La rutina en la mansión Montenegro estaba lejos de ser tranquila. Aunque Gabriel había prometido que tendría tiempo para adaptarme, cada día parecía traer nuevos retos. Era como si el universo estuviera empeñado en recordarme que yo no pertenecía a ese mundo.
La mañana comenzó con una llamada de Gabriel. No era una llamada cualquiera; era una de esas órdenes disfrazadas de conversación.
-Emma, necesito que me acompañes a una reunión esta tarde.
-¿Reunión? -pregunté, ajustando mi bata mientras miraba por la ventana de mi habitación.
-Es un almuerzo de negocios, pero estarán presentes algunos socios que quieren conocer a mi prometida. Es importante que estés allí.
"Mi prometida." Esas dos palabras seguían sonando extrañas en mi cabeza, como si no fueran mías.
-Está bien -respondí, tratando de sonar más segura de lo que me sentía.
-Perfecto. Mi equipo pasará a prepararte en una hora.
Y con eso, colgó. Sin un "gracias" ni un "¿cómo estás?". Gabriel era un hombre que no perdía tiempo en formalidades, algo que había aprendido muy rápido desde que acepté este trato.
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Una hora después, el mismo equipo de estilistas que había transformado mi apariencia para la cena con su familia volvió a la carga. Esta vez, eligieron un vestido rojo ceñido que, según ellos, proyectaba confianza y elegancia. Aunque me sentía como un pez fuera del agua, el reflejo en el espejo era impresionante.
"Puedes hacerlo, Emma", me dije a mí misma mientras subía a la limusina que me llevaría al restaurante.
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El lugar era uno de esos restaurantes exclusivos que parecen diseñados más para ser vistos que para disfrutar la comida. Gabriel ya estaba allí cuando llegué, sentado en una mesa privada en el rincón más apartado del lugar. Al verme, se levantó y me dedicó una sonrisa pequeña pero aprobatoria.
-Llegas justo a tiempo -dijo, extendiendo una mano hacia mí.
Tomé su mano, y su contacto, aunque breve, envió un escalofrío por mi espalda. Me guió hasta la mesa, donde ya estaban sentados tres hombres y una mujer. Todos lucían impecables, como si acabaran de salir de una revista de negocios.
-Señores, esta es Emma, mi prometida -anunció Gabriel con su tono seguro y autoritario.
Los ojos de todos se posaron en mí, evaluándome, analizando cada detalle. Sentí el peso de sus miradas como si estuviera bajo un microscopio, pero sonreí y asentí, recordando las palabras de Gabriel: "No te dejes intimidar".
El almuerzo comenzó con una conversación superficial sobre inversiones y mercados, temas que estaban completamente fuera de mi alcance. Sin embargo, hice un esfuerzo por mantenerme interesada, sonriendo y asintiendo en los momentos adecuados. Gabriel, por su parte, manejaba la situación con maestría, respondiendo a las preguntas y liderando la conversación con una confianza que era casi hipnótica.
En un momento, uno de los hombres, un empresario de cabello plateado y mirada astuta, se dirigió a mí.
-Emma, Gabriel nos ha hablado mucho de ti. ¿Cómo se conocieron?
Mi corazón dio un vuelco. Habíamos ensayado esta parte, pero eso no hacía que fuera más fácil.
-Nos conocimos en un evento benéfico -respondí con una sonrisa que esperaba que pareciera natural-. Fue algo inesperado, pero conectamos de inmediato.
El hombre asintió, aunque su mirada me decía que no estaba completamente convencido.
-Debe ser difícil estar con alguien tan ocupado como Gabriel.
Gabriel intervino antes de que pudiera responder.
-Emma entiende mi estilo de vida. Es una de las muchas razones por las que estoy con ella.
El tono posesivo en su voz me sorprendió, pero decidí no cuestionarlo. El resto del almuerzo transcurrió sin incidentes, aunque el ambiente seguía siendo tenso.
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Cuando finalmente salimos del restaurante, me sentí como si hubiera pasado una prueba importante. Gabriel me llevó a un lado antes de subir a la limusina.
-Hiciste un buen trabajo hoy.
-¿Eso es un cumplido? -pregunté, levantando una ceja.
Una leve sonrisa cruzó su rostro.
-Supongo que sí.
Lo miré fijamente, tratando de descifrar lo que había detrás de esa fachada impenetrable. Gabriel Montenegro era un hombre complicado, eso era evidente. Pero había momentos, pequeños destellos, en los que parecía más humano, más vulnerable.
-¿Y ahora qué? -pregunté mientras subíamos al auto.
-Ahora volvemos a casa. Pero, Emma, esto es solo el principio. Si vas a estar en mi mundo, necesitas acostumbrarte a este tipo de situaciones.
Asentí, aunque su advertencia no hacía más que aumentar mi ansiedad.
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Esa noche, después de una ducha caliente y un intento fallido de relajarme, decidí bajar al jardín. La mansión estaba tranquila, y la brisa nocturna era refrescante. Mientras caminaba entre los árboles perfectamente cuidados, escuché una voz familiar.
Era Gabriel. Estaba hablando por teléfono, su tono más bajo y suave de lo habitual. Me acerqué lo suficiente para escuchar sin ser vista.
-Sí, todo va según lo planeado. Emma está cumpliendo su papel perfectamente.
Mi pecho se apretó al escuchar esas palabras. ¿"Cumpliendo su papel"? ¿Eso era todo lo que yo era para él? Un peón en su juego.
Aunque supiera que eso era para lo que me habian contratado igual dolía.
Di un paso hacia atrás, pero el sonido de mis zapatos en el suelo llamó su atención. Se giró rápidamente, sus ojos grises encontrándose con los míos. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada.
-¿Cuánto tiempo llevas ahí? -preguntó, su voz más fría de lo habitual.
-Lo suficiente -respondí, cruzándome de brazos.
Gabriel suspiró, guardando su teléfono en el bolsillo.
-Emma, no es lo que parece.
-¿Ah, no? Porque parece que soy solo una herramienta en tu plan maestro.
Se acercó, y aunque quería alejarme, su presencia era como un imán.
-Esto es un trato, Emma. Ambos sabemos lo que implica.
-Lo sé, pero eso no significa que no duela escucharlo.
Por un segundo, algo parecido a la culpa cruzó su rostro, pero desapareció tan rápido como había llegado.
-Lo siento, pero no podemos permitirnos distracciones. Este acuerdo tiene que funcionar, y eso requiere que ambos nos mantengamos enfocados.
Sus palabras eran lógicas, pero no podían borrar el nudo en mi garganta.
-Entendido -murmuré antes de girarme y alejarme.
Esa noche, mientras me acostaba en la cama, me di cuenta de algo importante. Gabriel Montenegro podía ser muchas cosas: arrogante, controlador, incluso cruel a veces. Pero lo que más me aterraba era lo que empezaba a despertar en mí. Porque, por mucho que quisiera negarlo, ese hombre estaba comenzando a ocupar un espacio en mi corazón que no debería tener.