- Ven conmigo esta noche, Jeanne - la voz grave y masculina de Émile hizo que la joven saltara.
- ¡Señor Dubois, por favor, mantenga su distancia! - se sintió a la vez enojada y sorprendida, sin poder creer la audacia de su jefe.
A pesar de los esfuerzos de Jeanne por mantener a Émile a raya, él seguía insistiendo, dejándola intimidada e incómoda en su presencia.
"¿Por qué no lo denuncio?", se preguntó, conociendo ya la respuesta.
Sabía que necesitaba este trabajo, así que hizo todo lo posible para que Dubois abandonara sus intentos de conquista, pero hasta el momento sin ningún éxito.
- ¿Vas a seguir rechazándome? - preguntó Émile, alzando una ceja, preguntándose qué tenía que hacer para que una mujer como ella aceptara su propuesta.
¿Debería forzarla? La tentación estaba allí, latente en su mente, acechando en cada rincón de sus pensamientos.
- Lo rechazaré ahora y siempre, así que le ruego que deje de insistir, señor - trató de estabilizar sus manos temblorosas, mirando la pantalla e ignorando la expresión sombría de su jefe.
- ¿Por qué te resistes a mí? - preguntó él, herido e irritado.
Jeanne suspiró con pesadez, cansada de repetirle que no quería involucrarse con su jefe, pero parecía que hablaba en chino o en algún otro idioma difícil de entender.
- He sido bueno contigo, incluso bastante amable. ¿Por qué no me das una oportunidad al menos? - insistió nuevamente, ignorando las palabras de rechazo que tanto lo irritaban.
Jeanne se giró hacia él, recordando a la mujer de cabello rojo que había visto entrar a su oficina unos días antes.
Su sangre hervía al pensar que, a pesar de las otras mujeres con las que podía divertirse, quería utilizarla a ella, solo para despedirla sin razón tan pronto como se cansara de ella.
- Puede tener a cualquier mujer que quiera - replicó Jeanne, y él hizo una mueca ante sus palabras. - Le ruego que deje de importunarme con este tema.
Intentó concentrarse en su trabajo, y aunque parecía que él la dejaba en paz por el momento, ideas sobre lo que podría hacer para hacerla ceder seguían cruzando su mente.
"Soy patético, ni siquiera logro que mi secretaria salga conmigo, cuando siempre he podido tener a cualquier mujer que quisiera", pensó él, con ira y humillación.
Jeanne sentía su corazón latir con fuerza. Los avances de su jefe la habían sacudido un poco.
No podía negar que él era atractivo y que se sentía muy atraída por él, pero sabía que después de conseguir lo que quería, la rechazaría como a tantas otras mujeres.
- Solo soy una conquista más para ti, Émile Dubois - murmuró para sí misma.
Algo se le anudó en el pecho, pero sacudió la cabeza y se concentró completamente en su trabajo, tratando de pensar en una solución a sus problemas.
Estaba agobiada por las deudas, su padre estaba enfermo, y necesitaba dinero para pagar su consulta y descubrir qué le estaba causando tanto sufrimiento. Las cosas solo empeoraban.
Suspiró profundamente, observada por su jefe, quien notó que se frotaba las sienes y cerraba los ojos, entreabriendo ligeramente los labios.
Esa imagen golpeó a Émile con fuerza. La encontraba muy sexy cuando hacía simples gestos que a veces ni siquiera notaba, como en ese instante cuando pasó sus dedos blancos por su cuello, donde una gota de sudor resbalaba lentamente.
No podía evitarlo, la deseaba y pensaba que lograría su objetivo pronto, sin importar lo mucho que ella le complicara las cosas. No había mujer que pudiera resistírsele, y ella... no sería una excepción.
Finalmente, con una sonrisa de autosuficiencia en los labios, Émile pensó que era cuestión de tiempo.
En su mente, Jeanne ya era suya; solo necesitaba dar el golpe final para quebrantar su resistencia y vencer aquella última muralla de integridad que, a su parecer, no era más que un obstáculo temporal.