Capítulo 3 3. Un nombre que resuena.

La boda sigue su curso entre brindis y discursos larguísimos que parecen nunca acabar. Pero mientras los invitados disfrutan, Ernesto sigue con la vista fija en Rodrigo, intentando desenterrar el recuerdo que se escapa de su mente como arena entre los dedos.

Raquel, quien ha aprendido a interpretar las señales de incomodidad de Ernesto, lo nota distraído.

-¿Todo bien? -pregunta, suavemente, mientras le pasa la mano por el brazo.

Ernesto parpadea, como si despertara de un trance. Forzando una sonrisa, responde:

-Sí, claro. Solo estoy... pensativo. -Miente, aunque en parte es cierto. Pensar es justo lo que está haciendo, pero no puede compartirlo con ella, no aún.

Sin embargo, su mente sigue reproduciendo una escena antigua, nebulosa, que no termina de aclararse. Algo relacionado con la familia, algo que quedó sin resolver hace muchos años. Y ese chico, Rodrigo, lo inquieta de una manera que no logra entender.

Raquel lo observa de reojo mientras ambos siguen aparentando normalidad ante los invitados. Ernesto no es de los que se bloquea fácilmente, lo que hace que su actitud le resulte más extraña aún. La intuición le dice que hay algo más en juego, pero prefiere no presionar.

Por ahora.

Mia y Rodrigo, ajenos al escrutinio de Ernesto, se han retirado del bullicio de la boda y se encuentran sentados en el jardín del salón de eventos. La noche es fresca, y las luces colgantes iluminan tenuemente los arbustos, creando un ambiente casi mágico que contrasta con la conversación casual que ambos mantienen.

-¿Alguna vez te ha pasado que, cuando todo el mundo espera que te diviertas, lo único que quieres es desaparecer? -pregunta Mia, estirando las piernas en el césped mientras observa el cielo estrellado.

Rodrigo se ríe suavemente, pero asiente con la cabeza.

-Demasiadas veces. Aunque a veces me desaparezco sin avisar -dice, recostándose junto a ella.

Mia se siente cómoda a su lado de una manera que no esperaba. Hay algo liberador en estar con alguien que no tiene expectativas ni de ella ni de la situación. Solo están allí, compartiendo un momento, sin necesidad de impresionar o fingir.

-Bueno, esta boda ha sido interesante, cuanto menos -comenta Rodrigo, girándose hacia ella-. Aunque debo decir que no esperaba toparme contigo. Mucho menos con... -Hace una pausa, sonriendo-, bueno, con una chica que comparte mi sarcasmo y mi capacidad de hacerme el ridículo sin vergüenza.

Mia sonríe y lo mira con una mezcla de curiosidad y algo más profundo. No puede negar que Rodrigo ha resultado ser una sorpresa, pero aún hay algo que la desconcierta. La sensación de que, aunque se han conocido en un contexto casual, hay algo más grande detrás de todo esto.

-A veces creo que las cosas no pasan por casualidad -dice Mia, sin saber bien por qué lo dice en voz alta.

Rodrigo la mira, pero no responde. Siente lo mismo, aunque no lo admite fácilmente. El destino es una de esas cosas en las que no ha creído nunca, pero desde que conoció a Mia, algo en él ha comenzado a tambalearse.

-Por cierto, ¿cómo dijiste que te llamabas? -pregunta Mia, recordando que hasta ahora solo ha estado llamándolo por su nombre de pila.

-Rodrigo -responde él, con una sonrisa ladeada.

-No, ya sé eso, me refiero a tu apellido -insiste ella, divertida.

Rodrigo duda por un segundo. Nunca le ha gustado mucho hablar de su apellido; de alguna manera, le trae recuerdos que preferiría mantener enterrados. Pero no hay razón para no responderle a Mia.

-Martínez -dice finalmente, con indiferencia, aunque al instante siente una tensión extraña en el aire.

Mia se queda congelada por un segundo. Su cerebro trabaja rápidamente, procesando ese apellido como si fuera un rompecabezas que no sabe si quiere resolver.

-Martínez... -murmura, y entonces sus ojos se entrecierran mientras lo mira-. Curioso. Mi padre también se llamaba Martínez.

Rodrigo frunce el ceño, como si no comprendiera bien lo que ella acaba de decir.

-¿En serio? Es un apellido bastante común, no creo que sea nada raro -responde él, aunque una pequeña alarma empieza a sonar en el fondo de su mente.

-Sí, pero... no sé. No es tan solo el apellido, sino que... -Mia se calla, como si de repente no supiera si continuar.

Rodrigo la mira fijamente, esperando a que continúe.

-Mi padre era un hombre muy reservado, apenas hablaba de su pasado. Nunca conocí a su familia ni sé mucho sobre ellos. Pero lo que sí sé es que se llamaba Enrique Martínez... y que dejó a mi madre cuando yo era pequeña -dice Mia, con una mezcla de curiosidad y tristeza en su voz.

De pronto, Rodrigo siente que el suelo bajo sus pies se tambalea. El nombre Enrique Martínez le suena demasiado familiar. Más de lo que le gustaría.

-Enrique Martínez... -repite Rodrigo en voz baja, como si probara el nombre en sus labios. No puede ser el mismo, piensa, aunque su corazón empieza a latir más rápido.

Pero entonces, todo encaja en su mente, como piezas de un rompecabezas que no había querido armar hasta ahora. El rostro de su padre, las historias que su madre apenas mencionaba, las desapariciones inexplicables, los secretos familiares que siempre rondaban la mesa durante las cenas.

-No puede ser -murmura para sí mismo, pero Mia lo oye.

-¿Qué pasa? -pregunta ella, notando el cambio en la expresión de Rodrigo.

-Nada... solo... -Rodrigo toma aire, intentando procesar la información que su cerebro se niega a aceptar-. Enrique Martínez es... era mi padre también.

Mia lo mira, congelada en su sitio. El aire alrededor de ellos parece detenerse. La gravedad del momento cae sobre ambos como una piedra gigantesca que amenaza con aplastarlos.

-¿Tu... padre? -repite Mia, incrédula.

Rodrigo asiente lentamente, sin saber qué decir. Las palabras se le atascan en la garganta, como si cualquier intento de explicarse fuera inútil ante el hecho más evidente: ambos comparten mucho más de lo que pensaban. Mucho más de lo que jamás habrían deseado compartir.

-Entonces... -comienza Mia, pero se interrumpe a sí misma. El caos mental es demasiado. ¿Qué significa esto? ¿Cómo es posible que el chico que acaba de conocer, el chico con el que sintió una conexión inmediata, sea hijo del hombre que abandonó a su madre?

Ambos se miran en silencio, aturdidos por la revelación. El amor imposible que había comenzado a florecer entre ellos acaba de toparse con una verdad devastadora: no solo comparten una atracción inesperada, sino también una herida familiar que los une de una manera dolorosa y profundamente complicada.

El silencio entre ellos se vuelve incómodo. Ninguno de los dos sabe qué hacer con esta nueva información. Sus mentes giran en círculos, tratando de darle sentido a lo imposible. Rodrigo, que siempre había evitado las emociones intensas, ahora se siente completamente abrumado. Mia, por su parte, no puede evitar sentirse traicionada por el destino.

Es Mia quien rompe el silencio.

-¿Qué se supone que hagamos ahora? -pregunta, aunque no espera realmente una respuesta.

Rodrigo la mira, con la misma confusión reflejada en su rostro.

-No lo sé... pero supongo que, como todo en esta vida, podemos elegir qué hacer con esto -dice él, con una seriedad que rara vez usa.

Ambos se quedan mirando el horizonte, conscientes de que lo que parecía una historia de amor casual se ha convertido en algo mucho más profundo, más complicado... y quizás imposible.

El aire alrededor de Mia y Rodrigo se ha vuelto pesado, como si cada palabra que intentan pronunciar fuera retenida por una fuerza invisible. Las luces de la boda, que hasta hace poco iluminaban sus sonrisas despreocupadas, ahora parecen demasiado brillantes, casi hirientes.

-Esto es surrealista -dice Mia al fin, llevándose una mano a la frente como si quisiera despejar la niebla que envuelve su mente-. ¿Cómo es posible que tú y yo...?

            
            

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