La voz que despertó mi primavera
img img La voz que despertó mi primavera img Capítulo 3 Viernes 5 de septiembre
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Capítulo 6 Lunes 22 de septiembre img
Capítulo 7 Martes 23 de septiembre img
Capítulo 8 Miércoles 24 de septiembre [1] img
Capítulo 9 Miércoles 24 de septiembre [2] img
Capítulo 10 Jueves 25 de septiembre [1] img
Capítulo 11 Jueves 25 de septiembre [2] img
Capítulo 12 Viernes 26 de septiembre [1] img
Capítulo 13 Viernes 26 de septiembre [2] img
Capítulo 14 Sábado 27 de septiembre img
Capítulo 15 Lunes 29 de septiembre [1] img
Capítulo 16 Lunes 29 de septiembre [2] img
Capítulo 17 Lunes 29 de septiembre [3] img
Capítulo 18 Martes 30 de septiembre [1] img
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Capítulo 3 Viernes 5 de septiembre

Al salir del departamento y a punto de dejar el edificio, el casero, un anciano de cara arrugada y sin cabello, persiguió a Damián con poco más que maldiciones y gritos. Innecesarios, Damián se detuvo al escuchar el primer "alto".

-Te corte la puta agua caliente, mierdilla -seguía maldiciendo, ya sin aire, después de llegar con Damián.

No era la primera vez.

-Lo siento mucho, ¿qué fue lo qué pasó?

-Estamos a cinco de este mes y no me has pagado.

Damián apretó los dientes. Su padre hacía siempre lo mismo. Tenía de sobra para pagar el departamento y hasta uno más grande y más, pero siempre, con Damián, los pagos no llegaban, y tampoco el dinero para mantenerse. Había intentado explicarle al casero que él tampoco tenía dinero, pero no podía culparlo tampoco.

-¿No ha llegado el depósito?

-¿Eres sordo? Es lo que te estoy diciendo.

-Lo lamento -el anciano giró los ojos-. Le mandaré un mensaje para recordarle...

-Si el domingo no me has pagado, el lunes sacaré toda tu mierda a la basura. Dile eso a tu padre.

El anciano se fue sin más. Tal vez era quien menos lo asustaba, aunque tenía prohibido confiarse. Un par de veces lo había golpeado ya con un tubo al llegar tan tarde, incluso cuando ya se había percatado que era él. Sí, el anciano era el menor de sus males, el asunto era cuando llamaba a alguno de sus hijos. Tenía que llamar a su padre.

Definitivamente más temprano de lo normal después de una noche intranquila, tomó un poco más de desayuno aunque no lo terminó. Se duchó y fue a la escuela. Podría haberse sentido más tranquilo, pero estaba fatigado física y emocionalmente. Se sintió más enfermo que el día anterior (¿no era eso ya una acumulación de muchos días anteriores?) pero la conversación con Conrad habían agilizado y revitalizado sus ideas sólo un poco.

Aunque Conrad quisiera reducir su integridad a la de un juguete, había reafirmado que sólo sería si Damián sentía deseo de eso, aunque pudiera ser mentira, pero hizo sentir a Damián poder. Le recordó que estaba vivo y que tenía cuando menos un anhelo.

Esta vez descartó la biblioteca. Fue directamente a la enfermería para esconderse en un rincón entre un pasillo enmarañado, sin embargo, cuando llegó ahí, estaba ya abierto con el doctor.

-¿Te caíste otra vez? -preguntó incrédulo.

-Sí.

El médico suspiró y giró los ojos. Se llevó los dedos a la cien, como si fuera a preparar un sermón.

-No puedo ayudarte si no dices nada. No nací ayer. Sé cómo son los muchachos.

«Entonces sabe que no hay nada que se pueda hacer» pensó, y no lo diría. El médico era una buena persona, serena y considerada. Había tratado bien siempre a Damián, y le daba más medicamentos y elementos extra que pudiera necesitar, porque sabía que lo hacía. Damián trataba de no molestarlo todo el tiempo, así que iba solo cuando estaba en su límite.

Damián estaba en silencio, dejándose tratar sin quejas.

-Señor.

-¿Sí?

-Hoy tengo deporte en el cuarto módulo, pero no me siento bien. ¿Cree que podría...?

-Sí. Sabes que sí. Tendré el reporte antes de que llegues. No estaré desde el tercero, pero dejaré abierto para ti. Cierra cuando estés aquí y cuando te vayas.

Damián asintió.

-Gracias.

Para cuando Damián salió de la enfermería, un poco menos adolorido por los analgésicos, poco faltaba para iniciar las clases. Los pasillos estaban repletos de nuevo y el nerviosismo se apoderó de él otra vez. Quizá debió esperar un poco más en la enfermería antes de salir, pero estaba ya a medio camino y ya había molestado al doctor lo necesario ese día.

Apretó la mochila contra el pecho cuando, antes de entrar a su aula, vio parados a los tres muchachos de ayer en la puerta. Su corazón se aceleró en pánico cuando uno lo miró, hizo una mueca y después regresó a la conversación con los otros dos. Usualmente cuando eso pasaba, segundos después irían a su dirección a hacer su acto de presencia, de intimidación. Sólo se quedaron en lo suyo.

Y Damián, parado unos segundos incrédulo. Apresuradamente entró y se hundió en su pupitre, demasiado ansioso.

Cuando no pasó nada pudo levantar la mirada al pupitre de enfrente. Conrad estaba recargado en la paleta del pupitre escuchando a alguien más, pero sabiendo que lo estaba mirando a él. Él tenía una sonrisa.

Pudo dormir en la última camilla de la enfermería todo el cuarto módulo y el almuerzo gracias a un té que el médico le dejó antes de irse. Amaba las camillas de la escuela porque eran especialmente cómodas, al menos más que el frío y delgado colchón que tenía en el suelo de su departamento. Las cortinas lo aislaban y el olor a desinfectante lo hacían sentir más seguro.

El medicamento, el dormir y esconderse en un lugar que sabía que era seguro hicieron un milagro en él. El resto del día podía seguir como fuera, se sentía listo para el caos otra vez.

De vuelta, esperaba una pila de uniformes que tendría que lavar ese fin de semana como puntualmente pasaba cada semana. «Hoy es viernes», se había dicho desde que el anciano lo amenazó. Su pupitre, en cambio, estaba íntegro tal y cómo lo había dejado antes de irse a la enfermería. No había ropa, ni basura del almuerzo. ¿Se habrían equivocado? O tal vez Damián se equivocó de asiento.

No era el caso, y tampoco podía preguntarle a nadie qué estaba pasando. Nadie le prestaba atención mientras entraban y acomodaban a que entrara el siguiente profesor.

Sintió un vacío, uno agradable, pero ilusionarse con eso era muy pronto. Todavía quedaban horas para terminar el día.

Y nada pasó. Ni fuera de la biblioteca, donde lo habrían interceptado para que hiciera los deberes de otros más, ni dentro de ella, donde habrían volcado sus cosas, apuntes y libros. Damián aún así hizo las usuales copias extra, y esperó afuera de la biblioteca treinta minutos. Nadie apareció, o al menos nadie que lo mirara y mucho menos dirigiera la palabra.

Se sentía incómodo de irse así, sin confrontación, sin puñetazos, sin nada. Y era increíble. Pero todavía no. Miró el cielo y apenas estaba oscureciendo cuando pasaba por el campo trasero donde siempre terminaba tumbado. Ahí lo llevarían a rastras, pero ahora caminaba ahí por su propia voluntad. El mismo poste con la misma luz.

Esta vez no estaba solo.

Mientras estaba absorto en la paz que había tenido ese día, fuera de sí con la mirada en aquella luz, lo sacó de su trance un susurro.

«Un gemido» Damián se escandalizó al darse cuenta. Bajando la mirada del poste, vió un poco más allá de la oscuridad, en la malla ciclónica, dos siluetas pegadas, una de espaldas a la malla y la otra presionándose el cuerpo contra ella. Eran uno solo. Eso era todo lo que Damián necesitaba interpretar para ponerse rojo.

-¿Qué estás haciendo? -le gritó la misma voz que gimió-. ¡Lárgate, mirón!

Damián sabía que se referían a él, porque era el único por ahí, a menos que se lo dijera a la silueta frente a la muchacha, que por la forma en la que estaban pegados, o enredados, dudaba que fuera así.

Se puso tenso, nervioso y torpe.

-¡L–lo s–siento!

Titubeó, como si hubiera olvidado el camino por el que debía seguir para ir a la parada. La silueta del muchacho se separaba, ahora sí eran dos diferentes y eso espantó a Damián. Arruinó su racha con eso.

«Viene a golpearme». Pero Damián aún estaba lejos, y estaba el estacionamiento en el camino. No podía dudar más si quería evitar el problema, todavía tenía una oportunidad. Empezó la carrera antes de que el hombre alcanzara a verlo y viera a donde huía.

Corrió al estacionamiento, evitando a la poca gente que había ahí. Quiso aprovechar la oscuridad y volverse sigiloso entre los autos, pero a veces las piernas le flaqueaban, ya fuera por el miedo o su debilidad. Se escondió detrás de una camioneta unos minutos, y para su mala suerte escuchó que entraban varias pisadas al lugar, y se dispersaban entre los autos. «mierda» apretó los ojos y decidió que era mejor moverse antes de que lo encontraran en el mismo escondite.

El ojo izquierdo no le ayudaba a tener la mejor visibilidad, y la oscuridad lo empeoraba. No tardó en encontrarse en un callejón sin salida de autos y malla para que una linterna lo iluminara.

-¿Alumno, está drogado? -Un profesor de edad lo atrapó.

-¿Q–qué?

-Joven. Sé que es viernes, pero si va a consumir algo, hágalo en otro lado. Aún pueden suspenderte. Váyase a casa o llamaré a seguridad.

Damián estaba seguro que el maestro no lo reconocía y tampoco quería hacerlo. Sonaba cansado y parecía querer irse a casa, como él. Sonó la alarma de un auto al lado.

-Lo siento mucho. Me iré ya a casa.

-Buenas noches.

Damián tomó esa confusión como escape y se escabulló en la salida al otro lado, la que estaba directo a la calle de su parada.

Cuando salió, apenas aliviado vislumbrando la banca vacía, con el cielo ya más oscurecido y yendo con toda esperanza a ella. Escuchó los pasos que lo seguían de nuevo. Volteó sobre el hombro izquierdo a la oscuridad y no estaba solo. Al arrancar otra carrera, se tropezó con la maleza crecida de la zona de la que nadie se ocupaba.

-¿Qué mierda fue eso? -Conrad lo alcanzó todavía en el suelo, donde Damián cayó de rodillas y de manos. Dolían muchísimo, conteniendo las lágrimas-. ¿Te crees un ninja o un espía?

Conrad se quedó parado a lado suyo, esperando a que se levantara, con una inquietud que podía ver en sus piernas, casi bailaban incómodas. Cuando levantó la mirada y pudo verlo con la poca claridad que podía ofrecer la luz lejana de la banca aún, Conrad se estaba cubriendo la mitad de la cara con una mano.

Sin entender que estaba pasando, y con su rostro denotando esa confusión. Conrad se echó a reír.

-Entraste al estacionamiento, e intentaste esconderte y eso -quería tratar de explicar entre las risas-, pero, o sea, todo se veía desde fuera. Dios, qué vergüenza fue verlo todo. Fue como una película de suspenso, pero sin el close up, sólo un sujeto corriendo entre autos sin sentido, sin nada de tensión. O sea, mucha pena. Definitivamente parecías borracho.

Conforme más explicaba, menos contenía su carcajada, doblándose de la risa. Y a como eso pasaba, Damián empezó a ponerse rojo y ciertamente avergonzado. La sangre en el rostro evitó que siguiera sintiendo el dolor en las rodillas y pudo ponerse de pie inmediatamente. Respiraba agitado, pero parecía que su situación se había aligerado.

-¡Y–ya!

-¡Debí haber grabado eso! ¡Fue oro!

-¡D–deja de reírte!

Damián se cubrió el rostro todavía de la vergüenza, sin preocuparse del todo por el peso de su exigencia. De todos modos, Conrad seguía riéndose, aunque intentaba no hacerlo. Tuvo una sensación de complicidad, una confianza de la que sabía que no podía fiarse, pero la risa de Conrad era... divertida.

En la banca, agregó:

-Mientras te ganabas el Oscar pasó tu camión. Lo vi desde la banqueta, ya sabes...

-¡Basta! ¡Por favor!

Era lo más clara y alta que había escuchado su propia voz en mucho tiempo. A Conrad no parecía molestarle.

-Está bien. De todos modos quería preguntarte cómo fue tu día.

Damián sintió que la temperatura bajaba de golpe, que toda la tensión regresaba. Él era la misma persona que ofreció comprar su alma y la misma que podía compartir una risa con él. Su carisma lo asustó.

-¿Fue bueno? ¿Te gustó?

Le encantó. Pero no quería que su rostro lo delatara. Se limitó a guardar silencio.

-Lo del campo trasero y el estacionamiento fue tuyo. Tu cabeza y tu culpa. Debías haber salido temprano. ¿A qué te quedaste esperando en la biblioteca? Quería hablar contigo, pero ella llegó y, bueno, parece que te asustan las mujeres.

Damián volvió a ponerse rojo y pálido al mismo tiempo, si es que eso era posible.

Ellos se estaban besando, estaban abrazados. Estaban tocándose.

-No quise molestar a tu novia... lo siento mucho.

-Oh, no. No es mi novia. Ella seguro está bien.

Se quedó en silencio, procesando la idea.

-¿Tu amiga?

La cabeza de Conrad onduló de un lado a otro. Tampoco podía decir que eran amigos. Quizá ella era también un juguete.

«¿También?» pensó.

-Así que fuera de tu paranoia, apuesto que tuviste un lindo día.

Damián se sacudió la cabeza. Recordó lo que encontró anoche.

-¿Cómo lo hiciste?

-Ese no es tu problema -Conrad le sonrió y se sentó a su lado. La familiaridad y fluidez con lo que lo hacía espantó a Damián-. Tú no tienes que preocuparte. Sólo tienes que saber que hoy podrían ser todos los días, pero sin la última parte de suspenso -se le dibujaba la risa en los labios, sin soltarla-. Pero si crees que tu vida era mejor ayer, entonces...

-No era mejor ayer.

Conrad se quedó en silencio un segundo. Parecía querer controlar la sonrisa que se hacía más grande antes de continuar.

-¿Entonces?

-¿Qué se supone que haría?

Parece que el muchacho no podía contener el entusiasmo, aunque nunca perdió la compostura. Sólo se puso de pie.

-Todo lo que yo quiera.

-¿Voy a matar a alguien?

Conrad rió.

-De todas las personas, ¿crees que le pediría al chico ninja que matara por mí? Rayos. ¿Por qué mataría a alguien?

A Damián no le dio gracia.

-No haré, ni harás, nada que no quieras, Damián. En el momento que quieras detenerte, lo harás y te dejaré en paz. Retiraré mi parte y seguirás con tu vida como siempre ha sido.

-¿Mi vida sería peor si hago lo que quieres?

-¿Cuál es tu definición de peor?

-¿Sentiré más dolor?

El aligerado ambiente, aún preso de la incertidumbre terminó en ese momento. No escuchó ni previó la rapidez con la que Conrad saltó frente a él con la atmósfera más pesada que pudiera describir, sin la necesidad de tocarlo y aún así pisotear todo su aire, teniéndolo tan cerca como para ver sus pupilas dilatadas con detalle. Parecía enfadado, salvaje. Le recordaba a las tijeras que había empuñado hacía dos días, pero Conrad sí tenía el poder de asesinarlo.

-He sentido dolor algunas veces en mi vida. ¿Sabes? Dos muy particulares. Tampoco es que seas especial por ser una víctima. ¿Y sabes qué? Odio el dolor y odio a las personas que lo sienten.

Damián contenía el aliento, esperando que ningún músculo se moviera, como si un espasmo arruinara su futura y corta suerte, si es que la tenía.

«Odia a los que sienten dolor. No a los que lo provocan» tragó en seco.

Conrad cerró los ojos, dándose cuenta tal vez que había perdido el control, su postura fresca. No temía haberlo asustado, temía haberse vuelto menos que un animal. El gesto de ira cambió por el de una sonrisa, esa traviesa y segura que siempre tenía. Se separó, enseñándole las manos, como para asegurar que no tenía ni haría nada con ellas.

-¿No te dije que no me gustaba la violencia?

Damián apenas respiró. No podía confiar en su palabra, ni en él. No había ninguna garantía ni algo que lo respaldara. Y aún así, nada que no fuera lo que Conrad decía tenía sentido.

Y aunque nada lo tuviera, lo cierto es que era mejor ser el trapo de una sola persona que de todos.

-Sí.

-Entonces entenderás que–

-Lo haré. Acepto. Seré... lo que sea que se supone ser un juguete para ti.

Damián sintió miedo de la claridad y seguridad con la que habló. Tal vez nunca había estado tan seguro de nada como eso en mucho tiempo.

-Sólo haré lo que tú pidas, ¿verdad?

-Sí.

-¿Nadie más va a...?

-Ni siquiera van a mirarte. Bueno, a menos que te metas con la novia de alguien, o quieras pasarte de listo. Pero tú no eres así, ¿cierto? No harás ningún escándalo.

El acto más grande y violento que había cometido en su vida fue nacer. No necesitaba más consecuencias de actos posteriores.

-Está bien. Quiero esto -las piernas comenzaban a temblar aunque permanecía sentado. Creía que en cualquier momento caería y no volvería a levantarse.

Conrad lo miró en silencio como si no estuviera convencido, quizá sobreanalizando la rapidez con la que su plan fluía.

-¿Ahora tú no me crees...?

Él rió.

-Oh, no. Sí lo creo. Sólo, hum. Esperaba... olvídalo. Me alegra que hayas aceptado, Damián. Dudo que te arrepientas.

Y eso esperaba Damián, no arrepentirse.

La idea de que no había un documento o al menos un estrecho de manos como cierre del trato le hacían creer que, sí quería echarse atrás, no sería tan fácil como Conrad aseguraba.

-¿Quieres que haga tu tarea...?

Conrad mantuvo la sonrisa, pero ladeando la cabeza.

-No eres muy observador, ¿verdad? ¿Por qué le pediría hacer mi tarea a alguien con peor promedio que yo?

Si él era presidente de la clase, debía tener uno de los mejores promedios. Se le escapó eso sin intención, pero lo agradeció después.

-¿Lavar tu ropa?

Volvió a escuchar otra carcajada.

-No, no. Dios. Si te pidiera las mismas cosas que los demás, ¿no sería igual que ellos? -«¿y no lo eres?»-. ¿No lo obtendría de la misma manera que ellos?

-¿Qué quieres que haga ahora?

Se acercó a él otra vez, un paso lento con un crujido que disfrutó. Conrad lo miraba de reojo, escaneándolo. Damián era devorado sin piedad por esos ojos. Finalmente puso ambas manos en sus hombros, no como la mayoría lo hacía para empujarlo o apretarlo. Conrad los acarició, y sólo un breve estrecho para indicar que se levantara. Un imán poderoso levantando un delgado alfiler.

Conrad no era el más alto de todos, pero dejaba por mucho aún a Damián. Tenía que levantar la mirada aunque no resultaba incómodo. Parecía íntimo y eso lo inquietó. Conrad estaba cerca, mucho. No tenía el aire de hace un momento donde se veía furioso. Estaba calmado y concentrado. Ni siquiera estaba sonriendo, como si lo juzgara. Cuando terminó de sus ideas, volvió a dibujar una curva en los labios.

-Es que toda tu cara se ve muy mal -dijo con un tono condescendiente. Damián apretó los labios, mordiéndolos por dentro mientras desviaba la mirada.

Claro. Era una cara molida frente al muchacho más guapo que había visto.

De su hombro una mano se deslizó a su rostro y Damián se congeló. La mano era gentil, pero firme. Percibió un olor a almendra y la piel tersa. Seguro cuidaba mucho sus manos, largas como un pianista, y pálidas. Descansaba la mayoría de ella en su mentón, pero el pulgar se presionó en sus labios cerrados.

Los ojos de Damián intentaron seguir esa mano, como si no pudiera creer que estuviera ahí a menos que hubiera evidencia. Si su boca se abría, ese dedo entraría en ella por la presión que hacía. Estaba atado a quedarse inmóvil.

Conrad seguía mirándolo, ahora enfocado en sus labios. ¿Cuándo se acercó tanto? Su frente estaba a nada de la suya y cuando se dio cuenta de eso, terminó de juntarlas. Damián gimoteó, como si el ruido de una puerta azotando lo hubiera tomado desprevenido, pero era en cambio el contacto del rostro tibio de Conrad en su frente helada.

El corazón le latía con fuerza, podía sentirlo en sus oídos. El calor en sus mejillas aumentaba, mientras aquel pulgar se movía en su propio eje. No era brusco, no era torpe. Le hacía cosquillas mientras se imponía. Quería gritar pero era imposible.

Escuchó a Conrad afirmar con un ademán desde el pecho. Estaba tan cerca que sintió las vibraciones que lo hicieron temblar.

La otra mano se deslizó por lo largo de su brazo hasta abajo, hasta que lo abandonó. Cada parte que tocó en él dejó una marca de calor que Damián no podía saber cuándo desaparecería. Quizá lo había marcado para siempre. No miró a dónde se fue esa mano. No podía. No podía ignorar los ojos que lo tenían atrapado. Escucho la chaqueta de Conrad revolverse, una tapa desprenderse con un "pop" para luego admirar como apenas se separaba de él unos centímetros. Conrad se partió los labios, aplicándose un bálsamo en ellos, sin dejar el contacto visual con Damián. Su pulsó se desenfrenaba, abriendo sus ojos más de lo que podía.

No había color en el bálsamo, pero sus labios definitivamente se veían más encerados, brillantes. Podría adivinar qué resbalarían dónde fuera a falta de grietas.

Recordó que Conrad estaba besando a una chica y ella gimió suficientemente fuerte para que Damián lo escuchara. Debió besarla muy bien, o debió haber hecho algo más.

-Abre.

Se quedó sin aire, rojo y sintiendo los ojos mojados. Tenía miedo, pero sentía más confusión. Una cosa era sentir dolor siempre, al cual podía acostumbrarse, pero el constante acelerador de emociones iba a sacarle el corazón.

Y aún así, su boca se abrió, lento pero diligente. Su cuerpo parecía saber lo que era mejor para él. «¿Vas a besarme?»

-De verdad... todo en ti se ve tan mal. Ni siquiera tengo ganas de hacerte nada.

Damián quedó en blanco, sobre todo cuando todo contacto con el cuerpo ajeno se desvaneció. Conrad levantó y extendió la mano del bálsamo, y las manos de Damián se acuñaron conscientes de recibirlo.

-Nada de lo que quiero de ti puedo tomarlo contigo así. Arregla tu cara.

Damián apretó el bálsamo contra el pecho.

-Carajo. Te lo di, úsalo.

El tubo delgado con etiqueta tan neutra y letras doradas seguía apretado en su pecho que latía con fuerza. Damián se había desconectado, aunque los pensamientos que divagaban lo llevaban a unas horas antes. Su cuerpo tenía frío mientras estaba acostado en cama, con todas las luces apagadas, pero sus mejillas y hombros estaban calientes, rojos, y podía jurar que brillarían intenso a pesar de la oscuridad. Sus manos apretaban el bálsamo igual o más fuerte que aquellas tijeras que algunas veces empuñaba.

»-Úsalo. Todos los días. Cada dos horas mientras estás despierto. Y no es una sugerencia. Es lo primero que voy a pedirte como mi juguete. Estoy seguro que ahora sabes cómo se usa.

El Damián de ese momento, y el recostado en su cama, cerró los ojos avergonzado, como si eso pudiera hacerlo desaparecer. Sí, una muestra muy gráfica de cómo aplicarlo. Frotarlo en los labios, de en medio a una esquina, y luego a la otra, y en medio. Vaivén. Listo, luego labio superior. Después apretarlos, separarlos con un sonido ligeramente húmedo... Conrad haciéndolo viviría tal vez en su memoria más de lo que quisiera. Tuvo que hacer una demostración, torpe y nerviosa, porque Conrad no es que lo creyera inútil, pero quería verlo frotarse en los labios aquello que estuvo hace nada en los propios.

«Ese fue mi primer beso» apretó los ojos fuertemente. Indirecto, por supuesto. Pero también era el caso.

»-Hay algunas reglas que quiero que cumplas por mí. ¿Está bien? De no seguirlas, me temo que esto no funcionará -Damián asintió-. Odiaría que nos vieran juntos, Damián. Que nos relacionaran o piensen que somos amigos. Lo que tendremos, lo que tenemos ahora-se corrigió- es sólo nuestro. Tuyo y mío. -«tampoco quiero que mi padre lo sepa. Madre me mataría». Damián volvió a asentir repetidas veces.

»-Sé que no hay nadie a quien puedas decirle, pero no se te vaya a ocurrir querer hacerlo. ¿Sabes que todo saldría mal, verdad?

»-No lo haré. -Conrad sonrió.

»-Bien. Entonces entenderás que no quiero que me hables, te acerques y tampoco que me mires. No me tengas confianza. No me busques si tienes un problema y tampoco si quieres algo. Quédate tan callado como siempre has sido.

Hasta ahora, tal petición era mucho más fácil y agradable que usar el bálsamo cada dos horas.

Damián le dio su teléfono. Conrad descargó unas aplicaciones que después aprendería a usar y su utilidad. Grabó el número de Damián en el suyo y lo devolvió. Un autobús ya había pasado, pero tuvo que perderlo para su mala suerte.

»-Hablaremos aquí cuando esperes tu camión.

»-Sí yo, en cambio, te hablo, te llamo o mando un mensaje, debes hacer todo en tu poder para contestarme y hacer lo que te pida. Si no te queda claro, puedes preguntarme.

»-Usa el labello. No bromeo con las horas. Sabré si no lo has usado, y si no lo haces asumiré que no quieres este trato y terminará. No falles si quieres esto.

Tampoco era lo más difícil que le hayan pedido.

Damián destapó el bálsamo y lo aplicó. Al principio como parte de su memoria, disociado. Cuando apretó los labios y los frotó, acariciándose con la cera la parte interna y más lastimada, recordó que parte de Conrad ahora estaría, lo que durará el producto, en su boca, en él.

            
            

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