Mi marido es el demonio
img img Mi marido es el demonio img Capítulo 4 Deseos
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Capítulo 7 El demonio img
Capítulo 8 El tiempo img
Capítulo 9 Divertido y peligroso img
Capítulo 10 El acuerdo img
Capítulo 11 Eres mía img
Capítulo 12 La habitación img
Capítulo 13 Confiando img
Capítulo 14 El lago img
Capítulo 15 En sus brazos img
Capítulo 16 Dudas img
Capítulo 17 Encandilados img
Capítulo 18 Plena de mi img
Capítulo 19 Su voz img
Capítulo 20 Misterios en casa img
Capítulo 21 La confianza img
Capítulo 22 Estamos juntos img
Capítulo 23 No lo entiendo img
Capítulo 24 Medidas desesperadas img
Capítulo 25 Perdida otra vez img
Capítulo 26 Palabras img
Capítulo 27 Enigmático img
Capítulo 28 Antídoto img
Capítulo 29 Preguntas img
Capítulo 30 ¿Qué demonios... img
Capítulo 31 Peligroso img
Capítulo 32 Otro Trevor img
Capítulo 33 Medias verdades img
Capítulo 34 Pasado img
Capítulo 35 Adorarte img
Capítulo 36 Acorralada img
Capítulo 37 Apariencias img
Capítulo 38 Travis img
Capítulo 39 Trevor img
Capítulo 40 Quédate img
Capítulo 41 Mi pasión img
Capítulo 42 El trato img
Capítulo 43 Emma img
Capítulo 44 A tu lado img
Capítulo 45 El juego img
Capítulo 46 El castigo img
Capítulo 47 Frente a frente img
Capítulo 48 Consecuencias img
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Capítulo 4 Deseos

*Trevor*

Había pasado un día y ya moría por colarme en la habitación del bebé de Armond para robarme a su nana y largarme de aquella hacienda. No porque no me gustara, mi amigo el Duque de Grafton tenía muy buen gusto para edificar sus viviendas a su estilo, al cual venía siendo parecido al mío, sino porque lo único que quería era tener a Emma, la mujer que me pertenecía, para mí solo.

Le había dado veinticuatro horas para asimilar la noticia de mi supervivencia y mi presencia y no pensaba darle ni un minuto más. Es por eso que aquella tarde en la que la duquesa de Grafton había organizado una íntima velada en mi honor (con la única presencia de él matrimonio De Luppard, el servicio y yo), todo cuanto podía hacer era mirarla.

-¿No piensas disimular ni un poco, Cavendish? -me preguntó De Luppard con su copa de champán entre las manos-. Deja de mirarla.

Ni siquiera repliqué, simplemente me bebí mi copa hasta el fondo de un tirón.

-Voy a sacarla a bailar -le informé, ni siquiera supe por qué. Yo no era de los que comunicaba mis acciones.

-¿Estás loco? -inquirió con alarma de repente, siendo lo más discreto que pudo. A lo cual yo no respondí. Simplemente lo miré dándole una clara respuesta. La cordura no era precisamente una de mis cualidades-. No quieres que le cuente vuestra situación a mi esposa, pero me lo estás poniendo muy difícil, Trevor.

-Piénsalo de esta manera -dije mientras me iba alejando-: será una deuda más que tendré contigo para que puedas cobrarme.

-Lo haré con creces -le escuché decir al tiempo que yo me daba la vuelta para enfocarme en ella.

Si no me había quedado mudo de asombro al contemplar su belleza intacta después de años, en esos momentos sí que estaba sin habla. Había un montón de preguntas revoloteando en mi mente. Muchas respuestas que tendría que obtener; respuestas que en realidad no quería conocer, en especial si estaban relacionadas con ella. No obstante, a medida que se me iban aclarando las ideas y se me regularizaba el pulso, me di cuenta de que era incluso más astuta de lo que había imaginado y eso solo la volvía más atractiva ante mis ojos.

La duquesa de Devonshire, hija de un marqués, convertida en una humilde doncella... ¡Niñera para colmo! Era increíble y por eso había sido si escondite perfecto, por eso yo había demorado tanto tiempo en encontrarla.

Tenía una pequeña sonrisa en los labios, lo que indicaba que me divertía aquel absurdo giro de los acontecimientos.

A medida que me acercaba ella parecía huir de mí.

-Creo que llevaré al niño a dar un paseo por el jardín -comentó la duquesa de Grafton cuando llegué hasta ellas. Era muy perspicaz esa mujer y podía entender cómo había atrapado a De Luppard-. Disfruta de la música y la comida, Emma. Te has ganado un descanso.

-Pero, Milady...

La duquesa no sé quedó para escuchar las protestas de su doncella. Prácticamente le arrancó al bebé de los brazos y se alejó, no sin antes lanzarme una extraña mirada... ¿amenazante?

-Milord -fue escueta pero letal.

-Milady -respondí con cortesía antes de pararme frente a mi objetivo-. Estáis preciosa esta tarde, señora mía.

-Dejadme en paz, por favor -su fina y aguda voz sonó como un ruego.

-Eso es imposible, mi querida -repliqué-. He venido a reclamar lo que es mío y no me iré hasta conseguirlo.

-Yo no soy suya, Milord -expuso algo altanera-. Nunca lo he sido. ¿Por qué no puede dejar las cosas como están? Puede pedir la anulación de nuestro matrimonio y casarse con una señorita de sociedad más joven y más dispuesta a darle todo cuanto vos deseéis.

            
            

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