El sol se filtraba débilmente a través de las copas de los árboles, iluminando de manera intermitente el camino que Rose y Aaron seguían. Aunque Sunnyvale, con su vegetación exuberante y aire sereno, solía ser un refugio de paz, esa mañana parecía distinto, como si el bosque mismo estuviera respirando con dificultad. Las ramas crujían con cada paso que daban, y el aire estaba cargado con un peso inexplicable.
-Este lugar no está bien -dijo Aaron, mirando a su alrededor con una inquietud creciente-. Nunca había sentido algo así en Sunnyvale.
Rose no respondió inmediatamente. Sus ojos estaban fijos en el suelo cubierto de musgo, donde una extraña runa brillaba débilmente bajo la luz del sol. Se agachó para tocarla, y en ese mismo instante, una vibración profunda recorrió el bosque.
-¡Rose, aléjate! -gritó Aaron, lanzándose hacia ella, pero ya era demasiado tarde. La runa comenzó a emitir una luz cegadora, y una explosión de energía los lanzó hacia atrás.
Rose cayó al suelo, aturdida, pero rápidamente se levantó, su rostro pálido.
-Este... este lugar... -dijo, tambaleándose mientras se incorporaba-. No es solo el bosque. La corrupción ya está aquí, en Sunnyvale.
Aaron se acercó, su expresión sombría.
-¿Cómo puede ser? Sunnyvale siempre ha sido un refugio... un santuario para los espíritus. ¿Quién podría haberlo alterado?
Rose se agachó nuevamente, tocando el suelo cubierto de runas dispersas.
-La misma fuerza que nos atacó antes. Este lugar está siendo invadido. Pero hay algo más... -Se detuvo al notar que la runa más cercana a ella comenzaba a formar una figura. Era una figura humanoide, tallada con símbolos extraños, cuya forma iba cobrando vida.
Aaron desenfundó su espada, preparándose para cualquier cosa.
-¿Qué es eso?
La figura emergió del suelo, con ojos vacíos que brillaban con una luz roja intensa. Su voz, cuando habló, era como un eco de mil voces.
-La hija del viento... El hijo de la espada... El tiempo ha llegado.
Rose se puso en pie, sus manos levantadas, invocando la magia de Sunnyvale, creando una barrera de energía verde brillante entre ellos y la criatura.
-No nos enfrentarás tan fácilmente -dijo, su voz firme a pesar de la incertidumbre que la invadía.
El ser en forma de sombra rió, una risa retumbante que hizo temblar las hojas de los árboles.
-¿De verdad creéis que podéis detener lo inevitable? Las runas de Sunnyvale ya están selladas. El destino de los mundos está en mis manos.
Aaron avanzó con determinación, su espada brillando bajo la luz filtrada del sol.
-Si hay algo que sé, es que siempre lucho por lo que creo, incluso cuando todo parece perdido.
Con un grito feroz, Aaron lanzó un ataque directo hacia la figura, mientras Rose concentraba su poder en las raíces del suelo para atrapar al ser. La batalla no iba a ser fácil, pero juntos, por primera vez en mucho tiempo, parecían tener una oportunidad.
La figura comenzó a desvanecerse, como si fuera solo un eco, y antes de que pudiera ser derrotada, sus palabras finales resonaron en el aire.
-Nos volveremos a encontrar... cuando el alba llegue.
El ser desapareció, dejando a Rose y Aaron en medio de un silencio inquietante. Ambos respiraban pesadamente, pero la sensación de peligro aún no se había disipado.
Rose se acercó a Aaron, mirando hacia donde la figura había estado.
-Esto no ha terminado. Algo mucho más grande está sucediendo, y ahora estamos en su punto de mira.
Aaron asintió, sin dejar de observar el horizonte.
-Entonces, nos prepararemos. Pero esta vez no estaremos solos. El bosque y sus secretos nos ayudarán.
Y así, con una nueva determinación, los dos continuaron su camino a través de Sunnyvale, conscientes de que lo que se avecinaba podría ser más oscuro y peligroso de lo que jamás imaginaron.