Al llegar a la habitación, la depositó con cuidado en la cama, como si fuera un tesoro frágil. Se arrodilló a su lado para quitarle los tenis que había comprado antes, sin dejar de observar su rostro. Era como si no pudiera apartar los ojos de ella, como si temiera que, si lo hacía, este momento perfecto pudiera desvanecerse en el aire.
Cuando terminó de quitarle el calzado, quedó sentada a su lado, observándola en silencio. El vestido de novia que aún llevaba puesto, el velo ligeramente desordenado sobre su cabeza, y los rastros de lágrimas en sus mejillas le recordaban lo frágil que era la situación. Mientras ella sufría por alguien más, él se sentía culpable por la satisfacción que le daba tenerla allí, en su espacio, en su mundo.
"Soy un mal hombre", pensó mientras acariciaba suavemente un mechón de cabello que caía sobre su frente. "Ella está destrozada y, sin embargo, me siento feliz de que el destino me la haya traído de esta manera." El remordimiento lo consumía, pero la realidad era innegable. La oportunidad estaba ahí, y aunque sabía que no debía aprovecharse de ella, tampoco podía ignorar lo que sentía. Heinz había esperado demasiado tiempo para tenerla cerca, y ahora que estaba allí, no sabía si sería capaz de apartarse de su lado.
Justo cuando intentaba levantarse para dejarla descansar, sintió el toque suave de las manos de Ha-na en sus mejillas. El contacto lo sorprendió, y de inmediato, sus ojos se encontraron con los de ella, que apenas lograron mantenerse abiertos.
-Así que tú, extraño, ¿quieres mis besos? Eres atractivo... Un hombre bonito -murmuró Ha-na con voz quebrada y los párpados pesados, mientras sus manos acariciaban su rostro.
Las palabras lo golpearon con fuerza, como si hubiera esperado tanto tiempo para escuchar algo así que no podía creer que estuviera sucediendo. Heinz quedó inmóvil, incapaz de reaccionar ante la confusión y el deseo que brotaba dentro de él. Antes de que pudiera decir algo, ella lo jaló hacia abajo, haciendo que sus labios se encontraran de nuevo, pero esta vez, no hubo pasión, no hubo urgencia, solo el toque suave y calmado de dos bocas que se encontraron brevemente, como si El mundo se hubiera detenido por completo.
El beso fue corto, inocente, sin movimiento alguno, solo el contacto de sus labios contra los suyos. Pero para Heinz, ese momento fue como un destello de luz en la oscuridad. Su corazón latía desbocado en su pecho, y aunque sabía que ella no estaba en su estado mental más claro, no pudo evitar disfrutar el contacto, la cercanía, la sensación de que, por un breve instante, él había obtenido lo que tanto había deseado.
Cuando Ha-na se apartó, su mano cayó suavemente sobre la cama, y ella quedó dormida casi de inmediato. Heinz permaneció allí, arrodillado a su lado, sin saber qué hacer. El peso de sus emociones era abrumador. No podía creer lo que acababa de suceder. Había esperado años por un beso, por cualquier señal de afecto por parte de Ha-na, y ahora lo había recibido, aunque de una manera que no esperaba.
"Esto no está bien", se dijo a sí mismo, aunque su cuerpo se negaba a moverse. Acarició suavemente el rostro de Ha-na, con cuidado de no despertarla. La calidez de su piel bajo sus dedos lo hacía sentir una mezcla de satisfacción y culpa.
"No debería dejar que esto sucediera así", pensó, pero el otro lado de su mente lo contradecía. "Ella me dio ese beso... fue ella quien lo inició."
Heinz se desmoronó con ese ósculo. Aunque breve y sencillo, lo había dejado completamente conmovido. Era un pequeño gesto, pero para él significaba el mundo. Descalzándose lentamente, se deslizó junto a Ha-na, abrazándola con cuidado, como si temiera que pudiera desvanecerse en sus brazos. Su corazón latía con fuerza, pero al mismo tiempo, había una paz en su interior que no había experimentado en años. Dormir al lado de la mujer que tanto le gustaba, la mujer que había estado en sus pensamientos durante tanto tiempo, era como un sueño hecho realidad.
Ha-na, su flor coreana, había sido la chispa que encendió algo en él desde el primer momento en que la conoció. Durante años, la había observado de lejos, admirando su belleza, su gracia y su fortaleza. Ahora, allí estaba, en sus brazos, con el vestido de novia que simbolizaba una vida que no sería la suya, pero que ahora, de alguna manera, parecía pertenecerle. Heinz no podía evitar sentir un profundo egoísmo al disfrutar de ese momento, incluso sabiendo que ella estaba rota por dentro.
A medida que la noche avanzaba, el cansancio lo venció y se quedó dormido junto a ella, aferrado a la idea de que, aunque fuese por una noche, la tenía a su lado.
Los primeros rayos de sol se colaron por las cortinas, Heinz despertó con cuidado, asegurándose de no mover a Ha-na. Su cuerpo aún estaba envuelto en el vestido de novia, su cabello desordenado sobre la almohada, y había una calma en su rostro que contrastaba con el dolor que había visto en sus ojos la noche anterior. La observó por unos segundos más, disfrutando de esa imagen antes de levantarse con sigilo.
Sabía que ella tendría una resaca importante después de la cantidad de alcohol que había consumido la noche anterior, así que decidió hacer lo que podía para ayudarla a sentirse mejor. Mandó a su equipo a preparar algunos caldos y medicamentos para la resaca, queriendo asegurarse de que ella tuviera todo lo que necesitaba. Sin embargo, sentía que eso no era suficiente, así que se dirigió a la cocina. Quería hacer algo personal, algo que viniera directamente de él.