Ha-na lo miró con los ojos entrecerrados, intentando desentrañar las intenciones de ese extraño que, de alguna manera, se había metido en su vida con una autoridad que ella no había concedido. No podía evitar sentir desconfianza, y mucho menos después de todo lo que había pasado en las últimas horas. Pero sus palabras tenían una coherencia inesperada, y aunque odiaba admitirlo, algo en su tono le transmitía seguridad.
-¿Qué es lo que deseas hacer? -preguntó Heinz con una calma inquietante-. ¿Manejar un auto a toda velocidad, nadar, disparar o beber hasta emborracharte?
La pregunta la desconcertó. ¿Qué tipo de cosas eran esas? No entendía por qué alguien que acababa de irrumpir en su vida, que le había robado un beso y la había sacado de su boda, pensaba que ella querría hacer algo así.
-¿Quiere emborracharme para aprovecharse de mí? -preguntó ella con un tono agudo que traicionaba la indignación que estaba intentando controlar. Sabía que había muchos hombres que aprovecharían cualquier oportunidad para explotar su vulnerabilidad. ¿Por qué él sería diferente?
El acento de su voz asiática, con las palabras enredadas por la tensión emocional, le dio un matiz de fragilidad que no pasó desapercibido para Heinz. Pero su respuesta llegó casi de inmediato, rápida y directa, como si fuera lo más lógico del mundo.
-Por supuesto que no... Nunca lo haría forzado o cuando no te encuentres a plenitud con tus facultades mentales y en totalidad de tus sentidos -respondió él, con un tono genuino que casi la hizo dudar de su desconfianza-. Solo cuando de manera voluntaria accedas a hacerlo.
La manera en que lo dijo, con tal seguridad y convicción, la hizo sentir momentáneamente expuesta. Había algo en esa firmeza que parecía desarmarla, algo en la manera en que la miraba que la hacía sentir que estaba perdiendo el control sobre sí misma. Era como si él ya hubiera ganado una parte de su voluntad solo con estar presente, y esa sensación la aterrorizaba.
-No quiero -respondió Ha-na de forma tajante, endureciendo la voz mientras su mirada se volvía fría y despectiva. Tensó la mandíbula, buscando en su interior la fuerza para oponerse a él. No podía dejar que la viera débil, no después de todo lo que había pasado.
Heinz observó su reacción con una sonrisa que apenas rozaba sus labios. Había algo fascinante en la manera en que ella intentaba resistirse. Su desdén, su enojo, incluso su repulsión hacia él... todo eso la hacía más interesante. Para él, era una contradicción viva: una mujer fuerte y decidida, pero al mismo tiempo vulnerable y rota. Una flor que estaba acostumbrada a soportar las tormentas, pero que ahora mostraba las heridas en sus pétalos.
Mientras ella se endurecía por fuera, Heinz sentía cómo se derretía por dentro. A su manera, Ha-na estaba luchando, intentando mantenerse firme, pero para él era tan obvio lo frágil que se sentía en ese momento. La fuerza con la que intentaba ocultar su tristeza, su confusión, solo la hacía más cautivadora. Esa mezcla de determinación y vulnerabilidad lo atraía como nunca antes lo había hecho ninguna mujer.
Era tan adorable verla enojada. Cada palabra afilada que ella le lanzaba no hacía más que intensificar su deseo de protegerla. Así, las personas del lugar los veían con confusión y extrañeza, pues ella tenía el vestido de novia blanco y el velo.
Luego, subieron al Ferrari, el silencio entre ellos solo roto por el suave ronroneo del motor. Pero el trayecto no duró mucho. Apenas habían recorrido unas pocas cuadras cuando los sollozos de Ha-na comenzaron a llenar el espacio. Ella había intentado mantenerse fuerte, fingir que todo estaba bien, pero las emociones reprimidas eran demasiado para contenerlas. Las lágrimas, finalmente, rompieron el muro de contención que había construido, y el dolor que había tratado de reprimir comenzó a fluir libremente.
Heinz la observó de reojo, con sus manos firmemente aferradas al volante, pero su atención estaba completamente en ella. No podía decir que le sorprendiera. Sabía que ella estaba tratando de ser fuerte, pero también sabía que debajo de esa fachada había una mujer que estaba sufriendo más de lo que podía admitir.
Detuvo el auto a un lado del camino, sin decir una palabra. Con movimientos tranquilos, sacó un pañuelo del bolsillo interior de su chaqueta y se lo ofreció. Ha-na, sin siquiera mirarlo, tomó el pañuelo y comenzó a secar sus lágrimas. Sus sollozos se intensificaron momentáneamente, pero se esforzaba por calmarse. Las emociones se le habían desbordado, y no sabía cómo recuperarse.
Heinz se inclinó hacia ella, sin invadir su espacio personal, pero lo suficientemente cerca como para que ella sintiera su presencia. Puso una mano suavemente en su espalda, dándole pequeños golpecitos, tratando de ofrecerle un consuelo silencioso. Era lo único que podía hacer en ese momento. No quería presionarla, no quería decirle nada que pudiera empeorar su estado emocional. Simplemente quería que supiera que, de alguna manera, él estaba allí para ella.
Ha-na ni siquiera se inmutó ante el gesto fue de ese extraño, porque a pesar de ser así de directo y fastidioso, también... reconfortante. No era lo que había esperado de alguien como él, alguien que parecía tan seguro y controlador. El simple hecho de que se mantuviera en silencio mientras le ofrecía su ayuda de una manera tan tranquila y respetuosa, la desconcertaba. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué quería de ella realmente?
Mientras las lágrimas seguían corriendo por su rostro, Ha-na pensaba en todo lo que había sucedido ese día. La traición de Edward, la humillación pública, el dolor de ver su vida desmoronarse ante sus ojos. Y luego, este desconocido, Heinz, que había irrumpido en medio de todo ese caos y la había sacado de allí. ¿Por qué lo había hecho? ¿Y por qué estaba siendo tan amable con ella ahora, después de haberla besado sin su consentimiento, después de haber dicho que le pertenecía?
Era imposible para ella entenderlo, y esa confusión solo añadía más peso a su tristeza.
Cuando finalmente las lágrimas empezaron a detenerse, se quedó en silencio, respirando profundamente para recuperar el control. Las emociones seguían ahí, bajo la superficie, pero al menos ya no se desbordaban. Se sentía vacía, como si todo dentro de ella se hubiera agotado. Pero también estaba más calmada, aunque todavía no entendía nada de lo que estaba pasando.
-Gracias -murmuró, sin mirarlo, aun sosteniendo el pañuelo en sus manos temblorosas.
Heinz solo asintió, como si entendiera que no había necesidad de palabras en ese momento. Sabía que ella estaba rota y por eso la estaba molestando, solo para distraerla. No por lástima, ni por compasión, sino porque, Ha-na era importante para él. Era la chica que le gustaba y su primer amor, su amor platónico. Cuando se enteró de la boda ella pensó que la perdería para siempre, pero apoyaría su decisión de casarse. Sin embargo, las cosas habían resultado de esta manera tan trágica.
Ella no lo recordaba. Él no era más que un desconocido que había irrumpido en su vida sin previo aviso. Pero para él, ella era mucho más. Había sido su primer amor, el tipo de amor que marca para siempre, aunque nunca lo hubiera confesado. Durante años la había observado desde lejos, permitiendo que su corazón latiera solo para ella. Cuando se enteró de su boda, sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Pensó que la había perdido para siempre. Pero ahora, por alguna ironía del destino, la vida le estaba dando una oportunidad que nunca había soñado tener.