Capítulo 2 Un Hogar Inesperado

Isabela aún sentía la tensión en su cuerpo mientras recorría los pasillos de la imponente hacienda Montenegro. Las paredes de piedra, los techos altos y el aroma a madera y tierra le resultaban desconocidos y un tanto abrumadores. Había imaginado una vida más modesta, pero aquel lugar tenía una elegancia discreta que la sorprendía a cada paso.

Alejandro la guiaba en silencio, su presencia firme pero tranquila. Finalmente, se detuvo ante una gran puerta de madera tallada.

-Mi padre quiere conocerte -dijo él, mirándola de reojo-. Fue su deseo que este matrimonio se llevara a cabo, pero también quiere escucharte a ti.

Isabela asintió, su pulso acelerándose. Sabía que aquel hombre, Rodrigo Montenegro, era el motivo por el que su vida había dado un giro tan brusco. Inspiró profundamente antes de que Alejandro abriera la puerta y la invitara a entrar.

El estudio estaba cálidamente iluminado, con una gran chimenea encendida y estantes repletos de libros antiguos. Tras un enorme escritorio de madera, un hombre de edad avanzada, con el cabello plateado y rostro curtido por los años, la observaba con ojos bondadosos.

-Bienvenida, Isabela -dijo con una sonrisa afable mientras se ponía de pie-. Ven, siéntate.

Ella avanzó con cautela y tomó asiento frente a él. Alejandro se quedó de pie junto a la puerta, atento pero distante. Rodrigo Montenegro la contempló por un momento, como si intentara descifrar los pensamientos que se agitaban en su mente.

-Sabes por qué estás aquí, ¿verdad? -preguntó con voz tranquila.

-Sí, señor -respondió Isabela con la mirada baja-. Mi padre me ha entregado en matrimonio a su hijo como parte de su promesa.

Rodrigo asintió lentamente, su expresión tornándose más seria.

-Tu padre me debía su vida, y entiendo su necesidad de cumplir con su palabra -dijo-, pero quiero saber... ¿qué es lo que deseas tú, Isabela?

La pregunta la tomó por sorpresa. Nadie le había preguntado nunca qué deseaba. Su familia siempre había decidido por ella, como si su opinión no tuviera peso alguno. Tragó saliva y levantó la vista, encontrando la mirada sincera del anciano.

-No importa lo que yo quiera -dijo con un hilo de voz-. Mi padre tomó esta decisión y yo la cumpliré. Así ha sido siempre.

Rodrigo frunció el ceño, sus dedos tamborileando sobre la madera del escritorio.

-¿Lo aceptas porque es tu deber, o porque realmente crees que este matrimonio puede hacerte feliz?

Isabela apartó la mirada hacia la chimenea, viendo las llamas danzar suavemente.

-No sé si puedo ser feliz -admitió-. Nunca lo he sido. Mi familia siempre me ha visto como... como un estorbo. Un problema del que deshacerse.

Rodrigo permaneció en silencio por un momento, su mirada suavizándose con una comprensión que Isabela no esperaba. Finalmente, se levantó de su asiento y se acercó a ella, colocando una mano firme pero gentil sobre su hombro.

-Escúchame bien, niña -dijo con un tono paternal-. Tú no eres un estorbo. Nadie en esta casa te verá así. Lo que decidas hacer con tu vida depende de ti, y sea cual sea tu decisión, yo te veré como mi propia hija.

Isabela sintió que algo en su interior se estremecía. Esas palabras, tan simples, eran lo más cercano al cariño que había recibido en mucho tiempo. Parpadeó rápidamente, reprimiendo la humedad en sus ojos.

-Gracias... señor Montenegro.

-Llámame Rodrigo -respondió él con una sonrisa-. Aquí no hay necesidad de formalidades innecesarias.

Alejandro, que había permanecido en silencio hasta entonces, habló por fin.

-Mi padre tiene razón -dijo-. No estás obligada a nada. Si decides quedarte, espero que podamos construir algo juntos, pero si decides irte... no te detendremos.

Isabela lo miró, sorprendida por sus palabras. No esperaba tal generosidad ni comprensión.

-No tengo adónde ir -confesó-. Y aunque no sé qué esperar de todo esto, cumpliré la promesa de mi padre.

Rodrigo asintió, satisfecho.

-Entonces, empecemos por el principio. Eres bienvenida en nuestra casa, Isabela. Con el tiempo, espero que llegues a verla como tu hogar.

Isabela asintió lentamente, permitiéndose, por primera vez en mucho tiempo, un destello de esperanza.

Isabela aún sentía el peso de la conversación con Rodrigo Montenegro cuando, al día siguiente, fue llamada al salón principal de la hacienda. Se encontró con Alejandro esperándola junto a su padre, ambos con semblantes serios pero tranquilos. El sol de la mañana entraba a raudales por los amplios ventanales, iluminando la fina decoración del lugar.

-Isabela -comenzó Rodrigo con su característico tono amable-, hay algo que debes saber.

Ella los miró con expectación, preparándose para lo que sea que tuvieran que decirle.

-El matrimonio... aún no se llevará a cabo -continuó Rodrigo, observándola atentamente-.

Isabela parpadeó, sorprendida. Había asumido que la boda sería inminente, como todo en su vida, decidido sin su opinión.

-¿Cómo que no se llevará a cabo? -preguntó, con una mezcla de alivio y confusión.

Alejandro tomó la palabra esta vez, cruzándose de brazos mientras la miraba con seriedad.

-Mi padre y yo hemos decidido que, antes de cualquier unión, es necesario que conozcas más sobre nuestra familia y lo que implica formar parte de ella.

-¿Qué quiere decir exactamente? -Isabela frunció el ceño.

Rodrigo sonrió levemente y se inclinó hacia adelante.

-Nuestra familia no solo posee esta hacienda, Isabela. También manejamos varias empresas en el país: comercios, exportaciones y hasta inversiones en la capital. Si vas a ser parte de nuestra familia, es importante que aprendas cómo se manejan estos asuntos.

Isabela sintió un nudo en el estómago. Jamás había considerado algo así. Su educación en casa se había limitado a lo que consideraban apropiado para una dama: bordado, etiqueta y música. Nunca había aprendido nada sobre negocios.

-Pero... -dudó- yo no sé nada de empresas ni de dirigir nada...

Alejandro asintió con la cabeza, como si ya hubiera anticipado esa reacción.

-Por eso voy a enseñarte -dijo con tranquilidad-. Aprenderás todo lo necesario para manejar una de nuestras empresas, y cuando estés lista, entonces podremos hablar del matrimonio.

Isabela se quedó sin palabras. Su familia nunca la había considerado capaz de hacer algo más que ser una esposa silenciosa y obediente, pero aquí, Alejandro le hablaba como si tuviera un futuro más allá de ser simplemente "la hija menor de los Del Valle".

-¿Quieres decir... que estaré a cargo de una empresa? -preguntó con incredulidad.

Rodrigo asintió con una sonrisa.

-Así es. Aquí creemos que cada miembro de la familia debe aportar. No eres solo una esposa para Alejandro; serás parte de nuestro legado.

Isabela sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. Nadie había esperado nada de ella antes, y la idea de asumir una responsabilidad tan grande era aterradora... pero también intrigante.

-Está bien -dijo finalmente, levantando la barbilla con determinación-. Estoy dispuesta a aprender.

Alejandro esbozó una leve sonrisa.

-Bien. Empezamos mañana.

Isabela sintió que, por primera vez en mucho tiempo, su vida estaba tomando un rumbo que nunca había imaginado.

            
            

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