Capítulo 8 Descubrimientos

Olivia Fernandes

En el momento en que me vi acostada, viendo a Dante de pie frente a mí, sentí como si mi corazón estuviera a punto de rasgar la carne de mi pecho y saltar fuera. Con cada latido, parecía que se escuchaba por toda la habitación, como si quisiera delatar el frenesí que me consumía.

Apenas podía respirar. Mis labios se humedecían por reflejo, mientras luchaba por no perder la razón ante él. Había algo, algo inexplicable que se apoderaba de mí y que no sabría describir, aunque me lo preguntaran. Era más que deseo. Era... necesidad.

- ¿Estás bien? -preguntó Dante, arrodillándose frente al sofá, alcanzando mis pies con una gentileza que me hacía querer derretirme.

Solo asentí, incapaz de pronunciar una sola palabra, viéndolo desabrochar mis sandalias. Sus dedos recorrieron mis tobillos, subiendo por mi piel y dejándome erizada. No era solo el toque, era la manera en que me miraba, como si cada parte de mí fuera preciosa.

Dante se divertía con mi excitación, lo sabía. Tenía experiencia, y su confianza era evidente. Pero, por más que hubiera vivido otras experiencias, podía sentir que había algo entre nosotros. Algo que iba más allá del simple deseo carnal.

Cuando sus manos llegaron a mis muslos, clavó los dedos, y sentí mi cuerpo temblar con la presión.

- Eres demasiado sexy -murmuró mientras subía mi vestido, exponiendo mis piernas-. ¿Aún quieres continuar?

- Por favor -supliqué, sin siquiera reconocerme. Estaba casi rogando por más.

- ¿Vas a hacer lo que yo quiera, Olivia? -Besó mi pierna, deslizando sus labios calientes por mi piel, sintiendo el aroma de la crema que usaba-. ¿Vas a ser obediente?

Sonreí, maliciosa. Ni siquiera sabía que era capaz de eso.

- Tendrás que descubrirlo, Dante -lo provoqué, y vi cómo apretaba la mandíbula al escuchar mis palabras. Levantó una ceja, desafiado, y sus manos apretaron mis muslos antes de separarlos.

- Puedo ver en tus ojos lo provocadora que eres -dijo, mirándome, y en ese momento sentí una ola de inseguridad.

¿Y si no le gustaba lo que veía? ¿Y si no era suficiente? Pero, al mirarlo, toda la inseguridad desapareció. Dante me deseaba. Me deseaba por completo.

Cuando sus dedos se deslizaron por el encaje de mi ropa interior, contuve la respiración. Él tenía calma, algo que yo jamás tendría en ese momento, pero eso era lo que más me gustaba de él. Dante sabía saborear cada instante. Sus labios recorrieron la zona de mi intimidad, aun por encima del encaje, jugando con mis sentidos, y yo me retorcía con cada toque.

- Apenas estamos empezando, amor... -susurró, apartando la tela que cubría mi piel ya tan húmeda-. Estás tan mojada... ah, Olivia... ¿Qué voy a hacer contigo?

Podía ver lo ansioso que estaba. El bulto en su pantalón me lo decía todo. Y, a pesar de toda la calma que tenía, estaba claro que luchaba contra las ganas de poseerme en ese mismo momento.

- Lo siento -murmuré, sin saber por qué me sentía así.

- No pidas disculpas por esto -respondió rápidamente, acercándose a mí para besarme con intensidad, robándome el aliento una vez más.

Cuando deslizó el tirante de mi vestido, sentí una ola de anticipación. Mi cuerpo quería entregarse.

- ¿Debería quitarme esto? -pregunté, tirando del vestido con prisa, queriendo deshacerme de él.

- Tengo unas tijeras que pueden acelerar el proceso -respondió con una risa. Yo también reí, sintiendo el ambiente relajado, antes de jalarlo de nuevo hacia mí.

Nos besamos, y la sensación de su lengua explorando mi boca era adictiva. Apenas podía pensar. Solo sentía. Mi cuerpo se presionaba contra el suyo, imaginando cómo sería cuando me tomara por completo.

- Continúa, o voy a explotar -murmuré, casi desesperada, y él rio antes de seguir.

Me acosté de nuevo, solo en ropa interior, el conjunto que había elegido sin imaginar el rumbo que tomaría la noche. Pero ahora, sintiendo los ojos de Dante sobre mí, sabía que había sido la elección correcta.

Lo acomodé entre mis piernas, disfrutando la idea de tenerlo allí, tan cerca de la parte más íntima de mí. Cuando jaló mi ropa interior con tanta voracidad que casi la rasgó, no me importó. Quería eso. Lo quería a él.

Y entonces, Dante, con la calma que lo definía, finalmente me mostró de lo que era capaz. Estaba a punto de perder la cabeza, y él lo sabía.

            
            

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