Solo con un beso
img img Solo con un beso img Capítulo 9 Nueve
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Capítulo 24 Veinticuatro img
Capítulo 25 Veinticinco img
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Capítulo 27 Veintisiete img
Capítulo 28 Veintiocho img
Capítulo 29 Ventinueve img
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Capítulo 31 Treinta y uno img
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Capítulo 33 Treinta y tres img
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Capítulo 9 Nueve

Owen entró al estacionamiento y se dirigió a su coche, Eva pasaría la noche con sus abuelos. Pero al subirse y ponerlo en marcha, tuvo una sensación extraña: ¿No era muy tarde para que una jovencita anduviera sola por la calle? ¿En bus? ¿Esperando en una esquina? Sintió algo de culpa por haberla retrasado. Owen Walker quería creer que nada en la vida con color le importaba, pero eso era una mentira.

Anna se cambió de ropa y salió por la puerta lateral del edificio, la del personal. Se despedía del guardia de seguridad cuando un auto negro se detuvo justo frente a ella.

Owen bajó y solo con la mirada hizo que el guardia se volviese a meter a toda velocidad.

-Por mi culpa te vas más tarde, al menos permíteme acercarte a tu casa -. le dijo mientras abría la puerta del coche.

¿Eh?

-No es necesario...

-Sube -ordenó.

Ahí parado con la mano sobre la puerta, el rostro rígido y la postura dura; era chistoso. En vez de asustarse, solo sonrió. Qué diferente era de su prima. Lali siempre estaba contenta, irradiaba alegría, sonreía y parecía que bailaba en vez de caminar. En cambio, él era una estatua de mármol; lustroso, brillante, pero inmóvil.

Otra sonrisa en su cara. ¿Le causaba gracia algo? Estaba acostumbrado a que las mujeres lo mirasen con la cabeza gacha, asustadas o con ojos fervorosos, pero no así.

Anna caminó hasta el coche y se subió.

-Gracias -le dijo mientras el cerraba.

Ella le indicó en qué parte de la ciudad vivía, y Owen se puso en marcha. No hablaba, solo conducía, y aunque Anna no se sentía amedrentada, tampoco decía nada. Solo recordaba algunas cosas que su amiga le había contado sobre él: que parecía de piedra, pero era un hombre bueno y afectuoso. Que siempre parecía enojado, pero con su pequeña Eva era un amor de padre.

-¿Desde cuándo eres amiga de mi prima? -le preguntó de pronto, sin siquiera quitar los ojos de la calle para hablarle.

-Desde que comencé la universidad, nos conocimos allí.

-Tienes su edad.

-No, soy un poco más grande; comencé tarde a estudiar.

-Mmm.

En un semáforo, la observó de reojo. Se veía diferente con esos jeans gastados, el bolso en la falda y la camisa azul. Con el cabello suelto y sin maquillaje, se veía muy simple. Con razón Lali había insistido tanto en que le diera empleo, lo necesitaba.

Al llegar al departamento, Anna miró hacia arriba y vio que las luces estaban apagadas; seguramente, Alex estaría dormido. Ya empezaba a sentir el peso de regresar siempre a lo mismo, acostarse tarde para poner un poco de orden. Suspiró.

-¿Qué pasa?

-Nada, gracias por traerme.

-De nada.

Se bajó; él aguardó hasta que entrase, pero Anna giró sobre sus talones antes de abrir la puerta y lo despidió con la mano. Él observó un poco el edificio y sus alrededores; aquel lugar era de bajos recursos, seguramente el departamento donde vivía era diminuto.

No era fea; al contrario, era muy bonita en su sencillez. Tenía el cabello rizado, largo, algo claro. Una mujer así, con un poco más de dinero invertido, podía hacer girar cabezas. Por un segundo, se preguntó si podría tener habilidades para ser su asistente, pero enseguida lo descartó; era amiga de su prima y muy joven.

Condujo de vuelta a su casa, inquieto; ella lo había hecho sentir extraño. Al parecer, la mujer no le tenía miedo; aunque tampoco lo conocía demasiado. Por un momento, se olvidó de Elena y se concentró en las sonrisas casi burlonas que Anna le había mostrado. Hacía mucho tiempo que ninguna le sonreía así, hasta le pareció un descaro. Owen había dejado atrás la calidez que produce una sonrisa franca y sincera.

Algo extraño se produjo en él, algo que se prendió en su pecho y le subió por la garganta, como una lagartija que se escabulle por una pared.

Por un momento, tuvo el impulso de ir a su piso en el centro de la ciudad, donde se concretaban sus citas de las 9. Y es que como parte de su "buena voluntad" para con las mujeres que dormían con él; el ocupar ese piso por el tiempo que duraba el arreglo, estaba incluido. La dama que aceptaba las condiciones laborales, podía vivir allí si lo prefería o no. La que trabajaba, ahora, para él se había instalado temporalmente en el lugar en cuanto Owen se lo mencionó.

No era para menos; era un piso bien ubicado en uno de los complejos más exclusivos y elegantes. Un lugar amplio y finamente decorado, con todos los artilugios posibles que su compañía fabricaba o programaba; con un servicio de seguridad las 24 horas; una piscina privada para los habitantes del edificio en la terraza; un gimnasio, spa y sala de juegos.

Así que, si lo deseaba, la mujer estaba disponible para cuando él lo necesitara. Pero a pesar de su conveniente distanciamiento emocional, no dejaba de comportarse 'correctamente', dentro de lo que la misma situación significaba. Por lo que simplemente aparecerse sin una cita previamente acordada, estaba fuera de lugar. A pesar de que era su propiedad, respetaba la privacidad de quien lo habitaba temporalmente.

Sus "citas" de las 9 repetían siempre el mismo patrón: llegaba puntualmente, abría la puerta y su secretaria ya estaba esperándolo en la cama. Se quitaba la ropa de a poco, sin hablar; aquello no requería palabras, y hacía que cumpliera con su segundo trabajo. Nunca había forzado ni obligado a nadie; eso no era lo que lo excitaba. Lo que hacía que el cuerpo le ardiera era otro aspecto: él dominaba, él manipulaba, él disponía. Y usaba todo el ímpetu que quisiera, lo que el deseo le dictase.

Cuando se iba, la mujer que quedaba allí lo hacía con el cabello desarmado y las marcas de sus manos y mordidas por todo el cuerpo. Como si le hubiese dado una paliza, el cuerpo se le volvía de gelatina. El vigor y las demandas que imponía eran tan rigurosas y exigentes como las que pedía en la empresa. Someterlas, eso era todo lo que necesitaba.

Algunas no soportaban ese ritmo y eran trasladadas; otras, las que sí aguantaban, se convertían en blanco de toda la furia que acumulaba y liberaba cuando las tenía. En ocasiones oía de sus bocas palabras cariñosas o declaraciones que Owen sencillamente ignoraba; todas estaban dispuestas por un solo motivo: el dinero. Porque todas ellas, cuando abandonaban sus deberes, se llevaban un cheque que les solucionaba dos años de privaciones.

Y es que para Owen todas eran como Elena ¿Para qué arriesgarse de nuevo? Así era más fácil; se despegaba sentimentalmente de cualquier rastro del pasado y liberaba a su monstruo. Pero su bestia y su rabia solo aparecían entre las sábanas. Si la dama no estaba dispuesta, él se disculpaba y se iba. Pero si lo estaba y su apetito era demasiado voraz, una sola palabra lo detenía.

Al parecer debajo de toda esa suciedad que le manchaba el alma, todavía quedaban vestigios de cordura y consideración; todavía recordaba cómo ser un hombre y no solo un animal.

Y esa jovencita, así de simple, así de común, demostrando valor y sin agachar la cabeza; hizo que esa bestia interna se moviera. Le había perturbado el sueño y quiso estirarse un poco y abrir los ojos, pero Owen la apaciguó, volvió a encerrarla y, simplemente, se dirigió a su casa. Durante todo el trayecto, solo una cosa ocupaba su mente: la sonrisa honesta y cristalina de Anna.

            
            

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