Entonces preparé todo a conciencia para que nada saliera mal y decidí pasar una temporada con mi amigo bajo la excusa de negocios que no requierían mi presencia pero la tendrían si con eso conseguía volver a hacer de Emma, la esposa de mi título.
Me había enamorado de ella a primera vista. La salvé aquel fatídico día del que no tenía idea de su verdad y entonces la perdí, hasta ese baile. En el momento en mis labios y los suyos se mezclaron supe que la tendría para mi al precio que fuera.
-Yo...no puedo volver a estar contigo como -su voz temblorosa me hizo tomarla entre mis brazos. Ella no se resistió -, no puedo Trevor. Te vi morir aquel día en el incendio.
-No me viste, querida.
-No me llames así -se envalentonó y me encantó verla batallar -. Yo soy viuda. Tú viuda.
-Pues ni yo estoy muerto ni tú en nuestras propiedades ejerciendo tu posición -ironicé para sacrala de sus casillas. Necesitaba que explotara.
-Dos días pasaron y nunca se encontró tu cuerpo -recordó llevando sus manos a su rostro impávido -. Por más que buscaron no hubo resultados y jamás pude ser viuda, ni esposa. Me quedé como en un limbo que permitía a mis padres casarme nuevamente si no se demostraba al menos la consumación del matrimonio, Trevor y los dos sabemos que no me tomaste esa noche -casi sonrío pero le dedico el doble de mi atención -,y por mucho que yo jurara y perjurara que nos habíamos entregado al placer de la carne, no habían pruebas y estaba otra vez como al principio. Así que huí, y ahora no pienso volver.
-Eres mi esposa, Emma y volverás como corresponde -decreté enfadado de pronto.
Era su deber obedecer a su marido. Era su deber estar en su sitio que era a mi lado y a pesar de por fin entender en un solo párrafo escapado de sus labios acelerados lo que había pasado en todo ese tiempo con ella, la quería de regreso a donde pertenecía y por supuesto que la haría volver.
Ahora había probado su boca, la calidez de su cuerpo y la entrega de su pasión y de ninguna forma ella se alejaría de mi. No lo permitiría aunque eso fuera lo último que hiciera en mi vida.
-Mis ojos vieron el castillo arder -insistió intentando explicarse a sí misma algo que nunca podría descifrar -, no entendía cómo pero muchos sirvientes estaban fuera y tú seguías arriba, lleno de brasas. Esto no puede ser real.
La tomé en mis brazos, obligue a los suyos a subir a mis hombros y cuando la tuve cautiva entre la pared y mi poderoso cuerpo la besé otra vez. Me perdí en sus labios, en la forma en que su lengua recibió a la mía provocando un gemido de ambos para luego apretar mi deseo contra su vientre. Casi me muero de placer al sentir esa explosión de lujuria entre ambos y de pronto una pregunta peligrosa me puso violento...me detuve y con la respiración agitada y sus cargados de confusión le espeté:
-¿Has sido de otro hombre en todo este tiempo? -atrapé su cuello entre una de mis manos haciéndola verme a los ojos.
-Por supuesto que no -me empujó y lo acepté más calmado. Ella seguía intacta. Mía -. ¿Por quién me tomas?
-Acabas de decir que te reconoces como una viuda y ya sabemos que bajo esas condiciones las mujeres a veces son un poco...-intenté encontrar la palabra adecuada pero ya todo estaba estropeado -, más alegres.
-Que canallada acabas de decir -me acusó caminando lejos de mi.
-Pero eso no significa que sea mentira.
Ella soltó un bufido y yo la seguí como las polillas a la luz. La necesitaba, la deseaba pero sobre todo la necesitaba con desesperación. Ella no sabía la mitad de las cosas y la otra tampoco podía decírsela pero yo tenía que tenerla, costara lo que costara. Tenía que llegar a un acuerdo con ella. Garantizar que no escapara otra vez al otro lado del mundo o sabrá Dios donde con tal de librarse de mi nuevamente.
-¡Vamos a conocernos otra vez, Emma!
Mi propuesta la detuvo en sus paseos erráticos y de pronto se dió la vuelta para dejarme sin palabras frente al reflejo de sus ojos grises bajo la luz natural del lugar. Perdí el hilo de mis propios pensamientos.
-No quiero nada suyo, señor.
-Tú misma eres mía, y lo sabes -mi voz salió brusca. Carraspeé -. Legalmente me perteneces y te estoy dando la oportunidad de empezar de cero sin la presión de la familia pero puedo hacerlo a las malas también.
-Eres el mismo miserable de aquella noche...
Sus palabras me asustaron. ¿Qué habría pasado aquella noche? Me encantaría preguntárselo pero ella entendería que algo no va bien conmigo. No puedo más que seguir como voy.
-Danos la oportunidad de encontrar un punto de inflexión para los dos -era una especie de súplica pero solo en teoría, ella sería mía sí o definitivamente sí -. Nadie tiene que saber quien eres si no quieres, solo conoce de mi aquello que no pudiste en su día.
Armond sabe perfectamente lo que pretendo pero eso no lo sabe nadie. Es un secreto de honor entre caballeros. Un pacto sagrado.
-Este acuerdo solo te beneficia a tí, Trevor -adoré el sonido de mi nombre en sus labios -. No quiero ser aquella mujer de nuevo y lucharé por evitarlo.
-De acuerdo -pensé algo rápidamente -. Estaré aquí un mes. Si al finalizar ese tiempo no has desarrollado ningún sentimiento hacia mi me iré y prometo anular nuestro matrimonio sin que tu familia sepa.
-¿Saben ellos que vives? -ví el miedo en sus ojos.
-Por supuesto. Para todos allá mi esposa ha estado enferma esta larga temporada.
Supongo que pensó en la posibilidad de aceptar mi trato antes de tener que salir huyendo nuevamente y correr el riesgo de que fuera detrás de ella hasta el cansancio o, en su defecto, aceptar mi trato y confiar demasiado en ella para no enamorarse de mi en estas semanas.
El truco estaba en que yo no iba a fallar en mi empeño por hacerla mía. Mi mujer. Mi Duquesa. Su título y mi propiedad otra vez.
-No voy a amarte, Trevor -añadió convencida y caminé hasta ella -. Jamás.
-Te juro por los dos -la acerqué otra vez tomándola de la cintura con unas ganas locas de arrancarle aquel vestido perfecto para su exquisita figura y beberme su piel entera -...que cuando esto acabe estarás tan enamorada de mi que me vas a perdonar todo. Puedes apostar que si.
-Vas a ver que no -porfió tomando distancia para irse dentro dando por aceptado mi trato.
-Emma -me miró apoyando una mano en la puerta de cristal -, recuerda que para que funcione tienes que dejar que te corteje y a eso, querida...no podrás resistirte.
La vi irse y supe que había un principio entre los dos. Cuando llegara el momento le explicaría todo...pero antes necesitaba que me amara tanto como yo a ella.