Solo con un beso
img img Solo con un beso img Capítulo 6 Seis
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Capítulo 19 Diecinueve img
Capítulo 20 Veinte img
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Capítulo 24 Veinticuatro img
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Capítulo 31 Treinta y uno img
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Capítulo 6 Seis

Anna entró nerviosa a la entrevista; tenía que hacerlo bien. Llevaba meses intentando encontrar un trabajo que al menos los sacara de los apuros más necesarios. Se había echado sobre los hombros el peso y la responsabilidad de su hogar; si no hubiera sido por Alex, habría regresado con sus padres a trabajar en los campos cuando las cosas se pusieron difíciles. No quiso dejarlo solo, a su suerte; no tenía nada ni a nadie.

-¿Anna? -preguntó un hombre asomándose por la puerta.

-Sí.

-Pase, por favor... Bien, siéntese... No haremos esto muy largo. Sé que viene recomendada por el señor Walker. Sin embargo, como entenderá, debo hacerle algunas preguntas de rigor -. y entrelazó los dedos sobre la mesa.

La muchacha se veía común, bonita, pero insulsa, y se le notaba que necesitaba un ingreso. Estaba en extremo nerviosa, jugando con las manos para calmarse. ¿Cómo era que alguien así era amiga de Lali Walker?

-Dígame, cuénteme sobre sus experiencias laborales.

-Sí... Actualmente, tengo un trabajo de medio tiempo en una cafetería.

-¿Qué tareas realiza?

-Todo.

-¿Todo?

-Preparo café, hago el aseo, cubro los puestos de mis compañeros cuando no se presentan... A veces cierro la caja...

-Ya veo...

El semblante del hombre mostraba claramente que no estaba impresionado. ¿Qué puesto como ese podía haber en un lugar así? Sin embargo, estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo.

Otra recomendada de la prima del Director. Todavía resonaban en su cabeza los gritos de Owen por aquel desastre. Aún tenía los gritos de Owen resonándole en la cabeza de aquella vez, de aquel desastre. Pero está otra no se veía en nada como aquella, no estaba tan bien vestida y maquillada, ni usaba tacones o la falda corta.

Anna podía ver que ese hombre estaba dudando, así que se atrevió a hablar más.

-Le seré sincera, no llegué con expectativas altas. En verdad, necesito trabajar y sé que puedo ser útil en algún lugar; solo necesito la oportunidad.

-Entiendo...

El único puesto disponible que se le ocurrió, para alguien sin más experiencia que hacer café, era en limpieza. Y ella lo aceptó tan contenta. Por las noches, a veces por las tardes; no era algo difícil. Y comenzaría al día siguiente.

Lo primero que hizo al salir de ese enorme edificio fue correr a la primera boca del metro que encontró. No necesitó viajar mucho para encontrarlo, tocando el violín entre los vagones y pasando una gorra. Se bajaron en la estación cerca del departamento y Anna le contaba entusiasmada y feliz que había conseguido trabajo.

-¿Limpiando? -le preguntó con un dejo de desagrado.

- Es lo que hay. No puedo darme el lujo de ser exigente; necesitamos el dinero.

El violinista sin hogar ni trabajo era, irónicamente, un clasista. No tenía nada, vivía de su novia, pero si tenía pretensiones. Para él, ciertos trabajos no eran dignos y hasta eran motivo de burla. Siempre decía que el universo iba a proveerles todo lo que desearan, pero al parecer el universo era sordo.

Los comentarios de desprecio no apagaron el entusiasmo ni la alegría de Anna. Siempre había trabajado y sabía que el esfuerzo rinde sus frutos.

Salió de su departamento ese primer día a las 6:30. Su turno comenzaba a las 8, pero ella quería llegar antes. Caminaba con esa sensación de que por fin las cosas se acomodarían y el agua que le tapaba la cabeza bajaría un poco, y finalmente podría respirar.

La nueva oportunidad que se le presentaba era más que un ingreso extra. Era de nuevo sentir esa sensación de realización, de dar un paso más hacia adelante. Cuando la esperanza se renueva su sabor es dulce, casi picante en la boca del estómago y el ímpetu aumenta; el camino se aclara un poco.

-¿Así que eres la nueva? Soy María, la encargada.

-Mucho gusto, soy Anna.

-Bueno, Anna, te tocará asear las oficinas de Presidencia. Te recomiendo que tengas mucho cuidado en los detalles, porque allí trabajan los jefes. Si, a veces, entras a alguna oficina y hay alguien, déjala para después. Algunos tienen la costumbre de trabajar hasta tarde. ¿Qué te parece?

-¡Perfecto!

La mujer le mostró dónde estaban todos los materiales que iba a necesitar para sus tareas y le hizo un recorrido por el lugar. No era nada complicado y podía descansar y usar la sección de cafetería si le daba hambre. Estaría ella sola para todo ese piso enorme de solo tres oficinas.

Se arremangó, se ató el cabello y comenzó. Ese era el primer día en que el cambio iba a empezar en su vida; tenía que hacerlo con esmero y dedicación para conservarlo.

Cuando terminó era cerca de medianoche, y el último tren del metro ya había pasado. Le tocaría tomar el bus. Por suerte, Alex había ido a esperarla para que no regresara sola.

-¿Cómo te fue? -le preguntó.

Anna le contaba con ese entusiasmo y optimismo que da la satisfacción de un trabajo bien hecho, pero él casi no la oía; no le importaba.

-¿Y cuándo te pagan?

-A fin de mes...

-Bueno, no falta tanto.

Pero llegar a casa después de trabajar fue encontrarse con la pila de platos sucios en la cocina, la ropa aún en la lavadora, la cama sin hacer y los comestibles en la mesa dentro de sus bolsas.

- No hiciste nada... -le reprochó.

-Bueno, lo siento. Yo también trabajé toda la tarde -. respondió hastiado.

¿Qué pretendía? ¿Acaso quería que hiciese las labores domésticas también?

- Al menos podrías haber lavado los platos...

-¿Qué? -No le estaba prestando atención; ya había encendido el televisor.

-Nada.

No aportaba casi nada a la casa, estaba todo el día en la calle tocando y tampoco ayudaba con las tareas más básicas. Esa noche, Anna se acostó a las 2 de la mañana; a las 8 tenía clases, a las 12 comenzaba a trabajar en la cafetería y luego en la empresa. Respiró profundo mientras lo veía roncar a su lado y se acomodó en la cama.

Pero las semanas pasaron y de pronto dejó de esperarla en la parada del bus, así que regresaba sola y siempre a la misma escena: un lugar desordenado. Su excusa era que como terminaba de tocar con el último metro y lo dejaba en la otra punta de la ciudad, no podía volver en bus y luego tomar otro para esperarla. Era demasiado cansador.

Con solo terminar su "jornada" con el anteúltimo metro, no solo podría aguardar por ella, sino que lo haría en la estación cerca de su trabajo y no necesitaría regresar en bus. En realidad, no le importaba si Anna llegaba bien a casa; a Alex no le importaba nada más que convertirse en un músico de renombre y encontrar su propia esencia.

Siempre encontraba excusas para justificar su fracaso. Era más fácil echarle la culpa al "sistema arbitrario" en el que vivía y que le exigía dejar la vida en un trabajo que enfrentar su mediocridad e intentar mejorar. Así actúan los cobardes: se esconden tras teorías ridículas para darle sentido a una vida vacía, en lugar de aceptar sus errores y corregirlos. ¿Qué tan complicado puede ser ponerse los pantalones y pelear? Para Alex, muy complicado. Le faltaba eso que a Anna le sobraba: coraje.

Tanto miedo le tenía a la vida y a las responsabilidades que buscaba hasta lo más inverosímil y ridículo para esconderse. Como cuando una tarde le dijo muy serio y concentrado que ya había descubierto él porque de su apatía por todo, menos por sus teorías místicas.

-Tengo TDHA -declaró solemnemente.

-¿Qué? -le había preguntado Anna sorprendida.

-Sí, eso tengo, por eso me aburre todo y me cuesta mantenerme quieto en un solo lugar -. y su cara estaba tan seria que ella por un momento le creyó.

-¿Cómo lo sabes?

-Me lo diagnosticaron.

-¿Fuiste al médico? ¿Cuándo?

-¡No! ¿Qué médico? Esos solo saben llenarte de píldoras.

-¿Entonces?

-Hice un test de 10 preguntas en una página web especializada en ese tipo de conductas.

¡Tenía que ser broma! Anna lo miró cansada y harta. Otro cuento, otra justificación sin sentido. Pero lo más triste era que él estaba convencido de que lo padecía, de que un test al azar en una página X tenía el mismo peso de diagnosticar una persona que un profesional que se había pasado 10 años inmerso entre los libros. Sin mencionar el insulto que representaba para las personas que debían lidiar con ello, verdaderamente, a diario.

Un cobarde.

            
            

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