Acepté el trato. No lo hice porque quería, sino porque la realidad me había aplastado tanto que cualquier alternativa parecía mejor que seguir ahogándome en un océano de facturas impagas y noches en vela. Gabriel Montenegro no solo era mi salvación financiera, sino también el hombre más intimidante que había conocido. A pesar de mi aceptación, no dejaba de cuestionarme si había tomado la decisión correcta.
El día después de nuestra conversación en el café, una limusina negra me recogió frente a mi destartalado apartamento. El chofer, un hombre mayor y extremadamente educado, me saludó con una sonrisa discreta.
-Señorita, el señor Montenegro la espera en su residencia.
Residencia. La palabra en sí parecía pertenecer a un mundo que no tenía nada que ver conmigo. Apreté el asa de mi bolso, una de las pocas cosas decentes que tenía, y me acomodé en el asiento de cuero, intentando no parecer una niña perdida en un parque de diversiones.
El trayecto fue corto, pero suficiente para que mis pensamientos se descontrolaran. ¿Qué pasaría si Gabriel cambiaba de opinión? ¿Si decidía que yo no era lo suficientemente buena para este plan? Tragué saliva y apreté las manos en mi regazo mientras la limusina se detenía frente a una mansión que parecía sacada de una película.
Era enorme, de un blanco inmaculado, con columnas de mármol y jardines que parecían diseñados a mano por artistas. Sentí que cada paso que daba hacia la puerta principal era como caminar hacia el patíbulo.
Gabriel me esperaba en el vestíbulo, impecablemente vestido como siempre. Parecía tan fuera de mi alcance que me pregunté, por enésima vez, por qué me había elegido.
-Llegas puntual. Eso es bueno -dijo, evaluándome de pies a cabeza con esos ojos grises que parecían ver más allá de la superficie.
No sabía si era un cumplido o una simple observación, pero decidí no preguntar.
-Gracias... supongo.
Él sonrió ligeramente, aunque más parecía un gesto automático que un reflejo de emoción.
-Ven conmigo. Tenemos mucho que discutir.
Lo seguí por pasillos que parecían interminables, hasta llegar a una sala de estar decorada con muebles que probablemente costaban más que todo lo que yo había ganado en mi vida. Gabriel tomó asiento en un sofá de cuero oscuro y me indicó que hiciera lo mismo frente a él.
-Bien, Emma. Ahora que has aceptado el trato, hay cosas que debes saber.
Asentí, aunque mi garganta estaba seca y mi corazón latía con fuerza.
-Durante los próximos meses, serás mi prometida. Eso significa que asistirás a eventos, reuniones familiares y cualquier otra situación que lo requiera. Necesitamos que todo el mundo crea que estamos realmente comprometidos.
Me obligué a mantener la mirada fija en él, aunque su intensidad me hacía querer desviar los ojos.
-Entendido.
-Habrá un equipo que se encargará de tu imagen. Necesitas parecer... adecuada para este papel.
Mis mejillas se sonrojaron. Adecuada. La palabra golpeó mi orgullo, pero sabía que tenía razón. Yo no encajaba en su mundo, y una parte de mí sentía que nunca lo haría, por mucho que me vistieran de seda.
-Lo que más importa es que seas discreta. No puedes hablar de este acuerdo con nadie. Ni amigos, ni familiares.
Solté una risa seca.
-No tengo a quién contarle.
Gabriel me miró durante un segundo más largo de lo necesario, como si intentara descifrar algo en mis palabras. Pero no dijo nada.
-Perfecto. Entonces, comenzamos hoy.
-¿Hoy? -pregunté, sintiendo cómo mi estómago se retorcía.
Él asintió.
-Hay una cena esta noche en casa de mis padres. Es la oportunidad perfecta para presentarte como mi prometida.
Casi me atraganto con mi propia saliva.
-¿Tus padres? ¿Hoy?
-¿Hay algún problema con eso? -preguntó con una ceja arqueada.
Había muchos problemas, pero ninguno que pudiera decir en voz alta. Así que simplemente negué con la cabeza.
-Bien. Mi estilista llegará en una hora para prepararte.
Antes de que pudiera responder, Gabriel ya se había levantado, dándome la espalda mientras salía de la habitación. Yo me quedé allí, sintiéndome como una pieza más en un tablero de ajedrez.
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Una hora después, estaba sentada frente a un espejo enorme mientras un grupo de personas trabajaba en mí como si fuera un lienzo en blanco. Mi cabello fue lavado, cortado y peinado en una cascada de ondas suaves que enmarcaban mi rostro. Mi rostro fue maquillado con precisión, resaltando mis ojos y labios de una manera que me hacía sentir como otra persona.
El vestido que me pusieron era un sueño: negro, ajustado pero elegante, con detalles que insinuaban sin revelar demasiado. Cuando me miré al espejo, apenas reconocí a la mujer que estaba frente a mí.
-Perfecta -dijo el estilista, sonriendo con aprobación.
No me sentía perfecta. Me sentía como una impostora, una intrusa en un mundo que no era mío. Pero cuando Gabriel entró en la habitación y me vio, su reacción fue lo suficientemente honesta como para hacerme dudar.
Él se detuvo, recorriéndome con la mirada de una manera que me hizo sentir expuesta y, al mismo tiempo, poderosa.
-Bien -dijo finalmente, aunque su tono era más suave de lo habitual-. Estás lista.
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La cena fue una prueba de fuego. La mansión de los Montenegro era aún más intimidante que la de Gabriel, y su familia no tardó en hacerme sentir como si estuviera bajo un microscopio.
Su madre, una mujer elegante pero fría, me miró como si fuera un insecto al que podía aplastar con un simple movimiento. Su padre apenas me dirigió la palabra, y sus hermanos, aunque educados, parecían más interesados en averiguar qué veía Gabriel en alguien como yo.
Aquí tienes el enfrentamiento en la cena, incluyendo la conversación inicial y la tensión con la familia de Gabriel, siguiendo el tono del capítulo dos:
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La cena comenzó tensa desde el momento en que entré al comedor. Todos estaban ya sentados alrededor de la enorme mesa de madera oscura, hablando entre ellos como si yo no existiera. Gabriel estaba al final de la mesa, con una copa de vino en la mano, luciendo impecable como siempre. Cuando sus ojos encontraron los míos, su expresión era ilegible, aunque su leve inclinación de cabeza me indicó dónde debía sentarme: en un lugar al extremo, lejos de él.
La madre de Gabriel, la señora Irene, estaba en el centro, como una reina en su trono. Su mirada evaluadora me recorrió de pies a cabeza cuando me acerqué a mi asiento. No había hostilidad abierta en su expresión, pero su desaprobación era evidente.
-Así que esta es Emma -dijo Irene finalmente, su tono impregnado de una dulzura falsa que me puso los nervios de punta-. Gabriel, cariño, ¿no crees que deberíamos haberle conseguido algo más apropiado para esta noche? Ese vestido... bueno, no parece estar a la altura.
Mis mejillas ardieron. Me sentí expuesta, como si todos estuvieran esperando que me derrumbara.
-Madre, eso es suficiente, para mi es mas que suficiente, si mi relación se basada en ropa estaría como mis primos -respondió Gabriel con un tono cortante, aunque no me miró.
-Solo estoy diciendo -continuó Irene, ignorándolo- que, si va a estar en nuestra familia, debería esforzarse un poco más. Después de todo, las apariencias son importantes.
-Lo siento -murmuré, aunque no tenía por qué disculparme.
Uno de los hermanos de Gabriel, un hombre joven con la misma mirada astuta, soltó una risa burlona.
-¿Siempre eres así de sumisa?
-¡Sebastián! -interrumpió Gabriel, su voz un látigo en el aire.
-¿Qué? Solo pregunto. No parece el tipo de mujer que aguantaría en este ambiente, eso es todo.
El padre de Gabriel, un hombre mayor con un aire distante, habló por primera vez:
-Debiste elegir a alguien más adecuado, Gabriel. Sabes que nuestra posición requiere una imagen impecable, y esto... -hizo un gesto en mi dirección- no es precisamente eso.
Me mordí el labio para no llorar. La comida frente a mí seguía intacta, pero no tenía estómago para comer.
-Emma es perfectamente adecuada -dijo Gabriel, su tono firme pero neutral-. Y nadie en esta mesa tiene derecho a cuestionarlo.
-Por favor, Gabriel -dijo Irene, riéndose suavemente-. Sabemos que esto es temporal. No te pongas sentimental.
La palabra "temporal" me golpeó como un balde de agua fría. Claro, esto no era real. Lo sabía desde el principio, pero escucharlo tan descaradamente me hizo sentir insignificante.
-Estoy aquí porque... -intenté hablar, pero mi voz tembló.
-Porque necesitas el dinero -interrumpió Sebastián con una sonrisa burlona-. Todos lo sabemos. No necesitas fingir otra cosa.
El cuchillo de Gabriel chocó contra el plato con un ruido fuerte, haciendo que todos callaran.
-Eso es suficiente -dijo, mirando directamente a su hermano-. No olvides que esta es mi casa, mi herencia, mis Bines, todos ustedes dependen de mi para sobrevivir, y quien no respete mis decisiones no tiene cabida aquí, puede irse ahora mismo, incluyéndote madre.
La tensión era palpable. Irene cruzó los brazos, claramente molesta por la defensa de Gabriel hacia mí, pero no dijo nada más.
-Emma -dijo Gabriel de repente, volviendo su atención hacia mí-, ¿quieres decir algo?
Todos los ojos se clavaron en mí. Quería desaparecer. Pero también sabía que, si no hablaba, seguirían viéndome como alguien débil, insignificante.
-No tengo nada que demostrarles -dije finalmente, sorprendida por la firmeza en mi voz-. Sé que no pertenezco a este mundo, pero tampoco voy a disculparme por ello.
Un silencio incómodo llenó la habitación. Irene levantó una ceja, como si no esperara que yo tuviera el valor de responder. Sebastián sonrió, divertido, mientras que el padre de Gabriel simplemente volvió a concentrarse en su plato.
Gabriel, sin embargo, me miró con algo que casi parecía orgullo.
-Bien dicho -comentó antes de tomar un sorbo de vino.
La cena continuó en silencio, pero algo había cambiado. Había enfrentado a esa familia y, aunque me sentía agotada, también sabía que no iba a dejar que me pisotearan tan fácilmente. Sin embargo, una pregunta persistía en mi mente: ¿por qué Gabriel se molestaba en defenderme? ¿Era parte del trato o había algo más?
Gabriel jugó su papel a la perfección. Me tomó de la mano, habló de nuestra "relación" con una sinceridad que incluso yo creí por un momento. Cada vez que sentía que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, su presencia a mi lado me mantenía firme.
Cuando la cena terminó y regresamos a su casa, estaba exhausta, tanto física como emocionalmente. Gabriel me acompañó hasta la puerta de la que seria mi habitación y me miró con algo que casi parecía respeto.
-Lo hiciste bien esta noche.
-Gracias -murmuré, aunque apenas podía mantenerme en pie.
Antes de que pudiera responder, se dio la vuelta y se alejó, dejándome sola con mis pensamientos. Me desplomé en la cama, mirando al techo, y me pregunté cuánto tiempo podría mantener esta farsa sin perderme a mí misma en el proceso.