La tarde había comenzado a desvanecerse lentamente, tiñendo la ciudad con un tono rojizo mientras los sonidos de la metrópoli se colaban por las ventanas del lujoso departamento. Valentina, aún envuelta en la sábana, permanecía contemplando el horizonte, sin apresurarse. El aire cálido se entrelazaba con la brisa fresca de la tarde, creando una atmósfera cargada de tensiones y promesas implícitas. Nicolás, de pie detrás de ella, no apartaba la mirada.
Cada segundo que pasaba, el enigma de Valentina se le clavaba más hondo, como si estuviera descifrando un código que, hasta ese momento, le había sido ajeno.
El sol se reflejaba en los cristales, lanzando destellos sobre los muebles sobrios y elegantes. El departamento de Nicolás tenía la apariencia de un santuario donde la perfección estaba en cada rincón. Pero dentro de esa perfección, algo no encajaba. Algo entre ellos, algo que se sentía como una pieza fuera de lugar, un susurro de algo más grande y peligroso que se estaba cociendo sin que pudieran evitarlo.
Valentina rompió el silencio al dar una calada profunda al cigarro. La pluma del humo serpenteaba en el aire, dibujando círculos invisibles antes de disiparse en el ambiente. Se giró lentamente hacia él, sus ojos chisporroteando de desdén y curiosidad.
-¿Tienes idea de lo que me estás pidiendo? -su voz era suave, pero llena de un filo que cortaba cualquier intento de suavizar la propuesta.
Nicolás no vaciló. Se adelantó un paso, acercándose más, y por un instante, Valentina sintió la misma presión que una tormenta antes de estallar. Sus ojos grises se clavaron en los de ella, como si quisiera leer su alma, como si quisiera forzarla a ver más allá de su fachada indestructible.
-Sé exactamente lo que te estoy pidiendo. -La voz de Nicolás fue aún más grave, más firme. -Un contrato. Un compromiso temporal. Nada más. Pero suficiente para salvarme.
Valentina lo miró fijamente, observando sus labios tensos, su mandíbula apretada. Se sentó en la cama, cruzando las piernas con elegancia, sin apartar la vista de él. Los segundos parecieron estirarse infinitamente antes de que hablara de nuevo.
-¿Y qué pasa después, Santamaría? ¿Después de que tu abuelo se haya ido, qué? ¿Me devolverás a mi vida de siempre? ¿O, tal vez, vendrás a buscarme nuevamente cuando necesites alguien que se ajuste a tus necesidades? ¿Cuántas otras mujeres en tu vida son "como yo", que podrían formar parte de tus contratos? -preguntó con una mezcla de cinismo y curiosidad.
El rostro de Nicolás se endureció un poco, pero no dejó que sus emociones lo traicionaran. Era un hombre acostumbrado a que su voluntad se cumpliera sin cuestionamientos. Sin embargo, algo en la mirada de Valentina lo desconcertaba. Había algo en ella que lo desarmaba. Algo que no podía controlar ni siquiera con todo su dinero ni su poder.
-Este trato no es como otros. No busco a otra mujer para reemplazarte. -La respuesta fue tajante, casi desafiante. Sus ojos destilaban una sinceridad que sorprendió a Valentina. -Solo busco cumplir una promesa. No tengo tiempo para complicaciones.
Ella se quedó en silencio un momento, observando cómo las luces de la ciudad comenzaban a brillar con fuerza en el horizonte, la oscuridad acechando ya la vastedad del espacio. La idea de entrar en ese juego con Nicolás Santamaría no le desagradaba. Había algo atractivo en la idea de jugar en las grandes ligas, de formar parte de ese mundo de secretos y dinero que siempre había estado un paso atrás, observando. No era la primera vez que veía una oportunidad así, pero tal vez nunca había estado tan cerca de un hombre como Nicolás.
-Entonces, ¿qué tengo que hacer? -preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Él se acercó más, ahora tan cerca que podía percibir el aroma suave y seductor de su piel. Su respiración se hizo más profunda, aunque trataba de mantener el control, como siempre.
-Solo firmar un papel. Y actuar como mi esposa en público. -La frialdad de sus palabras no correspondía con la cercanía de su cuerpo. -Eso es todo. Nada de sentimentalismos, ni de complicaciones. Solo una formalidad.
Valentina lo miró fijamente, y por un momento, el tiempo se detuvo. Su respiración se entrecortó ligeramente mientras analizaba la propuesta. ¿De verdad podía aceptar? ¿Podía poner su vida en pausa por un par de meses y tomar el dinero de un hombre que ya la veía como una transacción? ¿Qué sería de ella después de todo esto? ¿Qué pasaría cuando se deshiciera de la fachada de matrimonio y tuviera que volver a ser la mujer que antes era?
Pero en el fondo, en ese rincón oscuro de su alma, Valentina sabía que aceptaría. La posibilidad de no tener que preocuparse por dinero durante el resto de su vida era demasiado tentadora. Y si algo había aprendido en su vida, era que las reglas del juego estaban hechas para romperse. Ella no era una mujer común, y Nicolás no era un hombre común. Los dos se movían en la misma esfera de complejidad, de misterios y tentaciones que solo los más audaces podían tocar sin quemarse.
-Está bien. -La respuesta salió de sus labios con una seguridad que sorprendió incluso a Valentina. -Acepto el trato.
Nicolás no mostró ninguna emoción en su rostro, pero sus ojos brillaron de una manera casi imperceptible, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros.
-Sabía que no me decepcionarías, Valentina. -Su voz era suave, pero con un dejo de satisfacción. -A partir de ahora, eres mi esposa.
A pesar de la frialdad de sus palabras, algo pasó en ese instante, algo que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar. A medida que Valentina aceptaba esa propuesta con una sonrisa en los labios, ambos sabían que estaban firmando un pacto que los cambiaría para siempre.
No importaba lo que pasara al final, ni el destino que les esperaba. Lo que estaba claro era que se habían adentrado en un juego peligroso, uno que no se jugaba con cartas, sino con corazones, deseos y secretos. Y ninguno de los dos estaba dispuesto a retroceder.
Lo que comenzó como una simple transacción de conveniencia se transformaría en algo mucho más oscuro, más apasionado. Pero aún no sabían que lo peor, o tal vez lo mejor, estaba por llegar.