Capítulo 5 5

- ¿De qué estás hablando? - Jeanne soltó una risa nerviosa. Lo observaba de cerca, esperando que fuera una broma de mal gusto. - ¿Tiene fiebre?

No. Émile Dubois no estaba bromeando.

- Cásate conmigo - repitió, con un tono más autoritario. - No estoy jugando, señorita Boucher.

De repente, tomó su mano y la hizo girar ligeramente.

- Eres la mentira perfecta para mí; solo necesitas un poco de brillo - dijo, sonriendo ligeramente, apoyándose contra la mesa de cristal y acercándola un poco más a él.

Jeanne se sentía intimidada y ligeramente acosada por su comportamiento, aunque él era un hombre muy atractivo. Tenerlo tan cerca era desconcertante, era como acercarse al infierno.

- Escucha - comenzó a hablar antes de que ella pudiera rechazarlo. - Solo necesito que finjas ser mi esposa. Tengo problemas, y tú eres la solución. Tienes lo necesario a tu favor, Jeanne - sus manos recorrían su cintura.

¿Cuántas mujeres no desearían tener a este hombre entre sus brazos? Ella era una de ellas. No podía negarlo, aunque odiara su carácter, no era insensible a su encanto.

Pero... había sido testigo de todas las mujeres que caían bajo su hechizo sexual. Salían despeinadas, con el pintalabios extendido por las mejillas.

Constantemente se preguntaba qué se sentiría vivir eso.

De repente, sus respiraciones se entrelazaron, era tan agradable que la hacía sentirse extasiada, pero Jeanne pensaba que debía regresar a la realidad.

- ¿Y por qué debería hacer el papel de su esposa? - Su voz era firme, pero sus manos temblaban. - No tengo problema en encontrar a su prostituta personal habitual para hacerle este favor; creo que ella estará muy entusiasmada con el puesto.

Retrocedió un poco para recuperar la calma, pero eso no duró mucho. Él no la dejó escapar de su abrazo mientras sonreía, una sonrisa algo siniestra que la paralizaba en su lugar.

- Te lo pido, Jeanne - murmuró, usando su nombre. - O mejor dicho, lo ordeno. No quieres enfrentarte a las consecuencias, ¿verdad? - Tomó su mentón entre sus dedos, acercándose a ella.

- ¿A qué se refiere con eso? - Permaneció a la defensiva, y él no mostró señales de querer retroceder.

- Perderás tu empleo, y me aseguraré de que no encuentres otro en toda la ciudad ni sus alrededores - declaró sin rodeos. - No tengo problema en encontrar a cualquier mujer, pero te doy la oportunidad de pagar el alquiler para ese horrible departamento que tienes, cubrir la consulta médica de tu padre y todas tus deudas. - La soltó, dejándola algo aturdida.

"¿Cómo diablos ha sabido todo esto?", pensó Jeanne, atónita.

Eso la hacía sentir aún más desconfiada. Era un hombre sin escrúpulos, y parecía siempre conseguir lo que quería. ¿Cómo iba a salir de esta situación?

La secretaria respiró profundamente, tratando de controlar su ira y razonar con su obstinado jefe.

- Señor Dubois, hay un problema; ¡no quiero casarme con alguien como usted! - respondió, agitada. - No quiero a alguien como usted en mi vida.

Émile sonrió, pero en sus ojos había una chispa de frialdad que hizo que Jeanne sintiera un escalofrío recorriéndole la espalda.

- Créame, tengo mejores opciones que usted - replicó Émile con mordacidad, cansado de sus rechazos. - Mujeres que adorarían tener este puesto, pero lamentablemente para mí, usted es la indicada para el trabajo, qué lástima - la ridiculizó, - y si no me equivoco, soy su salvación financiera.

La expresión de Émile cambió a una mezcla de triunfo y determinación. Se inclinó hacia ella, sin dejar espacio para escaparse.

- Así que, querida, ¿qué decides?

Jeanne vaciló. Sabía que, si rechazaba su oferta, las promesas de Dubois no serían meras palabras; perdería todo.

Por otro lado, aceptar significaba someterse a un juego peligroso, un contrato disfrazado de alianza. Finalmente, con voz casi imperceptible, respondió:

- ¿Qué garantías tengo de que no me traicionarás?

Émile soltó una risita.

- Ninguna, querida.

            
            

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