Era ya media mañana y el día prometía ser fresco, con el cielo acompañado de nubes. El viento mecía de forma armoniosa las copas de los árboles y pinos que había alrededor de la finca y el canto de los pájaros hacían el cierre perfecto a ese hermoso paisaje.
Sophie, junto a los mellizos tomaban la clase en el jardín, para así disfrutar del maravilloso día que hacía.
–El río Támesis atraviesa el país y divide a Londres de norte a sur, es el río más largo en todo el país. ¿Sabes qué tiene una longitud de 346 kilómetros y que es la principal fuente de abastecimiento de agua de Londres? –cuestionó Annette, entusiasta por tal conocimiento.
–Así es. Muy bien, Anni –alabó, Sophie–. ¿Quién puede decirme en qué país se encuentra la torre Eiffel?
–Se encuentra en Paris, Francia y fue construida en el año –empezó a hacer memoria Alex, con una concentración que le robó una sonrisa a Sophie– 1887.
–¡Sí! –celebró, Sophie–. Me impresionan. Es increíble todo lo que saben.
–Papá es muy exigente en nuestra educación. –comentó, Annette.
–¿Quieren qué hagamos un pequeño recreo?
–¡Sí! –anunciaron los mellizos al unísono.
–Ok. Pero sólo diez minutos.
☆☆☆
La tarde empezó a caer sin apuro alguno. Sophie, tomó en sus manos sus libros de geografía e historia y abandonó la biblioteca en la que minutos antes estaban Alex y Annette.
Se dirigió a su habitación y sobre un pequeño escritorio que tenía en su habitación, dejó los libros.
Se dirigió al baño y se dio una merecida ducha. Se vistió con algo ligero y salió en dirección a la sala. Allí se encontró a los mellizos muy entretenidos con un juego de mesa: monopolio. Se acercó hasta ellos tomando asiento en uno de los sillones y los observó jugar.
Era divertido verlos jugar y cómo discutían por algún punto específico del juego. Verlos le hacia recordar las veces que jugaba con Emily, cuándo se peleaban y no se ocultaba el sol y ya volvían a ser las amigas inseparables de siempre.
Sonrió por ese recuerdo. Emily, era la única amiga que había podido conservar a través de los años y en la que más confiaba.
Un ruido en la puerta de la sala la hizo desviar la mirada y unos ojos azules, la inspeccionaban con atención. Decir que no sentía nervios cada vez que aquellos ojos se posaban en ella, sería mentir. Pudo sentir sus mejillas arder y recordar aquella pequeña caricia que él hizo en su mejilla, la hizo estremecer. Desvió rápidamente la mirada y posó su atención en los mellizos.
–¿Cómo están niños? –preguntó Thomas, con su notoria voz grave entrando definitivamente a la sala. Sus hijos dejaron de lado el juego y corrieron a abrazar a su padre–. Cuánto cariño –besó la frente de ambos– ¿Qué han hecho hoy?
– Estudiamos un poco de historia y geografía. -dijo Alex.
– Y también jugamos a la búsqueda del tesoro –secundó, Annette–. Y ahora jugábamos monopolio.
–Parece que han tenido un día entretenido –sonrió, Thomas– ¿Qué tal si jugamos de nuevo al monopolio?
–¡Sí! –dijo Annette, sonriente– ¿Sophie, puede jugar con nosotros?
–Por supuesto –Thomas, miró a Sophie– ¿Quieres?
Sophie, miró a Thomas, con curiosidad, al parecer él no se había dado cuenta de qué había dejado atrás el formalismo.
–Sí, quiero –y poniéndose de pie, se dirigió hacia la pequeña mesa en dónde los niños jugaban. Los miró a los tres que aún seguían de pie– ¿Vienen?
Los tres sonrieron y tomaron su lugar alrededor de la mesa y comenzaron a jugar entre risas y una que otra discusión respecto a las ganancias del juego.
Annette y Alex, quedaron fuera del juego y toda la riqueza del juego se disputaba entre Sophie y Thomas.
Tras unos movimientos más Thomas, se quedó con todo y Sophie, refunfuño cuál niña pequeña, ocasionando en Thomas, una gran carcajada que llamó la atención de sus hijos, quienes hace mucho no lo veían reírse de tal manera.
Annette y Alex, se miraron cómplices ante la escena y Sophie, terminó contagiándose de aquella perfecta risa.
–Eres mala perdedora. –dijo Thomas, entre risas y Sophie, se sonrojo. Algo habitual en ella teniendo a Thomas, cerca.
–Claro que no –intentó tomar seriedad y ocultar una sonrisa–. Sólo qué eres un genio en este juego.
Cubrió su boca con su mano para ocultar su sonrisa, aunque no pasó desapercibido el brillo en sus ojos que llamaron la atención de Thomas, que quedó observando sus ojos cafés.
–Padre –interrumpió Alex, y Thomas, centró su atención en su hijo–. Tenemos hambre.
–Veamos que ha preparado Diana, ¿sí? –dijo Thomas, al tiempo que se ponía de pie y tanto los mellizos cómo Sophie, imitaban la acción.
Todos llegaron al comedor en dónde Diana, estaba preparando la mesa, para luego servir la cena. Cada uno tomó su lugar en la mesa y minutos después Polette, se les unió y, desde un rincón Diana, los observó por unos segundos. Sonrió de costado, una sonrisa que guardó para sí misma. La escena era de una familia. Thomas, se veía mucho más relajado y todo parecía deberse a la presencia de aquella muchacha, que cada minuto que pasaba, se le metía cada vez más en la piel, sin ser él consciente de ello.
–Dentro de estos días será la vendimia –comentó Thomas, llevando un bocado a su boca–. Sophie, podrás ver cómo realizamos nuestro trabajo de todo un año.
–Eso sería increíble –se manifestó feliz por ese hecho–. Me encantaría.
–¿Quiere decir qué Rose, vendrá? –preguntó Polette, a su hermano algo disgustada y Sophie, la observó atenta ¿Quién era Rose?
–Así es. Ella sigue siendo nuestra enóloga –a Thomas, no le pasó desapercibido el rechazo que Polette, tenía por esa mujer–. Hasta encontrar otro, ella seguirá ocupando ese puesto. –demandó serio y Polette, puso sus ojos en blanco.
–Siempre y cuándo ella sepa qué aquí no manda –dijo seria–. Será muy enóloga, todo lo que quiera y te comerá con los ojos –dijo las últimas palabras en voz baja para que los niños no escucharan–. Pero eso no la hace la señora de esta casa.
–Polette –advirtió Thomas–. Rose, sólo trabaja para nuestra familia, nada más. No sé de dónde sacas esas ideas.
–Y parece qué quiere formar parte de ella también –dijo Polette, con evidente molestia–. Tú no te das cuenta, pero yo sí lo hago. La forma en la que te mira, en cómo se te insinúa cada que te dirige la palabra. Los he visto, Thomas. Parece no tener respeto...
–Polette, basta –dijo Thomas, molesto y observó a sus hijos, quiénes parecían no percatarse de la conversación que llevaban los adultos–. Si lo que te preocupa es que se convierta en parte de esta familia, quédate tranquila, eso no pasará.
☆☆☆
Arrojó las almohadas al piso con molestia y abrió las sábanas de un jalón. Se recostó y cruzó sus brazos bajo su cabeza y se detuvo a observar el blanco del techo, parecía ser mucho más interesante que cualquier otra cosa.
Que su hermana insinuara que él, pudiera ver de forma romántica a Rose, era un tremendo disparate. En qué cabeza cabía que él pudiera verla de ese modo.
Rose, era atractiva, no podía negarlo. Pero ella sólo era alguien para pasar un buen momento, sexo y nada más. Con Rose, liberaba las ganas, sólo un deseo carnal.
¿Querer algo romántico con ella? Claro que no. Sus encuentros sólo eran casuales y Rose, lo sabía muy bien.
Dio varias vueltas en la cama intentando dormirse de una buena vez. Dejó de lado el tema de Rose y sus pensamientos fueron albergados por una chiquilla de cabellos castaños y ojos cafés. Unos hermosos ojos cafés.
Aún tenía en mente la escena de casi haberla besado. Se vio sonriendo cómo adolescente por ese simple hecho.
«Sophie, Sophie ¿Qué es lo que tienes?» Pensó una y otra vez en lo mismo y con ese pensamiento en su mente se durmió
☆☆☆
Otro día mas se hizo presente en la finca Müller. El sol de verano estaba más intenso que nunca y su sombrero parecía no ayudarle mucho. Se detuvo un minuto y bebió un trago de agua para apaciguar su sed.
–Ya decía yo que no estabas para estos trotes. –se burló Víctor, al verlo secarse la transpiración de su frente.
–Cállate. –contestó con malhumor.
–¿Te levantaste con el pie izquierdo? –volvió a burlarse Víctor– Qué día será que nos sorprendas con una sonrisa o al menos una mueca –Víctor, hizo un gesto pensativo–. Avísame para estar preparado, no vaya a ser que me de un infarto o algo parecido.
–¿No te cansas de decir idioteces? ¿Verdad? -espetó, Thomas.
Víctor, sólo se encogió de hombros y se ganó una mala mirada por parte de Thomas.
–Me conoces hace quince años, sabes cómo soy.
–Sí, lo sé. –contestó resignado por el amigo que tenía y agradecido por tenerlo en las buenas y mucho más en las malas.
–¡Patrón! –lo llamó uno de sus empleados mientras corría en su dirección– ¡Patrón!
–¿Qué sucede? –preguntó una vez lo tuvo enfrente
–Patrón, es urgente. Es una llamada de Francia –Thomas, lo miró atento–. Su tía, la señora Imelda, está al teléfono.
–¡Mierda!
Dicho eso se puso a correr en dirección de la casa.
¿Qué querría ahora su tía? Nada bueno, seguro.
Cruzó la puerta como un rayo hacia la sala. Llegó totalmente agitado y trató por unos segundos en recomponerse.
Alzó el teléfono y cerró sus ojos en señal de frustración.
–¡Tía! –saludó lo más amable posible– ¿Cómo estás?
–¡Hasta qué te dignas de atender el teléfono! –manifestó molesta. Thomas, rodó sus ojos– Llevó esperando en la línea por diez minutos.
–Nosotros bien, gracias por preguntar. –dijo sarcástico.
–Déjate de tonterías –Thomas, apretó con furia el teléfono. Su tía no podía ser menos considerada–. Dime una cosa, ¿Polette sigue aún soltera?
–¿Por qué la pregunta? –preguntó frunciendo el ceño desconcertado por su interés en su hermana.
–Simple curiosidad, es todo –contestó relajada cómo siempre–. Y dime ¿aún lo está?
–Así es.
–¡Perfecto! –respondió más animada– Supongo que pronto será la vendimia, ¿cierto?
–Sí. Los racimos están casi listos. Calculamos que a final del mes estaremos cosechando. –manifestó orgulloso.
–¡Felicidades, muchacho! Bueno, Thomas, debo colgar. Te llamaré en estos días. Cuídense. Adiós. -se despidió, Imelda, bastante animosa.
–Adiós, tía. –dijo y finalizó la llamada.
Se quedó por un momento observado el aparato en su mano. La llamada le pareció de lo más extraña. Muy rara vez su tía llamaba para saber de ellos y del viñedo. Pero, ahora sólo se limitó a preguntar sí Polette, estaba soltera ¿por qué sería?
☆☆☆
Las notas de la novena sinfonía de Beethoven inundaban no sólo la biblioteca, si no cada rincón de toda la casa.
Con destreza Sophie, deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano y Annette y Alex, la miraban admirados, apoyados en un extremo del mismo.
Aquello era algo que Sophie, amaba mucho hacer, ya qué la música era algo que la relajaba y alejaba sus malos sueños.
–¿Quién quiere intentarlo? –preguntó Sophie, al detener la música y sonrió mirando a los mellizos.
–¡Yo! –dijeron al unísono los hermanos.
–Primero Annette, y luego tu, Alex, ¿de acuerdo?
Alex, asintió y decidió esperar su turno. Annette, se colocó al lado de Sophie, y siguiendo sus indicaciones, comenzó a tocar el piano.
Sophie, miró con ternura a Annette, y le fascinaba lo grandiosa que era para poder aprender todo lo que ella le indicaba y hacerlo sin ningún problema.
Concluida la partitura que tenía en frente, la felicitó y prosiguió con Alex, quien cómo su hermana, tenía una gran habilidad para aprender.
–Guau –exclamó Sophie, más que sorprendida–. Ustedes tienen una gran habilidad para esto.
–¿Lo dices en serio, Sophie? –preguntó Alex, con cierta duda en su voz.
–¡Claro que sí! –aseguró– Jamás duden de ustedes mismos, nunca.
–Eres diferente a lo que imaginé. –señaló, Annette.
–¿Cómo así? –indagó, Sophie– ¿en un buen sentido supongo?.
–Así es –Annette, sonrió tímida–. Eres divertida, amable y nos dices cosas lindas.
–Porque son ciertas, cariño –dijo Sophie, con fervor y sujetó su mano con cariño–. Y jamás digo mentiras. Uno a veces debe hacerle saber al otro, cuál es su verdadero valor y lo grandiosos que son y qué pueden llegar tan lejos cómo se lo propongan.
–Eres la primera en hacerlo... bueno, aparte de mis tíos y nuestro padre. -mencionó, Annette.
–Las anteriores a ti, no decían lo que tú nos dices –añadió, Alex–. Se quejaban de que éramos muy revoltosos. –hizo una mueca triste.
–Cariño –dijo Sophie, con ternura–. Eso no es impedimento para hacerles saber lo que valen. A mí me hubiera gustado de qué alguien me hubiera dicho estás cosas cuando tenía su edad, pero no hubo nadie, así qué tuve que aprender por mí misma el valor que tenía y que podía superarme a mí misma –miró de uno a otro–. Sé qué ustedes también podrán superarse a ustedes mismos algun dia. –dijo esto último con convicción.
Annette y Alex, sonrieron enormemente. Escuchar esas palabras los hacía sentir de qué cada pequeño esfuerzo que hacían, tarde o temprano, rendirían sus frutos.
Sophie, había llegado a sus vidas en el momento exacto y no querían que ella se alejara jamás.
Siguieron practicando por una hora más y concluyeron con la clase del día. Les agradaba el modo en qué Sophie, les enseñaba, ya qué las clases resultaban divertidas y por lo tanto, entretenidas.
Al llegar todos a la sala fueron recibidos por el rico aroma de galletas recién hechas. Diana, llegó a ellos con una bandeja llena de galletas con chips de chocolates.
Dicen qué ciertos lugares o aromas, nos devuelven los mejores recuerdos de nuestra niñez y esas galletas hicieron el efecto en Sophie, quién al recibir una galleta, sonrió.
El aroma era el mismo. Su madre siempre solía prepararle al menos, una vez a la semana, galletas con chips de chocolates.
Agradeció a Diana por las galletas y el ruido de una motocicleta afuera de la casa, llamó la atención de la mujer mayor.
–¡Ya llegó! –dijo feliz y Sophie, no entendía muy bien a quién se refería– ¡Polette! –vociferó en dirección a las escaleras y la mencionada ya venía bajando las mismas con una energía voraz– ¡Llegó!
–¡Sí, Diana! ¡Por fin!
–¿Por qué hacen tanto alboroto? –cuestionó Annette, con su ceño fruncido.
–Ay mi hermosa, Annette –le respondió Polette, feliz–. Sucede qué tu tío, al fin llegó de su viaje.
–¿De verdad? –preguntó con una sonrisa y Polette, asintió.
El ruido de la puerta al ser abierta llamó la atención de todos los presentes y Polette, fue corriendo en dirección de aquel hombre que vestía con unos jeans al cuerpo, botas y chaqueta de cuero, y el casco de su motocicleta bajo su brazo.
–¡Hermano! –manifestó feliz y lo abrazó con fuerza– Te extrañé.
–¡Hermanita preciosa! –la estrechó a su cuerpo con la misma fuerza– Yo también te extrañé.
–¡Tío! –dijeron los mellizos al unísono y corrieron en su dirección.
Patrick, abandonó los brazos de su hermana y extendió los suyos para recibir a sus sobrinos.
–¡Peques! –anunció feliz y abrazó a ambos con fuerza– Los eché mucho de menos, mis estrellitas.
–Y nosotros a ti, tío –dijo Alex, y volvió a abrazar a su tío–. Esta vez, ¿te quedarás?
–Me quedaré. –aseguró sonriente.
–¡Bienvenido muchacho! –saludó, Diana.
–Dianita, mía –dijo Patrick, abrazando a la mujer mayor–. A ti también te eché de menos.
–No seas sinvergüenzas, echaste de menos mi comida –dijo Diana, con diversión y por la expresión de Patrick, Diana, acertó–. Estoy segura de qué no te has alimentado cómo corresponde. Seguro de qué te has alimentado con comida de la calle, esa comida chatarra y llena de grasa. –dijo mientras le echaba un vistazo de cuerpo completo examinándolo.
–Para que negarlo; sí, es cierto –contestó risueño–. Y sí, extrañé mucho tu comida –sonrió de forma coqueta haciendo sonrojar a Diana, quién lo mandó a callar, con un leve golpe en su hombro– ¿Por qué me pegas? –dijo masajeando la zona del golpe.
–Eres todo un rompecorazones.
Patrick, sonrió confirmando las palabras de Diana, y sus ojos viajaron de ella, hasta Sophie, percatándose así de la otra presencia en la sala.
–Y está hermosa joven, ¿Quién es? –preguntó y Sophie, se sonrojó al instante.
–Se llama Sophie, y es nuestra institutriz –dijo Alex, yendo a dónde Sophie, se encontraba en un rincón de la sala–. Y está lejos de tu alcance. –dijo esto último abrazándose a Sophie, y haciendo sonreír a todos los presentes.
–¡Ok! Estoy advertido –dijo Patrick, aceptando las palabras de Alex. Aún así, se acercó a ella–. Pero igual me presentaré con ella, ¿de acuerdo? –le preguntó a Alex, esperando su confirmación y este asintió, pero sin soltarse de Sophie–. Soy Patrick Müller, hermano de Thomas y Polette, ¿Tú eres?
–Encantada –dijo al estrechar su mano–. Sophie Moore, la institutriz de los pequeños.
–Un placer, Sophie –dijo sonriente.
☆☆☆
Entre risas y anécdota por parte de Patrick, la tarde se fue. Sophie, se sentía que estaba en familia, pues en ningún momento los Müller, la hicieron sentir incómoda. Diana, iba y venía llevando bocadillos y bebidas para todos.
Pronto el rostro cansado de Thomas, se hizo presente en la estancia sin siquiera percatarse de qué su hermano estaba allí presente.
–Diana, un analgésico, por favor. –pidió con ambas manos en su rostro– ¿Diana?
Descubrió su rostro y miró a su alrededor en busca de Diana, los vio a todos en los sofás y sus ojos se cruzaron con los de su hermano.
–¡Ya llegaste! ¿Cómo no me han avisado antes?
Olvidando su dolor de cabeza caminó en dirección de Patrick, para recibirlo con un abrazo. Lo había extrañado mucho, ya eran cinco meses sin verse.
–No queríamos interrumpir tu labor en los viñedos –contestó, Patrick–. Aparte guardaba el efecto sorpresa.
–¡Qué va! Para la familia nunca hay interrupciones.
–Oye –habló Patrick, en un susurro a Thomas, para no ser escuchado–. ¿Por qué cuándo hablamos por teléfono hace unos días no me mencionaste a la hermosa muchacha que habías contratado como institutriz?
Thomas, se apartó de Patrick, para mirarlo seriamente. ¿Acaso ya le había echado el ojo a Sophie?