Tras otra rápida semana, la construcción de la cabaña había iniciado, otro ayudante y Max se encargaban de ella, eran jornadas largas y extenuantes, pero Maximiliano sonreía satisfecho al ver como avanzaban, sin duda el resultado le estaba encantando... había hablado una par de veces con su mejor amigo, una vez con su prima y otra con su tía, con su madre se comunicaba más seguido, llamadas rápidas, cortas y sin muchas explicaciones solo para asegurarle de que estaba bien.
Aquella mañana, Savannah estaba reunida con algunos trabajadores, dentro de ellos Max, conversaba de actividades a realizar, y de como el nuevo ganado debía ser marcado con el sello del rancho Brown. La reunión con los trabajadores se llevaba a cabo eficazmente, mientras le asignaba a cada uno sus tareas.
-Ya viene este chiquillo de nuevo- escucho Max, que uno de los trabajadores se quejaba, desviaron la vista para encontrarse con un niño de unos once o doce años que entraba al rancho por el camino de gravilla, estaba sobre los lomos de un caballo bastante joven, un potro más bien. La expresión de Savannah se suavizó y sonrió al verlo, hizo trotar al animal con pasos elegantes hasta quedar frente a ella, en una mano las riendas del animal, en la otra un lindo ramos de violetas.
-Buenos días, hermosa Savannah.
-George, que alegría verte- respondió con amabilidad.-¿Cómo estuvo tu viaje?
-Bastante bien, vine en cuanto llegué, no deje de pensarte - Savannah sonrió con ternura, para observar como el niño bajaba de su montura y caminaba hasta ella y le extendía el ramo- son para ti, Violetas, porque me recuerdan a tus ojos.
-Eso es muy dulce, George, muchas gracias -sonrió ella tomando el ramo y disfrutando de su aroma.
-Vaya, todo un conquistador - la voz de Maximiliano cargada de ironía se hizo escuchar. El niño frunció el ceño y se giró hacia él.
-¿Un foráneo?- lo miró re celoso.
-El señor Neumann, es nuevo en el rancho- explicó- trabajará con nosotros una temporada.
-Mientras no intente conquistarte, todo está bien- se encogió de hombros- oye señor Neumann - dijo elevándo el mentón orgulloso-Savannah será mi esposa, no puedes enamorarte de ella. - le prohibió, Maximiliano quiso reír.
¿Un niño dándole órdenes?
¿Se había visto algo tan absurdo?
-Quizás yo también quiera que sea mi esposa- dijo con una burlona sonrisa, mientras los otros trabajadores reían, y Savannah lo miraba directamente a los ojos, ya le había pedido matrimonio por conveniencia y ella había rechazado la propuesta... ¿Podría surgir algo más entre ellos?, no se habían besado, ni habían tenido ningún momento de intimidad desde el día de la tormenta, sin embargo las miradas furtivas, las sonrisas complices, las miradas cargadas de deseo, y los comentarios pícaros no faltaban, generando tensión entre ellos- no puedo prometerte que pueda mantenerme alejado.
-En ese caso, estaremos enfrentados. Esperé tres años para que pudiera aceptarme una cabalgata juntos, ha sido mi amor desde siempre- dijo orgulloso, hablaba con mucha seguridad para un pequeño de su edad, y no se intimidaba por el hecho de la enorme estatura del CEO. - no puedo permitir que me roben su corazón.
-A mi favor debo añadir que ya tengo edad para casarme- sonrió con suficiencia.
-En otras circunstancias, me agradarías... pero mi adversario no puede ser mi amigo-sonrió el niño y Savannah rió.
-George, ¿Quieres entrar y tomamos chocolate caliente?
-No soy un pequeño, he venido a invitarte a un paseo matutino- le sonrió, esos hermosos ojos oscuros brillaban cargados de inocencia.
-Tengo que trabajar-sonrió.
-Será un paseo corto entonces- respondió seguro de si mismo
-Bien... ¡Todos a sus labores!- exclamó hacía los hombres quienes asintieron y se retiraron, Maximiliano negó con una sonrisa, mientras observó al niño, quién se tocó la punta del sombrero y le sonrió.
-Mientras tú trabajas- le dijo con aparente superioridad- yo me ocupo de la dama- Savannah sonrió, mirando a Max se encogió de hombros.
-Es un duro competidor -admitió Max, inclinando su rostro- ¿Así que estás interesado en la señorita Brown?
-Le confesé mi amor cuando tenía ocho años, y cuando cumplí nueve le pedí ser mi esposa.
-¡Eso es muy valiente!-sonrió Max-¿y cuál fue su respuesta?- el niño enrojeció avergonzado por no poder admitir el discimulado rechazo.
-Será tema para otro día... - Savannah rió feliz, mientras se alejaba tomada de la mano con el niño, en dirección a las cuadras en busca de tormenta, un paseo con George siempre resultaba agradable.
*
Días más tarde, Savannah despertó feliz... los roces con Maximiliano resultaban cada vez más interesantes. Estaba decidida a hacer algo para que pudiesen acercarse, así que pensó en algunas maneras para conquistar al hombre, quién no se mostraba para nada renuente a ella...
-Hoy sonríes, eso es bueno- dijo Jennie, observando a su hija con dulzura.
-Sonríe mucho desde que Max llegó - observó la tía Ann, y la sonrisa de Savannah no hizo más que ampliar su sonrisa.
-Es un hombre guapo, fuerte, interesante e inteligente-admitió ella.
-¿Te gusta mucho, verdad?- preguntó su madre con ilusión.
-Si, me gusta mucho... veremos qué tantas vueltas da el destino- sonrió.
Después de desayunar y beber una taza extra de café salió en dirección a las cuadras, quería ejercitar un poco a diablo, quizás haría un recorrido a las tierras con él, amaba hacerlo y de ese modo sentía que su padre le acompañaba, pero en cuanto se alejó un poco de la casa, escuchó un viroteó y gritos que provenían del corral, frunció el ceño. ¿Qué se supone que estaba pasando?, cambio de dirección resuelta a averiguar lo que estaba ocurriendo, y cuando más se acercaba una inexplicables furia se apoderó de su ser, sus tranquilos pasos se volvieron agotadas zancadas, y cuando el primero de sus hombres se percató de su presencia y de su rostro cargado de furia, fue como si todos se percataran, en cuanto la vieron un largo silencio se apoderó del lugar.
Con ojos inyectados en rabia observó como Maximiliano Neumann, estaba sobre los lomos de diablo, quien parecía inquieto e inestable, el jinete, estaba sin camisa, sudado, y al parecer había tenido que batallas un poco con el animal. ¡El caballo de su padre!...
-¡¿QUIEN DIABLOS TE DIO PERMISO DE MONTAR A MI CABALLO?!-exclamó furiosa, el caballo relinchó y comenzó una serie de inquietos movimientos.
-Nadie- respondió Max- quise probar suerte. Dijiste que nadie lograba montarlo.
-Ese caballo no se monta, nadie más que yo lo monta. Montarlo no es el mayor problema, sino mantenerse en sus lomos. ¡BAJA AHORA MISMO!-estalló furiosa, sintiendo lágrimas de rabia acumularse en sus ojos, sentía que de cierto modo, Neumann estuviese profanando algo sagrado entre ella y su padre-¡TE LO ADVERTÍ, QUE NO PODÍAS MONTARLO!, ¡BÁJATE!- Los ojos de ella centellaron airados y sus gritos no hacían más que alertar e inquietar al animal, quién se movía nervioso, relinchaba y se agitaba, de pronto en un busco movimiento se levantó orgulloso en dos patas, Max se sostuvo con fuerza, sitiendo incomodidad por la manera en la que ella reaccionaba, por la forma en la que sus ojos violetas parecían centellar y por el cuerpo rígido.
-¡Calma, tranquilo!- gimió, pero el animal no dejaba de agitarse, y pronto volvió a elevarse en dos patas, Max lo intentó pero no logró sostenerse y cayó de bruces al suelo, y se quedó inmóvil, aparentemente inconsciente, se había golpeado la cabeza.
-¡IMBÉCIL!-gritó Savannah quién corrió -¡Abran el corral, hay que auxiliarlo!- corrió entrando al corral seguida de varios de sus hombres, quienes se acercaron al hombre inmóvil.
-¡Sshhh, todo está bien!- exclamó ella mirando al caballo, hablándole, buscando tranquilizarlo. -¡Estoy aquí, estoy aquí, tranquilo, tranquilo!- se fue acercando, al tiempo que le hablaba, su voz tranquila, parecía tener un efecto sedante en el animal, quién de inmediato relinchó y comenzó a tranquilizarse, hasta que le permitió acercarse y se dejó acariciar-¡Buen muchacho, ese es mi chico!- le dijo Savannah con dulzura, acariciando el rostro del animal y palmeandolo con cariño, al tener las riendas se giró hacía Maximiliano quien estaba aún allí son moverse. Sintió rabia, furia, impotencia. Todos los que habían desobedecido esa orden, terminaban igual. Diablo no era un caballo para cualquiera, aunque no fuese especialmente inexperto, no se trataba tampoco de confianza, Neumann había cometido una estupidez.
En aquel momento, Ricardo, el capataz, llegaba corriendo al lugar, ante la imágen, maldijo furioso.
-Manda por un médico al pueblo, el imbécil de Neumann es un imprudente- le entregó las tiendas a un trabajador para que se llevará al animal, mientras se arrodillaba junto al foráneo y comprobaba sus signos vitales-Vamos, muevanse, ¡Necesitamos un médico!