- Así, Dante. Justo ahí -intenté contener el gemido sofocado que escapó más fuerte de lo habitual.
- No te contengas, por favor -pidió él, pero lo empujé nuevamente, hundiéndolo en el centro de mi placer.
Los besos que intercambiamos me dieron un adelanto de lo suaves que eran sus labios, así como su lengua, que se deslizaba contra la mía con tanta destreza. Y toda esa habilidad se intensificó cuando me besó en mi zona más íntima.
Estaba tan mojada que la sábana debajo de mí estaba empapada, pero no podía contenerme. La visión de él hundiéndose entre mis piernas, probando mi sabor con tanta hambre, me excitaba aún más. Estaba aferrado a mí como si yo fuera su salvación, sus manos clavadas en mi muslo y cintura, hundiendo más los dedos en la carne caliente a medida que todo se volvía más intenso.
Sabía que Dante estaba a punto de explotar. Su pene palpitaba contra el acolchado, y la fricción solo empeoraba todo. Estaba necesitado, y necesitaba aliviar esa sensación. Pero continuó, y continuaría tanto como fuera necesario, porque quería darme una experiencia única. Quería que todo allí fuera sobre mí, al menos en ese momento. Entonces, renunció a su propio placer en favor de la mujer que tenía entre sus brazos.
Me sentía realizada al ser devorada con tanto entusiasmo. Dante era un maestro en hacer que las mujeres se sintieran como diosas, y él probaba su devoción con cada toque y beso.
- Quiero probarte yo también -pedí, esforzándome por hablar en medio de los gemidos incesantes. Dante aumentó la presión de su lengua contra mi clítoris, haciéndome poner los ojos en blanco de placer-. Maldita sea, Dante... así no podré hablar.
Él se detuvo y sonrió de manera ladina, acomodándose el cabello que caía sobre su frente. La visión de su rostro era irresistible, con la mandíbula bien definida y la barba alrededor de su boca enrojecida y maltratada por los movimientos intensos.
- Eres demasiado sexy -dije, apoyando la cabeza en el brazo del sofá, donde estaba recostada-. Perturbas mis sentidos, ya no sé qué está bien o qué está mal.
Dante escuchó mis palabras y se movió sobre mi cuerpo, encajando su cadera entre mis piernas desnudas. Jadeé al sentir la rigidez de su miembro contra mí, deseando, por primera vez, descubrir cómo sería tenerlo dentro de mí. No imaginaba que algo pudiera ser tan bueno como lo que él ya estaba haciendo.
- La sensación es recíproca, como puedes sentir -dijo él.
- No he sentido lo suficiente... ¿No quieres mostrártelo para mí? Creo que es justo que te liberes de toda la ropa, igual que yo.
- Puedes tocarme, observarme, pero hoy se trata de ti. No haremos nada hasta que termines, bella.
Dante dio un beso rápido en mis labios y se levantó. Sin camisa, llevó las manos hasta el cinturón de cuero, quitándoselo sin prisa. Mis ojos saltaron nuevamente a sus manos, fijándose en las venas sobresalientes que palpitaban con los movimientos que hacía.
Dante era un hombre alto, con un cuerpo fuerte y definido. A pesar de ser considerablemente mayor, tenía una apariencia joven. Si no fuera por las arrugas más marcadas y el cabello canoso, podría pasar desapercibido.
- Ven aquí -ordenó, y su voz firme y decidida hizo que mi cuerpo se estremeciera-. ¿Te gusta tocarme tanto como observarme? -Desabrochó el primero de los dos botones de su pantalón, manteniendo el suspenso hasta abrir el otro.
- Tal vez no lo sé -dudé.
- Yo te guío -continuó, serio-. Arrodíllate.
Obedecí sin dudar, arrodillándome ante aquella figura imponente, esperando finalmente saborear lo que quería probar. Mis piernas temblaban, aún afectadas por la excitación que me había invadido.
Dante se quitó el pantalón, mostrando el bóxer negro de marca que llevaba puestos. El tejido firme no podía contener la pulsación de su miembro, delatando su inquietud.
- ¿Quieres tocar, Olivia? -su voz hacía que mi cuerpo temblara.
Ni siquiera respondí, moviendo mis manos directamente hacia el tejido, agarrando con fuerza la extremidad rígida.
- Con calma, querida -dijo con un tono suave.
Asentí, conteniendo las ganas de disculparme a cada momento, y solo continué. Bajé el bóxer, exponiendo el miembro firme frente a mi rostro. Mis manos se movieron lentamente hacia la zona sensible, masajeando con cuidado la base, aún torpe por miedo a hacerle daño.
Pero, tras algunos ajustes, me sentí más segura. Empecé a masajearlo de arriba hacia abajo, deslizando mis dedos por el glande mientras el líquido pre seminal lubricaba la zona rosada. Comenzó a mover las caderas hacia adelante y hacia atrás, ayudándome a realizar los movimientos de la manera que le gustaba.
- Joder, Olivia... -Aumentó la velocidad, excitado al sentir mis manos suaves, tocándolo de manera tan placentera-. Si tus manos son así de buenas, no sé si soportaré el resto -sonrió.
Yo también sonreí, mis mejillas ligeramente sonrojadas. Estaba obsesionada por el frenesí que me invadía y tenía una certeza:
Quería que ese placer se prolongara el mayor tiempo posible. Sin embargo, cuando me acerqué para finalmente descubrir su sabor, algo nos interrumpió.