Solo con un beso
img img Solo con un beso img Capítulo 8 Ocho
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Capítulo 17 Diecisiete img
Capítulo 18 Dieciocho img
Capítulo 19 Diecinueve img
Capítulo 20 Veinte img
Capítulo 21 Veintiuno img
Capítulo 22 Veintidós img
Capítulo 23 Veintitrés img
Capítulo 24 Veinticuatro img
Capítulo 25 Veinticinco img
Capítulo 26 Veintiséis img
Capítulo 27 Veintisiete img
Capítulo 28 Veintiocho img
Capítulo 29 Ventinueve img
Capítulo 30 Treinta img
Capítulo 31 Treinta y uno img
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Capítulo 8 Ocho

Lamentablemente, algo así no pasaría desapercibido por todos a su alrededor. Y la noticia también le llegó a Owen. Bob lo supo por los gritos que daba, su actitud quisquillosa y el modo en que trataba a los empleados ese día.

En vez de enfrentarlo para obligarlo a calmarse, como era su costumbre, Bob sintió una angustia terrible. Sentado detrás de su escritorio, Bob solo podía pensar en una cosa: Elena volvería por él. Y si Owen quería descargar su ira, estaba en su derecho ¿Qué podría decirle? Nada.

Así que cuando todos se fueron del edificio él se detuvo y miró la puerta de la Dirección General, agachó la cabeza, suspiró hondo y presiono el botón del elevador.

Ya sabía que esa noche ese lugar sería su refugio de la tormenta; dejarlo solo, lejos de ser desconsiderado, era lo que su amigo necesitaba: enfrentar los monstruos del pasado.

Con los años, las emociones oscuras que guardaba en el alma se fueron cimentando. Solo se movían en esas citas con su secretaria de turno, pero era apenas un soplido. Ahora era un huracán.

Anna llegó esa noche puntual a las 8. Salió por una puerta lateral y se colocó los auriculares. Esa se había convertido en su rutina, trabajaba sola; quizá a veces María pasaba a verla unos minutos, pero la mayor parte de su turno lo pasaba en soledad. En algunas ocasiones se había cruzado con alguno de los dueños de esas oficinas, pero iban de salida.

La vida seguía siendo difícil, pero Anna seguía poniendo toda su energía en salir adelante. Esa era su forma de ser; podía sentirse muy vencida y agobiada, a veces perder el impulso y otras, dejarse ganar por pensamientos negativos. Sin embargo, tenía una resiliencia asombrosa y nada la detenía.

Él oyó ruidos que provenían de afuera, ruidos que lo sacaron de su tortura y lo fastidiaron. Cuando se sumergía en sus miserias, le gustaba quedar hecho un desastre, porque así después podía sacudirse toda la basura de una vez. Se acercó al cristal; con las luces apagadas, su figura se camuflaba en la oscuridad, sabía que del otro lado nadie podía adivinar que estaba dentro. Y entonces la vio.

Vestida con ropa de trabajo que le quedaba ancha, el cabello atado en un moño, los guantes saliéndose de un bolsillo; de la edad de Lali. Pero sonreía como si su trabajo fuese contar fajos de billetes. Lo desconcertó un poco. ¿Quién era? Nunca la había visto antes. La muchacha estaba muy concentrada vaciando los cestos de la basura en una gran bolsa negra, parecía que hasta tarareaba una canción.

A simple vista, era una más del montón, pero algo en su sencillez, su sonrisa y la manera en que se movía lo atrajo. No podía apartar la mirada. No tenía nada que llamara la atención, desde donde la observaba no destacaba su apariencia. Tal vez era ese entusiasmo con el que realizaba las tareas más básicas, la forma en que se inclinaba sobre los escritorios y levantaba lapiceros y acomodaba papeles.

Quizá la luz que Anna irradiaba contrastaba con la oscuridad que envolvía a Owen. Como una polilla nocturna que se ve atraída por un foco incandescente.

Y de pronto de oyeron unos chillidos insoportables. Anna pudo oírlos aún con los auriculares puestos. Owen tiró la cabeza hacía atrás y maldijo en voz baja.

-¡Owen! ¡Ooooooweeeen! -Los gritos de Lali resonaron desde los ascensores-. ¡No puedo creer que te hayas quedado aquí solo para evitar mi cumpleaños! -Era Lali.

¡El cumpleaños de Lali! Owen se había olvidado por completo y maldijo una vez más. No le quedaba otra que salir y dar la cara.

Anna pudo ver como la puerta de una de las oficinas se abría y de ella emergía ese hombre alto, de cabello corto algo canoso, en traje impecable y con la expresión más dura que había visto.

Pero Lali divisó a su amiga primero.

-¡Anna! ¡Estás aquí! -y se desvió para saludarla.

La abrazó con mucha alegría. Owen miraba desde la puerta. Entonces, esa era la amiga de su prima. Le dio curiosidad; solo había hablado con el Gerente de Recursos Humanos para informarle que ella iría a una entrevista, y ni siquiera sabía que la habían contratado.

-¿Qué haces aquí? ¡Por Dios! -le preguntó hastiado. Esas costumbres exageradas de su prima.

-Vengo a buscarte porque te escondes.

-No lo hago...

-Claro que sí. No te entiendo, Owen. ¿Tanto te fastidian mis amigos?

-Sí, y mucho.

Anna no pudo evitar sonreír a esas palabras honestas y rígidas y a él no se le escapó.

-No sabía que eras su amiga -comentó Owen a Anna.

-Mucho gusto.

-¿Cómo que no sabías? Lleva semanas trabajando aquí -Lali estaba sorprendida.

-No la había visto antes -trató de explicarse.

-No me extraña... Bien, los presentaré. Anna, este es mi primo Owen... Owen, está es mi amiga Anna.

-Mucho gusto, Anna.

-Hola.

-Bien, entonces... ¡Anna! ¡Estoy con unos amigos, iremos a un bar a celebrar mi cumpleaños, ven con nosotros! -habían hablado más temprano, Anna la llamó para saludarla y prometerle que en cuanto estuviera libre la invitaría a comer en agradecimiento por su ayuda.

-Oh, no, Lali. Mañana tengo clases y debo levantarme temprano...

-¿Por qué eres siempre tan responsable? -le preguntó decepcionada.

La miró con ojitos de niña consentida y Owen revoleó los suyos.

-Está bien... Bueno, me iré entonces.

-¿Y a qué viniste? -le preguntó su primo.

-A fastidiarte, ya lo hice, así que me voy.

Se dio media vuelta y los saludó con la mano antes de desaparecer dentro del ascensor. Se quedaron mirándola y luego el silencio.

Owen se puso las manos en los bolsillos, Lali con su característica alegría lo había extraído de sus pensamientos. Se giró para volver a su oficina, pero Anna estaba a su lado, y entonces la observó bien por primera vez. La cara afable, los ojos grandes y esa boca casi redonda. El moño le sostenía el cabello, pero se le escapaban algunos rizos de él. Era menuda, no muy alta y tenía una expresión serena.

Su mirada era penetrante y fría, así miraba a las mujeres. Y, sin embargo, Anna no parecía inmutarse, parecía inmune a esa frialdad. Ella también lo observó unos minutos: alto, el cabello con hebras blancas, una barba de algunos días; sus ojos grises, pero tan opacos y muy atractivo. Perfecto de pies a cabeza. "Un caballero", pensó.

Quizá la miró un poco de más, porque a Anna se le dibujó una interrogante en la cara. ¿Se iría o volvería a su oficina? ¿Debería esperar a que se fuera para poder hacer el aseo? ¿Qué se suponía que hiciera? María le había dado instrucciones si aquello pasaba: debía esperar. Pero su turno estaba por terminar.

Él era el Jefe, pero si se retrasaba demasiado perdería el autobús y el próximo pasaría 30 minutos después.

-Disculpa... -le dijo con la voz tranquila -¿Te quedarás mucho más tiempo?

-¿Por qué?

-Tu oficina es la única que me queda por limpiar...

-¡Ah! No, puedes hacerla ahora.

-Bien, gracias.

Anna entró y comenzó a hacer el aseo. Pero él no se fue; se quedó sentado en una banca. Cuando finalmente salió, ya era pasada la medianoche.

-Gracias -le dijo ella.

La observó escrutándola de arriba abajo otra vez, como solía hacer con sus secretarias, pero Anna no se movió, no se puso nerviosa y mantenía la mirada apacible.

-¿Cómo te vas a tu casa? -le preguntó de pronto.

-En bus.

-Bien, buenas noches.

-Buenas noches.

Lo vio salir. ¡Qué hombre tan extraño! ¿Para qué se quedó si finalmente iba a marcharse? En fin. Anna volvió a la puerta lateral y se fue; miró el reloj de su muñeca y se dio cuenta de que le tocaría esperar esos 30 minutos extras por el autobús.

            
            

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