Solo con un beso
img img Solo con un beso img Capítulo 7 Siete
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Capítulo 17 Diecisiete img
Capítulo 18 Dieciocho img
Capítulo 19 Diecinueve img
Capítulo 20 Veinte img
Capítulo 21 Veintiuno img
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Capítulo 24 Veinticuatro img
Capítulo 25 Veinticinco img
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Capítulo 27 Veintisiete img
Capítulo 28 Veintiocho img
Capítulo 29 Ventinueve img
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Capítulo 33 Treinta y tres img
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Capítulo 7 Siete

Eva era una niña vivaz e inquieta, llena de preguntas y con una sonrisa enorme que terminaba en dos pequeños hoyuelos sobre las mejillas. Cada día se parecía más a Elena: con su cabello negro y lacio, sus ojos grandes, la nariz pequeña y un diminuto lunar sobre la ceja izquierda.

A veces, Owen veía a Elena reflejada en su hija. Sin embargo, la revoltosa le daba pequeños besos en la mejilla, lo abrazaba con fuerza, lo llamaba 'papá', y ahí terminaban las similitudes con su madre. La niña era tan cariñosa y dulce y él era todo su mundo. Eran inseparables, excepto cuando Owen tenía una cita a las 9.

Cuando eso ocurría, Eva se quedaba a dormir con sus abuelos, lo que siempre era una aventura para ella. Cargaba su bolso lleno de juguetes y esperaba a sus abuelos en la puerta del jardín de infantes.

Él no tenía muchos amigos, de hecho, solo Bob parecía soportarlo; pero tenía a su mejor amiga siempre. Había visto sus primeros pasos, oído sus primeras palabras, y criado solo a esa princesa de 5 años que desbordaba felicidad, que era inteligente y no dudaba en mostrarle su cariño como si fuese lo más natural del mundo.

Fue todo un reto para Owen enfrentar la vida solamente acompañado de su hija. Pero, una vez más, él no se rindió: Eva lo necesitaba. Y Bob había tenido razón: lo estaba haciendo genial.

Sus padres, sus tíos y Lali siempre estuvieron presentes, más que dispuestos a ayudarlo con la crianza de la niña. Su madre la adoraba con locura, era la debilidad de su abuelo y la consentida de sus tíos y de su prima.

Muchos malintencionados cuestionaron la paternidad de Owen sobre la niña cuando la infidelidad salió a la luz. Pero él se negó a cualquier prueba o examen; esa era su hija. Lo supo ni bien se la pusieron en los brazos el día que nació, su Eva. Tal vez no quería saber; a lo mejor no quería quedarse solo por completo; todo lo que sentía por esa niña fue lo que lo mantuvo en pie durante los siguientes años. Ella era Eva Walker y punto.

Y había crecido para ser exactamente como Owen la había soñado: sus dos moños, los vestiditos de colores pasteles y la sonrisa franca. Y es que ella era todo lo que tenía, en su pequeña burbuja eran solo los dos. Podía recogerla del jardín de infantes y llevarla a tomar un helado, o pasar horas en una juguetería mientras ella escogía una muñeca.

Ambos captaban todas las miradas: un hombre atractivo y elegante, sonriendo a su pequeña hija mientras la llevaba de la mano. Sobre todo, la mirada de las damas que se sorprendían y no dejaban de suspirar ante la imagen que devolvían juntos: la niña en brazos de su padre, su diminuta manito colgando detrás de la ancha y bien vestida espalda de un caballero con algunos cabellos plateados.

¡Dios! Si era posible, su porte paternal lo hacía ver aún más interesante. Era el único padre que asistía al jardín de infantes; no se perdía ninguna reunión o festival en los que ella participaba. Le tomaba fotografías y filmaba sus presentaciones con orgullo. No había nada en este mundo ni en ningún otro más hermoso que su niña.

Y por supuesto, muchas madres lo observaban más que interesadas y algunas maestras también. Pero Owen se había cerrado para todo eso, lo había dejado atrás. No tenía ningún interés en volver a pasar por la mentira, la traición o el desengaño; así que solo fingía no notar esos ojos y no escuchar esos murmullos. Incluso podía llegar a mostrar su desinterés con descaro cuando alguien pretendía acercársele a "conversar". Las espantaba.

Lo mejor para la niña eran las salidas a comer juntos. Algunos días, después de una agotadora jornada en la oficina, llegaban a casa y él la miraba un momento antes de proponérselo.

Entre todos los pensamientos que le rondaban la cabeza, había uno que no podía entender: ¿Cómo era posible que existiera una criatura tan mágica como ella? ¿Cómo podía sonreír con esa pureza y ese brillo en los ojos que lo encandilaba? Todo un misterio, todo un misterio que de entre tantos hombres en el mundo, le hubiese tocado justo a él, ser el protector y fiel lacayo de tal despampanante muñeca.

-Es algo tarde y no es la mejor de las comidas, pero ¿qué dices si vamos por unas hamburguesas?

La cara de Eva se iluminaba por completo.

-¡Sí! -le respondía contenta tirando sus brazos al aire y moviendo su cuerpo como si bailara.

Entonces la cargaba en sus brazos y volvían a salir. Eva le rodeaba el cuello y le daba besos sonoros en la mejilla. Se demostraban el amor que se tenían el uno por la otra de esa manera, con caricias, con sonrisas y carcajadas, con los besos dulces de su pequeña y su mirada feliz.

Él la observaba por el espejo mientras Eva demostraba su emoción por comer hamburguesas cantando una canción inventada, que no rimaba, con palabras sueltas y esa carita feliz le acomodaba el alma haciendo que se olvidara del cansancio y los problemas.

Pero lo que más la divertía, definitivamente, era pasar el día con toda su familia en la casa grande del tío de Owen. Allí tenía una habitación de juegos, un parque enorme por el cual correr sin detenerse, a su prima Lali que jugaba con ella y a su tía que le preparaba tartaletas dulces decoradas con crema.

Y era un día más de esos cuando todos, menos él, se enteraron de que un fantasma del pasado había regresado.

El padre de Lali hizo un gruñido y cerró el periódico que estaba leyendo sobre la mesa, visiblemente molesto. Todos lo miraron.

-¿Qué pasa? -su esposa conocía ese sonido, era el de la molestia, el del enojo.

-Nada... Iré a tomar sol afuera.

Lali también lo conocía, así que ni bien salió se apresuró sobre el papel para tratar de averiguar qué había causado ese ceño fruncido. Ojeó varias páginas y ahí estaba: la exesposa de su primo, reciente viuda, regresaba a la ciudad; en la sección de sociales.

-¡Oh! -exclamó.

-¿Qué? -le preguntó Owen.

-Nada, no entiendo, algo de finanzas... No sé -disimuladamente escondió el periódico detrás de su espalda- Me iré también, tengo cosas que hacer.

La bruja había regresado. "¡Pobre primo!", pensó. Esa mujer le había roto el corazón y abandonado a su hija; él solía ser amable y alegre, y ella lo transformó en una roca. Más le valía no aparecerse nunca más.

La madre de Owen también había visto la noticia esa misma mañana, pero decidió guardárselo. No tenía sentido traer de regreso esa humillación y dolor a su hijo. Ella había sido una de las tantas voces que intentaron convencerlo de que ese amor no era sincero, pero tampoco la escuchó.

No entendía cómo era posible que una mujer que había cargado durante 9 meses un hijo en su vientre pudiese solo hacer de cuenta que no existía ese bebé. Lloró muchas veces junto a la cuna de su nieta, pero nadie en esa familia iba siquiera a permitir que la niña y su padre sufrieran la soledad.

            
            

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