Capítulo 3 Nervios.

Sophie, miró al señor Müller con detenimiento. Nunca antes había visto hombre más atractivo cómo él. Mandíbula cuadrada, una ligera barba cubría su rostro, nariz perfilada, ojos azules y de labios apetecibles, al menos así le pareció a Sophie, y ese pensamiento la hizo sonrojarse aún más todavía.

–Concuerdo con usted -articuló cuándo al fin dejó de detallarlo al notar la intensa mirada que él puso sobre ella-. Bueno, creo que ya hizo su entrevista en el viaje ¿O necesita saber algo más sobre mí?

–Por favor, sígame. -sonrió de nuevo y guió a Sophie, a su oficina.

Caminaron por los pasillos, el piso era de madera y las paredes pintadas de color beige estaban decoradas con algunas fotografías familiares.

El señor Müller, abrió la puerta de su oficina y la invitó a pasar primero y luego de hacerlo él, cerró la puerta tras de sí.

La oficina constaba de un escritorio con un sillón de cuero y un par de sillas, un estante con libros y otro dónde reposaba una botella de vino junto a dos copas.

Thomas Müller, apartó uno de las sillas que estaban enfrente de su escritorio y la invitó a tomar asiento como el caballero que siempre era.

Sophie, caminó hacia él y se sintió ligeramente nerviosa ante la presencia del señor Müller, tomó su lugar y él hizo lo propio.

–Bien, señorita Moore –clavó sus ojos en ella–. Dígame en qué tiene conocimiento.

–Mi fuerte es la lengua –al decir aquello no era consciente de lo que provocaba en Thomas, quién se relamió los labios y Sophie, no pudo apartar la vista de ese gesto tentador–. Quiero decir que soy buena con los idiomas. -carraspeó nerviosa, otra vez.

–Aparte del francés, ¿qué otro idioma sabe? -inquirió interesado.

–Italiano y estoy intentando dominar el alemán. –respondió con su simpleza singular.

–Interesante. ¿Qué más? -instó de nuevo sin apartar esos profundos ojos azules de su rostro.

–Historia, matemáticas y sé también tocar el piano y el violín.

–Teniendo tanto conocimiento, ¿por qué no está impartiendo clases en la escuela? -quiso Thomas, saber ese detalle.

–Terminé mis estudios hace poco y le pedí el favor a la directora, Janice; que me consiguiera poder entrar a dar clases -explicó-. Ella fue quién me propuso el trabajo de ser institutriz.

–¿Y cree qué se siente capacitada para serlo? -preguntó serio-. Mis hijos son lo más importante de mi vida y quién esté con ellos debe saber que debe de cuidarlos y tratarlos cómo ellos se lo merecen.

–Sí, lo sé -respondió con una sonrisa amable-. Cómo le mencioné anteriormente he tratado con niños por bastante tiempo y con diferentes problemas. Cada niño es diferente pero siempre hay que tratarlos con cariño y paciencia, sobretodo.

–La anterior institutriz no pudo manejar ciertos berrinches de los mellizos -dijo esperando alguna reacción negativa por parte de Sophie, pero no hubo nada-. Espero que usted no me decepcione, señorita Moore.

–Tenga por seguro de que daré mi mejor esfuerzo.

Thomas sonrió, no era muy común en él hacerlo muy a menudo en un sólo día, pero aquella chiquilla lo incitaba a hacerlo. Tal vez era su personalidad tan joven o porque el simple hecho de verla sonreír y sonrojarse era motivo suficiente para él sonreír. Cualquiera fuera, seguía siendo extraño para él.

–Venga conmigo -dijo poniéndose de pie-. Le mostraré dónde se quedará.

Sophie, asintió e imitó la acción de Thomas, y empezó a seguirlo una vez salieron al pasillo. Llegaron a las escaleras y subieron al siguiente piso.

El porte tan masculino de Thomas, atraía en sobremanera a Sophie, quién empezaba a sentir cierta rareza en su cuerpo que no supo comprender. Las palmas de las manos le picaban y sudaban ante su presencia, cosa que no le pasaba nunca con nadie. Nervios, eso era, el señor Thomas Müller, la ponía extremadamente nerviosa.

¿Y cómo no lo haría? Si su sola presencia pondría nerviosa a cualquiera, era un hombre maduro pero no «viejo», pensó Sophie, y «muy atractivo» también y para rematar llevaba dos zafiros por ojos.

–¿Señorita Moore? ¿Está escuchándome?

Thomas, se detuvo frente a una puerta de roble y sonrió para sus adentros al darse cuenta que la muchacha no dejaba de repararlo de pies a cabeza.

Sophie, se percató de aquella voz ronca y al mirarlo a la cara, no pudo evitar sonrojarse de nuevo.

–Lo siento. -–dijo apenada.

–Le decía, señorita Moore, que esta será su habitación mientras tanto –dijo abriendo la puerta y seguido ambos entraron–. La habitación consta de baño propio para su comodidad. Allí están sus maletas. -señaló las mismas a un lado de la cama.

–Gracias.

Sophie, miró la habitación, era enorme a comparación a la que compartía con Emily y además tenía baño propio. En el instituto siempre debía recorrer hasta el otro extremo del edificio para llegar a los baños o las duchas.

Se acercó a sus maletas y las colocó sobre la cama y abrió aquella que había llenado de libros y empezó a sacarlos uno por uno. Thomas, se acercó curioso, no creyó de verdad que pudiera cargar con toda una biblioteca para ella sola.

–¿Jane Austen? -preguntó con una leve sonrisa sosteniendo dicho libro y Sophie, asintió- Interesante.

–Es de mis escritoras favoritas. -reveló.

–¿Cuál es su novela favorita? –preguntó interesado.

–Orgullo y prejuicio. -se sonrió al decirlo.

–Dejaré que se instale –dejó el libro sobre la cama–. Me imagino que aún no ha desayunado, ¿o sí? –Sophie, negó– El desayuno estará listo en unos minutos y por favor, cambie su vestido. –la miró de pies a cabeza y le encantó ver sus mejillas arder ante la inspección de su mirada.

Se preguntaba de qué otra forma podría hacerla sonrojarse de esa manera. Podría ser divertido averiguarlo.

La reparó una vez más y se marchó dejándola sola.

Sophie, dejó salir el aire que sin darse cuenta había retenido desde que él se le había acercado. Intentó despejar su mente de toda esa bruma que representaba, Thomas Müller.

Terminó de sacar sus libros y acomodarlos sobre una pequeña repisa. Fue por su otra maleta y desempacó toda su ropa y guardó en perchas y algunas prendas en cajones.

Optó por unos pantalones de fibrana holgados en color negro junto a unas sandalias y camisa rosa claro. Se dejó su cabello suelto como lo había traído.

Salió de su habitación y bajó las escaleras hacia la sala y se dejó llevar por el aroma a café recién hech, yendo en dirección a la cocina.

Una joven con un delantal atado a la cintura colocaba jugo de naranja sobre la mesa acompañando los frutos, café, tostadas, mermeladas y más que yacían sobre la mesa.

–¿Tú eres la nueva institutriz, cierto? –preguntó una voz femenina detrás de ella.

Sophie, se volteó y una joven de cabellos negros y ojos azules, le sonreía amigable.

–Así es. Soy Sophie Moore, ¿Tú eres? –preguntó devolviendo el gesto.

–Polette Müller, un gusto –estrechó su mano a la de Sophie–. Ven, toma asiento junto a mí.

Le indicó un lugar en la mesa y tomaron asiento, poco después Thomas, las acompañó.

–¿Vendrá hoy, Patrick? –preguntó, Polette a su hermano.

–Llamó hace unos minutos –contestó bebiendo un sorbo de su café casi amargo–. Llegará a más tardar el miércoles por la tarde y se quedará el mes entero, según me contó.

Al decir eso Polette, chilló de la emoción sorprendiendo un poco a Sophie, y provocando una sonrisa en Thomas.

–¿Lo dices en serio? –preguntó sonriente.

–Él mismo me lo confirmó -aseguró-. Así qué es un hecho.

–Será grandioso, hace tiempo no viene por casa y lo extraño –expresó y miró a Sophie–. Sophie, Patrick es nuestro hermano –dijo feliz, Sophie sonrió contagiada por la dicha de Polette–. Es mayor que yo y menor que Thomas, tal vez puedan coincidir.

Sophie, miró por automático a Thomas, quién se mostraba estoico ante la mención de aparentarla con su hermano y esa idea no le agradaba.

–Eres amable –habló, Sophie–. Pero no sería muy profesional de mi parte, sólo vine a enseñar a los niños, es... –aclaró su garganta– es todo.

–Bueno, yo sólo decía –agregó, Polette–. Nunca se sabe. –dijo mordiendo una tostada que embarró en mermelada.

Sophie, mordió su labio inferior y estaba segura que sus mejillas enrojecieron, gesto que no pasó desapercibido por Thomas.

–Te presentaré a mis hijos –dijo Thomas, cambiando de tema–. Están en el jardín ahora.

Thomas, se puso de pie y Sophie, imitó la acción de él y salieron rumbo al jardín.

Siguieron el recorrido del pasillo que daba hacia la parte trasera de la casa. Al salir, un hermoso jardín se hizo presente, un pequeño espacio verde con flores y un gran árbol, le brindaba a Sophie, una gran vista; y más allá se podían apreciar los viñedos y los trabajadores.

Avanzaron un par de pasos y llegaron a dónde un par de niños se encontraban jugando al cuidado de una mujer entrada en años.

–Annette, Alex –llamó Thomas, a sus hijos quienes dejaron lo que hacían y observaron a su padre–. Quiero presentarles a alguien.

Annette y Alex, observaron a su padre en compañia de una joven. Ambos niños fruncieron el ceño y se miraron entre sí.

¿Quién era la nueva invasora?

Se acercaron con desconfianza hacia ellos y se cruzaron de brazos una vez quedaron frente a ellos.

–Annette, Alex –habló su padre–. Ella es Sophie, y será su nueva institutriz. ¿De acuerdo?

–¿Cómo así, padre? –cuestionó Annette, desconfiada y mirando con recelo a Sophie. Llevaba su cabello negro recogido en una hermosa trenza–. No has pedido nuestra opinión al respecto.

–Ya hemos hablado de esto –Thomas, le dio una mirada severa a su hija–. Sophie, será su nueva institutriz hasta que yo lo decida, ¿Está claro?

–Sí, padre.

Annette, de mala gana asintió frunciendo sus labios molesta.

–¿Y tú Alex? –miró a su hijo está vez.

–Se ve más agradable que Meredith –con una sonrisa reveló el pequeño Alex, haciendo referencia a su anterior institutriz–. Eres linda.

Al decir eso hizo sonrojar a Sophie, quién sonrió ampliamente, pero llevándose una mala mirada de parte de su hermana.

–Gracias Alex, tú también eres lindo, ambos lo son.

Alex, sonrió y Annette, molesta se fue con su ceño fruncido y cruzada de brazos.

–Eso no es nada –dijo Thomas, suspirando y haciendo una mueca–. Suele ser peor.

–Entonces fue un buen inicio –respondió con una sonrisa–. Trabajaremos en nuestra comunicación.

Thomas, asintió a sus palabras y dirigió su atención a su hijo que aún seguía ahí junto a ellos.

–Pórtate bien ¿sí? –Alex, asintió– Ayúdame un poco con tu hermana, ¿de acuerdo? –el niño sonrió cómplice a las palabras de su padre–. Yo debo trabajar –Thomas, aclaró un poco su garganta dirigiéndose a Sophie–. La veré para la cena, señorita Moore. Cualquier inconveniente con los niños, puede mandarme a llamar.

–Puede ir tranquilo. Estaremos bien. –aseguró con una sonrisa que Thomas, grabó en su mente para el resto de la tarde y se fue de ahí más ligero y tranquilo.

Sophie, lo vio marcharse en dirección a los viñedos. Tomó una bocanada de aire y dirigió su atención a Alex, quién la miraba expectante con aquellos par de ojos igual a su padre. Sonrió por ello.

–Alex, dime ¿qué han aprendido hasta ahora?

–En matemáticas estuvimos viendo las operaciones básicas –dijo mientras se dirigían al interior de la casa–. En geografía vimos los países y sus capitales...

Alex, siguió explicando a Sophie, todo lo que habían visto con su anterior institutriz. El niño la condujo hasta la biblioteca, lugar en donde ellos pasaban el tiempo estudiando.

Mientras Alex, seguía hablando muy animado, Sophie admiró el lugar y la cantidad de libros que allí había. Tomó uno en sus manos, Moby Dick de Herman Melville. Sonrió inmensamente, ese solía ser uno de sus favoritos cuándo niña.

–Meredith, no era buena enseñando música –Sophie, se dio la vuelta mirándolo–. No acertaba bien en las notas. -se encogió de hombros.

–¿Qué instrumento tocaba? –indagó, Sophie.

–El piano, pero no lo hacia bien. –dijo el niño, señalando el piano que se encontraba en un rincón de la biblioteca.

–¿Qué días les enseñaba música? –preguntó caminando hacia el banquito propio del piano- No quiero cambiar los días dónde estudiaban cada materia.

–Música nos daba los miércoles –respondió Alex, caminando hacia ella y tomando lugar a su lado en el banquito–. Hoy tendríamos historia por la mañana y matemáticas por la tarde.

–¿Quieres que empecemos con algo de historia? –él asintió– ¿Qué fue lo último que vieron?

–Los reyes de nuestro país...

Comenzó a nombrar a la mayoría de reyes que recordaba habían gobernado Inglaterra hasta la actual reina.

Hablaba con tanta elocuencia y soltura, que no pareciera un niño de ocho años. Sus cabellos eran de color negros con algunos reflejos claros naturales. Su piel muy blanca y unos lunares adornaban su rostro haciendo que su piel luciera mucho más clara. No era del mismo tono de piel que su padre, el cuál era unos tonos más oscuro, atribuyó eso a que pasaba muchas horas trabajando en los viñedos bajo el arduo sol de verano.

Se reprendió a sí misma por tal pensamiento. ¿Por qué tenía que pensar en la piel de Thomas o en su color? Sacudió su cabeza con una sonrisa.

Aunque había notado esos pequeños detalles entre Thomas y su hijo; con Annette, pasaba lo contrario, con lo poco que vio de ella era mucho más parecida a su padre de lo que se creía.

–Annette, no es mala –dijo Alex, de repente–. Sólo es qué... –se quedó callado, no sabía si contarlo o no.

–¿Qué? Alex, dime. –instó Sophie, con voz amigable. Ese tono de voz que siempre implementaba con los niños del orfanato.

–Ella extraña a mamá -reveló al fin- y por eso tiene pesadillas.

–¡Cierra la boca, Alex! -vociferó enojada Annette, desde la puerta de la biblioteca. Al parecer había decidido ir hasta allí para tomar las clases con la nueva institutriz y así no tener problemas con su padre- Era nuestro secreto y se lo acabas de contar a una desconocida.

Annette, miró a su hermano con lágrimas en sus ojos sintiéndose traicionada y Alex, se sintió apenado y culpable.

Sophie, miró de uno a otro buscando comprender lo que sucedía.

–Lo siento, Anni, pero debes hablarlo con alguien.

–Y tu mejor idea fue contárselo a una extraña que apenas conocemos. –le reclamó molesta.

–Ella me agrada y no es una extraña. –se defendió, Alex.

–¡Claro que lo es! ¡Yo no confío en ella! Me traicionaste, Alex. –gritó, dolida.

–No lo hice. –contradijo, Alex.

–¡Sí lo hiciste!

–Niños, basta. No peleen entre ustedes, por favor –intentó intermediar, Sophie–. Annette, Alex lo dijo con la intención de ayudar. No te enojes con él.

–Tú no sabes nada. ¡No te metas!

Annette, se dio media vuelta y con las lágrimas recorriendo sus mejillas se fue corriendo directo a su habitación.

Alex, no pudo contener su llanto y Sophie, no dudó un segundo en rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su pecho y en un impulso, depositó un beso en su coronilla.

Cuando su llanto mermó, ambos decidieron ir en busca de Annette.

¿Qué tipo de pesadillas podría estar teniendo la pequeña Annette? ¿Y por qué?

Se apresuraron en llegar hasta la habitación, con cuidado Sophie, abrió la puerta y sobre la cama, echa un ovillo, se encontraba Annette, sollozando.

Algo dentro de Sophie, se rompió. Se vio a sí misma a su edad y todas aquellas noches que lloraba la ausencia de sus padres.

Sin invitación, Sophie entró seguido de Alex y se puso de rodillas frente a la cama, estiró su mano y acarició aquellos cabellos negros y Annette, se removió.

–Cariño –la llamó con voz dulce–. No llores más.

–Deja-me –habló entrecortado Annette, e intentó alejarse de Sophie–. No te im-porta... lo que me pasa.

–Anni, me importa, créeme –Sophie, se acercó aún más a ella, tanto que Annette, no pudo rechazar sus caricias, que aunque le costara admitir, la reconfortaba cómo nunca nadie–. Sé cómo se siente la ausencia de una madre. Yo perdí a los míos cuando cumplí los tres años y aunque no recuerde sus rostros, los extraño muchísimo –siguió con sus caricias en su espalda, sintiendo el cuerpo de Annette, relajarse un poco–. Está bien si no quieres contarme, pero no te molestes con Alex, es tu hermano y sé que se preocupa por ti.

Annette, secó sus lágrimas con la manga de su suéter e hizo ruido al tragar sus mocos. Se dió la vuelta y observó a Sophie, con sus ojos rojos.

–¿Perdiste a tus padres? ¿a los dos?

–Sí, a los dos –sonrió triste–. No tenía ningún familiar que se hiciera cargo de mí y por eso crecí en un orfanato. Allí hice muchos amigos, Emily, es una de ellos; ella es cómo una hermana –mencionó con una sonrisa más tranquila–. Y el tiempo que pasamos enojadas la una con la otra era tiempo que podríamos haber pasado juntas divirtiéndonos –tomó la pequeña mano de Annette, entre las suyas–. Por eso te pido que no te enojes con tu hermano, sé que te quiere.

–De acuerdo –respondió con una sonrisa y Alex, quién se había mantenido a un lado de la cama, se acercó a ella–. Lo siento, Alex. –dijo apenada.

–Estamos bien. –se sentó a un lado de su hermana y la rodeó en un tierno abrazo de hermanos.

–Así es mejor, ¿no lo creen? –preguntó Sophie, sonriente al ver el hermoso abrazo que compartían.

–Te dije que era buena –dijo Alex, a su hermana–. Meredith, no era buena con esto. Me refiero a qué no es buena haciendo lo que hiciste ahora, con Annette.

–¿Y su padre? ¿él sabe de tus pesadillas, Anni? –ella negó– Deberías contarles, tal vez así desaparezcan. –aconsejó.

–Él se molestará conmigo.

–¿Por qué lo haría? –Sophie, frunció el ceño.

–Porque sueño con mamá y sé que él también la extraña.

–Pero tal vez no sea así, estoy segura de que no se molestará y podrá comprenderte y te ayudará.

Annette, asintió nuevamente un poco más aliviada. Tal vez Sophie, tenía razón y decirlo a su padre no sería mala idea.

El sol ya había avanzado lo suficiente. Con el dorso de su mano, quitó el sudor de su frente y se detuvo un segundo y miró orgulloso todo el trabajo que habían realizado en todo el año. Faltaba unos pocos días para la vendimia, nada ansiaba más que eso.

–Acaban de informarme que la nueva institutriz es muy bonita, ¿es así?

Thomas, salió de sus pensamientos y miró con su ceño fruncido a Víctor, su mano derecha en el trabajo.

–¿Quién te dijo que era bonita? –preguntó molesto. Lo que era común en él.

–Peter. No vayas a enojarte con él –Víctor se encogió de hombros restándole importancia–. Lo dijo sin pensar, parece que le gustó la muchacha.

–Peter es un niño todavía y la muchacha es más grande que él.

–Sólo tiene 19 años, no es tan chico –refutó Víctor–. En cambio nosotros ya estamos viejos para eso.

–Habla por ti, ¿quieres? –protestó Thomas, riendo al ver el gesto escandalizado de Víctor–. Ya. Sigamos trabajando.

–Parece que la muchacha te gustó más a ti. –añadió Víctor divertido y con una ceja alzada.

–Vuelve a trabajar. –habló con voz grave y con la molestia en las palabras. Víctor se echo a reír al lograr el gesto molesto de Thomas.

Las horas pasaron y Thomas no dejaba de pensar cómo la nueva institutriz estaría llevando la situación con los mellizos.

Aún no lo había hecho llamar cómo siempre solían hacer las anteriores institutrices que contrataba.

¿Iría todo realmente bien?

El sol empezó a ocultarse en el horizonte y tanto él cómo el resto de los trabajadores dejaron lo que hacían. Todos se prepararon para regresar a sus habitaciones que tenían asignadas en la finca.

Se despidió de todos y a paso apresurado regresó a la casa. Pronto sería la hora de la cena, tiempo que compartía y dedicaba a sus hijos.

Una vez dentro buscó a sus hijos y el sólo hecho de no escuchar gritos de berrinches llamó su atención a gran escala.

–Ruth ¿los niños? –le preguntó a la niñera de los pequeños al ingresar a la cocina.

Ruth quién estaba ayudando a Diana en la cocina a terminar la cena que pronto se serviría, dejó lo que hacía y dirigió su atención al señor Müller.

–En la biblioteca aún, señor.

–Gracias. Puedes ir a descansar. Hasta mañana.

–Hasta mañana, señor.

Salió de allí rumbo a la biblioteca y al acercarse aún más hacia la puerta podía escuchar las dulces voces de sus hijos. Sonrió y lentamente abrió la puerta y el escenario que veía le hizo saber que no se había equivocado ésta vez en aceptar a Sophie.

            
            

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