Mi marido es el demonio
img img Mi marido es el demonio img Capítulo 3 El recuerdo
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Capítulo 7 El demonio img
Capítulo 8 El tiempo img
Capítulo 9 Divertido y peligroso img
Capítulo 10 El acuerdo img
Capítulo 11 Eres mía img
Capítulo 12 La habitación img
Capítulo 13 Confiando img
Capítulo 14 El lago img
Capítulo 15 En sus brazos img
Capítulo 16 Dudas img
Capítulo 17 Encandilados img
Capítulo 18 Plena de mi img
Capítulo 19 Su voz img
Capítulo 20 Misterios en casa img
Capítulo 21 La confianza img
Capítulo 22 Estamos juntos img
Capítulo 23 No lo entiendo img
Capítulo 24 Medidas desesperadas img
Capítulo 25 Perdida otra vez img
Capítulo 26 Palabras img
Capítulo 27 Enigmático img
Capítulo 28 Antídoto img
Capítulo 29 Preguntas img
Capítulo 30 ¿Qué demonios... img
Capítulo 31 Peligroso img
Capítulo 32 Otro Trevor img
Capítulo 33 Medias verdades img
Capítulo 34 Pasado img
Capítulo 35 Adorarte img
Capítulo 36 Acorralada img
Capítulo 37 Apariencias img
Capítulo 38 Travis img
Capítulo 39 Trevor img
Capítulo 40 Quédate img
Capítulo 41 Mi pasión img
Capítulo 42 El trato img
Capítulo 43 Emma img
Capítulo 44 A tu lado img
Capítulo 45 El juego img
Capítulo 46 El castigo img
Capítulo 47 Frente a frente img
Capítulo 48 Consecuencias img
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Capítulo 3 El recuerdo

Emma

Todavía sentía temblores cuando entré a la fiesta. Él no era como recordaba pero tampoco esperaba lo que me había hecho sentir.

Me recosté en una silla y vino a mi mente todo lo que pasó aquella noche en que nos vimos por última vez justo después de hacernos casado. Cuando todavía era Emma Thorne, la hija miserable de mis padres.

A mi mente llegaron aquellos recuerdos como un episodio nefasto. No pud evitar pensar en todo lo que pasó y llevarseme a su vez los ojos de lágrimas por todo lo que viví.

Aquel día, de todas las cosas que esperaba en ese momento tan importante de mi vida, justamente casarme con él no era lo que veía como lo peor. Aunque en realidad todo lo era. Nada se sentía bien, o bueno. Todo era desastroso y horrendo...incluso mi vestido para las nupcias que parecía que había naufragado en una playa de perlas, que horror. Pero en ese momento casarme no era tan trágico, a fin de cuentas era mi última oportunidad y mi deber. Hasta ahí, todo era difícil pero lógico.

Sin embargo seguía detenida frente al espejo como en una especie de premonición del desastre que seria todo.

-No te mires más al espejo y baja de una vez -había dicho mi padre hacía ya cinco minutos. Pero yo seguía sin cambios.

Un carruaje me esperaba en la puerta de la casa donde había vivido hasta hoy y desde la que me me llevaría hasta la iglesia, justo el lugar donde perdería mi libertad, y hasta mi identidad. Dejaría de ser Emma Thorne para ser: Emma de Lovejoy, Duquesa de Lowe. Y sí, se sentían como demasiados títulos en un mismo nombre. Demasiadas obligaciones también.

El hombre con el que me habían prometido era guapo, mucho. No se podía negar pero maldita sea, si no era también frío como un trozo de hielo del Lago Lake en el más crudo invierno. Solo verlo con esos ojos grises y la nariz sincelada, los dientes puntiagudos detrás de una mal hecha sonrisa daban pavor a pesar de su intento de lucir cálidoy cercano de días anteriores. Y yo por mi parte, pura y de nadie hasta entonces iba a pertenecer a semejante especímen. Un voluble y dominante Duque.

Era tan alto como yo bajita y tan moreno como yo rubia. Solo teníamos ojos de color similar y el típico compromiso arreglado que nos obligaba a ser aquello que de seguro ninguno de los dos quería.

-¡Por fin!

Habría gritado mi padre casi al segundo en que puse la suela de mi zapato de gamuza blanco en el estribo del coche. Me dió la mano y subí, sabedora de mi destino.

Ya iba tarde, como dictaba la ley de la novia pero solté un bufido que fue recompensado con un gruñido de papá y se me hizo veloz el viaje a mi destino. Una hora más tarde estaba casada, y mi marido me asíaba por la cintura hacia él como si fuera uno de sus preciados caballos salvajes. No llevaba una hora casada y ya sentía la primera cadena tirando de mi.

-Sonríe que todos tienen que ver que eres muy feliz -dijo apretando mi cuerpo haciéndome retorcer de dolor. Ni siquiera porque me quejé me soltó.

Nadie diría que lo era pero todos debían creer que así era, aunque mi rostro no podía desparramar felicidad por mucho que lo intentara. Yo solo quería morirme allí mismo y que esos ojos fieros no me amenazaran más con abrirme las carnes allí mismo si no obedecía.

Mucha gente me saludó. Demasiado poca me felicitó y después entendería que no lucia verdaderamente feliz pero entonces la boda debía continuar. Entonces yo tenía un papel que cumplir y una vida a la que asistir desde ese día.

-Tu familia te vendió a mi para garantizar tu pureza y has tenido una buena dote -reconoció en un claro insulto hacia mi -, pero eres un poco mayor para ser apetecible -su nuevo ultraje me esperanzó y le dí toda mi atención, tal vez no me tocara si me veía de semejante manera tan poco agraciada -...sin embargo la forma en que él te mira me provoca saber, ¿qué podría una insustante como tú provocarle para que te observe así?

-¿A qué se refiere, Milord? -se me oyó confundida. Por no decir asustada...

<<¿Estaría loco? Pensé.>>

La verdad lo estaba -asustada quise decir - y miraba a todo mi alrededor para ver qué era eso que él mencionaba pero nunca vi nada. De pronto me encontré en sus brazos, con su cruel boca abriendo a la fuerza la mía y reclamado frente a muchos, aquello que ya todos sabíamos que era suyo. Nuestro primer beso forzado, preludio de algo peor.

Sí, mi padre había temido que a mis casi treinta años siguiera soltera y me desflorara cualquier amante que encontrara de no conseguir un marido, pero resultó que me entregó a un animal. Una bestia. Un confuso hombre que iba del bien al mal en un mismo instante y que me mostraba su cara amorosa casi al instante de enseñarme la demoníaca.

El duque que conocí cuando me lo presentaron como mi futuro esposo no se parecía a este animal que ahora me reclamaba y sus endemoniados ojos no tenían nada que ver con la ternura que vi en ellos el día de la pedida. Tampoco había nada que hacer ya, yo lo sabía pero su arranque en público me resultó consternador. Pero la boda debía seguir.

Estábamos en el castillo de mi flamante y bruto esposo, el mismo lugar en el que sería suya para siempre y en el que, si respiraba profundo podía sentir el olor del hiero forjado con el que se cerraban los grilletes en mis pies, cuando todo mi destino cambió.

En aquel momento estaba atrapada en una pesadilla y no iba a poder despertar. No tenía certidumbre alguna de ello. Y la boda, ya había acabado. El papel están firmado y solo quería un trámite por el que seguir...

Mis metáforas murieron cuando la fiesta acabó y nos quedamos a solas los dos. En ese momento supe que había llegado la hora, supe que no tenía a nadie más a quien recurrir para huir de sus fuertes garras y que debía ser suya, quisiera o no.

Entendí que ya no quedaba nada más que la luna entrando por la ventana para testificar que el matrimonio se consumara y se hiciera efectivo.

-Ven a aquí -su voz fue cruel, seca. Árida de sentimientos -. Quítate la ropa, y ponte de rodillas.

El miedo se extendía por mi cuerpo y estaba aterrada, tanto que podía sentir olor a humo...como si me estuviera quemando viva dentro de una maldita hoguera que me mataría consumida por las brasas.

-¡¿Milord...?!

Se oyeron gritos en repetición con esa única palabra y justo cuando estaba a punto de quitarme la bata, me volví a arropar a mi misma y él volvió a vestirse. En ese momento pude ver una marca en su cadera, una especie de lunar de sangre... no lo sé.

Fue todo tan confuso como lo que vino después.

Mi vida pasó de una auténtica catástrofe inminente a una vía de escape. Todo en cuestiones de segundos y segundos que fueron cruciales.

Como había anunciado mi metáfora, unas llamas enormes se avistaron desde nuestra ventana y le impidieron salir de la habitación.

-¡Atrás...! -gritó poniendo un brazo entre los dos y desafortunada o afortunadamente su fuerza bruta era tan grande que aquel simple toque me lanzó hacia afuera y caí sin poder evitarlo a través de la ventana sobre un arbusto desde aquel bajo primer piso.

Cuando pude recomponer mi figura en el suelo le insté a seguirme. No supe que más hacer y solo vociferé:

-Salta, Trevor -intenté que siguiera mi propia vía de escape pero era demasiado tarde.

Una explosión hizo que todo acabara ahí mismo. Esa sería la primera y la última vez que estaría en aquel sitio, en los brazos de aquel hombre y como la Duquesa de Lowe.

O eso creía yo.

Aquellos días entendí que había todavía algo peor que estar casada con un demonio: tener que vivir sin él.

Los vértigos vuelven a mi como aquel día en que asumí que volvía a ser libre al escapar de casa y refugiarme con esta familia que hoy me sustenta.

Y entonces llega él, intenso y arrasador para proponer un acuerdo que hace que se tambalee toda la fe que puedo tener en mi misma porque creo que lo que he sentido antes entre sus brazos no será algo fácil de ignorar o resistir.

-¿Estás bien? -doy un respingo cuando Lady Caitlyn me aborda.

–Sí -mentí como una experta -...solo estaba perdida en un mal recuerdo.

Y mi mal recuerdo estaba a pocos pasos de mi, evaluando todo mi ser como su tuviera el derecho a hacerlo y muy en el fondo...lo tenía.

            
            

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