Mi marido es el demonio
img img Mi marido es el demonio img Capítulo 6 Lascivia
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Capítulo 7 El demonio img
Capítulo 8 El tiempo img
Capítulo 9 Divertido y peligroso img
Capítulo 10 El acuerdo img
Capítulo 11 Eres mía img
Capítulo 12 La habitación img
Capítulo 13 Confiando img
Capítulo 14 El lago img
Capítulo 15 En sus brazos img
Capítulo 16 Dudas img
Capítulo 17 Encandilados img
Capítulo 18 Plena de mi img
Capítulo 19 Su voz img
Capítulo 20 Misterios en casa img
Capítulo 21 La confianza img
Capítulo 22 Estamos juntos img
Capítulo 23 No lo entiendo img
Capítulo 24 Medidas desesperadas img
Capítulo 25 Perdida otra vez img
Capítulo 26 Palabras img
Capítulo 27 Enigmático img
Capítulo 28 Antídoto img
Capítulo 29 Preguntas img
Capítulo 30 ¿Qué demonios... img
Capítulo 31 Peligroso img
Capítulo 32 Otro Trevor img
Capítulo 33 Medias verdades img
Capítulo 34 Pasado img
Capítulo 35 Adorarte img
Capítulo 36 Acorralada img
Capítulo 37 Apariencias img
Capítulo 38 Travis img
Capítulo 39 Trevor img
Capítulo 40 Quédate img
Capítulo 41 Mi pasión img
Capítulo 42 El trato img
Capítulo 43 Emma img
Capítulo 44 A tu lado img
Capítulo 45 El juego img
Capítulo 46 El castigo img
Capítulo 47 Frente a frente img
Capítulo 48 Consecuencias img
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Capítulo 6 Lascivia

Emma

La noche era un poco fría y tuve que ir a mi habitación a por un chal para abrigarme. Momento que también me servia para calmarme.

Daba vueltas y vueltas por la estancia como una loca.

No paraba de preguntarme por qué demonios le había besado. Peor...¿por qué me gustaba tanto hacerlo?

Aquel hombre había sido un brutal animal conmigo en su día y ahora aparecía de pronto con esta piel de cordero y actitud de liebre inofensiva para alguna finalidad que no conseguía ver.

¿Qué me gustaba como nunca antes lo hizo...? Pues sí. ¿Para qué negarlo?

Por más que lo pensaba no entendía por qué me afectaba tanto su voz, el aroma de su piel, aquellos ojos grises perturbadores y todas las palabras que salían apaciguadas de una boca tan pecaminosa. Sí, sí...y si, maldición...me encantaba pero no podía dejar que lo hiciera.

Si no nos hubiésemos conocido en su día tal vez le podría creer. Tal vez podría confiar y volver a mi posición de Duquesa de Devonshire pero es que no podía dejar un frente abierto a él y menos, uno tan frágil. Mi corazón...

-¿Vas a decirme ya qué pasa o tengo que seguir dándote oportunidades a solas con nuestro invitado hasta que alguna escandalosa situación se presente y no tengas más remedio que confesar?

Las palabras de Lady Caitlyn se colaron en mi descarriado pensar y me vi de pronto acorralada. No podía mentirle...a ella nunca.

Pero por otro lado, ¿qué le diría?

Tampoco podía ser del todo sincera. Aunque si alguien podía entender mi posición era ella. Ella justamente que fue obligada a casarse como yo, que fue la marginada de una familia que acabó lejos de su vida por más que ella intentó lo contrario. Ella, que tenía un esposo que fue un auténtico desafío al inicio de su matrimonio y que detrás de todo, era...además de mi señora, una gran amiga. Y cómplice de muchas cosas.

-No quiero que se involucre en algo así, Lady Caitlyn -intenté salvar la respuesta real sin tener necesariamente que mentir.

-Es un poco tarde y aunque pretendo darte el tiempo que requieras -me tomó las manos al llegar a mi -, quiero que sepas que puedes hablarme de lo que desees y si él te incomoda, por muy amigo de mi marido que sea solo dilo. No permitiré que estés a disgusto con el Duque -titubeó y escudriñó mi expresión por un segundo -, de ser eso lo que esté pasando porque tus ojos ardientes no es lo que me dejan ver.

-¿Puedo callar por un poco más de tiempo? -supliqué.

-Puedes hacer lo que quieras -concedió -. Baja cuando estés lista. Armond quiere que le muestres a Lord Cavendish como tocas de exquisito el piano.

Solo pude asentir pensando en lo que sentiría al sentarme al piano frente suyo. Una actividad que siempre me hacía mostrar entrega y pasión. Un don que no solía mostrar a nadie porque era bien consciente de que mi talento para tocar era sobre lo normal en las demás damas y aunque en su día los Duques de Grafton se quedaron embelesados con mi técnica, no era algo que acostumbrara a hacer y eso hizo que desconfiara de la postura de Lord Luppard respecto a su amigo.

¿Podría ser que supiera algo que...?

Total...que bajé. Minutos después y ataviada en mi chal bajé al salón para ver que la Duquesa había acostado a su hijo ella misma y solo nosotros cuatro estaríamos presentes en mi desempeño musical.

Volver a verle fue evocar aquel momento que habíamos tenido un poco antes pero esta vez se había quitado su chaqué, solo llevaba la camisa blanca holgada, el lazo tisú abofado en su cuello y las mangas recogidas en puños haciéndolo ver tan sensual que casi gimo frente a mis señores.

Titubeé pero al final me encaminé hacia la esquina donde estaba el pianoforte y me senté en la banqueta sin mediar palabra alguna. Abrí la tapa y cuando mis manos encontraron las teclas me estremecí al sentir aquella sensación vertiginosa que saboreé a ojos cerrados. No sé cuánto tiempo pasó ni que se sucedió a mi alrededor pero para la tercera pieza mi piel era en extremo sensible y un aliento en mi cuello me trajo de regreso a la realidad aunque un poco distorsionada por el clima sensual que me embargaba de pronto.

Él se había sentado a mi lado en el banquillo. Había acercado su nariz a mi cabello y de pronto mis ojos le observaban tan cerca que ardían.

Una mano avanzaba hacia el norte de mi cuerpo por mi espalda y la otra más al sur. Los dos nos observábamos en el silencio del final de la pieza y por mucho que hubiese querido -que la verdad quise poco- jamás le habría impedido seguir aunque mis palabras fueran indicadores de eso. Yo ya con él..., con él ya no sabía ni quien era ni qué decía. Simplemente me dejaba llevar por las explosiones de mi cuerpo en repuesta al suyo. A su descaro, a su sinvergüenzura.

-Por favor, no sigas, Trevor -solté con un gemido. Amaba su nombre en mis labios. Sonaba melódico de una forma erótica.

-¡Detenme! -jadeó esa palabra que tanto le gustaba mientras me bajaba el chal de los hombros y pegaba sus labios en la piel desnuda de mi cuello.

Mis ojos se cerraron y me aferré al piano delante de mi. No podía moverme. No podía negarme...no podía dejar de sentir calor en mi zona más íntima mientras una palma suya se acomodaba sobre mi muslo derecho, solo puesta ahí, despreocupadamente y sin moverse pero calentando mi piel por encima de mis faldas.

-Dijiste que me dejarías en paz.

-Y tú me prometiste un mes para cortejarte -me recordó bordeando mi mejilla con sus labios -. Te dejé pasar la incongruencia hace un rato porque me siento tan perdido como tú, cuando nos acercamos pero me diste un mes y quiero agotar mis oportunidades y tus fuerzas.

Su lengua se arrastró por la comisura de mi labios hasta que finalmente la mano que estaba en mi muslo subió a mi mandíbula, tomó el control de mi rostro y llevó mi boca a la suya para dejarle entrar en ella con un beso abrasador y furioso que nos hizo respirar acelerados pegando nuestros pechos rugiendo un gemido seguido de mis manos tirando del cabello que resbalaba en su nuca.

-¡Dios, como me gusta besarte!

No le dije nada. En cambio le ofrecí mi boca que se me hacía más fácil que pronunciar palabras que me alejarían del sabor de la suya.

No podía pensar con claridad porque contrario a lo que recordaba, me empezaba a sentir demasiado suya, tremendamente desesperada por él, alguien a quien no me hubiese permitido entregarme de buen grado.

-Alguien puede vernos -murmuré sintiendo sus labios en mi barbilla.

-Que nos vean -masculló apretándome contra él -.¡Tú eres mía!Y yo tuyo, no tenemos que explicar nada a nadie.

Justo ahí le aparté de mi. Esa frase fue un recordatorio del terreno que pisaba y todo lo que estaba dejando avanzar solo porque su nueva proyección me seducía en demasía.

-No somos nada y no vamos a serlo -decreté alzándose frente a él, lejos del piano y de su boca peligrosa -. Tiene razón, Milord, le concedí ese espacio de tiempo pero le pido que entienda que no considero que vaya a dejarle tener mi sentido de la libertad jamas. Así que igual todo aquello fue una mala decisión por mi parte.

Salí andando sin dejarle hablar y sentí que por fin tomaba distancia de su magnetismo sobre mi. Avancé presta por los pasillos hasta mi habitación al darme cuenta de que estábamos solos y toda la casa yacía en penumbras para ese momento. Abrí mi puerta con urgencia y en el intento por cerrarla me vi de pronto acorralada contra su pecho, su mano tapando mi boca como si se tratara de un villano y alzando mi cuerpo contra el suyo para avanzar conmigo por el pasillo adyacente y subir las siguientes escaleras hasta su habitación en donde nada más entrar, me lanzó a su cama haciendo que rebotara y pasando el pestillo detrás suyo.

Los ojos llenos de lascivia me asustaron y aunque en teoría no podía negarme a su deseo por mi, siendo su legal esposa...siempre podría apelar a mi intelecto y el poco buen juicio que pudiera tener para sacarme de esta situación sin perder lo único que aún no había tenido él de mi.

                         

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