claro -responde él.
-Sí -repito-. Muchas gracias -le digo al extenderle la mano-. Has sido muy amable -agrego gentil; y él sonríe a boca cerrada.
-Tú también has sido muy amable, Jaded -contesta muy sincero al tomar mi mano y estrecharla con delicadeza.
-Fue un placer -agrego-. Y, en serio, muchas gracias por insistir en acompañarme -expreso con total honestidad-. Yo... necesitaba hablar con alguien -concreto; y él asiente con su cabeza.
-Yo también -responde muy firme-. Hablar contigo me ha servido para tranquilizarme -precisa con seguridad-. Voy a pensar y luego, buscaré a Sov para conversar -señala.
-Es una gran idea -le contesto sincero.
-Gracias -responde en un susurro al tiempo en que decidimos deshacer el agarre de nuestras manos.
-Bueno, cuídese -añado; y decido alejarme lentamente para ir hacia la puerta del edificio.
-Adiós -contesta él.
-Adiós -respondo y, finalmente, me giro por completo para abrir la puerta de mi edificio y entrar en él.
-Jaded -escucho, nuevamente, la voz del hombre que me había tirado a la fuente de agua del parque al que me fui a pensar.
Ante ello, decido girarme para mirarlo.
-¿Si? -respondo serena al observarlo de manera atenta.
-Dígaselo -menciona de forma seria y segura; y aquello provoca que lo mire con mayor atención y seriedad-. No pierde nada -añade al mirarme directamente a mis pupilas con aquellos ojos de ensueño que tenía aquel-. Lleva muchos años escondiendo sus sentimientos, ¿no es así? -me pregunta; y yo asiento con mi cabeza lentamente-. Entonces, siendo así, con mayor razón, dígaselo -vuelve a determinar con demasiada seguridad-. No se guarde lo que siente -añade-. No merece reprimir sus sentimientos-puntualiza-. Además, si bien cada persona es distinta, yo... no me molestaría porque mi mejor amiga me confesase lo que siente por mí -precisa- y, si a quien le confesaran que aman es a mi novia, pues tampoco -agrega tajante-. Ya le expliqué por qué -me recuerda; y yo asiento nuevamente; no articulo ni una sola palabra-. Estoy seguro de que su amigo comprenderá -adiciona muy seguro-. Bueno... -alarga- eso era todo -completa-. Cuídese mucho y... fue un placer conocerla -menciona finalmente y, luego, sonríe (acto al que correspondo) para, inmediatamente, girarse y empezar a caminar por donde vinimos.
Lo veo marcharse hasta que llega al paradero de taxis, que estaba a unos cuantos metros de la puerta del edificio en el que vivía, y detiene a uno. Ante ello, yo me giro para abrir la puerta del lugar en el que vivía y, así, entrar; sin embargo, no hago ello y me giro de manera intempestiva.
-¡Steven! -articulo su nombre un poco fuerte; y me doy cuenta de que aquel estaba a punto de subirse al taxi.
-Dígame -me contesta con una sonrisa.
-Muchas gracias -le expreso con mucha sinceridad; y aquel hombre amplía, mucho más, la cautivante y contagiosa sonrisa que tenía dibujada en su rostro.
-Gracias a usted, Jaded -precisa divertido y ya entendía a qué se debía.
-Igual a USTED, Steven -enfatizo la palabra "usted"; y aquel sonríe-. Adiós -digo nuevamente; y levanto, de manera tímida, una de mis manos en señal de despedida.
-Adiós -responde él; y hace los mismo que yo-. Espero que, la próxima vez que nos crucemos, usted ya se lo haya dicho -agrega; y yo sonrío.
-Gracias -es lo único que atino a responder; y aquel asiente para después, entrar al taxi sin dejar de observarme, por unos segundos, hasta que cierra la puerta de este.
Luego, esta baja la luna de su ventana y me sigue observando de una forma un tanto extraña que no sabría descifrar.
-Adiós -agrega nuevamente y, en aquel instante, el taxi que había ocupado "Steven" se pone en marcha.
Yo me quedo observando cómo se aleja hasta que...
-¡Jaded! -escucho la voz de la persona de la cual estaba enamorada a la vez que siento cómo posó sus manos a cada lado de mi cintura, por unos instantes, como para asustarme (lo cual había logrado).
Ante ello, yo decido girarme ciento ochenta grados para poder observarlo.
-Evan -susurro su nombre (un poco impresionada) al tenerlo, frente a frente, en la puerta de mi edificio.
-Hola -me saluda muy animado.
-Evan... -repito su nombre otra vez (un tanto desconcertada)- ¿qué haces aquí? -pregunto (un poco extrañada) al mirarlo de la misma manera.
-Pasaba para agradecerte -precisa de manera repentina.
-¿A... gradecerme? -cuestiono dudosa.
-Sí -sonríe ampliamente-; a agradecerte -puntualiza muy seguro-. Sin tu consejo, seguro no le habría dicho nada a Carrie y... ahora, muy probablemente, solo estaría viendo cómo otro camina a su lado -menciona divertido; y yo... trato de... sonreírle-. Jaded, ¿estás bien? -me pregunto un tanto curioso y... preocupado al mirarme con su entrecejo levemente fruncido.
-Sí, sí -siseo-; estoy... estoy bien -le respondo tratando de sonar lo más convencida posible.
-¿Segura? -inquiere al acercarse más a mí; y, ante ello, lo que atino a hacer, de forma instintiva, es tomar distancia de forma inmediata al dar un par de pasos hacia atrás (lo cual parece llamar la atención de Evan, ya que me mira bastante confundido)-. Jaded -repite mi nombre un poco extrañado-, ¿segura que estás bien? -vuelve a cuestionar; y yo me quedo viéndolo atenta, por unos instantes, antes de hablar.
-Sí, sí -respondo con mayor seguridad al tiempo en que llevo mis manos hasta mis ojos y los cubro por unos segundos para después, retirarlas-. Ah... yo estoy bien -le respondo-. Estoy muy bien -añado con mayor seguridad-. Solo... -alargo-estoy un poco distraída por...
-¿Por? -inquiere él.
-Por... -titubeo- porque se me acaba de venir una gran, gran, gran idea... acerca de un arreglo que le puedo hacer a una de las piezas que interpretaré para Brown en la evaluación de este fin de semana -le miento al haber hablado de manera apresurada; y aquel se me queda viendo muy extrañado-. Sabes cómo soy, Evan -agrego-. Cuando empiezo a pensar..., yo... me...
-Sí, sí -responde él, de repente al sonreír-. Sé cómo te pones -agrega más sonriente; y aquella es una señal de que me ha creído.
-Sí... -suelto más relajada- bueno... ya voy a entrar -le digo.
-Sí, vamos -menciona de forma sorpresiva y, en este instante, para ser muy sincera conmigo, no quería que él estuviera aquí, ay que necesitaba pensar; sin embargo, no s eme ocurría una buena excusa para decirle que se fuera de mi departamento, así que...
-Sí, claro..., entremos -determino al sonreír de manera forzada; y, de inmediato, me giro a abrir la puerta del edificio, finalmente, y, sin perder mucho tiempo, tanto Evan como yo entramos a aquel.
-¿Sabes? -articula-. Hoy YO invito la pizza -precisa emocionado y, con aquella promesa, empezamos a dirigirnos hacia el elevador del edificio en el que había decidido vivir.