Capítulo 4 4. El peso de los lazos

Rodrigo se remueve incómodo, metiendo las manos en los bolsillos. Lo último que esperaba en esta boda, y en la vida, era encontrarse con la hermana que nunca supo que tenía.

-Te lo juro, no lo sabía -dice, intentando romper el muro de incomodidad que se ha levantado entre ellos-. Mi padre... bueno, apenas hablaba de su pasado. Todo lo que sé de él son fragmentos, historias a medias que apenas se molestaba en contarme.

Mia lo escucha, aún aturdida. Es como si de pronto las piezas de su vida, que nunca encajaron del todo, hubieran encontrado un lugar, pero de la forma más desconcertante posible.

-Yo tampoco sabía mucho de mi padre -admite, mirando a la distancia-. Cuando se fue, era tan pequeña que lo único que me quedó fue una imagen borrosa de él. Mi madre nunca quiso hablar demasiado de lo que pasó. Solo sé que desapareció y nunca más volvimos a saber de él.

Rodrigo la observa en silencio. La situación, que ya era complicada, se ha vuelto un nudo emocional imposible de deshacer. Hay algo terriblemente cruel en el hecho de que, justo cuando empezaban a sentir algo el uno por el otro, la realidad los golpeara con tanta dureza.

-Supongo que esto cambia las cosas, ¿no? -pregunta él, aunque sabe perfectamente la respuesta.

Mia no puede evitar soltar una risa amarga..

-¡Por supuesto que las cambia! -exclama, lanzando sus manos al aire en un gesto de frustración-. Estaba empezando a sentirme bien contigo. Es decir, me caías bien, Rodrigo. Hasta me gustabas. Y ahora resulta que... -Se interrumpe, incapaz de terminar la frase.

Rodrigo asiente, comprensivo, aunque una parte de él también siente ese mismo desconcierto. ¿Qué se supone que hagan con todo esto? ¿Cómo pueden seguir adelante sabiendo lo que ahora saben?

-Es raro -dice él, dándole voz a lo que ambos piensan-. Pero... no tenemos que decidir nada ahora. Tal vez solo... tal vez deberíamos tomarnos un tiempo para asimilarlo.

Mia lo mira. El rostro de Rodrigo refleja la misma mezcla de confusión y tristeza que siente en su interior. Pero debajo de todo eso, hay algo más. Un pequeño destello de comprensión, como si, a pesar de todo, él entendiera su dolor mejor que nadie.

Y eso, de alguna manera, la consuela.

-Sí, creo que necesitas tiempo. Yo también -admite Mia, aunque su corazón sigue latiendo con fuerza. Hay tantas emociones mezcladas que ni siquiera sabe por dónde empezar a procesarlas.

-Aunque suene raro... -comienza Rodrigo, y luego se interrumpe, como si no supiera si debería continuar.

-¿Qué? -pregunta Mia, mirándolo con una mezcla de curiosidad y cautela.

-Sigo pensando que, por mucho que todo esto sea una locura, de alguna forma me alegra haberte conocido -confiesa Rodrigo, con una sonrisa triste.

Mia lo observa por unos segundos, sorprendida por su honestidad. Y aunque la situación es un caos, siente lo mismo. Conocer a Rodrigo ha sido una de las pocas cosas que, hasta ahora, le ha dado una sensación de conexión real. Y eso, por más complicado que sea, no puede ignorarlo.

-Supongo que yo también -responde ella, con una sonrisa débil, aunque sincera.

El silencio se instala entre ellos de nuevo, pero esta vez no es incómodo. Es un silencio lleno de entendimiento, como si, a pesar de todo lo que acaba de revelarse, ambos hubieran encontrado un pequeño espacio de paz en medio del caos.

Mientras tanto, dentro del salón, Ernesto y Raquel se encuentran en la mesa principal, observando la celebración a su alrededor. Los invitados están ocupados en sus conversaciones, brindis y bailes, pero Ernesto no puede quitarse de la cabeza la extraña sensación que lo ha invadido desde que vio a Rodrigo.

Raquel lo nota, por supuesto. Siempre ha sido buena para leer las emociones de Ernesto, incluso cuando él intenta ocultarlas. Y esta noche, algo en su esposo parece estar profundamente perturbado.

-¿Te preocupa algo, amor? -pregunta Raquel, con la voz suave, colocando su mano sobre la de Ernesto.

Él suspira, tratando de sacudirse la sensación de inquietud que lo ha acompañado durante toda la noche.

-No lo sé -admite-. Hay algo en ese chico, Rodrigo... me parece familiar, pero no logro entender por qué. Como si lo conociera de otra vida o algo así.

Raquel arquea una ceja, intrigada.

-¿Crees que es alguien de tu pasado? -pregunta, intentando seguir su razonamiento.

Ernesto se remueve en su asiento, claramente incómodo. No le gusta hablar de su pasado, especialmente de ciertas partes de él. Pero hay algo en esta situación que lo está empujando hacia un rincón emocional que no puede ignorar.

-No estoy seguro -responde, evasivo-. Puede que sea solo una coincidencia.

Raquel lo observa con cuidado. Con el paso de los años, ha aprendido a no presionarlo cuando se trata de su vida antes de conocerse. Pero esta vez, su intuición le dice que hay más de lo que Ernesto está dispuesto a compartir.

Antes de que pueda decir algo más, uno de los camareros se acerca a la mesa con una bandeja de copas de champagne. La pareja toma una cada uno y se unen al brindis colectivo que está a punto de comenzar.

Sin embargo, el sentimiento de inquietud persiste en Ernesto. Mientras alza su copa, una idea comienza a formarse en su mente, una posibilidad que le aterra admitir.

¿Qué pasaría si el pasado que ha intentado enterrar durante tantos años está a punto de salir a la superficie?

De vuelta en el jardín, Mia y Rodrigo caminan en silencio hacia la entrada del salón. Ninguno de los dos parece tener la energía para volver al bullicio de la boda, pero el frío de la noche comienza a calar en sus huesos.

-¿Crees que esto sea una señal? -pregunta Mia, medio en broma, medio en serio-. Digo, todo esto. Mi padre, tu padre... nosotros.

Rodrigo se ríe suavemente, aunque sin alegría.

-Si es una señal, el universo tiene un sentido del humor bastante retorcido.

-Lo tiene -admite Mia, suspirando.

Ambos se detienen frente a la puerta del salón. A través de las ventanas pueden ver a los invitados brindando, bailando y celebrando, ajenos a la tormenta emocional que acaba de desatarse en el exterior.

-¿Volvemos? -pregunta Rodrigo, aunque no parece tener prisa.

Mia lo mira, y por un momento, sus pensamientos quedan en suspenso. Hay tantas preguntas en su mente, tantas dudas y sentimientos mezclados, pero una cosa es clara: lo que sea que pase a partir de ahora, sus vidas han cambiado para siempre.

-Sí... volvamos -responde finalmente.

            
            

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