La atmosfera estaba llena de tensión, pero Heinz tenía en control absoluto. Había esperado mucho tiempo para este momento. Aunque ella no lo recordara, se mantendría firme. Su corazón latía con fuerza, no por ansiedad, sino por la emoción de saber que estaba un paso más cerca de cumplir su objetivo. Había reclamado lo que le pertenecía, y nada ni nadie se interpondría en su camino.
La muchacha coreana que había admirado desde lejos, ahora estaba en su poder. Años había esperado para poder tenerla. Sintió una oleada de satisfacción. Estaba dispuesto a esperar, a dejar que los recuerdos volvieran lentamente. Porque sabía que, una vez que eso sucediera, ella no tendría otra opción más que aceptarlo.
"Mi flor," pensó mientras la miraba con una leve sonrisa en los labios. "Pronto recordarás... y cuando lo hagas, sabrás que siempre me has pertenecido".
Ha-na lo miró con una mezcla de incredulidad y rabia, incapaz de procesar del todo las palabras que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ser tan descarado? Ese joven, que la había besado sin su permiso y la había sacado de su propia boda, ahora le estaba exigiendo que le diera un beso cada día. La absurdidad de la situación la dejó atónita por un momento, pero pronto sintió cómo la indignación empezaba a hervir dentro de ella.
-Yo por qué debería hacer eso. No voy a darle nada -dijo ella con voz firme, tratando de recuperar algo del control que él le había arrebatado. No podía permitir que siguiera jugando de esa manera, imponiendo sus extrañas exigencias como si tuviera algún derecho sobre ella.
Pero él no pareció inmutarse ante su negativa. Heinz, con esa calma que empezaba a irritarla más de lo que podía soportar, le respondió con la misma seguridad que antes:
-Por tu bien, es mejor que sí. Solo cuando recuerdes te podré explicar con más detalle. Mientras tanto... Dime. ¿Qué es lo que quieres hacer?
La pregunta la tomó por sorpresa, tanto por el tono como por el contenido. Había algo en su forma de hablar, en la manera en que se dirigía a ella, que la descolocaba. No era solo su arrogancia; era también una especie de gentileza extraña, una preocupación que no podía entender viniendo de alguien que había irrumpido en su vida de esa manera.
Y entonces, sin pensarlo demasiado, soltó la respuesta que había estado anidando en el fondo de su mente desde el momento en que su mundo se había desmoronado en ese salón de bodas:
-Yo deseo lanzarme de un puente y desaparecer -respondió Ha-na, la tristeza impregnando cada gesticulación.
Era la verdad. En ese momento, su vida parecía un cúmulo de humillaciones y dolor. Había sido traicionada por el hombre en quien había confiado, expuesta ante los ojos de tantas personas que se habían deleitado en su desgracia. El peso de todo aquello la aplastaba, y lo único que deseaba era escapar, desaparecer de ese sufrimiento que parecía interminable.
Pero, para su sorpresa, Heinz no mostró conmoción. Su expresión permaneció inalterada, aunque en su mirada se podía ver una sombra de desaprobación.
-Lo siento. Yo no puedo apoyar autolesiones. Además, mientras estés conmigo nada ni nadie podrá volver a dañarte o lastimarte -dijo él con seriedad, clavando esos ojos azules en ella de manera inflexible-. El único peligro para ti... Soy yo, y solo en términos de adultos.
Heinz le miró los labios delgados y le recorrió la delgada silueta, hasta llegar a su entrepierna.
Las palabras resonaron en la mente de Ha-na, pero lo que realmente la hizo estremecerse fue el tono con el que había pronunciado la última frase. Era una mezcla de advertencia y seducción, algo que no podía ignorar. Se sentía atrapada en su mirada, en esa forma tan descarada de insinuar lo que él claramente pensaba. No había espacio para interpretaciones inocentes. Lo que estaba diciendo era claro.
-Pero, usted es un atrevido -respondió ella, sorprendida por la audacia de ese joven.
El rostro de Ha-na ardía de vergüenza y frustración. ¿Cómo podía hablarle de esa manera? Era evidente lo que estaba insinuando, y la sensación de vulnerabilidad que ya sentía solo aumentaba con cada oración que él pronunciaba. Se cubrió nuevamente los labios, como si el simple gesto pudiera protegerla de la intensidad de la situación, pero sabía que no era suficiente. No con él. Nunca en su vida había hablado de esa forma tan directa y sugerente con alguien. Era sabido que en Corea eran más reservados y formales en esos asuntos. Pero estaban América, donde era más libre y normal ese tipo de conversaciones.
Heinz no pareció afectado por su reacción. De hecho, moldeó una sonrisa tensa y controlada, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Como si supiera que, a pesar de su resistencia, algo dentro de ella estaba respondiendo a su presencia.
Ha-na estaba confundida y eso la abrumaba. Todo en él le resultaba intimidante y desconcertante. ¿Cómo podía ese joven tener tanta seguridad? ¿Tanta certeza en sus palabras, en sus acciones? La forma en que hablaba, en que la miraba, le daba la sensación de que estaba lidiando con alguien mucho mayor de lo que su apariencia sugería. Y eso la perturbaba aún más.
El ambiente se sentía pesado, cargado de una tensión electrizante que hacía que el aire mismo pareciera más denso. No sabía cómo reaccionar. No tenía respuestas, ni tampoco el control de la situación. Él lo tenía todo y lo comprendía.
Mientras él se acomodaba nuevamente en su silla, su mirada seguía clavada en ella. Era como si estuviera esperando algo. ¿Una respuesta? ¿Un gesto? Ha-na no lo sabía. Solo comprendía que necesitaba salir de esa situación, pero no podía. Estaba atrapada en un juego que no entendía, y lo peor de todo era que, por más que quisiera resistirse, una parte de ella estaba terriblemente consciente de lo atractivo que era ese joven.
La firmeza de su voz, la intensidad de sus ojos, su porte seguro... Todo en él irradiaba una especie de poder que no podía ignorar. Y eso la asustaba, porque sentía que, de alguna manera, él ya había empezado a desarmarla. Era como si con ese beso inicial hubiera abierto una puerta dentro de ella, y ahora no podía cerrarla.
"Él único peligro para ti... Soy yo, y solo en términos de adultos". Esa frase seguía resonando en su mente, como un eco que no podía apagar. ¿Qué significaba realmente? Y lo más importante, ¿cómo iba a protegerse de él? Porque, de alguna manera, sabía que era cierto. Él era peligroso, no porque fuera a lastimarla físicamente, sino porque ya había empezado a hacerlo de una manera más sutil. Él estaba accediendo en sus defensas, haciendo que se sintiera más vulnerable, más expuesta.
Ha-na intentó calmarse, respirar profundamente y pensar con claridad. Pero no era fácil. No con él allí, observándola con esa sonrisa que parecía conocer todos sus secretos. Como si supiera más de ella de lo que ella misma sabía. La sensación de impotencia era frustrante.
Pero entonces, mientras lo observaba, algo dentro de ella comenzó a cambiar. Quizá fuera el cansancio de todo lo que había pasado, o tal vez una pequeña chispa de determinación que aún quedaba en su interior. Sea lo que fuera, sintió que no podía dejar que él tuviera todo el control.
-No voy a darle nada -dijo ella nuevamente, esta vez con más firmeza, tratando de convencerse a sí misma tanto como a él-. Ni un solo beso más.