Capítulo 5 Nuevos Comienzos

El viaje de regreso a la hacienda Montenegro fue distinto a la ida. Isabela miraba por la ventanilla del coche con una expresión serena, como si la revelación del médico le hubiera quitado un peso que llevaba cargando toda su vida. Alejandro, sentado a su lado, no dejaba de observarla de reojo, notando el leve atisbo de esperanza en sus ojos.

-¿En qué piensas? -preguntó suavemente.

Isabela sonrió débilmente, sin apartar la vista del paisaje que desfilaba ante ella.

-En que he vivido tantos años creyendo una mentira... -su voz se volvió un susurro-. Mi familia me hizo creer que no tenía valor, que nunca podría ser suficiente.

Alejandro apretó los labios, sintiendo una punzada de rabia por todo lo que Isabela había tenido que soportar.

-Ellos no merecen tener tanto poder sobre ti -dijo con firmeza-. Lo que importa es lo que hagas de ahora en adelante.

Isabela lo miró por primera vez desde que salieron de la clínica, sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y temor.

-¿Y qué hago ahora, Alejandro? Nunca he tomado decisiones por mí misma...

Alejandro esbozó una leve sonrisa.

-Por ahora, te enfocarás en aprender. Ya sabes que tendrás un papel importante en la familia Montenegro, y eso significa que hay mucho por hacer.

Isabela asintió lentamente, permitiéndose por primera vez en su vida imaginar un futuro diferente.

Días después, la rutina de Isabela en la hacienda cambió por completo. Alejandro había insistido en que comenzara a involucrarse en los negocios familiares de inmediato, y así, cada mañana, se encontraba en la oficina principal, rodeada de documentos, libros de contabilidad y extensas conversaciones sobre estrategias empresariales.

-Manejar una empresa no es solo números -le decía Alejandro mientras le mostraba un informe-. Es entender a las personas que dependen de ella.

Isabela lo escuchaba atentamente, tomando notas con dedicación. A pesar de que nunca había estado involucrada en este mundo, descubría con sorpresa que le gustaba aprender y que tenía buen ojo para los detalles.

-Esto tiene más sentido de lo que imaginaba -comentó un día mientras revisaban un balance financiero.

Alejandro sonrió satisfecho.

-Lo sabía. Solo necesitabas la oportunidad adecuada.

Pero no todo eran lecciones de negocios. Rodrigo Montenegro se encargaba de que Isabela también aprendiera sobre la vida en la hacienda: la administración de las tierras, el trato con los trabajadores, y la importancia de cada pequeña pieza que mantenía todo en funcionamiento.

-No solo se trata de dinero, hija -le dijo una tarde mientras caminaban por los campos-. Un buen líder sabe escuchar a su gente.

La palabra "hija" la tomó por sorpresa, y por un momento, sintió un calor reconfortante en su pecho. Rodrigo le mostraba un tipo de respeto y afecto que jamás había recibido de su propio padre.

Una noche, después de un día agotador, Isabela estaba sentada en el jardín, disfrutando de la tranquilidad cuando Alejandro se le acercó con una copa de vino en la mano.

-Hoy trabajaste duro -comentó, tendiéndole la copa.

Ella aceptó con una sonrisa.

-Ha sido... interesante -admitió-. Nunca pensé que podría hacer algo así.

Alejandro la miró con intensidad.

-Tienes potencial, Isabela. Solo necesitas confiar más en ti misma.

Ella lo miró fijamente, sintiendo que había algo en su voz que la hacía querer creerle.

-Gracias por todo lo que has hecho por mí, Alejandro -susurró, conmovida-. Por creer en mí cuando yo no lo hacía.

Alejandro tomó un sorbo de su vino y la miró fijamente.

-No te estoy haciendo un favor, Isabela. Eres parte de esta familia ahora, y quiero que lo recuerdes siempre.

Sus palabras resonaron en su corazón, y por primera vez en mucho tiempo, Isabela sintió que realmente pertenecía a algún lugar.

                         

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