David, un joven de 27 años, es el hijo mayor de Richard, uno de los empresarios más influyentes de la ciudad. Desde su infancia, David se sintió atraído por todo lo que su padre despreciaba: el arte, la música y la libertad de explorar el mundo fuera del ámbito corporativo. Richard siempre había soñado con un hijo que continuara su legado, pero David no era ese hijo. A pesar de ser el mayor de tres hermanos -Carmen, de 25, e Isaac, de 24-, Richard veía en sus otros hijos una falta de ambición que lo llenaba de frustración. Creía firmemente que ni Carmen ni Isaac estaban capacitados para hacerse cargo de la empresa familiar; los consideraba demasiado consentidos y distraídos por lujos superficiales.
Los años pasaron y Richard insistía en que David asumiera el control de la empresa, pero él se negaba rotundamente. Sin embargo, todo cambió cuando la salud de Richard comenzó a deteriorarse. En un momento crítico, David se vio obligado a ceder ante las súplicas de su padre y aceptar el papel que siempre había evitado. Mientras sus hermanos se ocupaban de cuidar a su padre, Richard contrató a un gerente temporal para que mantuviera a flote la empresa hasta que David estuviera listo para asumirla.
Para prepararse mentalmente para esta nueva etapa en su vida, David decidió tomarse unas vacaciones en el pueblo donde su padre había crecido. Era un lugar lleno de recuerdos familiares; había pasado allí muchas vacaciones durante su infancia junto a sus hermanos. Ahora, con un nuevo propósito en mente y la necesidad urgente de desconectar del estrés empresarial, planeaba disfrutar al máximo su tiempo en ese encantador pueblo. David era alto y esbelto, con una musculatura bien definida y una piel morena que contrastaba con sus intensos ojos azules. Su apariencia atraía miradas admirativas; era el tipo de hombre por el que muchas mujeres suspiraban.
Sin embargo, esta atracción venía acompañada de un comportamiento arrogante y posesivo hacia ellas. Todo cambió cuando conoció a Karla, una joven de 25 años con ojos marrones profundos y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Ella también estaba en el pueblo visitando a sus abuelos antes de comenzar un nuevo trabajo en una importante empresa.
Un día, mientras Karla caminaba hacia la casa de sus abuelos, David estaba al volante discutiendo acaloradamente por teléfono con su padre sobre su futuro incierto. Sin prestar atención a la carretera, casi choca contra Karla. Al darse cuenta del peligro inminente, frenó bruscamente y maldijo entre dientes.
-Papá, tengo que colgar. Estoy llegando a casa y necesito descansar después del viaje -dijo David.
-Está bien, hijo -respondió Richard-. Pero piénsalo bien.
Avergonzado por lo sucedido, David salió del auto para disculparse con Karla justo cuando ella se le adelantó furiosa.
-¿Eres ciego o qué? ¡Casi me atropellas! -exclamó ella.
-Lo siento mucho -dijo David sinceramente-. Venía discutiendo con mi padre y no me fijé por dónde iba.
-Parece que no te fijas en nada -replicó Karla-. ¿No viste el semáforo?
-Te juro que lo siento -insistió él-. No era mi intención.
-Puedes meterte en tu coche e irte al diablo -respondió ella con desdén.
-Te llevaré a casa -dijo David decididamente-. Monta en el auto.
-Ni pensarlo -replicó Karla-. Sigo caminando. No eres mi padre para darme órdenes.
-Es lo mínimo que puedo hacer después de casi atropellarte -argumentó él-. Te llevo y punto.
Finalmente accedió, después de todo necesitaba un aventón:
-Está bien... Solo si así te sientes menos culpable e idiota.
David abrió la puerta del copiloto para que ella subiera al auto. Al cerrar la puerta tras ella y encender el motor, sintió una mezcla de alivio y nerviosismo.
-¿Dónde vives? -preguntó mientras conducía sin rumbo fijo.
-No soy de aquí; solo estoy visitando a mis abuelos unos días -respondió Karla con desinterés.
-¿Y dónde viven? -insistió él.
-A seis manzanas de aquí; solo sigue este camino y gira a la izquierda -indicó ella sin muchas ganas.
David decidió romper el hielo:
-¿Comiste?
Karla lo miró incrédula:
-¿Perdón? ¿Y eso qué te importa?
David frunció el ceño:
-No tengo por qué pedirte perdón por preguntar algo tan simple como eso.
Ella soltó una risa sarcástica:
-Acepté que me llevaras a casa; eso no significa que debas actuar como si fueras mi cuidador. Sigue conduciendo o déjame aquí y seguiré caminando sin problema.