Capítulo 3 Querido Esposo

El día transcurrió como cualquier otro, o al menos así intenté que pareciera. Me aferré a mi trabajo, a la familiaridad de mis tareas y a la certeza de que sabía exactamente lo que hacía en cada reunión, en cada paso que daba junto a Daniel. Acompañarlo a las reuniones era parte de mi rutina diaria, y aunque él apenas y lanzaba un par de comentarios cortos dirigidos a mí, yo sabía que mi presencia era fundamental para su desempeño.

A pesar de mi fachada de calma, la propuesta y la decisión de la noche anterior no dejaban de rondar en mi cabeza, como una pequeña piedra en el zapato que no podía ignorar. Incluso cuando él lanzaba sus comentarios fríos y pragmáticos en las reuniones, notaba que, de vez en cuando, me dirigía una mirada. Tal vez esperaba una señal de que me había arrepentido, o tal vez solo estaba midiendo si sería capaz de seguir adelante con lo que ambos sabíamos que era una idea descabellada.

Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, la oficina estaba vacía y en silencio. La mayoría de los empleados ya se había ido a casa, y yo estaba organizando unos documentos en mi escritorio, preparándome para retirarme, cuando escuché su voz desde su oficina:

-Clara, pasa un momento, por favor.

Cerré los ojos por un instante, tomando aire. Había llegado el momento. Con el corazón latiéndome en las sienes, dejé los papeles sobre mi escritorio y caminé hacia su puerta, empujándola con suavidad para entrar.

Daniel estaba detrás de su escritorio, una carpeta gruesa frente a él. Me miró con una expresión indescifrable, aunque había una determinación en sus ojos que no dejaba espacio para dudas.

-Aquí tienes -dijo, empujando la carpeta hacia mí-. El contrato. Léelo con calma, cada cláusula está pensada para protegernos a ambos.

Tomé la carpeta entre mis manos y, después de dudar un segundo, me senté frente a él y la abrí. Las primeras páginas estaban llenas de formalidades legales, las mismas que había visto en otros documentos empresariales. Pero pronto llegaron las cláusulas que hacían de este contrato algo muy diferente.

Duración del Matrimonio: Dos años, como mínimo. Después de este periodo, ambas partes podían optar por renovarlo, si era necesario, o disolver el acuerdo. Dos años, pensé, intentando imaginar lo que significaría convivir con Daniel durante todo ese tiempo.

Apariencias Públicas: Esta cláusula establecía que deberíamos asistir juntos a eventos sociales, cenas familiares y cualquier situación donde fuese necesario aparentar que éramos una pareja enamorada. Daniel había detallado con precisión cómo debíamos comportarnos en público, desde tomarnos de la mano hasta los momentos en que debíamos intercambiar miradas o sonrisas. Todo calculado, meticulosamente planeado para evitar sospechas.

Vida Privada: Aunque íbamos a vivir en la misma casa, cada uno tendría su propio espacio. Él había dejado claro que no habría obligación de compartir habitación ni ningún aspecto de la intimidad, a menos que fuera para mantener las apariencias en situaciones específicas. Esa parte me hizo sentir un leve alivio, aunque no dejaba de resultarme extraño leer algo así en un contrato.

Condiciones de Finalización: Si alguna de las partes decidía terminar el contrato antes de los dos años, habría una penalización económica. Además, al finalizar el acuerdo, ninguna de las partes podría hablar sobre la naturaleza contractual del matrimonio, manteniendo el secreto como una prioridad absoluta.

Compensación Financiera: Me detuve al llegar a esta parte. Daniel se había comprometido a depositar una suma considerable en mi cuenta bancaria una vez que firmara, y luego recibiría una compensación mensual para cubrir cualquier gasto relacionado con mi "nueva vida". La cifra era casi irreal, más de lo que jamás había imaginado que vería en mi cuenta bancaria.

Sentí un nudo en el estómago al terminar de leer cada detalle. Sabía que esto era un negocio, un acuerdo pragmático entre dos personas adultas, pero no podía evitar sentirme incómoda. Levanté la mirada hacia él, y me sorprendió encontrarlo observándome en silencio.

-¿Lo tienes claro? -preguntó, su tono serio y tranquilo-. Este contrato nos protegerá a ambos. Ninguno de los dos saldrá lastimado. Al menos no si seguimos las reglas.

Asentí, aunque mis pensamientos seguían revueltos.

-Lo entiendo... pero aun así, esto se siente surrealista -admití, sin poder contenerme.

Él dejó escapar una pequeña sonrisa, apenas perceptible, como si estuviera acostumbrado a las sorpresas que causaban sus decisiones.

-Sé que lo es, Clara. Pero, créeme, es la mejor opción para los dos. No es una situación convencional, pero he considerado todas las alternativas y esta es la que menos complicaciones trae.

Dudé un momento, pero finalmente tomé el bolígrafo que él me ofrecía. Observé las hojas frente a mí, ese montón de papeles que iban a cambiar mi vida de un modo en el que aún no podía comprender del todo. Con un último suspiro, firmé al final de cada página, sellando mi compromiso en tinta negra.

Cuando terminé, Daniel recogió los papeles y, sin decir una palabra, se levantó y fue hasta su escritorio. Abrió un cajón y sacó una pequeña caja negra de terciopelo.

Al volver a sentarse frente a mí, abrió la caja y dejó al descubierto un anillo simple, discreto, pero elegante. No era un símbolo de amor, y ambos lo sabíamos, pero al verlo en sus manos, mi corazón dio un vuelco inesperado.

-Esto simboliza nuestro acuerdo -dijo, extendiéndomelo-. No es ostentoso, pero debería ser suficiente para cumplir con las apariencias.

Lo tomé con cuidado, sintiendo su peso entre mis dedos. Daniel observó mi reacción con atención, como si estuviera intentando descifrar lo que pasaba por mi mente.

-Clara, quiero que sepas que esto no cambia nada en nuestra relación profesional. Seguiremos trabajando juntos como siempre, con la misma... -pareció dudar un instante, eligiendo sus palabras-, con la misma dedicación. Solo que ahora, deberemos agregar algunas apariencias en público.

Le devolví la mirada, sin saber si debía reírme o agradecerle por su frialdad.

-Lo entiendo, Daniel. Somos adultos y estamos en este acuerdo con la misma claridad.

Él asintió, satisfecho. Por un segundo, el silencio se apoderó de la habitación, mientras ambos intentábamos procesar lo que acababa de suceder.

Finalmente, rompí la tensión con una pequeña sonrisa, casi irónica.

-Entonces... ¿cuándo empiezo mi nuevo trabajo de esposa contratada?

Él soltó una leve carcajada, sorprendido por mi tono.

-Mañana mismo. Tendremos nuestra primera aparición pública en la cena de aniversario de la empresa. Te pasaré los detalles y el protocolo que debemos seguir. Y Clara...

-¿Sí? -pregunté, mirándolo con curiosidad.

-Gracias por hacer esto. Sé que es un sacrificio, pero créeme, será beneficioso para los dos.

No supe qué responderle. Simplemente asentí, aún sosteniendo el anillo en mi mano, sintiendo el peso simbólico y real de aquel pequeño objeto. Había dado el primer paso en una dirección completamente desconocida, y aunque la incertidumbre era abrumadora, también había algo de emoción en ello.

Me levanté, lista para irme. Daniel me observó en silencio mientras me dirigía a la puerta, y antes de salir, volteé una última vez hacia él.

-Hasta mañana, "querido esposo" -dije en un tono entre serio y sarcástico, intentando aliviar la tensión.

Él esbozó una sonrisa apenas visible y me respondió:

-Hasta mañana, "querida esposa".

            
            

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