El despertador sonó a las cinco y media, lo apagó inmediatamente, pues no quería que el incesante sonido despertará a su amiga, pues muy de noche se había despedido de ella.
Hizo su cama, se cambió de ropa y se puso un calzado ligero. Se acercó a su amiga y le acarició sus cabellos dorados. La echaría mucho de menos sin duda.
Se levantó y tomó sus dos maletas y sin hacer mucho ruido salió de su habitación. Cruzó los largos pasillos que la llevaban al patio del internado que también compartía espacio con el orfanato. Miró con nostalgia aquella construcción de piedra caliza en el que había crecido, ese era su único hogar, el único que conocía. Suspiró y dando media vuelta, salió de allí.
El sol ya apuntaba sus tenues rayos en el horizonte. El aire todavía era fresco y le agradaba. Siguió el camino por un kilómetro y se detuvo en la parada del autobús bajo un enorme roble. No tuvo que esperar mucho para que el autobús pasará por ahí, hizo señas y el gran transporte de metal se detuvo.
-Buenos días -saludó amable al subir y fue recibida por un asentimiento de cabeza por parte del chofer-. Me dirijo hacia los viñedos, por la ruta norte. ¿Este pasa por allí?
-Sí pasa, pero no entra al camino que dirige a la finca -dijo-. Puedo dejarla sobre la ruta, pero a partir de ahí tendrá que caminar.
-Muy bien, gracias.
Pagó su boleto y tomó asiento del lado de la ventanilla. El sol ya se hacia notar con más fulgor dándole a entender que eran pasadas las seis y veinte de la mañana.
Miró el paisaje a medida que el autobús avanzaba. Árboles fue lo que observó en todo el recorrido hasta que el autobús se detuvo.
Apenas puso sus pies en el suelo, el autobús siguió su recorrido y dándose la vuelta, al otro lado de la ruta, se encontraba su camino a los viñedos.
Sujetó sus maletas y emprendió su caminata por aquel largo y extenso camino de tierra.
Después de haber hecho un par de kilómetros, se detuvo bajo la sombra de un árbol. Todo el camino estaba lleno de árboles, uno al lado del otro y parecía que no llegaría jamás, pues no se veía ni una persona y menos podía ver los viñedos.
Miró hacia ambos lados, nada. Cerró sus ojos por un momento y suspiró cansada, y la bocina de un automóvil la sobresaltó en su lugar.
El vehículo se detuvo a su lado y ella no hizo más que apreciar la maravilla de auto.
-Señorita, ¿necesita ayuda? -preguntó el hombre detrás del volante al bajar la ventanilla.
A su corta edad eran muy pocos los vehículos que había visto en el pueblo y nunca uno tan lujoso cómo aquel. Los únicos automóviles que lograba ver de esa categoría era cuando llegaba algún matrimonio al orfanato buscando adoptar algún niño. Se notaba que era un modelo nuevo.
-¿Señorita? –volvió a insistir y prestó su atención a aquel apuesto hombre de ojos azules- ¿Está perdida?
-No... -Sophie, se recompuso inmediatamente– Estoy segura que voy por el camino correcto.
-¿Y a dónde se dirige? –preguntó curioso.
-Me dirijo a la finca Müller -el hombre sonrió al escuchar la información- ¿Puede decirme cuánto falta para llegar?
-En definitiva es el camino correcto, pero... -hizo una pausa y miró las maleta que llevaba, una era muy grande y al parecer pesada, y el borde de su vestido estaba sucio y cubierto con barro. Había llovido hace poco por esos lados- le falta unos ocho kilómetros por recorrer.
-Gracias. -agradeció.
Sujetó sus maleta e hizo algunos pasos alejándose del vehículo, pero al parecer aquel hombre no quería dejarla ir así no más, bajándose del vehículo, se mantuvo detrás de la puerta.
-Señorita, ¿Por qué no la llevo? –se ofreció y Sophie, se detuvo y volteó a verlo– Resulta que también me dirijo hacia allá –sonrió–. Puedo llevarla, si usted quiere, claro está.
Sophie, parecía meditarlo un poco. Subirse al auto de un extraño no era algo que hiciera todos los días.
-Un par de kilómetros más adelante hay mucho fango, con esos zapatos no creo que pueda cruzar. -alegó.
Sophi, se miró los pies y evidentemente, no eran aptos para el terreno.
-De acuerdo. -aceptó y él sonrió ampliamente descolocando la cordura de Sophie, que jamás había visto hombre más atractivo cómo el que tenía enfrente.
-Permítame -dijo él tomando las maletas de la muchacha y guardándolas en el portaequipaje-. Por favor. -dijo rodeando el vehículo y abriendo la puerta del copiloto para que ella se subiera y así lo hizo, aunque algo nerviosa.
-Gracias de nuevo -dijo una vez él se ubicara detrás del volante-. Aunque lamento ensuciar su tapizado. -se disculpó por subir con sus zapatos y el borde de su vestido sucios de barro.
-Un placer y por eso no se haga problema, siempre se puede limpiar -puso andar el vehículo y no pudo evitar preguntar-. ¿Cuál es el motivo que la lleva a la hacienda Müller?
-Por trabajo. El señor, Müller tiene dos hijos, seré la institutriz de los pequeños. -reveló.
Aquel hombre volteó a mirarla bastante interesado por lo que decía.
-Es muy joven para ser institutriz, sin ofender, pero creí que del instituto mandarían a alguien... mayor.
-Me crié en ese lugar y me han educado de muy temprana edad y créame que estoy más que capacitada para ser institutriz. –dijo defendiendo su capacidad de enseñar.
-¿En serio? -preguntó algo incrédulo en qué una chiquilla como ella, pudiera tener amplio conocimiento para ser institutriz-. Estoy informado de que los mellizos necesitan aprender idiomas, ¿Sabe alguno?
-Oui, ne me prends pas pour un imbécile.
«Claro que sí, no me tome por tonta»
-Je ne ferais jamais quelque chose comme ça.
«Jamás haría algo así»
Sophie, desvió su mirada hacia aquel hombre que tenía una sonrisa ladeada y la vista en el camino.
-Es usted muy listo -sonrió, Sophie-. Debo admitir que me ha sorprendido.
-Suelo causar ese efecto en las personas... Para bien o para mal. -añadió y Sophie, no pudo evitar reír y aquel sonido le agradó en su totalidad.
-¿Usted a que va a la finca Müller? -quiso saber Sophie, para matar el silencio del viaje- Si se puede saber.
-Por trabajo -respondió tranquilo escondiendo una sonrisa-. He oído que la anterior institutriz se marchó por que no supo cómo manejar a los niños -Sophie, lo miró atenta-. Ellos son algo rebeldes y traviesos, ¿tendrá problemas con eso, señorita...?
-Moore, Sophie Moore.
-Lindo nombre, Sophie. ¿Cree tener problema con eso? El señor Müller, es algo celoso con sus hijos.
-No será problema -sonrió-. La mayoría de los niños son rebeldes a esa edad, algunos más que otros. En el orfanato siempre hay un nuevo berrinche de los niños y es cómo si tuviera un don para tranquilizarlos. Siempre estoy ahí para intermediar -suspiró-. La mayoría se altera al recordar a sus padres que ya no tienen y otros añoran poder tener uno. Una familia.
-Creo que el señor Müller, no tendrá quejas con usted. -sonrió al decir aquello.
-Usted parece conocerlo muy bien, podría decirme ¿Cómo es él? -preguntó nerviosa- He escuchado decir por ahí que es un ogro gruñón.
Él desvió su atención a ella por unos segundos y río ante lo que escuchaba.
-Depende que lado despiertes de él -respondió-. Aunque la mayoría de las veces su humor depende del día que hace.
-Puede ser tolerable y yo nací con una paciencia infinita. -la miró de reojo.
Sí, la muchacha era hermosa aunque algo joven, pero eso no le quitaba en absoluto la madurez con la que hablaba.
-Llegamos.
Sophie, miró hacia adelante cómo una enorme construcción se cernía frente a ellos. El vehículo avanzó y atravesó un camino de grava y rodeando una fuente de agua, estacionó frente a la puerta principal de la finca.
Aquel hombre fue el primero en bajar y rodear el auto para abrir la puerta de su acompañante como el caballero que siempre era. Sophie, sujetó la mano que este le ofrecía y bajó con cuidado del vehículo.
-¡Peter!
Aquel hombre llamó a uno de los sirvientes que se asomaba por la puerta principal y al escuchar su nombre corrió hasta él.
-Dígame señor Mü... -detuvo su palabrería con la mirada de advertencia que él le estaba devolviendo- ¿En qué lo ayudo señor? -preguntó al fin al notar lo que quería decirle en los gestos que le había hecho para que no lo delatara aún frente a Sophie.
-Ayuda a la señorita Moore, con su equipaje. -indicó.
-Sí, señor.
Peter, fue directo al portaequipaje y sacó de ahí las maletas de Sophie.
-No es necesario, yo puedo hacerlo. -se ofreció, Sophie.
-No se preocupe, señorita, para eso estoy yo. Este es mi trabajo. -dijo Peter, con una sonrisa amigable.
-Muchas gracias, entonces.
Sophie, le regaló una sonrisa amable y Peter, le hizo el gesto de entrar a la casa.
-Por aquí, señorita Moore -le indicó el hombre abriendo de par en par las doble puerta principal-. Espere aquí en la sala, le diré al señor Müller que usted se encuentra aquí.
-Gracias, muy amable.
Él volvió a sonreír y se dirigió hacia los pasillos desapareciendo del campo de visión de Sophie, quién se quedó maravillada con lo enorme que era la sala, imaginándose cómo sería el resto de la casa, debía de verse igual a ese increíble lugar.
Peter, sostenía aún las maletas de Sophie, y cuando pasó a su lado con dirección a las escaleras, le hizo un leve asentimiento de cabeza y subió, dejándola allí sola.
Sophie, comenzó a caminar de un lado a otro con aparente nerviosismo.
¿Y si no le agradaba al señor Müller, cómo creía? Tal vez era un ogro gruñón cómo todos decían y posiblemente también era gordo y calvo. Se río de sus propios pensamientos, pero estos se vieron interrumpidos por unos pasos que se acercaban a ella con cautela.
Se dio la vuelta para conocer al señor Müller, pero lo que no entendía era ¿qué hacía el mismo hombre que la había llevado en su automóvil, ahí frente a ella? Se suponía que él, le avisaría al señor Müller, de su presencia en la finca.
-¿Acaso el señor Müller, no se encuentra? -preguntó desconcertada, con una gota de inocencia y él expandió una sonrisa en su rostro.
-Señorita Moore, yo soy el señor Müller.
El rostro de Sophie, parecía haber tomado el color de un tomate, pues la vergüenza se había apoderado de ella, en ese preciso instante.
-¿Usted es el señor Müller? -volvió a asegurarse y él asintió en respuesta- Todo este trayecto y no me lo dijo. -protestó sintiéndose engañada.
-Lamento no haberme presentado cómo correspondía. Me disculpo por eso. Pero a veces así se conoce mejor a las personas.