-Estás en el hospital. Tuviste un accidente... -comenzó a explicar Alejandro, sintiendo que las palabras se atoraban en su garganta -. Tu nombre es Valeria, ¿no? Por cierto, has perdido al bebé.
Ella se quedó en silencio, sin comprender aún.
Y, lo miró con desdén, y él sintió que el aire se volvía más pesado.
-¿Tú? -dijo Valeria, reconociendo al hombre que había atropellado-. ¿Qué haces aquí?
-Vine a asegurarme de que estés bien. Lo siento mucho, Valeria -respondió, su voz cargada de sinceridad-. No debí dejar que eso sucediera. Quiero decir, no es que yo...
-¡Basta! -interrumpió ella, su voz firme a pesar de su debilidad-. No tengo ganas de escuchar tus disculpas. No me importa lo que pienses. Fue mi decisión cruzar, y ahora estoy aquí por tu culpa.
Alejandro sintió que el aliento se le cortaba. No podía culparla; tenía razón. Pero el dolor en su pecho era insoportable.
-Entiendo que estés enojada, y tienes todo el derecho. Pero, por favor, déjame ayudarte -dijo, intentando mantener la calma.
Valeria lo miró con desprecio, su ira contenida no se desvanecía, ni siquiera ante la gravedad de la situación.
-Te exijo que te largues de aquí. No quiero verte -dijo, su voz sonando más fuerte, como un eco en la habitación.
Alejandro sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Era como si cada palabra de Valeria fuera un golpe. Aun así, sabía que no podía hacer nada más. Sin decir una palabra más, dio un paso atrás.
-Lo siento, Valeria. No quería que esto pasara. Si necesitas algo, aquí está mi tarjeta -dijo, dejando un pequeño trozo de papel en la mesa junto a su cama. Tenía su nombre, número de teléfono y una dirección de correo electrónico.
Valeria lo miró, y aunque no dijo nada, su expresión era clara: quería que se fuera.
Alejandro se dio la vuelta y salió de la habitación, sintiendo que el peso de la culpa lo aplastaba. No podía quitarle el dolor que sentía, ni el dolor de haber perdido a su bebé. Mientras caminaba por los pasillos del hospital, sintió que su arrogancia se desmoronaba. Era un magnate en el mundo de los negocios, pero aquí, frente a Valeria, se sentía impotente.
Al salir del hospital, miró hacia el cielo, sintiendo cómo la brisa fría le acariciaba el rostro. Se dio cuenta de que debía cambiar, no solo por Valeria, sino por él mismo. La vida le había enseñado una lección difícil, y ahora debía enfrentar las consecuencias de sus acciones.
Mientras se alejaba, una idea comenzó a formarse en su mente. No podía abandonar a Valeria en este momento difícil. Tenía que buscar la manera de ayudarla, y quizás, en el proceso, encontrar la redención que tanto necesitaba.
Una vez que Alejandro se marchó, Valeria se quedó sola en la habitación, rodeada por el silencio del hospital. El sonido de los monitores y el murmullo lejano de las enfermeras eran los únicos ruidos que la acompañaban. Pero en su interior, todo era un caos.
La realidad de lo que había sucedido la golpeó con fuerza. La noticia de la pérdida de su bebé resonaba en su mente como un eco ensordecedor. La tristeza la envolvía como una niebla densa, y no podía evitar que las lágrimas comenzaran a brotar de sus ojos.
Valeria se llevó las manos al rostro, sintiendo cómo la desesperación la consumía. Ya no había nadie dentro de ella. Se había sentido tan viva, llena de esperanza y sueños para el futuro. Y ahora, todo eso se había desvanecido en un instante.
-¿Por qué? -murmuró entre sollozos, sintiendo que el dolor la ahogaba-. ¿Por qué esto me tuvo que pasar a mí?
Las lágrimas caían sin control, y cada sollozo era un recordatorio de lo que había perdido. No solo había perdido a su bebé, sino también la visión de un futuro que había comenzado a imaginar. La vida que había comenzado a construir con amor y esperanza se desmoronaba ante sus ojos.
Mientras lloraba, recordó el momento en que había descubierto que iba a ser madre. La emoción, el amor, y la promesa de un nuevo comienzo. Todo eso se había desvanecido, dejando un vacío que parecía imposible de llenar.
La rabia y la tristeza se entrelazaban en su corazón. ¿Por qué había cruzado la carretera sin mirar? ¿Por qué había permitido que su prisa la llevara a este destino? Cada pensamiento era una carga más que debía soportar.
Pasaron los minutos, y Valeria se sintió completamente exhausta. Las lágrimas habían dejado su rostro mojado y su corazón pesado. Pero en medio de su dolor, una chispa de determinación comenzó a encenderse en su interior.
Tenía que ser fuerte. Aunque la tristeza la invadía, sabía que no podía dejar que esto la destruyera. Tenía que encontrar una manera de seguir adelante, no solo por ella, sino por el pequeño ser que había llevado dentro de sí.
Mientras se limpiaba las lágrimas, decidió que no podía rendirse. Había perdido mucho, pero aún quedaba una parte de ella que debía luchar. La vida era frágil, y aunque el dolor era abrumador, sabía que debía honrar la memoria de su bebé viviendo con valentía.
Con ese pensamiento, se recostó en la cama, cerrando los ojos, y permitiéndose sentir el dolor. No iba a huir de sus emociones. Había aprendido que enfrentar el dolor era parte del proceso de sanación.
Valeria sabía que el camino por delante sería difícil, pero estaba decidida a encontrar su camino de regreso a la luz. Había perdido a su bebé, pero prometió que su memoria viviría en su corazón, y que su lucha no sería en vano.